Español
Perspectiva

Un año desde el intento de golpe fascista del 6 de enero

Hoy es el primer aniversario del intento de Donald Trump de anular la elección de 2020, derrocar la Constitución y establecer una dictadura.

Dos eventos conmemorarán el aniversario del 6 de enero, uno organizado por los demócratas en el Capitolio federal y un mitin de Trump que se realizará la próxima semana en Arizona. El contenido de los discursos tanto de Biden como Trump es completamente predecible.

Biden pronunciará una serie de perogrulladas sobre la santidad de la democracia estadounidense sin presentar realmente qué ocurrió en la intentona golpista, quién estuvo involucrado y cuán cerca estuvo de tener éxito. Encubrirá la seriedad del 6 de enero y la amenaza continua a la democracia con llamados vacíos a la unidad con el Partido Republicano, el cual está profundamente implicado en el golpe de Estado.

Los insurrectos derechistas leales a Donald Trump invadiendo el Capitolio en Washington, 6 de enero de 2021 (AP Photo/Jose Luis Magana)

Trump tapará su descarado plan para aferrarse al poder, establecer una dictadura y matar a miles en el proceso con sus usuales mentiras fascistizantes. Alegará que Biden robó la elección a través de votos por correo y advertirá sobre el peligro del socialismo. En preparación para el evento, Trump y sus cómplices como Stephen Miller y Steve Bannon se sumergirán en Mein Kampf y los escritos de Goebbels para encontrar inspiración.

Cabe resaltar cinco puntos principales en el aniversario del 6 de enero:

1. El 6 de enero de 2021 fue un intento de establecer una dictadura. El 6 de enero fue un punto de inflexión y un evento único en la historia estadounidense. Fue un intento a plena potencia del presidente para anular la elección, quedarse en el poder y establecer una dictadura personalista.

2. Este intento casi tiene éxito. La intentona golpista estuvo extraordinariamente cerca de lograr anular la elección. Fracasó completamente por errores organizacionales, falta de experiencia y, en ciertos casos, meros accidentes.

3. Ninguna institución de la élite política se opuso activamente al intento de establecer una dictadura. De manera intencional, se mantuvieron niveles inadecuados de policías, los cuales frecuentemente fraternizaron con la turba. El ejército se rehusó a intervenir por 199 minutos, ofreciéndole a Trump una ventana de tiempo para actuar. El Partido Demócrata se rehusó a hacer un llamado a la población para oponerse al golpe de Estado, temiendo un estallido de oposición social.

4. El peligro de dictadura persiste. Los intentos de minimizar los eventos el 6 de enero facilitan los preparativos continuos de Trump de complots futuros. Ya fue abiertamente reconocido que Trump y el Partido Republicano están preparando sus próximos intentos de establecer una dictadura.

5. La única fuerza social que puede prevenir una dictadura es la clase trabajadora.

1. El 6 de enero de 2021 fue un intento de establecer una dictadura

Para el 6 enero, Trump ya había estado anunciado sus planes dictatoriales en público por más de un año. Buscó invocar la Ley de Insurrecciones en respuesta a las protestas populares contra la violencia policial a lo largo del 2020. Antes de los comicios, dijo que no aceptaría el resultado si perdía. Cuando fue derrotado, culpó los votos por correo y urgió a sus simpatizantes a que apoyaran su intento de permanecer en el poder.

En esta foto de archivo del 1 de junio de 2020, el presidente Donald Trump deja la Casa Blanca para visitar la iglesia St. John en Washington. Le siguen de izquierda a derecha, el fiscal general William Barr, el secretario de Defensa, Mark Esper, y el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto (AP Photo/Patrick Semansky, archivo)

En el último año, ha aparecido información relacionada a los preparativos del 6 de enero que demuestra sin una pizca de dudas cuáles eran los objetivos de los conspiradores.

En las semanas previas al 6 de enero de 2021, Trump y sus asistentes Stephen Bannon y Peter Navarro organizaron a más de 100 congresistas republicanos en un intento de retrasar la certificación del Colegio Electoral. El propio Navarro declaró recientemente al Daily Beast: “Pasamos mucho tiempo alineando a más de 100 congresistas, incluidos algunos senadores. Todo empezó perfectamente. A la 1 de la tarde, [el diputado Paul] Gosar y [el senador Ted] Cruz hicieron exactamente lo que se esperaba de ellos. Fue un plan perfecto”.

