La elección del líder del Partido Janatha Vimukthi Peramuna (JVP —Frente Popular de Liberación), Anura Kumara Dissanayake como presidente del país insular de Sri Lanka en el sur de Asia amerita una evaluación cuidadosa. Pregona una serie de cambios políticos globales en la medida en que los partidos tradicionales de la élite capitalista y los mecanismos de gobierno colapsan bajo el peso de los antagonismos de clase cada vez mayores y el reparto imperialista del planeta por medio de una guerra global.
Hace dos años, Sri Lanka fue testigo de levantamientos populares alimentados por graves privaciones económicas después de que el Gobierno incumpliera el pago de enormes deudas externas. Las protestas masivas obligaron al presidente Gotabhaya Rajapakse a huir del país y renunciar, solo para ser reemplazado por Ranil Wickremesinghe, un notorio títere proestadounidense, que rápidamente impuso salvajes medidas de austeridad del FMI.
Ahora Dissanayake, que dirige tanto el JVP como su frente más amplio de “unidad nacional”, el Poder Popular Nacional (NPP, sigla en inglés), se ha visto catapultado al cargo. Hace apenas cinco años, Dissanayake, como candidato presidencial del JVP-NPP, obtuvo solo 446.000 votos, el 3,8 por ciento del voto total. En las elecciones del sábado pasado, obtuvo 5,63 millones, o más del 42 por ciento. Wickremesinghe y otros dos líderes de la élite política tradicional, Saijith Premadasa y Namal Rajapakse, sufrieron una derrota humillante.
La prensa internacional proclama en sus titulares que Sri Lanka ha elegido a “un presidente marxista”. Esta es una mentira grotesca.
El JVP es un movimiento de derecha, nacionalista y comunalista, impregnado de populismo cingalés y hostilidad hacia la minoría tamil de la isla. Durante décadas, el JVP ha servido como un apoyo crucial de la burguesía de Sri Lanka, incluso en 1988-89 cuando llevó a cabo ataques asesinos contra organizaciones de izquierda y de trabajadores.
La afirmación de Dissanayake de que un Gobierno del JVP-NPP regulará las relaciones entre todos los diversos grupos e intereses sociales que componen la sociedad de Sri Lanka (es decir, las clases contendientes), a fin de reconciliarlos y hacer que todos “trabajen a favor la nación, se parece más al fascismo que al socialismo.
Pretendiendo ser ajeno a los círculos del poder, el JVP hizo promesas limitadas de aumentar el gasto social, al tiempo que arremetió contra la corrupción manifiesta de la élite política tradicional.
Todo es un engaño. El JVP se ha comprometido públicamente a trabajar dentro de “los parámetros” del rescate del FMI negociado por Wickremesinghe. El rescate del FMI exige que el Gobierno de Sri Lanka elimine cientos de miles de empleos en el sector público y registre grandes superávits presupuestarios en los próximos años a través de aranceles regresivos, aumentos de impuestos y la continua devastación de la salud y educación públicas
Desde 2022, el JVP ha cortejado asiduamente a la patronal y ha continuado sus esfuerzos de larga data para cultivar lazos con las fuerzas de seguridad. También se ha reunido repetidamente con la embajadora de los Estados Unidos en Sri Lanka, Julie Chung, y altos funcionarios indios. En un silencio que habla de consentimiento, el JVP no ha hecho ningún comentario público sobre la creciente integración de Sri Lanka en la ofensiva estratégico-militar liderada por Estados Unidos y apoyada por India contra China.
El imperialismo y la clase dominante de Sri Lanka han tomado las medidas de Dissanayake y el JVP. Al reconocer la derrota, Wickremesinghe, quien pasó la campaña electoral arremetiendo contra la supuesta amenaza que Dissanayake representaría para la economía, proclamó rápidamente que estaba “seguro” de que “guiaría a Sri Lanka en un camino de crecimiento y estabilidad continuos”.
