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Perspectiva

La catástrofe en Texas y la necesidad del socialismo

Continúa el desastre colosal en el estado americano de Texas. Más de 14 millones de personas siguen sin agua potable, es decir, más que la población entera de países como Portugal y Bélgica.

El colapso de la infraestructura eléctrica empeoró lo que ya era una situación sumamente difícil para muchos tejanos. Debido al clima subtropical usualmente árido o húmedo, muchos tejanos no tienen ropa para el frío, como abrigos pesados y botas para la nieve, que cubrió gran parte del estado durante la última semana y media. Las temperaturas apenas comienzan a calentar.

Con las tuberías congeladas y los apagones recurrentes, han salido a la superficie incontables historias de terror por todo el estado. Las familias escuchaban en la oscuridad cómo retrocedían las aguas negras hacia las bañeras e inodoros. La rotura de las tuberías maestras de agua inundó casas y destruyeron inapreciables álbumes de fotos y otras reliquias familiares. Los carámbanos colgaban las luces del techo.

José Blanco, a la derecha, llena un botellón con agua en el grifo de un parque mientras otros esperan en fila en Houston (AP Photo/David J. Phillip)

Largas filas se formaron fuera de las tiendas de comestibles, donde los estantes ya habían quedado vaciados. Las estaciones de gasolina quedaron desabastecidas. Los pacientes de diálisis perdieron sus citas. Las llamadas de emergencia no fueron atendidas. Los trabajadores hospitalarios tuvieron que recibir a pacientes en parqueos bloqueados por nieve.

Muchos residentes huyeron a los hoteles para escapar las gélidas temperaturas de sus hogares, solo para verse despertados por las alarmas de sus hoteles al estallar las tuberías. Las residencias, los caminos, los puentes, las escuelas y los lugres de trabajo simplemente no fueron construidos para aguantar heladas.

Esta catástrofe golpeó a una población que ya había atravesado un año de contagios de coronavirus descontrolados y la devastación económica que acompañó la pandemia. La distribución de la vacuna del coronavirus se paralizó.

Congelados, tosiendo y estornudando, las familias se apiñaron en centros con calefacción establecidos apresuradamente, lo que sin duda aceleró la propagación de la enfermedad. Y la desesperación por calentarse desembocó inevitablemente en tragedias, como la desgarradora muerte de una abuela y tres niños en un incendio de una casa en Sugar Land.

Texas es el segundo estado más poblado de Estados Unidos, con 29 millones de habitantes. Una parte importante de la industria pesada estadounidense, de las infraestructuras de telecomunicaciones y energía, de la producción de alimentos y de las operaciones logísticas se han construido en el estado, ya que las corporaciones se han aprovechado de la mano de obra más barata, de la disponibilidad de tierras y de la ausencia casi total de regulaciones. La enorme clase trabajadora de Texas, procedente de todo el mundo, se concentra en enormes áreas metropolitanas como Houston, la cuarta más grande de Estados Unidos, San Antonio, la séptima, y Dallas, la novena.

La catástrofe de Texas es un desastre provocado por el hombre, el último de una larga lista de desastres similares, como la crisis energética de California (2000-2001), el huracán Katrina (2005), el desastre de las inundaciones de Houston en 2017 y muchos otros.

El último desastre en Texas es el producto de la avaricia corporativa y de una conspiración de décadas entre los políticos del estado y los conglomerados energéticos para exprimir a la población del estado y maximizar sus ganancias.

Los conspiradores aislaron la infraestructura energética de Texas de la red nacional, para así evitar las regulaciones nacionales que habrían mitigado el impacto de la tormenta invernal de este mes. Los peligros eran conocidos, especialmente desde que una nevada en 2011 produjo una cascada similar de apagones.

El tinglado energético en Texas es el producto de décadas de privatización y desregulación, incluyendo una medida decisiva patrocinada por un demócrata, Steven D. Wolens, y aprobada por la cámara legislativa estatal en 1999 conocida como Proyecto de Ley del Senado 7. La medida fue respaldada por la posteriormente desprestigiada empresa energética Enron. El montaje que estableció se utilizó para generar miles y miles de millones de dólares en ganancias que fluyeron a través de Wall Street y hacia los bolsillos de los ultrarricos.

Este esquema lucrativo fue la causa directa de la oleada de apagones en todo el estado este mes: la producción de energía no pudo mantenerse debido a que no se preparó ni se aisló adecuadamente la infraestructura de producción energética, y la aislada red de Texas no pudo satisfacer la aumentada demanda debido a las gélidas temperaturas.

El mismo principio capitalista que subyace a la catástrofe de Texas está detrás de la respuesta catastrófica del Gobierno a la pandemia de coronavirus: se priorizan las ganancias sobre las medidas necesarias para proteger la vida humana. El peso de las consecuencias, como siempre, recae sobre los hombros de la clase trabajadora. En Texas se han producido 42.000 muertes por el coronavirus, y aunque el número de muertos por el colapso de la infraestructura energética y del agua sigue siendo incierto, el recuento oficial ha ascendido a 58.

La respuesta de la clase dirigente a la catástrofe fue resumida más claramente por Tim Boyd, el alcalde republicano de Colorado City, Texas, quien exclamó con un regocijo sanguinario en las redes sociales que “sólo los fuertes sobrevivirán” y el resto “perecerá”.

