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Jacobin glorifica a Dolores Ibárruri, verdugo estalinista de la revolución española

Esta es la segunda entrega de un artículo en dos partes La primera parte se publicó el 29 de diciembre de 2020. En 1996, David North, el director del consejo editorial internacional del World Socialista Web Site, dio una conferencia en la Universidad Estatal de Michigan con el título, "La sombra larga de la historia: los Juicios de Moscú, el liberalismo estadounidense y la crisis del pensamiento político en los Estados Unidos". (La conferencia está incluida en el libro The Russian Revolution and the Unfinished Twentieth Century publicado por Mehring Books.)

North analizó las razones por las cuales una gran parte de la intelectualidad liberal estadounidense apoyó los Juicios de Moscú. Comentó que el corresponsal del New York Times en Moscú, Walter Duranty, declaró su confianza en la legitimidad de los juicios y las confesiones de los acusados, tal como lo hizo el embajador estadounidense en la Unión Soviética, Joseph Davies. Otro tanto hicieron los dos medios más influyentes del liberalismo estadounidense, The Nation y el New Republic.

En medio de la Gran Depresión y del triunfo del fascismo en Italia y Alemania, explicaba North, muchos intelectuales liberales y académicos en los EEUU miraban hacia la Unión Soviética como un contrapeso a la amenaza fascista. Stalin, por su parte, cultivaba el apoyo entre esos estratos minimizando la amenaza de la revolución socialista y dándole a su antifascismo un tinte socialista. La pobreza política, teórica y, se podría añadir, moral del liberalismo en la época de la agonía del capitalismo quedó expresada en la disposición de los liberales a dejar de lado sus escrúpulos democráticos y cualesquiera preocupaciones por la verdad histórica y dar fe de la legitimidad de los montajes judiciales de revolucionarios de toda la vida que se comparaban con los espantosos espectáculos que llevados a cabo los tribunales de la Alemania de Hitler, o los superaban.

North explicaba:

La admiración acrítica de los liberales por los logros soviéticos no significaba un apoyo a los cambios revolucionarios dentro de los Estados Unidos. Ni de lejos. Muchos intelectuales liberales estaban inclinados a ver una alianza con la Unión Soviética como un medio de fortalecer su propia agenda tímida por las reformas sociales en los Estados Unidos y mantener a raya el fascismo en Europa. Ya no se temía a la Unión Soviética como punta de lanza de levantamientos revolucionarios. Los liberales entendieron que la derrota de Trotsky había significado el abandono de la Unión Soviética de las aspiraciones revolucionarias internacionales. Para mediados de los '30 el régimen estalinista había adquirido un aura de respetabilidad política.

Al examinar la respuesta liberal a los Juicios de Moscú, hay que tener en cuenta otro hecho político importante. Apenas un mes antes del comienzo del primer juicio, estalló la Guerra Civil española en julio de 1936. España estaba amenazada por el fascismo, cuya victoria llevaría ciertamente al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Se veía a la Rusia soviética como el aliado más importante de las fuerzas republicanas y antifascistas. Pocos intelectuales liberales estaban inclinados a examinar demasiado cuidadosamente el significado verdadero de las políticas estalinistas en España. Casi siempre ignoraban la manera en la que los estalinistas estaban destruyendo, mediante el terror político, el movimiento revolucionario de la clase trabajadora y en última instancia garantizando la victoria de Franco. En la superficie —y pocos liberales se molestaban en mirar más allá de esta— la Unión Soviética parecía ser la roca de la que dependían todas las esperanzas de las "fuerzas progresistas" para la derrota del fascismo en España. (David North, The Russian Revolution and the Unfinished Twentieth Century, Oak Park, MI, 2014, pág. 47.)

En los Estados Unidos, la implementación del programa del Frente Popular adoptó la forma del apoyo del Partido Comunista al gobierno de Franklin Delano Roosevelt y su papel en subordinar políticamente al Partido Demócrata los sindicatos industriales del Comité por la Organización Industrial (CIO) recientemente formados.

Franklin Roosevelt firmando la guerra contra Alemania (Wikimedia Commons)

Este tema, la subordinación del movimiento obrero al Partido Demócrata era, y lo sigue siendo hasta nuestros días, el problema político central en el desarrollo del movimiento obrero en los Estados Unidos. El desplome global del capitalismo desencadenado por el crack de Wall Street en 1929 asumió rápidamente la forma en los EEUU, ya la potencia industrial dominante en el mundo, de una crisis social devastadora. Casi de la noche a la mañana, millones de trabajadores y pequeños agricultores quedaron reducidos a la pobreza y a la perspectiva de pasar hambre.

