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Perspectiva

¿Por qué viajan millones para el Día de Acción de Gracias en EE.UU. en plena pandemia?

La pandemia de coronavirus está batiendo récords todos los días en los Estados Unidos, llenando las unidades de cuidados intensivos, abrumando los sistemas hospitalarios y agotando a los trabajadores de la salud.

Un récord de 203.000 estadounidenses dio positivo al COVID-19 el viernes, y el promedio diario de siete días supera los 170.000 casos. A pesar de los importantes avances en el tratamiento de la enfermedad, más de 1.500 personas mueren cada día, el nivel más alto desde mayo. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) predicen que los EE.UU. registrarán 300.000 muertes para mediados de diciembre, y podría haber hasta 21.000 nuevas hospitalizaciones por coronavirus cada día.

Trabajadoras salen con equipo de protección cuando tras un cambio de turno en el Life Care Center a principios de este año en Kirkland, Wash, cerca de Seattle. (Foto AP/Elaine Thompson)

Los CDC hicieron una severa advertencia en contra de viajar para el Día de Acción de Gracias, una de las semanas de viajes más ocupadas del año. Recomienda que la gente limite sus planes de cena a los que viven en sus casas para disminuir la propagación del virus.

“La tragedia que podría ocurrir es que uno de los miembros de su familia venga a esta reunión familiar y pueda terminar gravemente enfermo, hospitalizado o muerto. Y no queremos que eso suceda”, explicó el Dr. Henry Walke, director de incidentes de COVID-19 de los CDC, en una conferencia de prensa la semana pasada.

En estas condiciones, muchas personas están eligiendo no viajar. El número de personas que están tomando vuelos para el Día de Acción de Gracias se ha reducido en más de la mitad con respecto al año pasado.

Sin embargo, la Administración de Seguridad en el Transporte informó que más de tres millones de personas pasaron por los controles de seguridad del aeropuerto entre el viernes y el domingo, convirtiéndolo en el fin de semana de mayor actividad de viajes desde marzo, cuando se implementaron restricciones y cierres para controlar la pandemia de COVID-19. Las colas de los controle de seguridad serpenteaban por las terminales mientras los viajeros llenaban los aviones para ir a casa a ver a sus familias

En total, la Asociación Estadounidense de Automóviles proyecta que 50 millones de personas viajarán en coche, avión y tren por todo Estados Unidos durante el período de vacaciones del Día de Acción de Gracias que se extiende del 25 al 29 de noviembre. Si bien esto representa una disminución del 10 por ciento comparado al 2019, las consecuencias de un evento de viajes a una escala tan masiva probablemente serán catastróficas. La pandemia fue testigo de su propagación inicial cuando cinco millones de personas salieron de la ciudad de Wuhan en la provincia de Hubei, donde se detectaron los primeros casos de COVID-19, para celebrar el Año Nuevo Lunar chino en familia. El virus se propagó rápidamente desde China al resto del mundo.

En Canadá se produjo un importante aumento de las infecciones y muertes por coronavirus dos semanas después de que las familias de todo el país se reunieran para celebrar el Día de Acción de Gracias el 12 de octubre. Durante la pandemia de gripe española en 1918, el Día de Acción de Gracias en los EE.UU. fue seguido por una devastadora tercera ola que no remitió hasta el verano de 1919.

Con todo lo que se sabe sobre el COVID-19 —cómo se propaga, su letalidad para los ancianos y aquellos con vulnerabilidades médicas— ¿por qué están viajando tantas personas para el feriado?

Hay factores complejos y diversos en juego. Muchos estudiantes, por ejemplo, están regresando a casa después de la cancelación de las clases presenciales por parte de las universidades, tras la imprudente reapertura de los campus que ha ayudado a impulsar el brote actual.

El Día de Acción de Gracias es una tradición cultural en los Estados Unidos, el único momento del año en que se reúnen los parientes que viven en partes lejanas del país. Como resultado de la pandemia, decenas de millones de personas no han visto a sus padres, hijos, seres queridos o amigos durante meses. Han pasado por diversos niveles de encierro y restricciones por coronavirus, en un período de estrés, conmoción y dificultades financieras sin precedentes.

