Español

El militarismo alemán y la debacle en Afganistán

La toma del poder por parte de los talibanes en Afganistán no sólo ha provocado el colapso total del régimen títere encabezado por el presidente Ashraf Ghani y el ejército afgano, sino que también ha hecho estallar la montaña de mentiras utilizadas para justificar la misión militar más larga, más grande y más cara llevada a cabo por el ejército alemán de posguerra (Bundeswehr).

Soldados del ejército alemán en Afganistán

Durante 20 años, el gobierno, la oposición y los serviles medios de comunicación del país han hecho creer a la opinión pública alemana que la Bundeswehr estaba en Afganistán para perforar pozos, permitir que las niñas fueran a la escuela y fomentar la construcción de la nación. Nada de esto era cierto. La guerra afgana fue una sucia guerra colonial desde el principio, con todo lo que ello conlleva: masacres, torturas, crimen y corrupción.

Bagram no sólo era la mayor base aérea estadounidense del país, sino también una prisión y un centro de tortura donde se interrogaba a prisioneros políticos de todo el mundo y se les trasladaba a Guantánamo. Sólo en dos prisiones de Kabul se encontraban cerca de 10.000 presos políticos que fueron liberados por los talibanes cuando tomaron la ciudad.

Según las cifras oficiales, casi 165.000 afganos murieron durante la guerra. La cifra real es probablemente mucho mayor. Miles de civiles murieron bajo la lluvia de bombas de los aviones estadounidenses. La mayor masacre de este tipo, que se cobró la vida de más de 130 civiles y numerosos niños, fue ordenada por un oficial de la Bundeswehr, el coronel Georg Klein, cerca de Kunduz, el 4 de septiembre de 2009.

Incluso antes de que la Bundeswehr entrara en el norte del país, el aliado de las potencias occidentales, Abdul Rashid Dostum, había asesinado entre 3.000 y 8.000 combatientes talibanes capturados. Fueron metidos como sardinas en contenedores, donde murieron en agonía por falta de oxígeno, sobrecalentamiento y sed. Los que sobrevivieron al calvario fueron fusilados.

Los gobiernos afganos de Hamid Karzai y Ashraf Ghani, instalados, apuntalados y financiados con miles de millones por las potencias occidentales, fueron, como otros regímenes títeres imperialistas en África, América Latina y Asia, brutales, despiadados y corruptos hasta los huesos.

Los Afghanistan Papers -documentos internos del gobierno estadounidense filtrados en 2019- estiman que el 40% de la ayuda estadounidense de más de un billón de dólares aterrizó en los bolsillos de funcionarios corruptos, oficiales, señores de la guerra y criminales. El presidente Ghani tenía $169 millones en efectivo cuando huyó del país la semana pasada, según el embajador afgano en Tayikistán, Mohammad Zahir Aghbar.

Esta es la razón del precipitado colapso del gobierno y el ejército afganos tras la salida de las tropas imperialistas. El régimen supuestamente democrático de Ghani carecía de todo apoyo social, aparte de una capa de la estrecha clase media y alta de Kabul. Para la gran mayoría de la población afgana, su régimen y la ocupación imperialista fueron un infierno en la tierra.

Cuando el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Heiko Maas, y la canciller Angela Merkel declaran ahora al unísono que 'juzgamos mal la situación', esto sólo puede significar que se creyeron a pies juntillas su propia propaganda y que han perdido de vista la realidad social. De hecho, nunca hubo la más mínima duda, ni siquiera en Berlín, sobre el verdadero objetivo de la guerra.

Cuando Estados Unidos utilizó los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 como pretexto para atacar Afganistán y derrocar el régimen talibán, estaba poniendo en práctica planes preparados mucho antes. En realidad, la estrategia estadounidense consistía, tras el colapso de la Unión Soviética, en dominar una región de extraordinaria importancia en lo que respecta a la geopolítica y el suministro de energía.

'Al atacar Afganistán, establecer un régimen cliente y desplazar vastas fuerzas militares a la región, Estados Unidos pretende establecer un nuevo marco político en el que ejercerá el control hegemónico', escribió el WSWS, tres días después de que comenzara la guerra, en la declaración 'Por qué nos oponemos a la guerra en Afganistán'.

