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La experiencia de la Comuna de París de 1871: el análisis de Marx

Este ensayo es el tercer capítulo de El Estado y la revolución, escrito por Lenin en el verano de 1917. En ese momento, Lenin estaba ocultándose, primero en Petrogrado y luego en Finlandia, en medio de la represión violenta del Partido Bolchevique por parte del Gobierno Provisional en Rusia. El libro fue un componente crucial en los esfuerzos de Lenin para preparar el Partido Bolchevique y los sectores más avanzados de la clase obrera rus para la Revolución de octubre de 1917.

Para un repaso más completo de El Estado y la revolución, lee la conferencia de Barry Grey en el centenario de la Revolución rusa.

1. ¿En qué manera fue heroica la tentativa de los comuneros?

Es sabido que, en el otoño de 1870, unos meses antes de la Comuna, Marx advirtió a los trabajadores de París que cualquier intento de derrocar al Gobierno sería la locura desesperada. Pero en marzo de 1871, cuando se les impuso una batalla decisiva a los trabajadores y éstos la aceptaron, cuando el levantamiento ya era un hecho, Marx recibió la revolución proletaria con el mayor entusiasmo, a pesar de los augurios desfavorables. Marx no persistió en condenar el movimiento como “extemporáneo” como lo hizo de manera pedante el infame renegado ruso del marxismo, Plejánov, quien escribió en noviembre de 1905 de forma alentadora sobre la lucha obrera y campesina, pero después de diciembre de 1905 clamó, como los liberales: “No debieron haber tomado las armas”.

Marx, sin embargo, no solo se entusiasmó con el heroísmo de los comuneros, que, como expresó, “tomaron el cielo por asalto”. Si bien el movimiento revolucionario de masas no logró su objetivo, lo consideró como una experiencia histórica de enorme importancia, como un cierto avance de la revolución proletaria mundial, como un paso práctico más importante que cientos de programas y argumentos. Marx se empeñó en analizar este experimento, en extraer de él lecciones tácticas y en reexaminar su propia teoría a la luz del mismo.

La única “corrección” que Marx consideró que necesitaría El manifiesto comunista la hizo con base en la experiencia revolucionaria de los comuneros de París.

El último prefacio a la nueva edición alemana del Manifiesto Comunista, firmado por sus dos autores, está fechado el 24 de junio de 1872. En este prefacio, los autores, Karl Marx y Friedrich Engels, dicen que el programa del El manifiesto comunista “se ha vuelto desactualizado en algunos detalles”, y continúan:

... La Comuna demostró especialmente una cosa, a saber, que “la clase obrera no puede simplemente apoderarse de la maquinaria estatal existente y esgrimirla para sus propios fines” ...

Los autores tomaron las palabras entrecomilladas en este pasaje del libro de Marx, La guerra civil en Francia.

Marx y Engels consideraron que la lección principal y fundamental de la Comuna de París era de tal importancia que la introdujeron como una importante corrección en El manifiesto comunista.

Lo más característico es que esta importante corrección ha sido distorsionada por los oportunistas, y su significado probablemente no es conocido por nueve décimas partes, si no las noventa y nueve centésimas partes, de los lectores de El manifiesto comunista. Más adelante, en un capítulo especialmente dedicado a las tergiversaciones, nos ocuparemos más a fondo de esta distorsión. Aquí bastará con señalar que la “interpretación” actual y vulgar de la famosa declaración de Marx que acabamos de citar es que aquí Marx supuestamente enfatiza la idea de un desarrollo lento en contradicción con la toma del poder, etc.

De hecho, es exactamente lo contrario. La idea de Marx es que la clase obrera debe destruir, aplastar la “maquinaria estatal existente”, y no limitarse simplemente a hacerse con ella.

El 12 de abril de 1871, justo en el momento de la Comuna, Marx escribió a Kugelmann:

Si buscas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, encontrarás que declaro que el próximo intento de la Revolución Francesa ya no consistirá, como antes, en transferir la máquina burocrático-militar de unas manos a otras, sino en aplastarla [la cursiva es de Marx; el original es zerbrechen], y ésta es la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. Y esto es lo que intentan hacer nuestros heroicos camaradas partidarios en París” (Neue Zeit, vol. XX, 1, 1901-02, pág. 709).

(Las cartas de Marx a Kugelmann han aparecido en ruso en al menos dos ediciones, una de las cuales edité y prologué).

Las palabras “aplastar la máquina burocrático-militar” resumen la principal lección del marxismo sobre las tareas del proletariado durante una revolución en relación con el Estado. ¡Y esta es la lección que no solo ha sido completamente ignorada, sino que ha sido activamente distorsionada por la “interpretación” kautskiana y predominante del marxismo!

En cuanto a la referencia de Marx a El dieciocho Brumario, hemos citado el pasaje pertinente en su totalidad más arriba.

