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Perspectiva

¡Un programa de emergencia para detener la nueva ola global del COVID-19!

Durante los últimos dos meses, los nuevos casos diarios de COVID-19 a nivel global han aumentado más de 60 por ciento, alimentados por variantes más peligrosas y mortales de la enfermedad. En cuestión de semanas, advierten los expertos de salud pública, la cifra de nuevos casos diarios globales que se aproxima a 600.000 alcanzará los niveles más altos desde el inicio de la pandemia.

En muchos países esto ya está ocurriendo. El sábado, India alcanzó 100.000 nuevos casos diarios de COVID-19, un nuevo máximo y un nivel nueve veces mayor que a inicios de 2021.

Los maestros, padres y niños marchan en Brooklyn, Nueva York, para protestar la reapertura de las escuelas públicas en la ciudad, en medio de una amenaza de los docentes a hacer huelga, 1 de septiembre de 2020 (AP Photo/Mark Lennihan)

Francia registró el domingo un récord de 60.922 nuevos casos diarios. Turquía tuvo 41.000, un aumento de siete veces en cuestión de meses. En Ucrania, más de 400 personas mueren cada día, y solo 250.000 de una población de 40 millones han recibido la primera dosis de la vacuna. En Polonia, las infecciones son ahora 60 veces mayores que al comienzo de la pandemia.

En toda Europa del Este, los hospitales están llenos, y los expertos en salud de Alemania y Francia advierten que sus sistemas sanitarios estarán totalmente desbordados en cuestión de semanas. En Brasil, con casi 3.000 muertes al día, los hospitales y los depósitos de cadáveres están desbordados y se están desenterrando los cuerpos de las tumbas para hacer campo para los nuevos fallecidos.

En Estados Unidos, algunas zonas del centro del país están experimentando un aumento masivo de nuevos casos, y Michigan —el corazón de la industria automotriz de Estados Unidos— ha alcanzado el mayor número de casos diarios desde el comienzo de la pandemia.

Gran parte del aumento se debe a las nuevas variantes de la enfermedad, que, a diferencia de las anteriores, afectan de forma desproporcionada a los jóvenes. Según las cifras publicadas por el estado de Michigan, más del 40 por ciento de los grandes brotes del estado se centran en escuelas, guarderías y recintos de enseñanza superior.

“Estamos empezando esta ola y negarla no nos va a ayudar”, advirtió el experto en enfermedades infecciosas Michael Osterholm. “Estamos caminando hacia la boca de este virus monstruoso como si de alguna manera no supiéramos que está aquí, y lo está”. Y añadió: “Es el momento de hacer todo lo que debemos hacer para frenar la transmisión, no abrir todo”.

Pero en todo el mundo, los Gobiernos están haciendo exactamente lo contrario, acelerando sus esfuerzos para abandonar todas las medidas de contención de la enfermedad. En Estados Unidos, el Gobierno de Biden está encabezando la campaña para reabrir las escuelas, y solo en la última semana, los gobernadores de Washington, Massachusetts y Ohio anunciaron medidas para reabrir las escuelas.

Negándose a cerrar los negocios para contener la enfermedad, el presidente francés Emmanuel Macron reiteró la semana pasada: “Vamos a vivir con el virus”. Macron dijo que la sociedad debe “tomar en cuenta las consecuencias” de las medidas para detener la enfermedad en “la economía”.

Macron estaba articulando el principio que ha guiado la respuesta de todos los países de Europa y América del Norte a la pandemia. En lugar de aplicar las medidas de salud pública necesarias para erradicar el COVID-19, los Gobiernos capitalistas decidieron desde un principio hacer que la población “viviera con el virus”, porque tomar las medidas necesarias para detenerlo afectaría las ganancias de las grandes empresas.

Los defensores de esta política han argumentado que permitir que la pandemia se propague generará “inmunidad colectiva”. Una vez que un número suficiente de personas se infecte, junto con la vacunación, la enfermedad desaparecerá por sí sola, declaran.

Esta política ha llevado al desastre, pretendiendo que soltar las riendas de la enfermedad la haría desaparecer. En cambio, ha conducido a la creación de nuevas variantes de COVID-19 más virulentas y letales. Además de hacer que las personas sean más susceptibles a infectarse de nuevo, las variantes han degradado parcialmente la eficacia de al menos algunas vacunas, desperdiciando una de las armas más potentes disponibles para suprimir el COVID-19.

Es necesario tomar medidas de emergencia para detener la propagación del virus y la muerte de millones de personas. El Comité Internacional de la Cuarta Internacional exige las siguientes acciones urgentes:

Toda la producción no esencial debe detenerse inmediatamente hasta que la enfermedad esté bajo control. Esto incluye toda la fabricación de productos que no estén directamente relacionados con la infraestructura social básica, así como todo el comercio minorista no esencial y los locales para comer en el sitio. A diferencia de los cierres parciales implementados en marzo de 2020, la suspensión de la producción no esencial debe ser total, y los ejecutivos de las empresas que violen las directrices de salud pública deben ser encarcelados. Todos los trabajadores deben recibir sus salarios al 100 por ciento, ya sea por el trabajo a distancia o, cuando el trabajo a distancia sea imposible, para compensarles totalmente por la pérdida de ingresos durante todo el tiempo que estén suspendidos.