A muchas personas se les ha hecho creer que los viajes pueden ser seguros, o por lo menos que el peligro puede reducirse al mínimo. En los días anteriores a las vacaciones, la demanda de pruebas ha aumentado. Millones de personas esperan que una prueba negativa signifique que pueden interactuar con seguridad con sus familias durante las vacaciones. Los laboratorios de pruebas, sin embargo, privados de suministros críticos, están informando de retrasos en la entrega de resultados oportunos.

Mientras que la clase dirigente y los medios de comunicación se centran en la “responsabilidad personal” de los que viajan, el hecho es que la actual propagación del virus es el producto directo de la política de “inmunidad colectiva” encabezada por la Administración de Trump y respaldada por toda la clase dirigente.

Cada día, los trabajadores están siendo forzados a interactuar con sus compañeros de trabajo en las fábricas y otros lugares de trabajo para generarles ganancias a las corporaciones. Cuando les dicen que es seguro ir al trabajo y a las escuelas, muchos se preguntan: ¿podría ser peor ir en avión o en coche a cenar con mi familia?

Luego está la inmensa confusión generada por los principales medios de comunicación, que día tras día presentan que la pandemia está a punto de mejorar. El New York Times, la voz editorial del Partido Demócrata, ha estado exigiendo que las escuelas permanezcan abiertas e insiste en que son seguras a pesar de que más de un millón de niños han contraído la enfermedad. Y fue el columnista del Times, Thomas Friedman, quien articuló la consigna principal de la élite gobernante sobre la pandemia, de que “la cura no puede ser peor que la enfermedad”.

Por último, está el estado abismal de la educación científica en EE.UU., el resultado de cuatro décadas de ataques a la educación pública, que ha dado lugar a una situación en la que importantes sectores de la población niegan la existencia del virus, se niegan a llevar mascarillas cuando están en público y se oponen al uso de vacunas para proteger a la población de la enfermedad, colocándose ignorantemente a sí mismos y a otros en peligro.

La constante promoción por parte de Trump de remedios de curandero, incluida la inyección de lejía, al tiempo que presiona para que se desarrolle y distribuya rápidamente una vacuna durante su Administración con fines claramente políticos, ha sembrado una gran desconfianza entre la población.

La denigración sistemática de la ciencia no se limita a la Administración de Trump. En el mundo académico, prevalece el rechazo posmodernista de la razón y la negación de la verdad objetiva. Al mismo tiempo, las iglesias, que desempeñan un papel de gran importancia en la vida social y política de los Estados Unidos, trafican con la superstición y el atraso.

El colapso del movimiento obrero también tiene un papel importante en la desorientación y la contaminación de la conciencia popular. En 2005, comentando sobre un extraño espectáculo que rodeó el caso de Terry Schiavo, una mujer con muerte cerebral cuyo marido le quitó el soporte vital, el presidente del Consejo Editorial del WSWS, David North, señaló los cambios socioeconómicos detrás de la influencia del atraso y la superstición entre capas más amplias de la población:

La desaparición efectiva de lo que había sido la principal forma de organización de masas y de resistencia popular al poder corporativo cambió radicalmente la naturaleza de la relación entre los trabajadores y la estructura económica en la que viven. Mientras que en el pasado se enfrentaban a esta estructura, si bien de forma inadecuada, como clase, ahora se enfrentan a esta estructura como individuos aislados. Se encuentran en una situación en la que se ven obligados a enfrentar los problemas por sí mismos, no como parte de un colectivo social.

Esto describe muy bien la situación a la que se enfrentan decenas de millones de personas ante los estragos de la pandemia de coronavirus. Los trabajadores y los jóvenes se han visto agobiados por el azote diario de contagios y muertes sin ningún tipo de apoyo. La clase dominante los ha dejado completamente solos ante el horror de la pandemia. No se ha buscado movilizar recursos para detener la enfermedad ni hacer frente a sus masivas consecuencias económicas, sociales y psicológicas.

Los sindicatos no desempeñan ningún papel en la educación de la clase obrera sobre los peligros de la pandemia ni las medidas de salud pública necesarias para contener el virus. Tampoco han hecho nada para contrarrestar los sentimientos anticientíficos que se han cultivado entre una capa de trabajadores atrasados. En lugar de ello, han colaborado con las empresas, como sus verdugos, manteniendo abiertas las fábricas, escuelas y otros lugares de trabajo sin ninguna restricción, incluso cuando decenas de miles de personas de la industria automotriz, los hospitales, los mataderos y almacenes de la Amazon se han enfermado y muchos han muerto.

