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Perspectiva

Las cuestiones políticas que enfrentan los trabajadores estadounidenses en el Día del Trabajo de 2022

El Día del Trabajo de 2022 presenta a la clase trabajadora con dos opciones. Una es la burocracia sindical de la AFL-CIO y el Gobierno de Biden, que planean obligar a los trabajadores a pagar por las guerras imperialistas, permitir la continuación de la pandemia sin importar las muertes, provocar despidos masivos por medio del alza de los tipos de interés e implementar recortes salariales al dispararse el coste de vida.

El otro camino es el desarrollo de un movimiento independiente de la clase trabajadora. Esto ya se está avanzando por medio del rechazo de los contratos proempresariales, el estallido de una ola internacional de huelgas y un sentimiento cada vez más compartido en todos los lugares de trabajo de que las cosas no pueden seguir así.

Pero para que tenga éxito, este movimiento emergente necesita una dirección política y una consciencia de su estrategia.

El primer camino —el camino hacia la derrota— pasa por la confederación AFL-CIO y el Partido Demócrata. El presidente Biden viajará a Pittsburgh hoy para celebrar sus supuestas políticas “a favor de los trabajadores” junto a los corruptos y ampliamente odiados ejecutivos sindicales que lideran la AFL-CIO, el United Steelworkers (USW), la American Federation of Teachers (AFT) y otros sindicatos.

En una declaración previa de la Casa Blanca, Biden declaró: “Los sindicatos han sido la voz de los trabajadores estadounidenses, guiándolos hacia el poder como una gran fuerza en nuestra sociedad. Los sindicatos lucharon por mayores salarios, prestaciones para apoyar las familias, estableció estándares vitales de salud y seguridad, garantizó la jornada de ocho horas, erradicó el trabajo infantil, vigiló que no hubiera discriminación ni acoso y negoció para que el trabajador reciba la tajada justa de la prosperidad económica. Dotan a los trabajadores de una voz en decisiones críticas que afectan sus vidas y sus medios de vida y desempeñan un papel transcendental en definir el futuro de nuestra democracia…”.

Biden pone la realidad de cabeza. Lejos de ser una “voz de los trabajadores estadounidenses”, el número de trabajadores que pertenecen a los sindicatos oficiales ha caído a su mínimo histórico. Solo el 10,3 por ciento de todos los trabajadores y el 6,1 por ciento de los trabajadores en el sector privado pertenecen a un sindicato. Durante los últimos 40 años, la existencia continua de estas organizaciones ha dependido en gran medida del apoyo financiero e institucional de parte de la patronal y el Estado capitalista, que consideran a los sindicatos como una herramienta clave para vigilar a la clase trabajadora.

El periodo cuando los sindicatos “luchaban por mayores salarios” pertenece a un pasado distante. Durante el último año, cuando la inflación alcanzó su máximo en cuatro décadas de 8,5-9,0 por ciento y los costos de la energía aumentaron 41,6 por ciento, el trabajador sindicalizado promedio vio un aumento de tan solo 4,4 por ciento. Esto es menos que el 5,3 por ciento recibido por los trabajadores no sindicalizados.

Las afirmaciones de Biden de que los sindicatos han “negociado para que el trabajador reciba la tajada justa de la prosperidad económica” son desmentidas por las cuatro décadas en las que han caído los salarios reales de los trabajadores estadounidenses y por la explosión de la riqueza de la oligarquía corporativa y financiera. Desde que comenzó la pandemia, el patrimonio de los 727 milmillonarios estadounidenses aumentó 70 por ciento o $1,71 billones. Mientras tanto, los sindicatos, encabezados por burócratas cuyos ingresos los colocan en el 5 por ciento más rico de la población, han negociado contratos en las refinerías de petróleo, los astilleros, la industria del neumático, los hospitales y el sector público. Estos aumentos salariales, como presumió el presidente del USW, Tom Conway, “no añadieron a las presiones inflacionarias”.

En cuanto a la aplicación de “estándares vitales de salud y seguridad” por parte de los sindicatos, también sucede lo contrario. A lo largo de la pandemia, los sindicatos de la AFL-CIO han protagonizado el impulso para obligar a los trabajadores a volver a fábricas, escuelas y otros centros laborales inseguros. Esto ha contribuido a la masiva pérdida de más de 1 millón de vidas y una caída histórica en la esperanza de vida en EE.UU. Mientras ocultan las cifras, los sindicatos han presidido la muerte de decenas de miles de transportistas, trabajadores sanitarios, de logística, de empacadoras de carne, entre otros. Esto incluye aproximadamente 8.000 maestros activos y jubilados. Millones más han quedado discapacitados a largo plazo. Estas cifras horrendas se suman a los 5.000 trabajadores por año o casi 14 por día que mueren por accidentes laborales.

