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Perspectiva

Al superar las 35.000 muertes, el terremoto en Turquía y Siria ya es uno de los mayores desastres en el siglo veintiuno

Grúas despejan los escombros junto a edificios destruidos en Antakya en el centro-sur de Turquía, 10 de febrero de 2023 [AP Photo/Hussein Malla]

Los dos terremotos que destruyeron el centro-sur de Turquía y el norte de Siria el lunes pasado han generado un desastre cuya cifra de muertes, destrucción y sufrimiento son apocalípticos. Según las cifras oficiales, se han confirmado casi 35.000 muertes y la cifra sigue aumentando paulatinamente. Ciudades enteras quedaron en ruinas y millones se enfrentan actualmente a graves carencias y más muertes por las condiciones en medio del invierno. La ayuda ha sido sumamente insuficiente debido a la enorme necesidad.

El coordinador de ayuda de Naciones Unidas, Martin Griffiths, dijo que la cifra reportada de muertes posiblemente se “duplique o más”. Añadió, sombríamente, que, “pronto, los trabajadores de búsqueda y rescate darán paso a las agencias humanitarias cuyo trabajo es cuidar al extraordinario número de afectados en los próximos meses”. Según la Organización Mundial de la Salud, casi 26 millones de personas se han visto directamente impactadas por el terremoto y muchas de ellas se enfrentarán al peligro de sufrir hambre, enfermedades y traumas físicos y psicológicos.

Es difícil comprender la inmensidad del desastre basándose en los reportes de la prensa corporativa, que inevitablemente se concentra en el puñado de rescates exitosos en vez de los miles de cuerpos siendo extraídos de los edificios colapsados. Incluso las fotografías aéreas de las fosas comunes tomadas desde drones solo permiten echar un vistazo a las dimensiones de esta tragedia.

El sismo se produjo a lo largo de 500 km de una falla tectónica, aproximadamente la distancia de Detroit a Chicago o de París a Londres. Según un geofísico de la NASA, “Esto sacudió extremadamente fuerte un área muy grande que golpeó ciudades y pueblos llenos de personas. El tamaño de la falla y la fuerza del terremoto de magnitud 7,8 fueron similares a las del terremoto de 1906 que destruyó San Francisco”.

Fueron destruidas ciudades enteras, algunas con un legado histórico de miles de años. El epicentro fue la antigua ciudad de Maraş, un cruce de las civilizaciones antiguas de Oriente Próximo, que ahora es la ciudad moderna de Kahramanmaraş, con una población de 600.000 habitantes. La ciudad antigua de Antioquía, hoy la ciudad moderna de Antakya de 400.000 habitantes, quedó prácticamente en escombros.

Algunas comparaciones: el terremoto del 6 de febrero ya es el quinto desastre mortal más mortífero del siglo veintiuno y posiblemente se convierta en el tercero más letal, solo detrás del terremoto de 2010 en Haití que mató a 316.000 personas y el tsunami del océano Índico de 2004 que dejó unos 228.000 muertos en 14 países, principalmente en Indonesia, Tailandia, Sri Lanka e India.

Estos lugares se encontraban entre los más pobres del mundo, tanto Haití que es el país más pobre del hemisferio occidental como las regiones del océano Índico donde el tsunami causó más daños. Turquía, sin embargo, es un país de renta media con una importante base industrial. Es un candidato plenamente calificado para pertenecer a la Unión Europea, aunque su ingreso es bloqueado por razones políticas. Los millones de trabajadores turcos en Alemania, además, representan una parte importante de la clase trabajadora en la mayor potencia económica europea.

El fracaso evidente de la respuesta del Gobierno turco no se debe, por tanto, a la falta de acceso a la tecnología o de mano de obra cualificada o recursos económicos. Se debe enteramente a las consideraciones financieras del capitalismo turco y mundial, que rechaza los gastos a largo plazo en infraestructuras, como garantizar que los edificios ubicados sobre fallas importantes sean capaces de resistir terremotos. En cambio, su interés es maximizar las ganancias a corto plazo.

El Gobierno derechista del presidente turco Recep Tayyip Erdogan está más preocupado por el posible impacto político del desastre que por su coste humano. Se ha detenido a un puñado de propietarios de edificios para que sirvan de chivos expiatorios de la corrupción sistemática del Gobierno en la supervisión de la industria de la construcción, y para encubrir el historial del régimen de negarse a prestar atención a las advertencias de los científicos sobre los peligros de los terremotos. Se han hecho amenazas escalofriantes contra los saqueadores y, al parecer, se ha enviado más policías a la región para reprimir a la población que socorristas para salvar vidas.

