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Perspectiva

El “Convoy de la Libertad” de extrema derecha asedia el Parlamento canadiense: un punto de inflexión en el colapso de la democracia canadiense

Varias secciones poderosas de la élite gobernante canadiense han instigado un movimiento extraparlamentario de extrema derecha que acampa amenazadoramente fuera del Parlamento nacional y dice que permanecerá ahí hasta que se cumplan sus demandas.

La amenaza de violencia política se cierne sobre la capital canadiense. Por quinto día consecutivo, los partidarios revoltosos del “Convoy de la Libertad” de extrema derecha y sus vehículos saturaron ayer las afueras del Parlamento, afectando las actividades cotidianas en el centro de Ottawa. Ayer en la tarde, el jefe de la policía de Ottawa, Peter Sloly, advirtió sobre incitaciones de “comportamiento de disturbios” y “el traslado de armas a la región de la capital nacional”.

Independientemente de cómo se desenvuelva esta crisis en los próximos días, se puede afirmar con certeza que este ese un punto de inflexión en la crisis y colapso de las formas de gobierno democráticas-constitucionales en uno de los países imperialistas más privilegiados en la historia.

Los manifestantes muestran su apoyo al “Convoy de la Libertad” de camioneros que se dirigen a Ottawa para protestar la obligatoriedad de las vacunas contra el COVID-19 impuesta por el Gobierno canadiense el 27 de enero de 2022, en Vaughan (Arthur Mola/Invision/AP)

El Convoy de la Libertad, creado supuestamente para presionar al Gobierno federal liberal para que elimine la obligatoriedad de las vacunas para los camioneros transfronterizos, está dirigido por elementos de extrema derecha y abiertamente fascistas, cuyas nocivas opiniones antidemocráticas son aborrecidas por la gran mayoría de los canadienses. Casi el 90 por ciento de los camioneros canadienses están totalmente vacunados.

Sin embargo, la oposición oficial conservadora, los grupos de presión de las grandes empresas y gran parte de los medios de comunicación corporativos han promovido el Convoy como un movimiento popular desde abajo, si no como la auténtica voz de los “trabajadores”, con el objetivo inmediato de utilizarlo como ariete para destrozar todas las medidas de salud pública restantes contra el COVID-19.

A pesar de la cobertura de la prensa durante casi una semana para promover el Convoy desde el oeste de Canadá, no más de 20.000 personas salieron a las calles de Ottawa el pasado fin de semana. Dicho esto, el Convoy debe ser reconocido como lo que es: una movilización fascista. Durante el fin de semana, los partidarios del Convoy, algunos de ellos enarbolando banderas confederadas y esvásticas nazis, desafiaron las medidas de salud pública, agredieron a personas sin hogar, lanzaron piedras a los paramédicos y profanaron monumentos. Una conmemoración del quinto aniversario del tiroteo en la mezquita de la ciudad de Quebec, en el que murieron seis fieles a manos de un atacante fascista, tuvo que cancelarse debido a las amenazas de violencia.

Canada Unity, el grupo de extrema derecha que inició el Convoy y que se jacta de tener un “plan de contingencia” en caso de que la policía intente disolver la protesta, está agitando públicamente un golpe de Estado. Ha emitido un “Memorando de Entendimiento” que pide explícitamente la destitución del Gobierno democráticamente elegido de Canadá y la abolición de todas las medidas anti-COVID restantes mediante una acción conjunta entre un “Comité de Ciudadanos Canadienses”, compuesto por los líderes del Convoy de la Libertad, el Senado —la cámara alta del Parlamento cuyos miembros no son elegidos por votación— y el gobernador general, el representante de la reina en Ottawa. Durante 90 días, explica el memorando, el “Comité de Ciudadanos” gobernaría efectivamente como una junta con derecho a veto sobre todas las declaraciones del Gobierno.

Si bien algunos sectores de los medios de comunicación han dado marcha atrás, los conservadores de la oposición oficial han redoblado su apoyo a la turba de extrema derecha. El lunes, en la Cámara de los Comunes, la vicepresidenta conservadora Candice Bergen describió a los manifestantes como “canadienses patrióticos y amantes de la paz”. Tanto ella como la líder conservadora Erin O’Toole, apoyadas por medios de comunicación de derecha como el Toronto Sun y el National Post, exigen que el primer ministro Justin Trudeau se reúna con los líderes del Convoy de la Libertad para trabajar por la “unidad nacional”.

