Español

Élite gobernante británica acalla sobre golpe en Washington, dirige ataques contra China

El Gobierno británico se ha esforzado para restarle importancia al intento de golpe de Estado el 6 de enero por parte del presidente saliente de Estados Unidos, Donald Trump, secciones del complejo de inteligencia y militar y sus partidarios fascistas.

El primer ministro Boris Johnson tuvo que ser presionado repetidamente antes de criticar a Trump por alentar a “la gente a asaltar el Capitolio” y arrojar “dudas sobre el resultado de unas elecciones libres y justas”. La ministra del Interior, Priti Patel, dijo que el hecho de que Trump no “condenara esa violencia” era “completamente incorrecto”, mientras que el secretario de Relaciones Exteriores, Dominic Raab, se refirió solo a los “acontecimientos impactantes” en el Capitolio.

En contraste con su respuesta acallada sobre los peligros fascistas en el corazón del imperialismo mundial y el centro del mando militar nuclear, los ministros del gabinete conservador se han centrado en denunciar a China como la amenaza inminente a los derechos democráticos.

Portaaviones británicos HMS Prince of Wales y HMS Queen Elizabeth anclados en el muelle de Portsmouth, noviembre 2020 (crédito: WSWS)

El lunes, Johnson utilizó una cumbre ambiental mundial para denunciar la “medicina demente” china para la pandemia de Covid-19. Al día siguiente, Raab acusó a China de abusos contra los derechos humanos a “escala industrial” contra los musulmanes uigures. Tras afirmar que Reino Unido tenía el “deber moral” de defender la democracia, anunció nuevos controles a las exportaciones de empresas británicas y pidió a las Naciones Unidas que dirigieran una investigación sobre las denuncias de trabajo forzoso.

La élite política británica tiene sus razones para desviar la atención de los acontecimientos en Washington. Al igual que sus homólogos republicanos y demócratas, no quieren ninguna indagación de la conspiración fascista porque han participado en su construcción.

Durante cuatro décadas, Estados Unidos y el Reino Unido han estado a la vanguardia de una contrarrevolución social contra la clase trabajadora que se ha avanzado bajo Gobiernos conservadores y laboristas, así como republicanos y demócratas. Es por eso que la élite gobernante del Reino Unido ha apoyado con entusiasmo a Trump, y Johnson pidió anteriormente que Trump fuera galardonado con el Premio Nobel de la Paz. El Partido Laborista ha sido igualmente silencioso en su respuesta al intento de golpe, y el líder del partido sir Keir Starmer también omitió cualquier mención de Trump en su condena de las “escenas horrendas” en Washington.

El apoyo de los partidos a la inmunidad colectiva, que ha visto a Reino Unido registrar una de las tasas de muertes per cápita por COVID-19 más altas del mundo, fluye del impulso para extraer la máxima plusvalía de la clase trabajadora, independientemente del costo humano. Tales niveles de explotación y la miseria social que los acompaña son incompatibles con la democracia. El corolario de esto es la intensificación del nacionalismo, el militarismo y la guerra en un intento por dirigir las tensiones sociales hacia afuera.

Como ha analizado el WSWS, el COVID-19 ha actuado como un acelerador de las contradicciones acumuladas del capitalismo global, incluida la exacerbación de las tensiones y los conflictos entre las potencias imperialistas y las crecientes amenazas de guerra contra Rusia y especialmente China.

En su resolución del Quinto Congreso de 2020, el Partido Socialista por la Igualdad (Reino Unido) explicó: “Al igual que en la invasión de Irak en 2003, Gran Bretaña sigue desempeñando el papel de agente provocador de los Estados Unidos, como lo demuestra su utilización de los aún inexplicables envenenamientos de Skripal contra Rusia y el aprovechamiento de su antiguo papel colonial en Hong Kong como una garra contra China. Más temprano que tarde, el imperialismo británico no tendrá más remedio que intentar resolver su desesperada situación en una explosión de violencia militar”.

La Administración de Trump había acelerado el giro hacia Asia bajo Obama, con el objetivo de cercar y amenazar a China, y la pandemia le dio una urgencia renovada. En julio, Mike Pompeo, el secretario de Estado de Trump, elevó las apuestas en esta temeraria y peligrosa confrontación, exigiendo que el Reino Unido y Europa se mantengan fieles a la postura agresiva de Washington.

Si bien las grandes corporaciones no han abandonado en modo alguno sus planes y objetivos de desarrollar relaciones económicas con China, la postura pública del Gobierno británico es ferozmente antichina y trasciende todos esos planes. El Gobierno ya había abandonado su discurso anterior de establecer una nueva “edad de oro” en las relaciones entre Beijing y Londres después del brexit o salida de la UE y había prohibido a Huawei instalar la red 5G del Reino Unido en respuesta a las sanciones de Estados Unidos.