El capitalismo estaba desacreditado. Se volvió una mala palabra en boca de las masas populares, hasta en sectores de la intelectualidad. La Unión Soviética, menos de una década después de la Revolución de Octubre, se volvió un polo de atracción e inspiración para millones. En la élite gobernante estadounidense, su existencia se cernía como un recordatorio constante del peligro de la revolución socialista en los Estados Unidos.

El New Deal de Roosevelt reflejaba la conclusión que sacaron los sectores más visionarios de la clase gobernante de que tenían que gastar una parte de las vastas reservas financieras del capitalismo estadounidense en un programa de reformas sociales limitadas para salvar a su sistema de ser derrocado. Ello, sin embargo, no bastaba para impedir un estallido de conflictos sociales una vez hubiera empezado a desgastarse el impacto inicial en la clase trabajadora del colapso social. En 1934 hubo huelgas generales en tres ciudades: Toledo (Ohio), San Francisco y Minneapolis, esta última dirigida por trotskistas, organizados por entonces en la Liga Comunista de América.

La huelga de los camioneros de 1934 en Minneapolis

Estas batallas semiinsurreccionales fueron seguidas por la formación en 1935 del CIO, encabezado por el líder minero John L. Lewis y otros dirigentes sindicales de los sectores automovilístico, acerero, eléctrico, del caucho, las comunicaciones, y otros, y el establecimiento de sindicatos de masas.

El movimiento por los sindicatos industriales planteó la cuestión de una ruptura con los partidos de los grandes negocios. La convención fundacional del sindicato United Auto Workers (UAW) en 1935 votó por la formación de un partido obrero.

Para comienzos de 1937, una oleada de huelgas de brazos caídos estaba arrasando la industria básica, inspirada por la huelga de brazos caídos de Flint, que obligó a la General Motors a reconocer a la UAW. El Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) surgió de esta erupción explosiva de la clase trabajadora estadounidense.

El Partido Comunista usó su influencia sustancial en el nuevo movimiento sindical industrial, incluso en su dirección, para impedir que asumiera una forma política independiente rompiendo con Roosevelt y los demócratas. En esto, se alió con Lewis y otros burócratas procapitalistas.

En las condiciones de la Depresión y los preparativos de las potencias imperialistas para otra guerra mundial, una ruptura política por parte de la clase trabajadora estadounidense con los partidos capitalistas tenía inmensas implicaciones revolucionarias, no solo en los EEUU, sino en el mundo. Precisamente por ello, el PC estalinizado de los EEUU, en consonancia con la política del Frente Popular del Kremlin, se esforzó por impedirla.

El Partido Demócrata —el partido capitalista más viejo de los EEUU, el antiguo bastión de la explotación de esclavos en el sur, y en esa época el principal responsable del cumplimiento de la segregación de Jim Crow— ya llevaba décadas ejerciendo como el principal mecanismo político de la clase gobernante para contener y debilitar los movimientos sociales de protesta. El movimiento populista anti-Wall Street y basado en los pequeños granjeros de finales del siglo XIX se había vuelto inofensivo al haber sido canalizado tras el Partido Demócrata. Otro tanto las protestas antiimperialistas y antimonopolistas de principios del siglo XX.

El grueso de la intelectualidad liberal en los años de la Depresión, temiendo el crecimiento del fascismo pero atemorizado por la perspectiva de una revolución obrera, se alineó tras Roosevelt y los demócratas. Los atraía la adopción abierta del PC de la colaboración de clase y el nacionalismo estadounidense y su repudio de facto de la revolución social.

En 1935 el Partido Comunista abandonó de repente sus ataques del Tercer Período a Roosevelt como un "fascista imperialista" y declaró ser nada más que el continuador de la tradición democrática estadounidense. Afirmando que el PC representaba "el americanismo del siglo veinte", el dirigente del partido Earl Browder dijo en una manifestación masiva, "Somos el partido estadounidense compuesto por ciudadanos estadounidenses. Concebimos todos nuestros problemas a la luz de los intereses nacionales de los Estados Unidos".

Earl Browder en 1939

En la Décima Convención Nacional del PC de los EEUU de mayo de 1938, el salón estaba decorado con banderas estadounidenses y los delegados cantaron el himno nacional, el "Star Spangled Banner".

