Ayer, Joe Biden pronunció un discurso desde el Capitolio federal de EE.UU. en el que le dijo a la población que hubo un intento de derrocar la Constitución y establecer una dictadura en EE.UU. Biden advirtió que el peligro no se ha extinguido y que los conspiradores planean anular las siguientes elecciones.
El 6 de enero fue “un punto de inflexión en la historia”, dijo. Una red de conspiradores “sostuvo un puñal en la garganta de la democracia estadounidense” y, “en este momento, se están redactando nuevas leyes en un estado tras otro que no buscan proteger el sufragio, sino negarlo. No solo para suprimir el sufragio sino subvertirlo”.
Biden declaró, “Aquí, un año después del 6 de enero de 2021, las mentiras que impulsaron el enojo y la locura que presenciamos en este lugar no han mermado. Así que tenemos que ser firmes, decididos e intransigentes en nuestra defensa del derecho al voto y para garantizar que ese voto cuente”.
El principio que rige los discursos nacionales presidenciales es evitar decir lo que no puede pronunciarse. El propósito del discurso no fue exponer la verdad sobre lo ocurrido el 6 de enero de 2021, sino desviarla y enturbiarla.
La verdad solo puede averiguarse repasando lo que Bien no dijo.
En primer lugar, el discurso de Biden no explicó por qué su Gobierno esperó todo un año para dar ese discurso si el país se encuentra bajo la amenaza inminente de una dictadura.
El discurso de ayer fue la primera vez de que Biden ha pronunciado un discurso nacional sobre los eventos del 6 de enero. Comparó el 6 de enero con los eventos de Pearl Harbor, pero Franklin Delano Roosevelt no espero hasta el 7 de diciembre de 1942 para dirigirse a la población sobre un ataque que ocurrió el año anterior.
Casi no fue anunciado al público cuándo ocurriría el discurso del mandatario. Los discursos presidenciales usualmente son eventos políticos importantes y la hora se anuncia con anticipación para garantizar la máxima audiencia. Pero el discurso de Biden se produjo casi por sorpresa, casi sin aviso previo, a las 9:00 a.m. (horario del este), 6:00 a.m. (horario del Pacífico). La hora elegida garantiza la menor audiencia posible para el grueso de los trabajadores. El Gobierno consideró que no podía evitar reconocer el aniversario, pero no quería que la población escuchara lo que Biden iba a decir.
El discurso de Biden no planteó ninguna acción concreta para detener a los conspiradores y no hizo ninguna propuesta para hacer rendir cuentas a los responsables. No explicó por qué, si “tenemos que ser firmes, decididos e intransigentes”, su Administración no ha hecho nada.
Su discurso no se refirió al principal conspirador por nombre, refiriéndose a Trump solo por el título utilizado oficialmente, “el expresidente”. Esto reflejó debilidad y fue una concesión a Trump, quien no debería ser llamado “expresidente” sino como un criminal y aspirante a dictador. El discurso de Biden tampoco nombró a un solo responsable de la trama, ni a sus líderes en el Senado (Hawley, Cruz, Tuberville, Marshall, Kennedy, Lummis y Hyde-Smith), en la Cámara de Representantes (Gosar, Biggs, Taylor Greene, Boebert, Brooks, Gaetz, Cawthorne, y muchos más), en la Casa Blanca (Stephen Bannon, Peter Navarro, Steven Miller), ni en el ejército (Christopher Miller, Charles Flynn).
El discurso de Biden tampoco llamó la trama por su verdadero nombre. Las palabras utilizadas por Biden y los muchos redactores de discursos que revisaron y editaron cuidadosamente los comentarios muestran que los autores pretendían ocultar a la población los aspectos más peligrosos y alarmantes. Dijo que existían en el país “fuerzas que valoran la fuerza bruta por encima de la santidad de la democracia” y que pretenden “transformar” al Partido Republicano de un partido conservador “ en otra cosa ”, evitando utilizar el término “fascista”. Las palabras “autoritario”, “dictadura” y “Estado policial” no figuraron en el discurso de Biden.
No explicó qué habría pasado si el golpe hubiera triunfado. Si la turba hubiera logrado tomar rehenes en el Congreso, los demócratas habrían negociado con Trump un acuerdo que lo mantuviera en el poder.
El discurso del presidente no describió el papel desempeñado por la policía ni el ejército en facilitar el complot de Trump. Biden presentó a las fuerzas de seguridad como defensoras de la democracia, llamando a las fuerzas del orden “los héroes que defendieron este Capitolio”. Dijo: “A pesar de verse superados en número ante un ataque brutal, la Policía del Capitolio, el Departamento de Policía Metropolitana de Washington, la Guardia Nacional y otros valientes agentes de la ley salvaron el estado de derecho”.
