En un contexto argentino de pobreza masiva, la peor crisis económica en dos décadas e inflación de tres dígitos, uno de los responsables principales, el ministro de Economía, Sergio Massa, obtuvo el primer lugar en las elecciones presidenciales el domingo con 36,7 por ciento del voto. Se enfrentará en una segunda vuelta el mes siguiente al libertario fascistizante Javier Milei, un deslenguado admirador de Trump y Bolsonaro que recibió el 30 por ciento del voto.
A pesar de cierto alivio en los medios corporativos de que el voto peronista no colapsó como se esperaba, el resultado fue sintomático de una élite política que se está pudriendo y prepara el escenario para un Gobierno abrumadoramente impopular. La prensa financiera ha destacado las preocupaciones sobre la “gobernabilidad”, cuando los bonos públicos y el peso continúan derrumbándose.
La participación electoral, del 74 por ciento, fue la más baja desde el final de la dictadura militar en 1983, mientras que los peronistas vieron su segundo peor desempeño a pesar de ganar.
Massa es el rostro de un programa de austeridad destinado a pagar la mayor deuda del FMI en el mundo, lo que ha provocado un aluvión de protestas de masas y paros en todo el país este año. Por su parte, la burocracia sindical peronista ha estado teniendo cada vez más dificultades para contener la lucha de clases.
En el contexto de una ola global de huelgas en defensa de los niveles de vida y los empleos y un movimiento de masas emergente contra la guerra, ni siquiera es de esperar que un Gobierno de coalición nacional como el propuesto por Massa produzca resultados diferentes.
Frente a un giro hacia la izquierda y hacia la lucha revolucionaria en la clase trabajadora, la clase dominante de Argentina ha dependido cada vez más de la pseudoizquierda para apuntalar a los peronistas. Sin embargo, estas fuerzas ahora se están desacreditando rápidamente y revelando su bancarrota política.
El llamado Frente de Izquierda y de Trabajadores - Unidad (FIT-U) recibió 710.000 votos, o el 2,7 por ciento. Esto fue 570.000 votos menos que su máximo en 2021. Mientras que el partido de Milei creció de tres a 39 diputados federales, el FIT-U pasó de cuatro a cinco.
Su estancamiento pese a la crisis social ha sumido a los partidos que conforman el FIT-U en una conmoción política y los ha empujado hacia un alineamiento cada vez más abierto con los peronistas. Antes de las elecciones, el FIT-U se unió a un “frente único” con una facción de los peronistas en el poder liderada por Juan Grabois y Emilio Pérsico, y sus líderes políticos y publicaciones ahora están maniobrando para canalizar a sus votantes detrás de Massa.
El lunes, por ejemplo, el legislador pseudoizquierdista Christian Castillo respondió en televisión nacional que el FIT-U todavía está debatiendo una posición común, pero dejó poco a la imaginación. “No vamos a votar a Millei y no le vamos a dar apoyo político a Massa”, dijo, afirmando deshonestamente que hay una diferencia entre votar y dar apoyo político, y sugiriendo que se debería considerar votar por Massa. Más tarde dijo que votar por Massa sería compatible con mantener la “independencia política” y alimentó cínicamente las ilusiones al prometer que el FIT-U votará por las “leyes a favor de los trabajadores” que introduzcan los peronistas.
Cabe notar que Castillo dijo que el crecimiento de la extrema derecha podría ser una “estrella fugaz” que simplemente desaparecerá, mientras que los medios pseudoizquierdistas han descrito a Milei como un “fenómeno aberrante”, alegando que su ascenso fue meramente accidental.
Esto es un reflejo del enfoque nacionalista, miope y ahistórico de estos oportunistas, que no entienden qué procesos impulsan sus propias acciones y palabras, hacia dónde se dirigen ni las implicaciones de sus decisiones. Reaccionan de manera impresionista a cada evento, de acuerdo con el impacto a sus carreras pequeñoburguesas en la política, la burocracia sindical, la academia o las ONG.
Al obstaculizar el desarrollo de una alternativa revolucionaria y socialista genuinamente independiente y al promover el colaboracionismo de clases, la pseudoizquierda es políticamente responsable del ascenso de Milei.
Millones de pequeños empresarios, desempleados, trabajadores informales y jóvenes votaron por Milei porque lo ven como la única opción para un cambio “extremo”. En las entrevistas con los medios, sus votantes a menudo se refieren al hecho de que el Banco Central no tiene reservas y no ha logrado contener la inflación, lo que ha reducido a la mitad sus ingresos, “no hay dinero en las calles”, el sistema de salud y las escuelas están colapsando, escasea el transporte público, entre otras razones.