En su perversión del marxismo para acomodarse a la política contrarrevolucionaria y nacionalista del régimen soviético y bloquear el surgimiento de un movimiento político independiente de la clase trabajadora estadounidense, los estalinistas estadounidenses echaron mano de varios tipos de ideología burguesa y pequeñoburguesa —pragmatismo, individualismo, nacionalismo, antiintelectualismo— que habían desempeñado un papel destacado en el pensamiento y la política estadounidenses.

En sus últimos escritos, Trotsky acentuó la importancia crítica de la lucha para que el movimiento insurgente de la clase trabajadora estabounidense adopte una forma política independiente. Sobre esta base, instó a los trotskistas estadounidenses, por entonces organizados como el Socialist Workers Party (SWP), a adoptar la demanda de que el CIO rompa con los demócratas y establezca un partido obrero, vinculando esta demanda con el Programa de Transición socialista revolucionario adoptado por la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional en 1938.

En un manuscrito inconcluso titulado "Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista", encontrado en su escritorio tras su asesinato por parte del agente de la estalinista GPU Ramón Mercader el 20 de agosto de 1940, Trotsky escribió:

En los Estados Unidos el movimiento sindical ha pasado por la historia más tormentosa en los últimos años. El ascenso del CIO es prueba irrefutable de las tendencias revolucionarias dentro de las masas obreras. Indicativo y digno de observar en grado sumo, con todo, es el que ni bien fue fundada la nueva organización sindical "izquierdista" cayó en el abrazo de acero del Estado imperialista. La lucha en las cimas entre la vieja federación y la nueva se puede reducir en buena medida a la lucha por la simpatía y el apoyo de Roosevelt y su gabinete. (León Trotsky, Leon Trotsky on the Trade Unions, Nueva York, 1975, pág. 73.)

En una discusión con dirigentes del SWP en mayo de 1938 sobre la consigna del partido obrero, Trotsky dijo acerca del nuevo movimiento obrero industrial:

Si la lucha de clases no ha de ser aplastada, reemplazada por la desmoralización, entonces el movimiento debe encontrar un nuevo canal, y este canal es político. Este es el argumento más fundamental a favor de esta consigna. (León Trotsky, The Transitional Program for Socialist Revolution, Nueva York, 1977, págs. 163-164.)

León Trotsky a finales de los '30

En su conferencia de 1996, David North explicó la conexión entre el prosovietismo de la intelectualidad liberal estadounidense en los años anteriores a la guerra y su giro hacia el anticomunismo y antisovietismo de Guerra Fría más feroz después de la guerra. La misma superficialidad y el mismo oportunismo políticos y teóricos, la misma actitud frívola hacia la verdad histórica que los hizo defensores de los crímenes estalinistas en un período, llevó en el siguiente a achacar esos crímenes no a la traición de Stalin del socialismo y el marxismo, sino más bien al propio proyecto socialista y revolucionario. La dictadura totalitaria de Stalin, se afirmaba, era el resultado inevitable de la Revolución de Octubre, de Marx, Engels, Lenin y Trotsky.

La defensa de Trotsky del socialismo y el internacionalismo revolucionario y su lucha implacable contra el estalinismo fueron o bien ignoradas o bien declaradas nada más que una reyerta interna entre contendientes al control de un régimen inherentemente despótico.

Decía North:

Hubo un cambio dramático de actitud en la intelectualidad liberal de la Unión Soviética entre 1936 y 1946. Y sin embargo, había una continuidad política y teórica definida entre las posiciones pro y antisoviéticas. Cuando apoyaba a Stalin contra Trotsky, y luego a Truman contra Stalin, la intelectualidad liberal procedía desde la identidad del estalinismo y el marxismo.

Ello colocaba a la intelectualidad liberal en una posición insostenible políticamente y intelectualmente. Sobre la base de la fórmula superficial de que el estalinismo equivale al marxismo y el socialismo, los liberales se daban a sí mismos apenas dos alternativas: La primera era oponerse al estalinismo desde la derecha como simpatizantes del imperialismo estadounidense; la segunda, hacer de defensores del estalinismo. El New Republic fue a parar al primer bando; The Nation al segundo. (David North, The Russian Revolution and the Unfinished Twentieth Century, Oak Park, MI, 2014, págs. 57–58)

Al subordinar a la clase trabajadora al Partido demócrata y los liberales burgueses, los estalinistas estadounidenses desempeñaron un papel crucial en la subordinación posterior a la guerra del movimiento obrero al imperialismo estadounidense y su ofensiva en la Guerra contra la Unión Soviética. La dirección del CIO y del Partido Demócrata se volvieron brutalmente contra todos los elementos izquierdistas y socialistas del movimiento obrero, purgando a los sindicatos por medio de una caza de brujas anticomunista. Esto preparó el terreno para el debilitamiento y final colapso de los sindicatos, y su transformación en definitiva en agencias directas de las empresas y del Estado capitalista.

