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Perspectiva

La guerra estadounidense en Afganistán: un crimen histórico

El presidente estadounidense Joe Biden anunció el miércoles que la intervención militar estadounidense en Afganistán finalizará el 11 de septiembre de 2021 y que el último soldado estadounidense dejará el país varias semanas antes del vigésimo aniversario de la invasión y conquista estadounidenses de este país en el centro de Asia, el 7 de octubre de 2001.

Biden es el tercer presidente estadounidense en prometer que va a poner fin a la guerra en Afganistán. Incluso si dejaran el país los últimos 3.500 soldados, aproximadamente, aún permanecerán miles de operadores de la CIA, mercenarios y tropas paramilitares apuntalando el Gobierno títere del presidente Ashraf Ghani. Y el Pentágono continuará arrojando bombas y lanzando misiles prácticamente a voluntad contra cualesquiera blancos que EE.UU. alegue que son “terroristas”. Un despliegue de tropas de combate en el futuro, como ocurrió en Irak, es completamente posible.

El presidente Joe Biden desde el Treaty Room en la Casa Blanca, 14 de abril de 2021, sobre el retiro del resto de tropas estadounidenses de Afganistán (AP Photo/Andrew Harnik, pool)

Pero el anuncio de Biden ofrece una ocasión para sacar un balance de la guerra más larga en la historia de EE.UU., una que ha producido un sufrimiento incalculable para el pueblo de Afganistán, desperdiciado recursos vastos y brutalizado la sociedad estadounidense.

Según las cifras oficiales, han fallecido 100.000 afganos en la guerra, lo que sin duda es una cifra incompleta. EE.UU. ha librado esta guerra a través de los métodos de “contrainsurgencia”, es decir, a través del terror: bombardeando fiestas de bodas y hospitales, realizando asesinatos con drones, secuestros y tortura. En una de las máximas atrocidades de la guerra, en 2015, un avión estadounidense llevó a cabo un ataque de media hora contra un hospital de Doctores Sin Fronteras en Kunduz, Afganistán, matando a 42 personas.

Los breves comentarios de Biden en los que anunció la retirada militar no hicieron referencia a las condiciones graves del país por las que EE.UU. es el principal responsable.

A partir de una representación deliberadamente falsa de los objetivos de EE.UU., la guerra fue vendida a la población estadounidense presentándola como una respuesta a los eventos del 11 de septiembre de 2001, los cuales nunca fueron sometidos a una investigación seria. En realidad, fue una guerra de agresión que buscaba dominar y subyugar a una población históricamente oprimida en busca de los intereses depredadores del imperialismo estadounidense.

Nadie ha sido obligado a rendir cuentas por los crímenes perpetrados por el ejército estadounidense en Afganistán, incluyendo los oficiales del Gobierno de Bush que iniciaron la guerra, y los del Gobierno de Obama, que la perpetuaron. George W. Bush ha sido aclamado (últimamente) como un magistral estadista por ser crudo y dictatorial de una manera menos abierta que Donald Trump.

Barack Obama es tratado en la prensa como una celebridad, a pesar de haber sido el único presidente estadounidense en haber estado en guerra todos los días de su cargo. Sus principales asesores, desde Donald Rumsfeld a Hillary Clinton, están disfrutando jubilaciones millonarias. El vicepresidente de Obama reside ahora en la Casa Blanca. Esta guerra criminal fue apoyada por todos los sectores de la élite política estadounidense, tanto republicana como demócrata, incluyendo al senador Bernie Sanders, quien votó a favor de ella.

El World Socialist Web Site cuenta con un historial inigualable de oposición a la intervención imperialista estadounidense en Afganistán, que se remonta hasta la invasión inicial tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En su primera declaración de la invasión estadounidense, publicada el 9 de octubre de 2001, el consejo editorial del WSWS explicó “Por qué nos oponemos a la guerra en Afganistán“. Escribimos:

La naturaleza de esta o cualquier guerra, su carácter progresista o reaccionario, no se determina por medio de los eventos inmediatos que la preceden, sino por las estructuras de clases, las bases económicas y los papeles internacionales de los estados involucrados. Desde este punto de vista decisivo, la acción presente de EE.UU. es una guerra imperialista.

El Gobierno estadounidense inició la guerra para perseguir interese internacionales de gran alcance de la élite gobernante estadounidense. ¿Cuál es el principal propósito de la guerra? El colapso de la Unión Soviética hace una década creó un vacío político en el centro de Asia, el hogar de las segundas reservas más grandes comprobadas de petróleo y gas natural en el mundo.

La región del mar Caspio, a la cual Afganistán ofrece un acceso estratégico, contiene aproximadamente 270 mil millones de barriles de petróleo, aproximadamente 20 por ciento de las reservas comprobadas del mundo. También contiene 665 billones de pies cúbicos de gas natural, aproximadamente una octava parte de las reservas de gas del planeta.