La desfachatez con la que los conspiradores reconocen sus objetivos es en sí un testimonio de la debilidad de la oposición de los demócratas. Navarro explicó en sus recientes memorias, En tiempos de Trump, que el plan, apodado Green Bay Sweep en alusión a la jugada de fútbol americano, fue desarrollado por Bannon en coordinación con el propio Trump. Su objetivo era retrasar la certificación y dar tiempo a que las fuerzas paramilitares y los manifestantes pro-Trump siguieran las órdenes de Trump de tomar el Congreso y atrapar a los miembros en su interior.

“La belleza política y legal de la estrategia era esta”, escribió Navarro. “Por ley, tanto la Cámara de Representantes como el Senado deben dedicar hasta dos horas de debate por estado a cada desafío solicitado. Para los seis estados disputados, eso sumaría hasta veinticuatro horas de audiencias televisadas a nivel nacional en las dos cámaras del Congreso.” La primera persona con la que Navarro se comunicó la mañana del 6 de enero fue Bannon. “Reviso mis mensajes y me complace ver que Steve Bannon nos tiene totalmente preparados para poner en marcha nuestro Green Bay Sweep en el Capitolio. Ordena la jugada. Ejecuta la jugada”. Trump, escribió Navarro, “estaba ciertamente a bordo de la estrategia. Solo hay que escuchar su discurso de ese día”.

Los organizadores fascistas de las protestas celebradas en Washington ese día han dicho a los investigadores del Congreso que participaron en “docenas” de reuniones de planificación con miembros del Congreso involucrados en el complot golpista.

Rolling Stone informó en octubre: “Algunos de los planificadores de las concentraciones pro-Trump que tuvieron lugar en Washington, D.C., han comenzado a comunicarse con los investigadores del Congreso y a compartir nueva información sobre lo sucedido cuando los partidarios del expresidente irrumpieron en el Capitolio de los Estados Unidos” y “detallaron acusaciones explosivas de que múltiples miembros del Congreso estuvieron íntimamente involucrados en la planificación tanto de los esfuerzos de Trump para anular su derrota electoral como de los eventos del 6 de enero que se volvieron violentos”.

Los grupos paramilitares y de extrema derecha movilizados a principios de 2020 para apoyar la política mortal de la clase gobernante en el transcurso de la pandemia fueron llamados a la acción, algunos formando equipos de respuesta rápida con armas guardadas en caso de que estallaran los enfrentamientos callejeros. Estos grupos de extrema derecha fueron promovidos por las grandes empresas y los medios de comunicación en la primavera de 2020 como la punta de lanza para eliminar las medidas de temporales de confinamiento impuestas en marzo, después de que una ola de huelgas en los EE.UU. e internacionalmente obligar a un cierre inicial de la producción. Las capas sociales a las que Trump y Wall Street apelaron para “liberar” los estados de los confinamientos en las capitales estatales en abril y mayo de 2020 cultivaron estrechos vínculos con los líderes republicanos y respondieron al llamado de Trump a irrumpir en el Congreso menos de un año después.

A medida que salen a la luz más y más detalles, ahora se reconoce a escala internacional que lo ocurrido llevó a Estados Unidos al borde de la dictadura.

En su libro Peril, el periodista Bob Woodward informó que el general chino Li Zoucheng habló con Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, y “estaba muy preocupado de que Estados Unidos fuera realmente a colapsar”. Woodward informó que después del 6 de enero, “los militares chinos entraron en alerta militar, al igual que los rusos y los iraníes”.

El académico canadiense Thomas Homer-Dixon publicó un artículo en el Globe and Mail titulado “La política estadounidense está fracturada y podría colapsar. Canadá debe prepararse”. Este artículo del 31 de diciembre advierte que Estados Unidos “se está volviendo cada vez más ingobernable” y “podría descender a una guerra civil.” Homer-Dixon advierte que una segunda Presidencia de Trump “podría ser totalmente incontrolable, a nivel nacional e internacional” y que “no es inexacto utilizar la palabra con F”: fascismo. Varios artículos similares están apareciendo en las principales publicaciones del mundo.