El primer ministro indio, Narendra Modi, y el Departamento de Estado de los Estados Unidos emitieron declaraciones elogiándolo y expresando su entusiasmo por trabajar con el nuevo presidente y “fortalecer” los lazos.
Dicho esto, está en marcha una dinámica de clase explosiva que pronto llevará a la clase trabajadora y a los trabajadores rurales a un conflicto precipitado con el autoproclamado “Gobierno popular” de Dissanayake.
Independientemente de las esperanzas que amplios sectores de la clase trabajadora hayan depositado en el JVP, invariablemente se verán frustradas a medida que se apliquen las medidas de austeridad del FMI.
Además, en el norte y este de mayoría tamil y en los distritos de plantaciones, ya hay una gran cautela, si no hostilidad abierta, hacia el Gobierno entrante, debido al historial de incitación comunal del JVP. En los distritos de mayoría tamil, Dissanayake terminó tercero o cuarto, con el 10 por ciento o menos de los votos.
La lucha de décadas del CICI y el SEP (Sri Lanka) contra el JVP
Como contribución crucial a la preparación política de la clase trabajadora para la siguiente etapa de la lucha, el World Socialist Web Site explicará y documentará en los próximos días y semanas el historial político del Comité Internacional de la Cuarta Internacional y su sección de Sri Lanka en la lucha contra el JVP y su política nacionalista pequeñoburguesa.
Someter la evolución y los giros políticos del JVP a un análisis de clase marxista ha sido y es crucial para la lucha por la independencia política de la clase trabajadora y el apoyo de los trabajadores rurales a ella en la lucha contra la burguesía esrilanquesa y el imperialismo mundial.
El JVP fue fundado en 1966 sobre la base de una mezcla de maoísmo, castrismo y populismo cingalés. En abril de 1971, lideró un desastroso levantamiento de la juventud rural cingalesa contra un Gobierno de coalición liderado por el Partido de la Libertad de Sri Lanka, al que había respaldado y tildado de “progresista” tras su elección menos de un año antes.
La Liga Comunista Revolucionaria (RCL, sigla en inglés), predecesora del Partido Socialista por la Igualdad de Sri Lanka (SEP, sigla en inglés), defendió al JVP contra la represión estatal despiadada. Al mismo tiempo, en La política y naturaleza de clase del JVP, el secretario general fundador de la RCL, Keerthi Balasuriya, expuso el virulento carácter antiobrero del JVP, que ridiculizaba las luchas económicas de los trabajadores “como una lucha por tazas de avena” porque distraían de la lucha “patriótica” contra el imperialismo. El JVP afirmó, al estilo del Frente Popular Maoísta-Estalinista, que el imperialismo provocaba que todas las “clases sociales” del país se “agruparan”.
Balasuriya también resaltó las denuncias del JVP contra los trabajadores agrícolas de habla tamil como “privilegiados” y agentes del “expansionismo indio”. Advirtió que con su promoción del virulento racismo antitamil, “el JVP está creando un movimiento antiobrero” que “bien podría ser utilizado por un futuro movimiento fascista”.
Estas advertencias estaban más que justificadas. En la década de 1980, el JVP surgió como el defensor más mordaz de la guerra de la clase dominante de Sri Lanka contra la minoría tamil. En 1988-89, lideró una rebelión armada contra el reaccionario acuerdo indo-esrilanqués con el argumento de que amenazaba la unidad del Estado capitalista dominado por los cingaleses. Inicialmente confabulando con el primer ministro (más tarde presidente) Ranasinghe Premadasa y secciones del aparato estatal, el JVP llevó a cabo una campaña de asesinatos, en la que cientos de opositores políticos de izquierda, sindicalistas y trabajadores, incluidos miembros de la RCL, fueron asesinados.
El plan de Premadasa era poner al JVP bajo el ala del Gobierno y usarlo como auxiliar del Estado. Cuando esto resultó imposible, el Estado capturó a Rohana Wijeweera y a los otros dos líderes principales del JVP y en cuestión de horas los ejecutó sumariamente. Este acto antidemocrático fue seguido por una campaña masiva de represión estatal destinada a reprimir el descontento en el sur rural de Sri Lanka, en el que murieron decenas de miles de personas.