Según Biden, los sindicatos “dotan a los trabajadores de una voz en decisiones críticas que afectan sus vidas y sus medios de vida y desempeñan un papel transcendental en definir el futuro de nuestra democracia”. De hecho, los propios burócratas sindicales atropellan rutinariamente los derechos democráticos de los trabajadores, ignoran los votos que autorizan huelgas e imponen contratos proempresariales a través de amenazas y embarazo de urnas.

En las últimas semanas, los sindicatos han colaborado con el Gobierno de Biden para prohibir de facto huelgas entre 28.000 estibadores de la costa oeste y 110.000 trabajadores ferroviarios y cientos de miles de docentes y enfermeros en todo el país.

Lo que es más importante, los sindicatos han guardado un silencio sepulcral sobre el discurso de Biden el jueves por la noche, advirtiendo del peligro dictatorial representado por Trump, sus partidarios fascistizantes y la mayoría del Partido Republicano. “Trump y los republicanos MAGA [partidarios de Trump]”, señaló Biden, promueven “un extremismo que amenaza los cimientos mismos de nuestra República”. Añadió que “no respetan la Constitución”, “no aceptan la voluntad del pueblo” ni “aceptan los resultados de una elección libre”.

Como Biden, lo único que pueden decir los sindicatos sobre esta amenaza existencial es que hay que votar por los demócratas en las elecciones de medio término. La realidad es que los sindicatos y el Partido Demócrata se han dedicado en las últimas cuatro décadas a atacar los empleos, niveles de vida y derechos sociales de los trabajadores, mientras promueven el nacionalismo y el militarismo. Esto les ha permitido a Trump y a los republicanos sacar provecho del malestar popular para sus propios fines reaccionarios.

En todas las cuestiones que enfrenta la clase trabajadora, los sindicatos se han alineado con la clase dominante. En cuanto al COVID, han ayudado a que se propague. En cuanto a la guerra por delegación de EE.UU. contra Rusia y la escalada de medidas de guerra comercial y el cerco militar contra China, los sindicatos lo apoyan todo. En cuanto a la inflación, los sindicatos están a favor de los recortes salariales. En cuanto el fascismo, guardan silencio. Subordinan a la clase obrera al Partido Demócrata, incluso cuando éste intensifica la guerra contra la clase obrera y amenaza con llevar a la economía a una recesión para contrarrestar las demandas de los trabajadores de aumentos salariales acordes a la inflación.

Biden se jacta de ser el “presidente más prosindical de la historia estadounidense”. Con esto quiere decir que su Administración está haciendo todo lo posible para apuntalar a la desacreditada y odiada burocracia laboral con la esperanza de que pueda contener la creciente marea de oposición social e imponer la disciplina laboral necesaria para librar guerras en el extranjero y la guerra de clases en casa.

El programa de Biden es el corporativismo, es decir, la integración cada vez más estrecha de los sindicatos con la patronal y el Estado.

El desarrollo de un movimiento de lucha de clases requiere en todo momento la construcción de organizaciones independientes, comités de base, que unan a todos los sectores de la clase obrera, en EE.UU. e internacionalmente, contra el aparato sindical corporativista. Mientras el camino que pasa por los demócratas y la AFL-CIO se dirige hacia la derrota, ese el camino de la victoria para la clase obrera internacional.

La máxima expresión de esta rebelión ascendente de la clase obrera es la campaña de Will Lehman, un trabajador de Mack Trucks de Pensilvania y candidato socialista a presidente del sindicato United Auto Workers (UAW). Lehman ha recibido un poderoso apoyo de los trabajadores automotores, los profesores, los ferroviarios y otros sectores de la clase obrera por su llamado a abolir las burocracias sindicales y la transferencia del poder a los trabajadores de base.

Lehman ha llamado a formar comités de base en todas las fábricas y lugares de trabajo y coordinar las luchas más allá de las fronteras nacionales a través de la construcción de la Alianza Internacional Obrera de Comités de Base (AIO-CB).

La organización independiente de la clase obrera debe estar relacionada con la construcción de una dirección socialista en la clase obrera. No hay un solo problema al que se enfrentan los trabajadores –la explotación y la desigualdad, la amenaza fascista y dictatorial, y las guerras imperialistas— que pueda resolverse dentro del sistema capitalista.

El camino a seguir es la lucha por el socialismo, conectando el crecimiento de la lucha de clases en EE.UU. y en todo el mundo con la construcción del Partido Socialista por la Igualdad y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional como la dirección revolucionaria de la clase obrera.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 5 de septiembre de 2022.)

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