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Perspectiva

Administración de Biden insiste en estrategia de “solo vacunas”, cuando ómicron se vuelve la cepa dominante en EE.UU.

La variante ómicron del COVID-19 ya es la cepa dominante en EE.UU., según una declaración ayer de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). Ómicron compone el 73 por ciento de las nuevas infecciones, un impactante salto de seis veces en tan solo una semana. En algunas partes del país, incluida la ciudad de Nueva York, la variante ya representa más del 90 por ciento de los casos nuevos.

La vicepresidenta Kamala Harris (AP Photo/Manuel Balce Ceneta)

En medio de este aumento masivo de casos, el presidente estadounidense Joe Biden, va a salir hoy en la televisión nacional para esbozar la respuesta de la Administración. Su mensaje será claro: no habrá medidas fuera de la vacunación para detener la propagación del virus.

La principal preocupación de la Casa Blanca en estos momentos es el posible impacto de la oleada de ómicron en el valor de las acciones de Wall Street. El lunes, los principales índices cayeron alrededor de un 1,2 por ciento, por la preocupación de que la propagación en Europa y Estados Unidos obligue a cerrar establecimientos, dificulte los viajes y afecte las compras navideñas. Dos semanas después de insistir en que “no habrá cierres” en respuesta a ómicron, la tarea de Biden es tranquilizar a la oligarquía corporativa y financiera de que no habrá ningún cambio de política.

“Estamos decididos a no dejar que ómicron perturbe el trabajo y las clases para los vacunados”, declaró el viernes pasado el coordinador de la respuesta al coronavirus de la Casa Blanca, Jeffrey Zients, en un avance de las declaraciones de Biden. “Para los que no están vacunados, les espera un invierno de graves dolencias y muertes para ustedes, sus familias y los hospitales que pronto podrán verse desbordados”.

Un informe de CNN el sábado relataba las discusiones entre los funcionarios de la Administración sobre la necesidad de “empezar a discutir públicamente cómo convivir con un virus que no muestra indicios de desaparecer, un cambio potencialmente duro en el mensaje de una Casa Blanca que en su día pregonó 'liberarse del virus'“.

“Estamos llegando a un punto en el que... se trata de la gravedad”, dijo Xavier Becerra, el secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos, en una reunión con los periodistas la semana pasada. “No se trata de casos. Se trata de la gravedad”.

La afirmación de Becerra es una declaración de que ya no habrá ninguna pretensión de acabar con la pandemia. Lo que ha sido la política de facto de la clase dirigente —que hay que dejar que el COVID-19 se vuelva endémico— se proclama ahora abiertamente. El objetivo de la política oficial no es prevenir los contagios, sino promover la vacunación con el argumento de que hará que las infecciones sean menos graves.

Hay una serie de mentiras y desinformación flagrantes en este “mensaje”.

En primer lugar, no tiene ninguna validez la afirmación de que el contagio de los individuos vacunados será “leve”. Los datos iniciales indican, en el mejor de los casos, que las vacunas existentes ayudarán a reducir el porcentaje de infectados que son hospitalizados y mueren. Sin embargo, la magnitud de las infecciones de ómicron supondrá un aumento masivo de casos graves, incluso entre los vacunados.

Cada infección conlleva el riesgo de consecuencias desastrosas. Un estudio publicado la semana pasada en la revista Journal of American Medicine (JAMA) reveló que el 15 por ciento de los ingresos hospitalarios están vacunados, y esto es antes de la aparición de la variante ómicron, que es más resistente a las vacunas. Otro estudio realizado por la Kaiser Family Foundation, publicado también la semana pasada, señala que el 69% de los casos en vacunados corresponden a personas de 65 años o más, también antes de la aparición de la variante ómicron.

Asombrosamente, 1 de cada 100 estadounidenses mayores de 65 años, es decir, aproximadamente 600.000 personas, ha muerto de COVID-19 en los últimos dos años, en lo que equivale a una guerra contra los ancianos. La propagación incontrolada de la variante ómicron significa que incontables miles más sufrirán enfermedades debilitantes y la muerte. Los datos que existen, además, indican que los casos de Largo Covid, con síntomas prolongados e impactos cognitivos, son igual de comunes en los casos “menos graves”, incluso en personas vacunadas.

En segundo lugar, uno de los aspectos más alarmantes de la variante ómicron es el aumento de las hospitalizaciones de niños de cinco años o menos, tanto en Sudáfrica como en Reino Unido, para los que no hay una vacuna disponible. Las hospitalizaciones de estos niños en el Reino Unido, donde la nueva variante lleva semanas propagándose, aumentaron un 39 por ciento la semana pasada, hasta llegar a 196, el nivel más alto desde que comenzó la pandemia.

Hasta el 5 de diciembre, solo el 16,7 por ciento de los niños de Estados Unidos de entre 5 y 11 años habían recibido al menos una dosis de la vacuna, y ningún niño menor de 5 años está vacunado.

Los CDC informaron la semana pasada de que al menos 1.000 ni ñ os menores de 18 a ñ os han muerto a causa del COVID-19, entre ellos 319 bebés menores de 5 años. La mitad de estas muertes se han producido en los últimos cuatro meses, producto de la criminalmente imprudente reapertura de las escuelas para clases presenciales. Y esto antes del impacto de la variante ómicron.