2. El intento de golpe de Estado del 6 de enero estuvo extraordinariamente cerca de triunfar

El complot de Trump casi tuvo éxito. Más de 120 congresistas y seis senadores republicanos apoyaron las impugnaciones infundadas contra la certificación del voto del Colegio Electoral. Poco después de esto y del discurso de Trump dirigiendo a la multitud a marchar del parque The Ellipse hacia el edificio del Capitolio, los miembros del Congreso escaparon de la turba furiosa con apenas unos segundos de sobra. El vicepresidente Mike Pence fue llevado a un lugar seguro mientras la multitud pedía su ahorcamiento. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el entonces líder de la minoría del Senado, Charles Schumer, se escondieron en un búnker bajo el Capitolio y llamaron al Pentágono, rogándoles que despejaran el recinto y protegieran sus vidas.

Si la turba hubiera logrado secuestrar a miembros del Congreso, el Partido Demócrata habría negociado su liberación a cambio de un arreglo para mantener a Trump en el poder.

El fracaso del plan se debió completamente a errores tácticos y falta de experiencia por parte de la turba y sus organizadores. En ciertas ocasiones, parece que el plan fallaba por pura suerte. Al abrirse paso e ingresar en el edificio, la turba siguió a un oficial de la policía que los alejó del lugar donde los congresistas seguían reunidos a poca distancia. En otra instancia, la multitud pasó frente a una puerta que los habría conducido a toparse con otro grupo de diputados.

3. Ninguna institución de la élite política se opuso activamente al intento de establecer una dictadura.

El complot no fracaso por haber enfrentado oposición desde la élite política ni el Estado. Ninguna institución de la política burguesa entró en acción para detener la intentona golpista.

La policía no tenía suficientes oficiales y muchos de ellos les dieron la bienvenida a los manifestantes en el edificio del Capitolio. El ejército se quedó con los brazos cruzados por 199 minutos críticos mientras la multitud ocupaba el Capitolio e irrumpía las oficinas en busca de congresistas y su personal.

Han aparecido más detalles sobre el papel del ejército el 6 de enero. William Arkin de Newsweek reportó el 2 de enero que Trump planeaba llamar al ejército a tomar las calles el día del golpe y que la cúpula del Pentágono estaba preocupada de divisiones dentro de las Fuerzas Armadas.

El Partido Demócrata no realizó ningún llamado a la población para que se opusiera al golpe, a pesar de que 700.000 personas viven dentro de los límites de la ciudad de Washington D.C., donde el 95 por ciento de los votos fueron contra Trump. Ningún congresista demócrata utilizó su celular para grabar un llamado en redes sociales a que todos los oponentes de una dictadura salieran a las calles de las ciudades estadounidenses. Ningún gobernador ni alcalde demócrata convocó a protestas masivas.

El presidente electo Joe Biden, cuya llegada al poder intentaba prevenir Trump, esperó horas antes de pronunciarse ante la nación. Cuando lo hizo, Biden tomó el paso impresionante de invitar a Trump a dar un discurso televisado y nacional en medio de su propio golpe de Estado en marcha. En un discurso de 10 minutos la noche del 6 de enero, Biden dijo, “Nuestra democracia está bajo un ataque sin precedente” y declaró: “Por ende, llamo al presidente Trump a pronunciarse en televisión nacional en este momento para cumplir con su juramento y defender la Constitución y exigir el fin a este asedio”.

Este llamado de Biden a Trump marcó la pauta para la respuesta de todo el Partido Demócrata durante el año siguiente.

La investigación del Congreso avanza en tropiezos y pequeños pasos, principalmente entre bastidores, pero Trump no ha sido imputado penalmente por su papel en intentar derrocar la Constitución y establecer una dictadura. Actualmente vive en su complejo de Mar-a-Lago. Ninguno de los diputados que apoyaron la intentona golpista han sido expulsados del Congreso ni sometidos a cargos criminales. Una clase gobernante que encerró a miles de personas empobrecidas de Asia central bajo sospecha de terrorismo después del 11 de septiembre y encarceló y deportó a incontables comunistas y socialistas en los terrores rojos del siglo veinte apenas ha actuado en contra del cascajo de participantes de bajo nivel, mientras que han dejado en gran medida ilesos a los que realmente lideraron la multitud. Incluso la putrefacta República de Weimar tomó más acciones contra Hitler, quien estuvo en la cárcel un año después del intento de golpe fallido de la cervecería en 1923 (si bien en condiciones cómodas).

La respuesta de los demócratas al 6 de enero de debe ante todo al miedo a la oposición social desde abajo. Su papel principal es anestesiar el descontento, apuntalar el sistema bipartidista, utilizar la política racial y de género para dividir a la clase trabajadora y bloquear el desarrollo de un movimiento contra la amenaza de la dictadura. Su respuesta al 6 de enero ha sido hacer todo lo posible para minimizar lo acontecido para prevenir que la población sepa lo cerca que estuvo el país de una dictadura.