El imperialismo alemán no podía ni quería mantenerse al margen. Desde la reunificación de Alemania en 1991, ha habido intensos debates en los principales círculos políticos y militares sobre cómo Alemania podría volver a desempeñar un papel político y militar mundial en consonancia con sus intereses económicos. En 1999, el SPD y los Verdes enviaron a la Bundeswehr a Yugoslavia para llevar a cabo su primera misión de combate en el extranjero después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces surgió la oportunidad de ganar un punto de apoyo en una de las regiones geoestratégicas más importantes del mundo.

El 11 de octubre de 2001, cuatro días después del inicio de las hostilidades estadounidenses en Afganistán, el canciller Gerhard Schröder (Partido Socialdemócrata, SPD) anunció al Bundestag una reorientación fundamental de la política exterior alemana. El periodo en el que Alemania se limitaba a participar en los 'esfuerzos internacionales para asegurar la libertad, la justicia y la estabilidad' mediante una 'ayuda secundaria' había terminado 'irremediablemente', declaró. 'Nosotros, los alemanes en particular... tenemos ahora también la obligación de hacer plena justicia a nuestra nueva responsabilidad. Esto incluye explícitamente -y lo digo inequívocamente- la participación en operaciones militares'.

Un mes después, el Bundestag decidió por abrumadora mayoría proporcionar 3.900 soldados del Bundeswehr para la lucha 'contra el terrorismo internacional'. Además de los partidos en el gobierno, el SPD y los Verdes, la oposición conservadora en ese momento dirigida por Angela Merkel, también votó a favor de la misión en Afganistán.

Además de los objetivos de política exterior, la intervención sirvió también para fines políticos internos. Se esperaba que los soldados alemanes volvieran a acostumbrarse a matar y morir en el campo de batalla, tras décadas de abstinencia bélica, mientras que se esperaba que la amplia masa de la población superara su profundo antimilitarismo, históricamente arraigado, y se entusiasmara con las misiones de guerra.

Desde entonces, más de 150.000 militares alemanes han recibido su bautismo de fuego en Afganistán, 59 han muerto y otros miles han resultado heridos y traumatizados. Al mismo tiempo, la misión se ha convertido en un caldo de cultivo para las tendencias de extrema derecha. Cuando se conoció el alcance de la influencia de elementos de extrema derecha en el Mando de las Fuerzas Especiales (KSK) —que llevó a cabo operaciones entre bastidores en Afganistán— la ministra de Defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer, se sintió obligada a disolver una de las cuatro compañías del KSK.

La debacle en Afganistán es un duro golpe para el militarismo alemán. 'La disposición de los alemanes, ya inclinados al pacifismo, a elegir medios militarmente robustos para hacer valer los intereses de la política de seguridad disminuirá aún más a la vista de las imágenes de los últimos días', se quejaba el periódico de derechas Neue Z ü rcher Zeitung .

Sin embargo, esto no impedirá que la clase dirigente alemana siga adelante con sus planes militaristas. Se apoyará aún más que nunca en la ultraderecha Alternativa para Alemania y en las medidas represivas contra los opositores a la guerra. Los planes de la policía de Berlín de prohibir las manifestaciones y la colocación de carteles en todo el distrito gubernamental durante el transcurso de la ceremonia oficial para saludar a los soldados que regresan de Afganistán el 31 de agosto deben ser vistos como una advertencia.

El militarismo es apoyado por todos los partidos representados en el Bundestag. Mientras se culpan mutuamente de la debacle de Afganistán en la actual campaña electoral, ninguno de ellos denuncia el carácter criminal de la guerra. Lo mismo ocurre con el partido La Izquierda, que desde hace tiempo ha señalado su disposición a apoyar las misiones de guerra del Bundeswehr si el partido es aceptado como socio de coalición por el SPD y los Verdes a nivel federal.

El Partido Socialista por la Igualdad (SGP) es el único partido que rechaza categóricamente el militarismo y la guerra y se presenta a las elecciones federales con un programa socialista destinado a eliminar su causa fundamental, el capitalismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de agosto de 2021)

Loading