Sin embargo, en 1993, en nombre de “unir a la nación” contra la renovada insurgencia tamil en el norte y el este, se permitió que el JVP reanudara su actividad política una vez más como apoyo del régimen burgués. En las elecciones de 1994, el JVP ayudó a la clase dominante a lavarle la cara al Gobierno para que continuara la guerra antitamil y el asalto a la posición social de la clase trabajadora. Ayudó a llevar a Kumaratunga y su SFLP al poder en lugar del profundamente odiado régimen de la UNP que había ocupado el cargo durante más de 15 años.
A partir de entonces, el JVP se integró cada vez más plenamente en la élite política, sin dejar de ser los defensores más firmes de la guerra racista hasta que terminó en la masacre de 40.000 tamiles en mayo de 2009. En 2004, en una alianza electoral con el partido burgués SFLP, el JVP ganó 39 escaños, por mucho su récord electoral hasta el sábado pasado. Se le otorgaron 3 cargos ministeriales y aplicó un programa de medidas de austeridad redactado por la patronal, pero posteriormente se retiró porque se oponía vehementemente a cualquier cooperación con la administración insurgente de los Tigres de Liberación del Eelam Tamil (LTTE, sigla en inglés) para ayudar a las víctimas del devastador tsunami de diciembre de 2004.
El reto político al que se enfrenta la clase trabajadora
Los trabajadores deben estar alertas. En los últimos años, el JVP ha moderado públicamente su chovinismo antitamil. Pero el nacionalismo y el comunalismo son parte de su pedigrí político. Los llamados chauvinistas han animado sus esfuerzos de larga data para cortejar al aparato militar y de seguridad, incluso a través del establecimiento de “colectivos” del NPP de veteranos del ejército y la policía.
Frente a la creciente oposición popular, el JVP recurrirá a sus propias tradiciones reaccionarias y a las de la clase dominante, incitando a la reacción chauvinista y desplegando la represión policial-militar.
Los acontecimientos en Sri Lanka a menudo presagian o revelan en forma incipiente cambios bruscos en la situación mundial.
El “shock político” de Sri Lanka se repetirá en otros lugares. La clase dominante se verá cada vez más obligada a apoyarse en los partidos nacionalistas y de pseudoizquierda que hasta ahora tenía a distancia, incluso colocándolos en las oficinas ejecutivas del Gobierno. En Europa, la clase trabajadora ya ha tenido varias experiencias de tales fuerzas en el poder, sobre todo en Grecia, donde Syriza fue elegida prometiendo oponerse a la evisceración del gasto social pero impuso rápidamente la austeridad más draconiana de la Unión Europea.
No hay una escasez de oportunistas impresionados por el repentino aumento de esta o aquella fuerza antiobrera que buscarán acorralar a los trabajadores para que apoyen o se adapten a tales movimientos.
La guerra política debe librarse contra tales fuerzas como parte de una lucha política, teórica y organizativa cada vez más intensa por la independencia política de la clase trabajadora. Esto requiere que intervengamos enérgicamente en todas sus luchas, para armarlas con un programa socialista-internacionalista y las lecciones críticas de las grandes luchas de clases del siglo y medio pasado.
Fue sobre esta base de principios que el SEP emprendió una poderosa intervención en las elecciones de Sri Lanka postulando al maestro jubilado y líder del partido desde hace mucho tiempo, Pani Wijesiriwardena.
Y es sobre esta base que el SEP desarrollará la lucha por unir y movilizar a la clase trabajadora como un poder político independiente, reuniendo detrás de él a las masas rurales y otros sectores oprimidos, para enfrentar los ataques del Gobierno entrante del JVP y avanzar en la lucha contra la guerra y la austeridad del FMI y por la igualdad social, es decir, el socialismo revolucionario.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 23 de septiembre de 2024)