Cabe notar, en particular, dos puntos del argumento de Marx antes citado. En primer lugar, limita su conclusión al continente. Esto era comprensible en 1871, cuando Reino Unido era todavía el modelo de un país puramente capitalista, pero sin una camarilla militarista y, en un grado considerable, sin una burocracia. Por lo tanto, Marx excluyó a Reino Unido, donde una revolución, incluso una revolución popular, parecía entonces posible, y de hecho lo era, sin la condición previa de destruir la “maquinaria estatal existente”.

Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta delimitación hecha por Marx ya no es válida. Tanto Reino Unido como Estados Unidos, los mayores y últimos representantes –en todo el mundo— de la “libertad” anglosajona, en el sentido de que prescindían de camarillas militaristas y burocracias, se han sumido por completo en el sucio y sangriento pantano europeo de las instituciones burocrático-militares que lo subordinan todo a sí mismas y lo reprimen todo. Hoy en día, en Reino Unido y Estados Unidos también, “la condición previa para toda verdadera revolución popular” es el aplastamiento, la destrucción de la “maquinaria estatal existente” (que, en dichos países, apareció y alcanzó la perfección “europea” e imperialista general en los años 1914-17).

En segundo lugar, hay que prestar especial atención a la profundísima observación de Marx de que la destrucción de la maquinaria estatal burocrática-militar es “la condición previa de toda verdadera revolución popular”. Esta idea de una revolución “popular” parece extraña viniendo de Marx, por lo que los plejanovistas y mencheviques rusos, aquellos seguidores de Struve que desean ser considerados marxistas, posiblemente declaren que tal expresión es un “desliz” por parte de Marx. Han reducido el marxismo a un estado de distorsión tan miserablemente liberal que para ellos no existe nada por fuera de la antítesis entre la revolución burguesa y la revolución proletaria, e incluso esta antítesis la interpretan de una manera totalmente estéril.

Si nos fijamos en el ejemplo de las revoluciones del siglo veinte, tendremos que admitir, por supuesto, que tanto la portuguesa como la turca son revoluciones burguesas. Sin embargo, ninguna de ellas constituye una revolución “popular”, ya que en ninguna de las dos se manifiesta activa e independientemente la masa del pueblo, su inmensa mayoría, con sus propias reivindicaciones económicas y políticas en un grado apreciable. Por el contrario, aunque la revolución burguesa rusa de 1905-07 no tuvo éxitos tan “brillantes” como los que a veces tuvieron las revoluciones portuguesa y turca, fue sin duda una verdadera revolución “popular”, ya que la masa del pueblo, su mayoría, los sectores sociales más bajos, aplastados por la opresión y la explotación, se alzaron de forma independiente e imprimieron en todo el curso de la revolución la huella de sus propias demandas, su intento de construir a su manera una nueva sociedad en lugar de la vieja sociedad que estaba siendo destruida.

En Europa, en 1871, el proletariado no constituía la mayoría del pueblo en ningún país del continente. Una revolución “popular”, que realmente incluyera en su cauce a la mayoría, solo podía ser tal si abarcaba tanto al proletariado como a los campesinos. Estas dos clases constituían entonces el “pueblo”. Estas dos clases están unidas por el hecho de que la “máquina estatal burocrático-militar” las oprime, las estruja, las explota. Aplastar esta máquina, hacerla pedazos, verdaderamente coincide con los intereses del “pueblo”, de su mayoría, de los obreros y de la mayoría de los campesinos. Es “la condición previa” para una alianza libre del campesino pobre y los proletarios, mientras que carecer de tal alianza hace la democracia inestable y la transformación socialista imposible.

Como se sabe, la Comuna de París se encaminó hacia esa alianza, aunque no alcanzó su objetivo debido a una serie de circunstancias, internas y externas.

Por consiguiente, al hablar de una “verdadera revolución popular”, Marx, sin descartar en absoluto las características especiales de los pequeños burgueses (habló mucho de ellos y con frecuencia), tuvo estrictamente en cuenta el equilibrio real de las fuerzas de clase en la mayoría de los países continentales de Europa en 1871. Por otra parte, afirmó que el “aplastamiento” de la máquina estatal era necesario para hacer avanzar los intereses tanto de los obreros como de los campesinos, uniéndolos y presentando ante ellos la tarea común de eliminar al “parásito” y sustituirlo con algo nuevo.

¿Con qué exactamente?

2. ¿Qué debe sustituir la máquina estatal destruida?

En 1847, en El manifiesto comunista, la respuesta de Marx a esta pregunta era todavía meramente abstracta; para ser exactos, era una respuesta que indicaba las tareas, pero no las formas de llevarlas a cabo. La respuesta dada en El manifiesto comunista era que esta máquina debía ser sustituida por “el proletariado organizado como clase dominante”, a través de “la victoria en la batalla de la democracia”.