Con las declaraciones de Pompeo fue más allá, utilizando la represión de las manifestaciones a favor de la democracia en Hong Kong para declarar una “clara y grave violación” del acuerdo de 1985 entre el Reino Unido y China sobre los términos del regreso de la excolonia británica a Beijing en 1997. Posteriormente, la misma Administración conservadora que cimentó su apoyo al brexit sobre la nociva base de frenar la inmigración anunció que ampliaría los derechos de residencia británica a casi tres millones de ciudadanos de Hong Kong. Esto ha pregonado medidas como sanciones financieras, impulsadas por grupos de presión de derecha y centros de pensamiento como la Henry Jackson Society, la cual pide el “desacoplamiento” del Reino Unido de China, y el recién formado China Research Group dirigido por los diputados conservadores Tom Tugendhat y Neil O'Brien.

En noviembre, el Comité Selecto de Asuntos Exteriores, presidido por Tugendhat, afirmó haber encontrado “pruebas alarmantes” de la interferencia china en las universidades británicas. A esto le siguió una corriente de propaganda hostil, alegando una “infiltración masiva de las empresas del Reino Unido por parte del Partido Comunista Chino”, e incluso historias espeluznantes de “trampas de miel” de “hermosas mujeres chinas ... que se teme que se han acostado con funcionarios del Reino Unido para robar secretos”. La prohibición de Huawei se adelantó seis años, hasta septiembre de 2021.

Esta campaña no tiene nada que ver con los derechos democráticos de los uigures ni los residentes de Hong Kong. El imperialismo británico tiene una larga y sangrienta historia en China, desde la Primera Guerra del Opio de 1839, en la que se apoderó de Hong Kong y se convirtió en sinónimo de dominio colonial, opresión y miseria social. Más bien, el cálculo es que, ya sea bajo Trump o Biden, Washington continuará intensificando su política anti-China y el Reino Unido debe posicionarse como un gran aliado.

Los laboristas comparten este enfoque, y la secretaria de Relaciones Exteriores en la sombra, Lisa Nandy, ha condenado al Gobierno por “seguir adelante con las inversiones chinas sin tomar en cuenta las consecuencias para la seguridad nacional durante demasiado tiempo”.

El Reino Unido no solo se está enfrentando a Beijing sino también a la Unión Europea (UE), especialmente Alemania. En enero, la UE llegó a un acuerdo de inversión con China, en contra de las demandas de Washington.

En contra de esto, Londres se ha convertido en la base de los esfuerzos para frustrar cualquier oposición a los dictados estadounidenses. Esto fue subrayado por la declaración de Nathan Law, uno de los líderes de las protestas de Hong Kong, en The Guardian, el 21 de diciembre, anunciando que había solicitado asilo político en el Reino Unido.

Law es una de las muchas figuras de la oposición pequeñoburguesa en Hong Kong cuya afirmación de estar preocupada por los derechos democráticos es desmentida por sus estrechas relaciones con Washington. Hostil a cualquier ajuste de cuentas de la clase trabajadora china con el régimen procapitalista estalinista, Law ha pedido repetidamente a Estados Unidos que intervenga contra Beijing por su represión en Hong Kong y se reunió con Pompeo en Londres en julio, inmediatamente después del provocador discurso de este último.

En su artículo, Law advirtió que Beijing estaba “construyendo alianzas con la UE” para posicionarse como “una alternativa al unilateralismo estadounidense... En Estados Unidos, adoptar un enfoque intransigente hacia China y posicionarla como uno de los mayores enemigos del país es ahora un consenso bipartidista. Este no es el caso en el Reino Unido y la UE; ese consenso debe construirse. Esta es la razón por la que abordé un avión con destino a Londres”.

El Gobierno conservador de Boris Johnson está reformulando la Ley de Traición de 1351 para criminalizar a aquellos que se considere que tengan alguna lealtad hacia una potencia u organización extranjera, algo similar a los pasos tomados en Australia, y ha autorizado acciones criminales por parte de las fuerzas británicas en su Proyecto de Ley de Operaciones en el Extranjero. El Partido Laborista se abstuvo para permitir su aprobación.

Los peligros son subrayados por la invitación de Londres a India, Corea del Sur y Australia a la cumbre del G7 de este año para consolidar la alianza liderada por Estados Unidos contra China. Esto sigue a un aumento del gasto militar del Reino Unido con £16.5 mil millones adicionales y el despliegue del portaaviones de la Armada Real, el HMS Queen Elizabeth, en los próximos meses en el mar de China Meridional como parte de los ejercicios militares con armas nucleares de Estados Unidos y Japón.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 18 de enero de 2021)

Loading