El desastre que se está produciendo y que empeorará dramáticamente en las próximas cuatro semanas es el resultado del hecho de que las necesidades de las masas están subordinadas a los intereses de lucro de los súper ricos. Mientras que los multimillonarios acumulan ganancias récord y Wall Street se eleva a nuevas alturas, la clase obrera está viviendo una crisis económica no vista desde la Gran Depresión. En la medida en que se acerca la eliminación de lo que queda de asistencia por la pandemia después de la Navidad y el levantamiento de las moratorias sobre los desalojos, millones de personas se enfrentan a la indigencia total. La promoción del atraso cultural por parte de la clase dirigente se cruza ahora con una política homicida.

Si bien la pandemia de coronavirus es la causa inmediata de la catástrofe asolando Estados Unidos, su impacto está ligado a la degeneración de las condiciones socioeconómicas y políticas por parte del capitalismo estadounidense.

La pandemia es un acontecimiento histórico que ha demostrado que la persistencia del capitalismo no solo se opone al progreso en un sentido general, sino a la vida humana y a la propia supervivencia de la civilización. Pero, ¿cómo se superará esta oposición? En la conclusión de su ensayo sobre el caso de Terri Schiavo, David North señaló la acumulación de las fuerzas que vencerán al capitalismo:

La buena noticia, como dice el refrán, es que las condiciones objetivas en sí conducirán, inexorablemente, a un renacimiento de las luchas sociales y a una nueva diferenciación de las fuerzas de clase. La persistencia de las ideologías reaccionarias es una barrera para el desarrollo de las luchas sociales y el aumento de la conciencia de clase. Pero no es una barrera absoluta. En última instancia, las contradicciones objetivas de la sociedad capitalista impulsarán a las masas populares a la lucha y posibilitarán el desarrollo y la aceleración de una verdadera vida intelectual y social.

Pero aquel optimismo que encomienda la liberación ideológica de las masas de las garras del misticismo religioso y del atraso a la actuación espontánea de las fuerzas objetivas es superficial, ingenuo y contraproducente. En la actualidad, como en todos los períodos de la historia, hay que luchar por el progreso.

Esta lucha no se limita a los esfuerzos prácticos para organizar a los trabajadores, por muy importantes que sean. Un componente esencial de los esfuerzos para organizar políticamente a los trabajadores como clase es la lucha por elevar su nivel intelectual y cultural, por defender la causa del pensamiento científico contra todas las formas de superstición religiosa y atraso —es decir, por defender la comprensión marxista materialista tanto de las relaciones socioeconómicas de la sociedad como de los fundamentos y la estructura de la conciencia humana. Como en el pasado, el movimiento socialista debe reconocer el vasto horizonte de sus responsabilidades teóricas y pedagógicas hacia la clase obrera.

Podemos alentarnos con el hecho de que la ciencia le está proporcionando al movimiento socialista una vasta gama de nuevas armas intelectuales. Es irónico que el campo de la ciencia que se encuentra en el centro de la controversia de Terri Schiavo —la neurobiología— sea hoy el escenario de los más espectaculares avances teóricos. Se están haciendo avances sorprendentes en la comprensión de la fisiología del cerebro, la más compleja de todas las estructuras materiales. Y esto, a su vez, corrobora la comprensión materialista de la conciencia y la cognición defendida por el marxismo. No es de extrañar que la élite gobernante sienta tanto temor por el trabajo de los mejores científicos, cuyos descubrimientos en el campo de la neurobiología y las áreas de investigación relacionadas están demoliendo sistemáticamente los últimos reductos del misticismo religioso.

La clase obrera no puede avanzar sin la ayuda de la ciencia. Pero la ciencia misma requiere el avance de la clase trabajadora. Hoy en día, el crecimiento de la reacción política en los Estados Unidos pone al investigador científico bajo asedio. Pero el científico aislado no puede defenderse con más éxito que el trabajador individual. En el análisis final, el progreso de la ciencia en su conjunto, por no hablar de la seguridad física de los investigadores particulares, depende del resurgimiento de un nuevo movimiento revolucionario de la clase obrera. En el sentido histórico más profundo, el movimiento socialista une bajo su bandera tanto la búsqueda de la verdad científica en todas sus formas como la lucha por la igualdad humana.

(Publicado originalmente en inglés el 23 de noviembre de 2020)

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