La declaración de Zients de que los no vacunados se enfrentan a “un invierno de graves dolencias y muertes” es una afirmación de que los niños pequeños y los bebés no vacunados serán hospitalizados y morirán en cifras récord. Además, los niños no solo son víctimas potenciales del virus, sino también vectores de transmisión a sus padres, profesores y a la comunidad en general.

En tercer lugar, la capacidad de la variante ómicron para eludir las vacunas significa que, para estar “totalmente vacunado” hay que recibir una tercera dosis o refuerzo. La eficacia de la vacuna con solo dos dosis es insuficiente para proteger de una infección por ómicron, especialmente si la segunda dosis se administró hace más de seis meses.

Sin embargo, solo el 18 por ciento de la población estadounidense se ha puesto una dosis de refuerzo. Aunque el número de personas con refuerzos aumente en los próximos días, el refuerzo tarda varias semanas en aumentar la inmunidad, y millones de personas se infectarán con la variante ómicron antes de que esto ocurra.

En cuarto lugar, la insensible indiferencia hacia la vida de millones de personas en Estados Unidos que no tienen un esquema de dos dosis (alrededor del 27 por ciento de la población mayor de 18 años) tiene como objetivo culpar la negligencia individual por la propagación del COVID-19 y eludir la culpa que recae en la clase dirigente y sus instituciones políticas.

¿Por qué no se ha vacunado del todo o con el esquema completo una parte sustancial de la población de los Estados Unidos? No se puede creer que millones de adultos quieran morir o quieran que sus hijos mueran por no haber recibido una vacuna.

El hecho es que durante dos años, la población ha sido objeto de una implacable campaña de desinformación y propaganda. La gravedad de la pandemia se ha tergiversado continuamente en los medios de comunicación, sustituyéndola por una alegre charla sobre “la luz al final del túnel”. Hace solo cinco meses, Biden proclamó que Estados Unidos declaraba su “independencia” respecto al virus, y que la población podía volver a la vida normal.

Además, una importante facción de la clase dominante, dirigida por Trump y la derecha fascistizante, ha promovido desde el principio una política de infección masiva o “inmunidad colectiva”, oponiéndose incluso a las medidas de mitigación más inadecuadas, como las exigencias de uso de mascarilla. “El escepticismo sobre las vacunas” y la hostilidad al uso de las mascarillas han sido promovidos deliberadamente, alimentando las consecuencias de la prolongada campaña de las élites gobernantes para promover el atraso, las concepciones anticientíficas y el individualismo nocivo.

Por último, la propia aparición de la variante ómicron es una exposici ón devastadora de la estrategia de “solo vacunas”. La evolución de una variante más transmisible y resistente a las vacunas es el resultado de la decisión de no detener la propagación del virus mediante medidas agresivas de salud pública, coordinadas a escala mundial.

Los científicos, así como el World Socialist Web Site, han advertido por meses que depender exclusivamente en la vacuna produciría inevitablemente una catástrofe de este tipo. Y ómicron no será la última variante de COVID-19. Mientras se permita la propagación del virus, existirá el peligro constante de la evolución de nuevas cepas más peligrosas.

La clase dirigente es muy consciente de que las declaraciones que están haciendo y las actividades que están fomentando conducirán a contagios y muertes a escala masiva. El hecho de que los funcionarios de la ciudad de Nueva York, actualmente un epicentro de la propagación de ómicron en los EE.UU., estén incluso poniendo en cuestión si celebrar o no una fiesta masiva de Año Nuevo en Times Square este año, ejemplifica el nivel criminal de irresponsabilidad e imprudencia que impregna toda la élite política.

También se sabe cuáles son las políticas necesarias para detener la pandemia y eliminar el virus. Se requiere el cierre de la producción no esencial y de las clases presenciales, la realización de pruebas masivas y el rastreo de contactos, además de la vacunación universal y otras medidas de mitigación. Esta política se ha aplicado con éxito en China, donde el número de muertes desde el comienzo de la pandemia se ha limitado a menos de 5.000, y la población ha podido, durante la mayor parte de los últimos dos años, llevar una vida normal.

Sin embargo, una estrategia de eliminación ha sido rechazada en todos los principales países capitalistas por una razón: las medidas necesarias socavarían los intereses de la clase dominante y amenazarían con hacer implosionar la enorme burbuja especulativa de Wall Street y otros mercados financieros, alimentada por las sumas ilimitadas de dinero de la Reserva Federal y los otros bancos centrales.

A medida que Estados Unidos y el mundo entran en el tercer año de la pandemia, enfrentándose a un aumento masivo de casos producidos por la variante ómicron, está más claro que nunca que la lucha contra la pandemia no es simplemente una cuestión médica. Requiere el desarrollo de un movimiento social y político de masas, basado en la clase trabajadora, para exigir y hacer cumplir las medidas de emergencia para detener la pandemia de una vez por todas.

La lucha por una política de eliminación y erradicación global, que es necesaria para salvar miles y miles de vidas, es necesariamente al mismo tiempo una lucha contra la clase dominante y todo el sistema capitalista.

(Publicado originalmente en inglés el 20 de diciembre de 2021)

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