Biden no denunció al Partido Republicano por apoyar el complot de Trump. En su lugar, elogió a los “hombres y mujeres valientes” del Partido Republicano que “se oponen” a Trump, que “intentan defender los principios de ese partido”, sin referirse al hecho de que 147 congresistas republicanos apoyaron las objeciones parlamentarias a la certificación del voto del Colegio Electoral. Además hizo un llamado a la unidad con los republicanos, declarando: “Más allá de mis otros desacuerdos con los republicanos que apoyan el estado de derecho y no un gobierno unipersonal, siempre buscaré trabajar con ellos, para encontrar soluciones compartidas”.
No abordó ninguno de los procesos sociales e históricos subyacentes que crearon tanto a Trump como el trumpismo. Biden dijo que Trump estaba motivado por su “ego magullado”, y añadió que “el expresidente, quien miente sobre estas elecciones, y la turba que atacó este Capitolio no podrían estar más alejados de los valores estadounidenses fundamentales”. Pero si el peligro solo proviniera del “ego” de Trump, entonces no habría ningún peligro. Biden no intentó explicar cómo es que millones de estadounidenses creen las mentiras de Trump, y por qué una parte sustancial de la élite política y mediática las promueve. Cada vez que Biden tocó un tema que habría valido la pena explorar, pasó inmediatamente a otro, como cuando hizo una tentadora referencia al papel de “la codicia de unos pocos” en el impulso a establecer una dictadura.
Pero Biden no explicó por qué, como presidente, adoptó las mismas políticas de Trump frente a la pandemia de “dejarla estallar” y rechazó todo tipo de ayuda económica para los ciudadanos porque la Casa Blanca no quiere “entregar cheques para incentivar a la gente a quedarse sentada en casa”, como dijo su asesor.
El Partido Demócrata es intrínsecamente incapaz de defender la democracia. Está librando una guerra en dos frentes. Por un lado, los demócratas preferirían evitar un gobierno fascistizante porque esto socavaría los intereses del imperialismo estadounidense en todo el mundo. Durante décadas, el Partido Demócrata ha justificado las guerras neocoloniales y los complots golpistas por motivos humanitarios, afirmando fraudulentamente que sus brutales intervenciones militares son necesarias para proteger la “democracia” y sermoneando a medio mundo sobre la importancia de las “elecciones libres y justas”.
Incluso en el discurso de Biden sobre la amenaza de una dictadura que proviene del propio sistema político estadounidense, se las arregló para culpar a “China y Rusia” por “apostar que la democracia tiene los días contados”. Los demócratas son conscientes de que su pretensión de una injerencia extranjera en general y contra estos dos adversarios en particular se haría insostenible con un golpe de Estado.
Por otro lado, los demócratas están librando una guerra en un segundo frente contra la clase obrera. Mientras se esfuerza por suprimir los salarios y obligar a los trabajadores y estudiantes a volver a sus lugares de trabajo y escuelas en medio de la pandemia, el Partido Demócrata también debe minimizar la amenaza de la dictadura para evitar un estallido social. Por esta razón, no hizo ningún llamamiento popular a las masas durante los acontecimientos del 6 de enero. El Partido Demócrata está aterrorizado de que, si la clase trabajadora toma plena conciencia del peligro, se desarrolle un movimiento de masas que amenace las actividades lucrativas de las empresas y la subida de las bolsas de valores.
En un momento revelador de su discurso, Biden explicó que los acontecimientos del 6 de enero no tenían precedentes en la historia de Estados Unidos. “Por primera vez dentro de este Capitolio”, dijo, los manifestantes ondearon “la bandera confederada que simboliza la causa de destruir Estados Unidos, para dividirnos. Incluso durante la guerra civil eso nunca ocurrió. Pero ocurrió aquí en 2021”.
La guerra civil estadounidense tuvo lugar en el período de auge del capitalismo estadounidense. Había un sector de la clase gobernante, el Partido Republicano de Abraham Lincoln, que estaba preparado como clase para actuar en defensa de la Constitución y abolir el sistema esclavista. El Partido Republicano movilizó a las masas que sostuvieron la lucha revolucionaria incluso a costa de tremendas dificultades y de cientos de miles de vidas. Los insurrectos confederados intentaron ciertamente ondear su bandera en el edificio del Capitolio en Washington, pero un ejército de dos millones de soldados del Norte se interpuso en su camino.
Hoy, en la era de la decadencia terminal del capitalismo mundial, el 6 de enero de 2021 demuestra que no existe ninguna base de apoyo en la clase gobernante para la defensa de los derechos democráticos. Toda la élite política ha sido envenenada por los niveles masivos de desigualdad social, las guerras imperialistas permanentes, la militarización de la policía, las deportaciones masivas, los asaltos implacables contra los empleos y las condiciones de vida. Los demócratas no pueden movilizar a las masas para defender la democracia porque los demócratas están aterrorizados de las masas.
La clase obrera es la fuerza social que puede llevar adelante la lucha en defensa de los derechos democráticos en contra del fascismo, inspirando y liderando detrás de ella a los elementos progresistas de la clase media. Esto requiere anclar la lucha contra la dictadura en la lucha contra el sistema capitalista que da fuerza al fascismo y la dictadura.
(Publicado originalmente en inglés el 6 de enero de 2021)