“Nadie les debe nada [ni] a sus familias”, declaró, “¡ni es responsabilidad del Gobierno local apoyarlos en momentos difíciles como éste!”. Una rápida protesta popular lo obligó a renunciar, pero nunca se retractó.

Boyd pronunció lo que es esencialmente la política de todos los Gobiernos capitalistas a todos los niveles y en todo el mundo ante cualquier desastre.

La experiencia de la catástrofe de Texas dejará su inevitable marca en la conciencia popular tanto dentro como fuera de Texas.

La indignación hacia la banda de reaccionarios e ignorantes jactanciosos que conforman la cúpula del Partido Republicano en Texas está totalmente justificada, incluida la dirigida contra el senador estadounidense y coconspirador de Trump, Ted Cruz, quien se fue de vacaciones de lujo a Cancún en el momento más grave de la crisis. Los republicanos tejanos que niegan el cambio climático, titilando en el centro de la atención mundial, agitan sus brazos y afirman de forma descabellada de que la crisis es en realidad culpa de las energías renovables.

Mientras tanto, los demócratas intentan presentarse como críticos, con la esperanza de convertirse en beneficiarios políticos del desastre de Texas. Entre ellos se encuentran Alexandria Ocasio-Cortez y Cory Booker, que recientemente organizaron un truco publicitado de recaudación de fondos en el que se recaudaron 3 millones de dólares para organizaciones benéficas de Texas, una suma insignificante en comparación con la magnitud del desastre.

En estados como California, el más poblado de Estados Unidos, los demócratas han sido los que han presidido la decadencia y el abandono de las infraestructuras esenciales durante décadas, en consonancia con la política de la era Clinton de “acabar con el gran Gobierno”, es decir, la desregulación, y la privatización en general.

Ya es hora de que la clase trabajadora le diga a la oligarquía capitalista: ¡Basta! Cada vez que los dejamos a ustedes y a sus cómplices políticos al mando, el resultado es una catástrofe total. Cada vez que les confiamos un problema social —como la lucha contra la pandemia, el mantenimiento de la infraestructura en Texas, la lucha contra el cambio climático o el progreso hacia la igualdad social— en todos los casos, no consiguieron más que enriquecerse. ¡Su tiempo se ha acabado! Ahora es el momento de que otra clase tome el timón.

La catástrofe de Texas, que sigue un patrón de catástrofes similares desde hace décadas, es una condena a todo el orden social capitalista. El capitalismo ha demostrado una y otra vez ser impermeable a la ciencia y la razón, patológicamente irracional, incapaz de mover un dedo para abordar cualquier problema social, deleitándose con lucros cada vez mayores mientras miles de personas mueren a diario.

La catástrofe de Texas, que se produce en medio de la pandemia de coronavirus, que ha matado a medio millón de personas en Estados Unidos, hace urgente la abolición del sistema capitalista y su sustitución por el socialismo.

El Partido Socialista por la Igualdad insiste en que los responsables de la catástrofe deben rendir cuentas, incluso mediante detenciones y enjuiciamientos. La negligencia y la avaricia de los directores y ejecutivos de los conglomerados energéticos y sus cómplices en el Gobierno estatal condujeron directamente a muertes y una destrucción que, sin duda, alcanzará a decenas, si no cientos, de miles de millones de dólares en consecuencias económicas.

Las enormes ganancias que obtuvieron con el chanchullo energético de Texas durante las décadas anteriores deben ser rastreadas e incautadas, incluso de los bancos de Wall Street y los fondos de inversión a través de los cuales fluyeron. Las ganancias deben utilizarse para compensar a las víctimas y reparar los daños.

Los conglomerados energéticos deben ser expropiados, arrebatados de las manos de los oligarcas capitalistas y transformados en servicios públicos controlados democráticamente. El afán de lucro de los oligarcas podrá así sustituirse por una planificación científica para hacer frente al cambio climático, pasar a las energías renovables y desarrollar infraestructuras más sólidas en previsión de futuros fenómenos meteorológicos extremos.

El cambio climático, que probablemente producirá cada vez más fenómenos meteorológicos extremos, junto con las enfermedades infecciosas, son retos que requieren una coordinación y planificación globales.

La lucha por estas medidas requiere la movilización de la principal fuerza social que se beneficiaría de su aplicación, la clase obrera internacional, que se enfrenta a una lucha paralela en todos los ámbitos de la vida social y económica del mundo.

El trabajo de la clase obrera es la base de la civilización humana moderna, y la experiencia de la pandemia mundial no ha hecho más que subrayar su papel social fundamental, con el término “trabajadores esenciales” entrando en el lenguaje popular.

La lucha por el poder de la clase obrera significa una lucha por desarrollar la conciencia socialista en la clase obrera y una ruptura con todo el marco podrido de la política burguesa, que está implicada de arriba a abajo en una catástrofe tras otra.

La lucha por el socialismo requiere a su vez el desarrollo de una dirección política independiente y comprometida con los principios socialistas, organizada globalmente y que represente toda la continuidad histórica y la experiencia acumulada del movimiento obrero internacional desde el desarrollo del socialismo científico en la época de Karl Marx. Esto es lo que encarna el Partido Socialista por la Igualdad en EE.UU. y sus partidos hermanos en todo el mundo en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 21 de febrero de 2021)

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