Aunque no cabe duda de que el Gobierno de Erdogan es responsable de esta catástrofe, la culpa recae principalmente en las potencias imperialistas y, sobre todo, en Estados Unidos, que ha devastado toda la región en su afán de dominio mundial.

En Siria, el bloqueo imperialista ha tenido un impacto tan salvaje que Griffiths, de la ONU, dijo que el mundo le ha “fallado a la población del noroeste de Siria... Con razón se sienten abandonados. Buscan una ayuda internacional que no ha llegado”.

Las sanciones impuestas por Estados Unidos a Siria han bloqueado el flujo de suministros de ayuda, mientras que las tropas estadounidenses que ocupan partes del país para controlar su producción de petróleo se han mantenido al margen en lugar de proporcionar ayuda a las víctimas del terremoto. En medio de la devastación, la “misión” del ejército estadounidense es continuar su operación de cambio de régimen, mientras somete a decenas de miles de sirios a bárbaras condiciones de encarcelamiento.

Las patéticas sumas ofrecidas en ayuda por los países ricos se ven eclipsadas por sus enormes gastos en la guerra contra Rusia para disputarse Ucrania y en la acumulación militar general hacia una Tercera Guerra Mundial, que expandiría al mundo entero las escenas infernales de la zona del terremoto, y aún peor.

Las potencias estadounidenses y europeas están inundando Ucrania con tanques y aviones de combate, pero cuando se trata de una catástrofe social masiva, se ofrece una miseria. Hasta ahí llegaron las pretensiones “humanitarias” del imperialismo.

El viernes, el interventor del Pentágono confirmó que en su presupuesto que se entregará el 9 de marzo, la Administración de Biden solicitará el mayor gasto militar de la historia estadounidense, cerca de 900.000 millones de dólares. Mientras tanto, la Administración destinará 85 millones de dólares, una diezmilésima parte de esa cantidad, a socorrer a los supervivientes turcos y sirios del sismo. Incluso esto se utilizará de manera que promueva los intereses del imperialismo estadounidense tanto en Siria como en Turquía.

Solo en la clase obrera hay pruebas de la enorme simpatía y solidaridad de la gente corriente por la difícil situación de sus hermanos y hermanas en Turquía y Siria. Los trabajadores humanitarios de todo el mundo se han apresurado a acudir al lugar de los hechos, uniéndose a las decenas de miles de supervivientes que tratan frenéticamente de sacar a sus cónyuges, hijos, padres y vecinos de las montañas de escombros. Los mineros del carbón, que se arriesgan a morir a diario por los derrumbes y las explosiones en las peligrosas minas turcas, se han desplazado a la región para prestar su ayuda y experiencia.

Pero estos esfuerzos se han visto frenados por la drástica escasez de los equipos y conocimientos técnicos necesarios para llevar a cabo con éxito las operaciones de rescate, que son responsabilidad de las principales potencias imperialistas, que disfrutan de un cuasi monopolio en ese ámbito.

Hace una semana, el WSWS señalaba la contradicción entre el vasto desarrollo de la ciencia y la industria en todo el mundo, que hace plenamente posibles las ciudades resistentes a los terremotos, y el constante descuido de las infraestructuras sociales y los preparativos para el socorro en caso de catástrofe. De este comentario se extraía la siguiente conclusión:

Todos los grandes problemas sociales actuales, incluida la prevención de catástrofes naturales, son por naturaleza problemas globales que requieren una solución coordinada socialmente. Sin embargo, el afán de lucro privado de la burguesía y la división del mundo en Estados nación rivales se interponen en el camino de cualquier respuesta progresista. Por eso no ha habido una respuesta científica mundial a la pandemia de COVID-19 ni al cambio climático global....

Los obstáculos a una respuesta planificada y racional a los urgentes problemas sociales solo pueden eliminarse mediante un ataque frontal de la clase obrera internacional al poder y la riqueza de la clase dominante, subordinando así las ganancias sociales a las necesidades sociales. La devastación evitable de los terremotos de ayer ha demostrado una vez más la urgente necesidad de sustituir el capitalismo por el socialismo global.

La semana transcurrida desde que se escribieron estas palabras ha confirmado plenamente esta declaración. Es urgentemente necesario que los trabajadores de todo el mundo multipliquen sus esfuerzos para lucha exigir el envío de ayuda de emergencia a los pueblos de Siria y Turquía, el levantamiento de todas las sanciones y los bloqueos, y un vasto programa para reconstruir la devastada región.

(Publicado originalmente en inglés el 12 de febrero de 2023)

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