La intervención estadounidense en Afganistán no comenzó en 2001, sino en julio de 1979, cuando el Gobierno de Carter decidió asistir a las fuerzas que combatían al Gobierno respaldado por los soviéticos, con el objetivo, como lo planteó el asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, de “darle a la URSS su guerra de Vietnam”. Después de la invasión soviética de diciembre de 1979, la CIA trabajó con Pakistán y Arabia Saudita para reclutar a fundamentalistas islámicos para que fueran a Afganistán y emprendieran una guerra de guerrillas, una operación que trasladó a Osama bin Laden a Afganistán y creó Al Qaeda.

Asimismo, los talibanes fueron el producto de las armas y el entrenamiento pakistaní, el financiamiento saudí y el respaldo político estadounidense. A pesar de que el grupo fundamentalista se originó en los campos de refugiados en Pakistán como un tipo de “fascismo clerical”, el producto secundario de décadas de guerras y opresión, el Gobierno de Clinton respaldó su captura en 1995-96 como la mejor posibilidad para restaurar la “estabilidad”.

Entre 1996 y 2001, las relaciones estadounidenses con Afganistán giraban en torno a propuestas de oleoductos para transportar petróleo y gas natural desde mar Caspio esquivando Rusia, Irán y China. Tanto Zalmay Khalizad, el perpetuo enviado estadounidense a la región, como Hamid Karzai, el primer presidente de Afganistán respaldado por EE.UU., trabajaron para la gigante petrolera Unocal.

La Administración Bush amenazó con una acción militar contra los talibanes en varios momentos de 2001. Los ataques terroristas del 11 de septiembre, lejos de ser acontecimientos que “lo cambiaron todo”, pusieron en marcha un ataque largamente planificado. Y hay considerables pruebas de que las agencias de inteligencia estadounidenses permitieron que los ataques del 11 de septiembre se llevaran a cabo para proporcionar el pretexto necesario.

El WSWS analizó la rápida conquista de Afganistán y el colapso del régimen talibán como un acontecimiento que reveló la ferocidad criminal del imperialismo estadounidense, ya que miles de personas murieron en los bombardeos de Estados Unidos, y miles más fueron masacradas por las fuerzas de la milicia respaldada por Estados Unidos. El régimen establecido en Kabul era una alianza inestable de antiguos funcionarios talibanes como Hamid Karzai, jefe de una tribu pashtún, y la Alianza del Norte, basada en las minorías tayika, uzbeka y hazara.

La invasión estadounidense tuvo un efecto no menos desestabilizador en la geopolítica, ya que todos los Estados vecinos, incluidos Irán, Rusia, China y Pakistán, consideraron que la enorme fuerza expedicionaria estadounidense, que alcanzó los 100.000 soldados en distintos momentos bajo las Administraciones de Bush y Obama, era una amenaza permanente al otro lado de sus fronteras. La Administración de Bush llevaría a cabo un acto aún más sangriento de barbarie imperialista con la invasión de Irak en 2003, que creó las condiciones para la desestabilización más amplia de todo Oriente Próximo, ahora consumido por las guerras civiles y las intervenciones imperialistas en Siria, Libia y Yemen.

Las Administraciones de Bush y Obama combinaron presupuestos militares récord con medidas de Estado policial dentro del propio EE.UU., la expansión de la vigilancia estatal y la austeridad económica –recortes presupuestarios, recortes salariales y empeoramiento del nivel de vida de la mayoría de los trabajadores—.

El WSWS explicó que la guerra en Afganistán formaba parte de un arranque del imperialismo estadounidense, que comenzó con la guerra del golfo Pérsico de 1991, cuyo objetivo era compensar el declive económico de Estados Unidos por medios militares. Como escribió David North en el prefacio de Un cuarto de siglo de guerra en 2016: “El último cuarto de siglo de guerras instigadas por Estados Unidos debe estudiarse como una cadena de acontecimientos interconectados. La lógica estratégica del impulso estadounidense hacia la hegemonía global se extiende más allá de las operaciones neocoloniales en Oriente Próximo y África. Las guerras regionales en curso son componentes de la rápida escalada de la confrontación de Estados Unidos con Rusia y China”.

Este pronóstico se ha confirmado. Una de las principales consideraciones detrás de los planes de Biden de retirar las fuerzas militares estadounidenses de Afganistán es concentrar los recursos del ejército estadounidense en la escalada del conflicto con Rusia y, sobre todo, con China. En las últimas semanas, Biden ha supervisado una serie de acciones cada vez más provocadoras en el este de Asia, y el ejército estadounidense ha inscrito en su doctrina oficial la necesidad de prepararse para un “conflicto de grandes potencias”.

Un verdadero ajuste de cuentas por las dos décadas de crímenes sangrientos en Afganistán y el desarrollo de un movimiento contra la barbarie imperialista requieren la construcción de un movimiento socialista internacional en la clase obrera. Esta es la tarea que el WSWS y el Comité Internacional han asumido.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 16 de marzo de 2021)

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