El crecimiento de la extrema derecha es un proceso internacional. Frente a las etapas iniciales de un nuevo reparto y recolonización del mundo por parte del imperialismo, como lo demuestra la escalada de la guerra en Ucrania liderada por Estados Unidos y la campaña genocida de Israel contra los palestinos, las clases dominantes se están dirigiendo hacia la dictadura.
Como describió León Trotsky en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, “las camarillas gobernantes de todos los países consideran la democracia, la dictadura militar, el fascismo, etc., simplemente como distintos instrumentos para someter a sus propios pueblos a los objetivos imperialistas”.
Tanto Massa como Milei representan a amplios sectores de la clase dominante, que actualmente tienen diferentes tácticas sobre cómo servir mejor al capital extranjero y al imperialismo en el contexto de una crisis histórica del capitalismo global y argentino. Para ambos, esto significa facilitar el saqueo del capital extranjero de los granos, el gas de esquisto y el litio de Argentina, junto con el tesoro público y la mano de obra barata.
Como escribe el Financial Times: “Lo que Argentina realmente necesita, según Alberto Ramos, economista jefe para América Latina de Goldman Sachs, es un ajuste fiscal rápido y dramático, un banco central independiente y amplias reformas estructurales para hacer que el país sea más abierto y flexible”.
Si bien Ramos no se opone a la dolarización propuesta por Milei, subraya el imperativo de reducir aún más los costos de mano de obra y otros costos de producción para atraer inversiones.
Massa ofrece un enfoque relativamente más gradual que Milei para lograr los mismos objetivos, al tiempo que se inclina en los sindicatos para sofocar la lucha de clases y aprovecha más los lazos comerciales y financieros con China. Durante uno de los debates, resumió sus planes: “La Argentina tiene que entrar en un proceso de desarrollo: gasoductos, venta de energía al mundo, exportación de valor agregado. Son el camino para acumular reservas y fortalecer nuestra moneda”.
Los intentos de Massa de presentarse como más progresista y defensor de la “soberanía nacional” son absurdos. Lejos de sus inicios reformistas nacionales después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Argentina tenía uno de los ingresos per cápita más altos, el peronismo hoy se ha reducido a una herramienta para hacer cumplir los dictados de Wall Street y sus socios en la aristocracia financiera local.
Milei, por su parte, planea eliminar el Banco Central y la mayoría de los ministerios, y privatizar la salud y la educación, en el mejor de los casos dando váuchers a las capas más pobres, entre otras medidas reaccionarias. Si les enseñas a loros ciegos cómo decir “oferta y demanda” tendrás al gabinete de Milei. Su equipo está compuesto por influencers economistas cuyas premisas fueron refutadas hace 150 años por Marx.
Pero describir a Milei y a la extrema derecha como un “fenómeno aberrante” accidental es un crimen político, ya que minimiza la amenaza real que representa su ascenso.
Los trabajadores no pueden dejarse engañar. Milei, que empuña una motosierra durante sus actos, propone arrasar con mucho más que el gasto social y los derechos democráticos, como el aborto. Cuando se le pregunta sobre la inminente oposición masiva a sus políticas, Milei responde inequívocamente: “Serán presos”.
Además, planea dejar todas las consideraciones de defensa y seguridad en manos de su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, hija y nieta de oficiales militares durante la dictadura militar respaldada por Estados Unidos. Es presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), una organización fascista dedicada a minimizar y justificar los crímenes de la dictadura, que perpetró el asesinato o desaparición de 30.000 izquierdistas.
Milei representa un programa de guerra civil abierta y reacción fascista contra la clase obrera. Massa y los peronistas, sin embargo, no representan una alternativa “democrática”. Durante la década de 1970, el Gobierno y la burocracia sindical peronistas formaron escuadrones de la muerte fascistas, la Alianza Anticomunista Argentina, para matar a trabajadores, estudiantes e intelectuales radicalizados, incluso antes del golpe militar respaldado por Estados Unidos en marzo de 1976. El Gobierno actual de Alberto Fernández y las autoridades peronistas locales han desplegado constantemente fuerzas de seguridad para reprimir a los manifestantes, mientras que Massa ha defendido una política de “tolerancia cero”, que efectivamente significa un Estado policial.
Sin la construcción de una dirección auténticamente revolucionaria en la clase trabajadora, otro mandato peronista solo crearía las condiciones para un mayor crecimiento de la amenaza fascista.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 24 de octubre de 2023)
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