El Convoy de la Libertad ha sido alabado por figuras clave, empezando por Donald Trump, que organizaron el intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021, cuyo objetivo era anular los resultados de las elecciones presidenciales de 2020 e instalar a Trump como líder de una dictadura presidencial. En un mitin el pasado sábado en el que prometió emitir indultos para los fascistas que asaltaron el Capitolio, Trump dijo que el Convoy era un modelo a seguir.

No cabe duda de que el apoyo del expresidente de mentalidad fascista va más allá de las declaraciones verbales. Los conservadores canadienses han desarrollado íntimos lazos políticos y personales con los republicanos de extrema derecha en las últimas décadas, y ambos partidos se han convertido en incubadoras de fuerzas directamente fascistas. Con su apoyo al Convoy de extrema derecha y el uso de facto a la violencia política, la dirección conservadora está adoptando las maniobras de Trump.

El campamento en el seno de la capital nacional de activistas de extrema derecha, muchos de los cuales expresan explícitas intenciones violentas contra Trudeau, es una provocación y una amenaza continua. Aunque no se puede decir con certeza cómo terminará esto, lo que está manifiestamente claro es que importantes sectores de la clase gobernante han conjurado un movimiento extraparlamentario de extrema derecha con el objetivo de empujar la política hacia la derecha y, en la medida de lo posible, deponer al Gobierno liberal minoritario.

Su objetivo inmediato es la supresión de todas las restricciones relacionadas con el COVID-19, lo que provocaría millones de infecciones más y miles de muertes innecesarias. También exigen una dramática intensificación de los ataques contra la clase trabajadora, con un rápido giro hacia la austeridad “postpandemia”, la implementación de una “agenda de crecimiento” favorable a los inversores, y un papel aún más agresivo del imperialismo canadiense como perro de presa de Washington en su imprudente campaña de guerra contra Rusia. Los mismos políticos que alaban el Convoy de la Libertad como un golpe a la “tiranía” de Trudeau han denunciado a su Gobierno por no enviar armamento letal a Ucrania.

Si se produce un enfrentamiento violento entre la policía y los manifestantes de extrema derecha, los miembros de la clase gobernante que han promovido el Convoy tratarán de culpar al Gobierno. Se denunciará a Trudeau por no haber “evitado la violencia” sentándose a “hablar” con los manifestantes, es decir, haciendo concesiones a sus demandas fascistizantes. Los conservadores, otras secciones de la élite política y sus aliados ultraderechistas podrían utilizar este apalancamiento para imponer giros en la política o planificar la caída del Gobierno.

La élite gobernante canadiense percibe cada vez más las formas democráticas de gobierno que ha utilizado tradicionalmente para mitigar las tensiones sociales y darle legitimidad a su dominio de clase como un impedimento. Rutinariamente, se ilegalizan las huelgas, y se han expandido enormemente los poderes y el alcance del aparato de seguridad nacional.

En diciembre de 2008, apenas unas semanas después del colapso financiero mundial, el entonces primer ministro conservador Stephen Harper consiguió que la gobernadora general, una oficial no elegida, utilizara sus amplios y arbitrarios poderes para suspender el Parlamento e impedir que los partidos de la oposición destituyeran a su Gobierno minoritario. La clase gobernante apoyó de forma abrumadora el “golpe constitucional” de Harper, demostrando su disposición a pisotear las normas democráticas más básicas para garantizar la permanencia en el cargo de un “Gobierno fuerte” capaz de imponer ataques radicales a la clase trabajadora.

Las tensiones de clase están hoy mucho más avanzadas que en 2008. La élite gobernante de Canadá se ha aprovechado de la pandemia para enriquecerse fabulosamente mientras permite que el virus mortal corra a sus anchas. Los trabajadores se están radicalizando y han empezado a contraatacar a través de una serie de huelgas y protestas militantes, exigiendo protecciones contra el COVID-19 y el fin de décadas de concesiones y austeridad.

El Gobierno liberal de Trudeau ha encabezado la política pandémica de la clase gobernante que ha priorizado “las ganancias sobre la vida” y que ha provocado cinco olas sucesivas de infecciones masivas y ha causado más de 33.800 muertes hasta la fecha. Ha bombeado cientos de miles de millones de dólares en el mercado bursátil y en las arcas de las grandes empresas para aumentar las ganancias y la riqueza de los inversores. Desde que renovaron su mandato de minoría y a duras penas en las elecciones de septiembre del año pasado, Trudeau y los liberales se han desplazado aún más a la derecha, eliminando prácticamente toda la ayuda pandémica para los trabajadores, integrando aún más a Canadá en las ofensivas militares estratégicas de Estados Unidos contra Rusia y China, y permitiendo que ómicron se propague como la pólvora.