DSA y el anticomunismo de la Guerra Fría

DSA está históricamente arraigado en una escisión derechista de la Cuarta Internacional y el Socialist Workers Party dirigida por Max Shachtman, uno de los miembros fundadores del movimiento trotskista en los EEUU y uno de los principales propagandistas y escritores. Shachtman, junto al profesor de la Universidad de Nueva York James Burnham y a Martin Abern, miembro del Comité Nacional del SWP, reaccionó al pacto de no agresión entre Stalin y Hitler en agosto de 1939 renunciando a la defensa que hacía la Cuarta Internacional de la Unión Soviética contra el imperialismo y afirmando que la propia URSS era un Estado imperialista.

Shachtman pronto adoptó la posición de Burnham de que no quedaba nada de las conquistas históricas de la Revolución de Octubre. La Unión Soviética se había vuelto una nueva forma de sociedad de clase, que Burnham llamó "colectivismo burocrático", y la burocracia estalinista se había convertido en una nueva clase dirigente. Aunque lo negó Shachtman, ello era parte de una tendencia más generalizada que pasó a ser conocida como "capitalismo de Estado". Se sacaba de encima el análisis de la Cuarta Internacional de la Unión Soviética bajo la dictadura estalinista como un "Estado obrero degenerado". A pesar de los crímenes y depredaciones de Stalin, la Unión Soviética todavía se basaba en las relaciones de propiedad nacionalizada establecidas por la Revolución de Octubre y podía salvarse de la restauración capitalista mediante una revolución política de la clase trabajadora soviética para derrocar a la burocracia y restaurar la democracia proletaria y el programa revolucionario de la revolución socialista mundial.

Como explicó Trotsky en una serie de brillantes polémicas escritas a lo largo de la lucha de facciones de 1939-1940 dentro del SWP, compiladas bajo el título En defensa del marxismo, en el centro de la política de la facción minoritaria dirigida por Shachtman estaba el rechazo del papel revolucionario de la clase trabajadora y la negación de cualquier posibilidad de revolución socialista.

La perspectiva desmoralizada de Shachtman y Burnham reflejaba dentro del SWP el volantazo derechista de toda una capa de intelectuales pequeñoburgueses que habían simpatizado con Trotsky pero se movieron rápidamente para repudiar la Revolución de Octubre y el socialismo revolucionario y alinearse tras el imperialismo estadounidense mientras la administración de Roosevelt se preparaba para ingresar en la Segunda Guerra Mundial. Shachtman pasó a ser el dirigente de una facción pequeñoburguesa que se escindió del SWP en la primavera de 1940. A semanas de la escisión, Burnham renunció al socialismo y rápidamente se volvió el dirigente ideológico del conservadurismo anticomunista estadounidense. A Shachtman le tomó algo más de tiempo, pero la lógica de su política pequeñoburguesa lo llevó para finales de los '40 a adoptar el anticomunismo de la Guerra Fría. Llegó a ser asesor político de la AFL-CIO y, antes de morir en 1972, un defensor de los bombardeos de Nixon a Vietnam del Norte.

Al lavarle la cara al estalinismo y al PC estadounidense, DSA no está renunciando a sus raíces antisoviéticas y anticomunistas. Su fundador, Michael Harrington, un protegido político de Shachtman, era un simpatizante de la Guerra Fría, el Partido Demócrata y la burocracia sindical. DSA sigue denunciando a la Unión Soviética desde la derecha y equipara a la Revolución de Octubre con el régimen despótico estalinista establecido sobre la base de traicionarla.

El anticomunismo subyacente de DSA y los grupos del capitalismo de Estado en todo el mundo nunca les impidió formar bloques con tendencias estalinistas en oposición al trotskismo y la independencia política de la clase trabajadora. Lo que hoy Jacobin y DSA encuentran digno de encomio en la historia del PC de los EEUU es precisamente su papel contrarrevolucionario durante la época del Frente Popular de los '30 —cuando apoyaba la sangrienta destrucción de la Revolución española, los montajes y las ejecuciones de los Juicios de Moscú, y la subordinación del CIO a Roosevelt y el Partido Demócrata.