Durante el término de Trump, los demócratas ignoraron los ataques de Trump a los derechos democráticos y se opusieron a él en cuestiones de política exterior, alegando que Trump era un defensor ineficiente d ellos intereses del imperialismo estadounidense. Tras llegar al poder sobre una ola de oposición a Trump, los demócratas han seguido las mismas políticas de Trump ante el COVID-19, sacrificando cientos de miles de vidas para alimentar la bonanza especulativa de Wall Street.

Sus incansables referencias a la raza, género y orientación sexual están completamente dirigidas a enriquecer a secciones privilegiadas dentro del 10 por ciento más rico de la sociedad y no tienen nada que ver con defender los derechos democráticos de la población. En un ejemplo claro, los demócratas han seguido todos los peores aspectos de los ataques de Trump contra los inmigrantes, deportando a números récord a países devastados tras décadas de guerras imperialistas y dictaduras patrocinadas por EE.UU. La lucha contra Trump y contra la dictadura no se llevará a cabo a través del Partido Demócrata.

4. El peligro de la dictadura sigue siendo apremiante

Se entiende que Trump y los republicanos están planeando otra toma de poder. Las columnas de la prensa corporativa que señalan el aniversario del 6 de enero reconocen que la dictadura es una posibilidad inminente y sopesan la probabilidad de una guerra civil.

El Partido Republicano se ha transformado en un partido fascistizante que no está dispuesto a aceptar el resultado de unas elecciones democráticas. Como dijo recientemente a AP el politólogo de Harvard, Steven Levitsky, “no está claro que el Partido Republicano esté dispuesto a aceptar una derrota nunca más”.

Siguiendo el ejemplo de Trump, el Partido Republicano ha legitimado la violencia parapolicial como parte del proceso político. Sus propios representantes en el Congreso amenazan rutinariamente a los oponentes demócratas con violencia para asegurar sus fines políticos derechistas. Las amenazas de violencia contra congresistas demócratas han aumentado un 107 por ciento en el último año. El Partido Republicano se esfuerza por privar del derecho a votar a millones mediante restricciones ilegales al sufragio y está instalando a funcionarios electorales locales que anularán futuras elecciones. Está preparando sus próximos movimientos autoritarios a la vista de todos.

Varios oficiales militares advierten ahora que Trump está tratando de solidificar su apoyo dentro del Pentágono en preparación para sus próximas conspiraciones. En diciembre, el Washington Post publicó una declaración de exgenerales titulada “Los militares deben prepararse ahora para una insurrección en 2024”, que advierte:

A medida que nos acercamos al primer aniversario de la mortal insurrección en el Capitolio de Estados Unidos, nosotros –exoficiales militares de alto rango— estamos cada vez más preocupados por las consecuencias de las elecciones presidenciales de 2024 y el potencial de un caos letal dentro de nuestro ejército, que pondría a todos los estadounidenses en grave riesgo. En pocas palabras: nos cala hasta los huesos la idea de que un golpe de Estado tenga éxito la próxima vez”.

La declaración del Post advierte de “la posibilidad de una ruptura total de la cadena de mando” dentro del Pentágono y concluye que, en las elecciones de 2024, “con las lealtades divididas, algunos [comandantes] podrían seguir las órdenes del legítimo comandante en jefe, mientras que otros podrían seguir al perdedor trumpista. Las armas podrían no estar resguardadas dependiendo de quién las esté vigilando. En un escenario así, no es descabellado decir que una ruptura militar podría llevar a una guerra civil”.

Incluso el consejo editorial del New York Times reconoció recientemente que la inacción de los demócratas está preparando el terreno para futuros intentos de golpe de Estado. La declaración de enero del Times, titulada “Ahora todos los días son 6 de enero”, concluye:

Debemos dejar de subestimar la amenaza a la que se enfrenta el país. En innumerables ocasiones durante los últimos seis años, incluso los acontecimientos del 6 de enero, el Sr. Trump y sus aliados proyectaron abiertamente su intención de hacer algo escandaloso o ilegal o destructivo. En cada instancia, la respuesta común fue que no era en serio o que nunca tendrían éxito. ¿Cuántas veces tendrán que demostrar que están equivocados antes de que lo tomemos en serio? Cuanto antes lo hagamos, más pronto podremos esperar salvar una democracia que está en grave peligro.