Todos los comerciantes independientes, los contratistas y los propietarios de pequeñas empresas deben recibir una compensación completa por todas las pérdidas de ingresos que resulten de la paralización de la producción no esencial.

Toda la educación presencial debe ser suspendida inmediatamente y sustituida por clases a distancia. Deben destinarse miles de millones de dólares para garantizar que cada niño y adolescente disponga de su propio ordenador portátil moderno y de un servicio de Internet de alta velocidad, junto con un entorno de aprendizaje seguro, espacioso y confortable en casa.

Hay que ampliar masivamente el sistema de salud pública y contratar a decenas de miles de coordinadores de salud. Erradicar el COVID-19 significa tratar cada contagio y exposición como una emergencia. Todas las personas infectadas o expuestas a la enfermedad deben tener acceso inmediato y oportuno a personal de salud, enfermeros y médicos que puedan controlar sus síntomas y ayudarles a ponerse en cuarentena de forma segura sin infectar a otros.

Deben asignarse varios billones de dólares para la creación de un programa de vacunación mundial. La distribución de las vacunas debe ser administrada por científicos y expertos en salud pública con el cometido de proteger a todo el mundo. No debe estar sujeta a los intereses geopolíticos de las élites gobernantes capitalistas en competencia.

Hace ocho meses, el Partido Socialista por la Igualdad (EE.UU.) adoptó una resolución en su Congreso en la que hacía un balance de la pandemia y de la respuesta de la clase dominante a la misma. Comparando la pandemia con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la resolución afirmaba: “Cuando empezó la Primera Guerra Mundial, todos los beligerantes asumían que terminaría relativamente rápido. Sin embargo, el conflicto se prolongó y se prolongó, año tras año, porque las élites gobernantes capitalistas, que dictaban las políticas gubernamentales, consideraron que era un coste aceptable sacrificar la vida de millones de trabajadores para lograr sus intereses geoestratégicos en el conflicto”.

Ahora, 14 meses después del inicio de la pandemia, la catástrofe no solo continúa, sino que empeora. Los trabajadores de todo el mundo, influenciados por la propaganda de las élites gobernantes, pueden haber querido una “tregua”, pero no hay tregua. Esto se debe a que la clase dominante no está dispuesta a tomar las medidas necesarias para detener la matanza en curso.

La lucha contra la pandemia no es simplemente una cuestión médica. Requiere una lucha política de la clase obrera contra el sistema capitalista.

Las medidas necesarias para detener la pandemia deben ser financiadas a través de un ataque frontal contra la riqueza de la oligarquía capitalista. Desde marzo de 2020, la riqueza de los milmillonarios en los EE.UU. ha aumentado en un 44 por ciento o en $1,3 billones, además de orgías similares de acumulación de riqueza en todos los otros países capitalistas.

Esta riqueza debe ser aprovechada y utilizada para contener la pandemia. Las gigantescas corporaciones que controlan la vida económica deben ser transformadas en empresas públicas, gestionadas con base en las necesidades sociales, el control democrático y un plan racional, no el lucro privado.

Sobre todo, una respuesta a la pandemia en pro de la salud pública requiere un plan global y una coordinación global.

El daño causado a uno es daño causado a todos, como reconocía el viejo lema de la solidaridad obrera. En el caso de la pandemia, el daño causado a un país es un daño causado a todo el mundo. Como ha señalado el ecologista de enfermedades Peter Daszak, “los virus no piensan en las fronteras nacionales”.

Pero un enfoque global entra en conflicto en todo momento con el sistema capitalista de los Estados nación, que es incapaz de ofrecer una coordinación a nivel internacional debido a sus intereses inherentemente competitivos. El despliegue inicial de las vacunas ya se ha visto obstaculizado por los esfuerzos de los Gobiernos capitalistas, sobre todo el de Estados Unidos, para aprovechar su control sobre estos tratamientos vitales y avanzar sus intereses geopolíticos contra sus rivales.

La pandemia da lugar a dos trayectorias diferentes, que representan los intereses de dos clases distintas. La política de la clase dominante supone la continuación de la pandemia y, con ella, de las muertes masivas y la devastación social.

Por otro lado, la pandemia ya está produciendo una creciente ola de descontento en la clase trabajadora, que es una primera expresión de un estallido de la lucha de clases a escala mundial. La lógica de estas luchas plantea la necesidad de que la clase obrera tome el poder, expropie la riqueza de los ricos y reorganice toda la vida social y económica.

La clase obrera es la única clase verdaderamente internacional. Unidos a través del proceso de producción mundial, los trabajadores de todos los países comparten los mismos intereses. Una respuesta coordinada internacionalmente a la pandemia global, dictada por las necesidades de salud pública y no por los intereses de lucro de los oligarcas, exige la intervención de la clase obrera.

El desarrollo del movimiento objetivo de la clase obrera en una lucha consciente y revolucionaria por el socialismo requiere la construcción de una dirección revolucionaria: el Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones nacionales, los Partidos Socialistas por la Igualdad.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 5 de abril de 2021)

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