Voluntarios republicanos, armados con escopetas y revólveres, encargándose de una barricada de ladrillos durante una batalla callejera en Barcelona el 22 de julio de 1936. (Foto AP)

La glorificación de Ibárruri por Jacobin y DSA no es de ninguna manera una aberración. Es parte de una promoción calculada del estalinismo y el Partido Comunista estadounidense como modelos para radicalizar a los trabajadores y jóvenes de hoy. A lo largo de los últimos meses, Jacobin ha estado dando protagonismo a personajes estalinistas de los '60 y los '70 como Angela Davis y publicó articulos elogiando el legado supuestamente revolucionario del Partido Comunista de los EEUU.

Solo este mes, el 5 de diciembre, Jacobin publicó una reseña de un nuevo libro sobre Amazon (la reseña llevaba por título "Resistirse a Amazon no es inútil") atribuyéndole al "líder del Partido Comunista" William Z. Foster la publicación de una monografía basada en la huelga acerera de 1919 que "se volvió una hoja de ruta no solo para los éxitos organizativos industriales del CIO de los '30, sino para dirigir luchas organizativas contemporáneas". Foster desempeñó un papel en la huelga, que fue derrotada al final, pero pasó a ser un leal funcionario estalinista, defensor de los Juicios de Moscú y feroz opositor del trotskismo, y encabezó el PC de los EEUU de 1945 a 1957. Publicó la monografía sobre el acero en el fatídico año de 1936.

En agosto de 2017, Jacobin publicó un artículo del editor fundador Bhaskar Sunkara y el vicedirector nacional del DSA Joseph M. Schwartz titulado "¿Qué tienen que hacer los socialistas?". El artículo presentaba el papel del PC de los EEUU durante el período del Frente Popular como un modelo para hoy. Los autores escribían:

En última instancia, los socialistas deben ser tanto tribunos del socialismo como los mejores organizadores. Así fue como el Partido Comunista creció rápidamente desde 1935-1939. Se erigieron como la izquierda del CIO y de la coalición del New Deal, y crecieron de veinte mil a cien mil miembros durante ese período... el Frente Popular fue la última vez que el socialismo tuvo alguna presencia de masas en los Estados Unidos —en parte porque, a su manera, los comunistas arraigaban sus luchas por la democracia dentro de la cultura política estadounidense mientras intentaban construir un movimiento obrero verdaderamente multirracial.

El año pasado, Sunkara publicó El manifiesto socialista, que pretende delinear una estrategia para construir un movimiento socialista de masas en los Estados Unidos. En él, elogia el apoyo del PC de los EEUU a Roosevelt y el Partido Demócrata durante la Depresión y despotrica contra la oposición del dirigente del Partido Socialista Norman Thomas a Roosevelt y su decisión de hacer una campaña presidencial independiente en 1936. Escribe:

En las elecciones presidenciales de 1936, los trabajadores de todo el país estaban tomando la decisión racional de apoyar al Partido Demócrata, deseoso de continuar con las reformas de Roosevelt y reconocer las barreras institucionales a las políticas independientes. El séquito de Thomas no podía ofrecer una estrategia para superar ninguna de esas barreras y tampoco siquiera una manera de no contrapesarse a las mejores reformas del New Deal. Solo tenían consignas sobre oponerse a los partidos capitalistas. Irónicamente, el Partido Comunista, más radical, era más capaz de identificarse con los simpatizantes de Roosevelt...

La cuestión hoy es si podemos llevar a la izquierda a la política principal —modulando nuestra retórica, arraigándonos en la vida cotidiana— y al mismo tiempo construir un proyecto de políticas obreras independientes que pueda ser más que la leal oposición de los progresistas. Dicho de otra manera, ¿podemos hacer del socialismo el americanismo del siglo veintiuno, sin perder el alma en el proceso (ni vestirnos como Paul Revere)? (Bhaskar Sunkara, The Socialist Manifesto: The Case for Radical Politics in an Era of Extreme Inequality, Nueva York, 2019, págs. 179, 181.)