Esto es un reconocimiento de que todos los medios de comunicación corporativos han participado en un esfuerzo sistemático para minimizar la gravedad de los acontecimientos del 6 de enero y que, al hacerlo, la prensa corporativa ha facilitado objetivamente el complot de Trump. El propio Times ha desempeñado un papel fundamental no solo en restar importancia a los acontecimientos del 6 de enero, sino en enaltecer a los responsables de llevarlos a cabo. En octubre de 2021, el Times publicó un artículo de opinión del senador Josh Hawley, uno de los más destacados golpistas del Senado, y más tarde elogió como sabias sus propuestas para abordar la crisis de la cadena de suministro.

Los acontecimientos del 6 de enero eran previsibles. Así lo demuestra la cobertura del World Socialist Web Site, que advirtió a diario por más de un año antes de la elección que Trump estaba preparando un intento de derrocar la Constitución y establecer una dictadura.

La declaración editorial del Times no solo conde a su propio periódico, sino también a las publicaciones de “izquierda” en torno al Partido Demócrata y a los representantes de tendencias libertarias que siguen restando importancia al 6 de enero o que ahora simpatizan abiertamente con Trump.

En un artículo del 26 de enero de 2021, “El significado del 6 de enero”, el historiador Bryan Palmer adopta el tono altivo de un académico que está por encima de todo. La conclusión de Palmer es que los acontecimientos del 6 de enero no fueron una insurrección, y que “la izquierda” debe rechazar la noción de que supuso una amenaza para los derechos democráticos. En una sección titulada “La insurrección como hipérbole”, Palmer resume su argumento, burlándose de quienes califican el 6 de enero como una tentativa de golpe de Estado: “La hipérbole fluyó, e medida que el reguero de lágrimas crecía hasta convertirse en un maremoto”.

Palmer habla con total indiferencia ante la posibilidad de una dictadura fascista. Incluso elogia a la turba fascista por “interrogar y escudriñar críticamente” a las instituciones del Estado, como si los individuos que llevan “Campo Auschwitz” en la camiseta atacaron el Capitolio porque se oponen al historial criminal del imperialismo estadounidense. Más allá de las denuncias de Palmer contra la democracia burguesa, su papel es solo el de justificar y hacer excusas para los esfuerzos del Partido Demócrata de minimizar el peligro.

Left Voice, una publicación vinculada al Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) de Argentina, recientemente escribió que el 6 de enero “no fue un golpe de Estado fascista, ni siquiera una intentona golpista”. Según Left Voice, el 6 de enero fue un símbolo de la fuerza de la élite política. Left Voice tilda el 6 de enero de “un momento que ofreció una oportunidad para el régimen político y la prensa, incluidos los políticos de ambos partidos, de comenzar a reestablecer su legitimidad a través de su rechazo hacia los alborotadores derechistas”.

La crisis política, añaden, se atenuó después del 6 de enero. “En términos generales, este es el escenario político en el que nos encontramos”, rematan, la crisis “volvió a un estado latente”. Left Voice llega a esta conclusión declarando que la clase obrera se encuentra pasiva. El 6 de enero y durante el periodo posterior, “Las masas movilizadas contra Trump en los últimos cuatro años esperaban una respuesta de Biden y el régimen, confiaban en que ellos se harían cargo, y no hubo ninguna respuesta por parte de la clase trabajadora ni los oprimidos”.

Parafraseando a Trotsky, “estos abogados del Partido Demócrata niegan la responsabilidad de sus líderes para no compartir la culpa”. Si bien Left Voice se presenta como un medio crítico de los demócratas, ¡de hecho ofrece una justificación para la impasibilidad de los demócratas al culpar a la clase trabajadora por la negativa demócrata a movilizar a la población en contra del golpe de Estado! Una tercera franja de la clase media radical, compuesta por elementos anarquistas y libertarios como Glenn Greenwald y Jimmy Dore, quedó impresionada por la intentona golpista y se ha convertido en apologista del golpe. Profundamente desorientados, han pasado de ser partidarios del Partido Demócrata a defensores del asesino fascista Kyle Rittenhouse y a oponerse a las exigencias de uso de mascarillas y de las vacunas. Estos individuos personifican los peores rasgos de la política radical estadounidense: pragmatismo, pesimismo, nacionalismo, anticomunismo e individualismo extremo. Su supuesta preocupación por que las restricciones sanitarias infrinjan los “derechos individuales” coincide totalmente con los intereses de Wall Street y eviscera los derechos sociales de miles de millones de trabajadores a estar protegidos de la enfermedad y la muerte.