Sin embargo, varios sectores poderosos de la élite gobernante están enfadados, frustrados y temerosos. Están enfadados y frustrados por el continuo y fuerte apoyo popular a las medidas de salud pública, incluyendo los confinamientos, y por la arraigada oposición a su belicismo contra Rusia y China. Su miedo está impulsado por la creciente resistencia de la clase trabajadora. El Gobierno de Trudeau se ha apoyado en una estrecha colaboración con los sindicatos corporativistas para reprimir la lucha de clases, pero los sindicatos están cada vez más desacreditados y se enfrentan a una oposición cada vez mayor de las bases. En respuesta, algunos sectores de la clase gobernante están a favor de una acción preventiva. Para preparar al capitalismo canadiense para un choque frontal con la clase obrera, quieren llevar al poder a un Gobierno abiertamente reaccionario, sin restricciones democráticas tradicionales, y promocionar a matones fascistas como tropas de choque contra la clase obrera. Los acontecimientos en Canadá subrayan que el colapso de la democracia burguesa es un proceso universal. Los niveles sin precedentes de desigualdad social, el conflicto de las grandes potencias y la guerra imperialista, y la política asesina de inmunidad colectiva son incompatibles con las formas democráticas de gobierno.

Por ello, las élites gobernantes de todos los grandes países capitalistas han promovido sistemáticamente a las fuerzas de extrema derecha y directamente fascistas. En Alemania, la neofascista Alternativa para Alemania, la cual fue promocionada por los medios de comunicación y la élite política, ha dictado efectivamente la política gubernamental sobre los refugiados y desempeñó un papel clave en la movilización de las protestas de extrema derecha para exigir el fin de los cierres contra el COVID-19. Las conspiraciones golpistas en las filas del ejército en Francia y España subrayan que la democracia burguesa está a las puertas de la muerte en toda Europa. Y en los Estados Unidos, el centro de la crisis capitalista mundial, Trump sigue libre para pronunciarse en mítines frente a miles de partidarios de extrema derecha, más de un año después de que él y gran parte de la dirección del Partido Republicano buscaran mediante un golpe fascista anular la elección presidencial e instalar un Führer en la Casa Blanca.

En Canadá, como en todo el mundo, el peligro que representa la extrema derecha proviene del hecho de que es promovida desde arriba, por sectores significativos de la élite gobernante. Los matones fascistas como los que dirigen el Convoy de la Libertad no gozan prácticamente de ningún apoyo popular. La gran mayoría de los trabajadores observan los acontecimientos que se desarrollan en Ottawa con una mezcla de asco e indignación.

Estos sentimientos totalmente sanos no se ven reflejados en los sindicatos ni en el socialdemócrata Nuevo Partido Democrático (NDP). De hecho, se debe a la capacidad continua de estas organizaciones podridas y procapitalistas para amordazar políticamente a la clase trabajadora que la élite gobernante y sus aliados fascistas pueden pasar a la ofensiva. Los sindicatos se han dedicado a sabotear toda expresión de oposición de los trabajadores a la política de anteponer las ganancias a las vidas en la pandemia, mientras que el NDP ha apuntalado al Gobierno liberal minoritario en el Parlamento desde 2019, votando a favor de sus rescates para los bancos y las grandes empresas, los recortes a la ayuda pandémica para los trabajadores y los aumentos del gasto militar.

Todo depende ahora de la construcción de un movimiento político independiente de la clase trabajadora que se oponga a la política de contagios y muertes masivas impuesta por la élite gobernante, a la campaña de guerra y a la amenaza de la ultraderecha fascista. La defensa de los derechos democráticos es inseparable de la lucha por romper el dominio de la oligarquía financiera sobre todos los aspectos de la vida social y política, lo que requiere la transformación socialista de la sociedad. Los trabajadores de Canadá deben librar esta lucha de forma internacional, uniéndose a los trabajadores de Estados Unidos, Europa y de todo el mundo, que se enfrentan a la doble amenaza de las formas dictatoriales de gobierno y de la guerra imperialista.

Hacemos un fuerte llamamiento a todos los que estén dispuestos a luchar por este programa para que se unan y construyan el Partido Socialista por la Igualdad (Canadá) y sus partidos hermanos en todo el mundo.

(Publicado originalmente en inglés el 1 de febrero de 2022)

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