Sunkara prosigue criticando a William Z. Foster y el PC por apoyar la campaña presidencial del Partido Progresista de Henry Wallace en 1948 en vez de apoyar al demócrata Harry Truman. Critica al PC no desde la izquierda —por promocionar a Wallace como una distracción para socavar el sentimiento creciente en la clase obrera en ese tiempo por una ruptura con los demócratas y el establecimiento de un partido obrero— sino desde la derecha —como un alejamiento desafortunado del anterior apoyo del PC a los demócratas.

¿Por qué DSA se vuelve hoy hacia el estalinismo? Hay que verlo en el contexto de, y como respuesta a, una descomposición cada vez más rápida del capitalismo estadounidense y mundial y la apertura de un nuevo período de revolución socialista.

DSA es un apéndice del Partido Demócrata. No tiene nada que ver con el socialismo genuino. Responde a la desintegración visible de la democracia estadounidense, el giro de sectores sustanciales de la clase gobernante al fascismo y la dictadura, el crecimiento del militarismo, los niveles cada vez más grotescos de desigualdad social, el descrédito de todas las instituciones del capitalismo, el crecimiento de un sentimiento anticapitalista de masas y, sobre todo, el resurgimiento de la lucha de clases en los EEUU y en el mundo volviéndose hacia las fuerzas y tradiciones políticas más reaccionarias.

Todos estos procesos y contradicciones han sido inmensamente agravados por la pandemia global de COVID-19, que ha socavado fatalmente e irreversiblemente la legitimidad del capitalismo ante miles de millones de trabajadores en todo el mundo y decenas de millones en los Estados Unidos.

Trabajadores con equipo protector personal puesto enterrando cadáveres en una trinchera en la isla Hart, ciudad de Nueva York, el 9 de abril de 2020 (Foto AP/John Minchillo)]

En muchos sentidos, la crisis actual del capitalismo es más aguda que la que desencadenó el estallido de la Primera Guerra Mundial, que llevó a la Revolución de Octubre y al establecimiento del primer Estado obrero de la historia, y las convulsiones revolucionarias y contrarrevolucionarias que dominaron las siguientes tres décadas, incluyendo los años de la Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Desde esa época, todas las burocracias y partidos obreros de masas sobre los que se apoyaba la burguesía —estalinistas, socialdemócratas, abiertamente procapitalistas como en los EEUU— se han desintegrado. La clase trabajadora ha crecido inmensamente en número y se volvió mucho más interconectada globalmente, lo que asegura que la nueva oleada de luchas obreras de masas asuma una forma internacional.

El centro de esta crisis mundial es el capitalismo estadounidense, que ha sufrido un debilitamiento dramático desde los '30, los '40 y el período del boom de posguerra. Hace mucho tiempo que perdió su posición como motor industrial del mundo. Décadas de desindustrialización y financiarización han empeorado el parasitismo del capitalismo estadounidense y produjo la expresión más cruda de decadencia —el crecimiento impactante de la desigualdad social.

Lo más crítico y espeluznante de todo, desde el punto de vista de la burguesía y sus agencias subsidiarias tales como DSA, es el inmenso crecimiento en influencia y autoridad del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), el movimiento trotskista mundial, en la clase trabajadora estadounidense y mundial, así como entre la juventud y sectores progresistas de la intelectualidad.

Los opositores de clase media de la revolución socialista que controlan DSA son bien conscientes del crecimiento del número de lectores del World Socialist Web Site, particularmente entre los trabajadores. Les atemoriza la creciente autoridad e influencia en la clase trabajadora de los Partidos Socialistas por la Igualdad en los EEUU y en el mundo, que se refleja en el crecimiento de los comités de base en fábricas y lugares de trabajo independientes de los sindicatos favorables a las empresas. Ven con horror el desmantelamiento que hizo el WSWS del intento del New York Times, mediante su "Proyecto 1619", de promover políticas raciales y dividir a la clase trabajadora falsificando la historia estadounidense y negando el legado progresista de las dos grandes revoluciones democráticas de Estados Unidos —la Revolución americana y la Guerra Civil.

Hay un fuerte elemento de preparativos para la defensa en el giro de DSA y Jacobin hacia el sucio legado del estalinismo. Está dirigido sobre todo contra nuestro movimiento, que personifica las tradiciones revolucionarias y el programa del marxismo y de la Revolución de Octubre. En el nuevo período de revolución socialista, el trotskismo y el CICI se constituirán en polo de atracción para millones de trabajadores que están buscando una salida de la barbarie capitalista.

(Publicado originalmente en inglés el 24 de diciembre de 2020)

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