5. La única fuerza social que puede detener la dictadura es la clase obrera

El 6 de enero no constituye un accidente histórico. Es el resultado de la prolongada decadencia del sistema político estadounidense. Durante décadas, ambos partidos se han dedicado juntos a aplicar recortes masivos a los programas sociales, librar permanentemente guerras imperialistas, facilitar la especulación financiera desenfrenada y abolir los derechos democráticos. Los medios de comunicación corporativos y la élite política han cultivado deliberadamente a los elementos de la extrema derecha como contingentes contra la clase trabajadora. El Partido Demócrata ha sustituido cualquier vínculo antiguo a las reformas sociales por una obsesión por la raza y las identidades, a su vez alimentando y fortaleciendo a la extrema derecha.

En el año 2000, en medio de la crisis que rodeó a las elecciones presidenciales de EE.UU., el Comité Internacional de la Cuarta Internacional explicó que la democracia burguesa no podía sobrevivir sobre los podridos cimientos de una sociedad estadounidense cada vez más oligárquica. En diciembre de ese año, mientras la Corte Suprema deliberaba sobre la posibilidad de detener el recuento de votos en Florida, el presidente del Consejo Editorial Internacional del WSWS, David North, dijo:

Lo que la decisión de este tribunal revelará es hasta dónde está dispuesta a llegar la clase gobernante estadounidense para romper con las normas democrático-burguesas y constitucionales tradicionales. ¿Está preparada para avalar el fraude electoral y la supresión de votos? ¿Está dispuesta a instalar en la Casa Blanca a un candidato que ha llegado a ese cargo mediante métodos descaradamente ilegales y antidemocráticos? Una parte importante de la élite gobernante estadounidense, y tal vez incluso una mayoría en la Corte Suprema, está dispuesta a hacer precisamente eso. Esto se debe a que, en dicha capa social, se ha producido una dramática erosión del apoyo a las formas tradicionales de la democracia burguesa.

El desastroso avance de la pandemia de coronavirus en el transcurso del último año ha intensificado enormemente las contradicciones sociales que dieron lugar a los acontecimientos del 6 de enero. Las fuerzas políticas reaccionarias movilizadas por Trump han demostrado ser fundamentales para la política asesina de la clase gobernante de reabrir los negocios y las escuelas e infectar a tanta gente como sea posible con el COVID-19.

No se ha abordado ninguno de los problemas económicos y sociales que dieron lugar a los acontecimientos del 6 de enero. El Partido Demócrata ha demostrado que se opone totalmente a la aplicación de las políticas necesarias para elevar el nivel de vida y detener la propagación de la pandemia porque representa los intereses de la misma aristocracia financiera que antepone las ganancias a la vida.

Pero en los últimos años se ha producido un aumento histórico a nivel mundial de las huelgas y las protestas masivas contra la desigualdad. La clase trabajadora, que se encuentra más interconectada internacionalmente y urbanizada que nunca, es la fuerza social que tiene el poder de aplastar el fascismo y la amenaza de la dictadura.

Cada día crece la oposición a la propagación desenfrenada de la pandemia en los centros de trabajo y las escuelas de todo el mundo. Proteger a la sociedad del contagio masivo y del espectro del fascismo requiere atacar ambos fenómenos desde su origen común: el sistema capitalista. La vertiginosa celebración del parasitismo y la especulación reflejadas en los índices del Dow Jones, el Nasdaq y el S&P 500 están impulsando la propagación de la pandemia. El crecimiento masivo de la desigualdad requiere la adopción de métodos de gobierno cada vez más despiadados y antidemocráticos. La riqueza de la aristocracia financiera debe ser expropiada, el comercio bursátil debe ser suspendido, las grandes corporaciones deben ser nacionalizadas y Wall Street debe ser cerrado.

El movimiento de la clase obrera puede reconocer su inmenso potencial solo a través de la lucha por democratizar todos los aspectos de la vida política, social y económica, incluyendo el control democrático de los trabajadores sobre la producción y sobre las medidas de seguridad frente al COVID-19. Esto significa liberar las fuerzas productivas del mundo de la dictadura del lucro capitalista y poner la producción bajo el control democrático y social de la clase obrera.

(Publicado originalmente en inglés el 6 de enero de 2022)

Loading