Marx no se complacía con utopías; esperaba que la experiencia del movimiento de masas proporcionara la respuesta a la pregunta sobre las formas específicas que asumiría esta organización del proletariado como clase dominante y sobre la manera exacta en que esta organización se combinaría con la más completa y consecuente “victoria en la batalla de la democracia”.

Marx sometió la experiencia de la Comuna, por mínima que fuera, al más cuidadoso análisis en La guerra civil en Francia. Citemos los pasajes más importantes de esta obra.

Tras su origen en la Edad Media, se desarrolló en el siglo diecinueve “el poder estatal centralizado, con sus omnipresentes órganos de ejército permanente, policía, burocracia, clero y judicatura”. Con el desarrollo de los antagonismos de clase entre el capital y el trabajo, “el poder estatal asumió cada vez más el carácter de una fuerza pública organizada para la supresión de la clase obrera, de una máquina de dominio de clase. Después de cada revolución, que marca un avance en la lucha de clases, el carácter puramente coercitivo del poder estatal se vuelve cada vez más pronunciado”. Después de la revolución de 1848-49, el poder estatal se convirtió en “los instrumentos nacionales de guerra del capital contra el trabajo”. El Segundo Imperio los consolidó.

“La antítesis directa del imperio fue la Comuna”. Fue la “forma específica” de “una república que no solo eliminaría la forma monárquica del dominio de clase, sino el dominio de clase en sí”.

¿En qué consistió esta forma “específica” de república proletaria y socialista? ¿Qué Estado comenzó a crear?

... El primer decreto de la Comuna ... fue la supresión del ejército permanente, y su sustitución por el pueblo armado. ...

Esta demanda figura ahora en el programa de todos los partidos que se llaman socialistas. Sin embargo, el valor real de su programa queda demostrado por el comportamiento de nuestros socialrevolucionarios y mencheviques, que, justo después de la revolución del 27 de febrero, ¡se negaron a llevar a cabo esta demanda!

La Comuna estaba formada por los concejales municipales, elegidos por sufragio universal en los distintos distritos de París, responsables y revocables en cualquier momento. La mayoría de sus miembros eran naturalmente obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La policía, que hasta entonces había sido el instrumento del Gobierno, fue despojada de inmediato de sus atributos políticos y convertida en un instrumento que rendía cuentas a la Comuna y que era revocable en todo momento. Lo mismo ocurrió con los funcionarios de todas las demás ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna hacia abajo, el servicio público tenía que hacerse con un salario de obrero. Los privilegios y las dietas de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron junto con los propios dignatarios. ... No bien se eliminaron el ejército permanente y la policía, instrumentos de la fuerza física del antiguo régimen, la Comuna procedió de inmediato a romper el instrumento de la supresión espiritual, el poder de los sacerdotes. ... Los funcionarios judiciales perdieron esa falsa independencia ... a partir de entonces fueron cargos electos, responsables y revocables.

La Comuna, por lo tanto, parece haber sustituido la máquina estatal destrozada “únicamente” por una democracia más completa: abolición del ejército permanente; todos los funcionarios serían elegidos y estarían sujetos a revocación. Pero en realidad este “únicamente” significa una gigantesca sustitución de ciertas instituciones por otras de tipo fundamentalmente diferente. Se trata exactamente de un caso de “transformación de la cantidad en calidad”: la democracia, introducida de la manera más completa y coherente posible, pasa de ser una democracia burguesa a una democracia proletaria; del Estado (=una fuerza especial para la supresión de una clase específica) a algo que ya no es el Estado propiamente dicho.

Sigue siendo necesario reprimir a la burguesía y aplastar su resistencia. Esto era particularmente necesario para la Comuna; y una de las razones de su derrota fue que no lo hizo con suficiente determinación. El órgano de represión, sin embargo, es aquí la mayoría de la población, y no una minoría, como fue siempre el caso bajo la esclavitud, la servidumbre y la esclavitud asalariada. Y como la mayoría del pueblo en sí reprime a sus opresores, ¡ya no es necesaria una “fuerza especial” de represión! En este sentido, el Estado comienza a desvanecerse. En lugar de las instituciones especiales de una minoría privilegiada (la oficialidad privilegiada, los jefes del ejército permanente), la propia mayoría puede cumplir directamente todas estas funciones, y cuantas más funciones del poder estatal realice el pueblo en su conjunto, menos necesidad habrá de la existencia de este poder.

A este respecto, son particularmente dignas de mención las siguientes medidas de la Comuna, destacadas por Marx: la abolición de todas las dietas de representación, y de todos los privilegios monetarios a los funcionarios, la reducción de la remuneración de todos los servidores estatales al nivel del “salario de los obreros”. Esto demuestra más claramente que cualquier otra cosa el paso de la democracia burguesa a la proletaria, de la democracia de los opresores a la de las clases oprimidas, del Estado como “fuerza especial” para la supresión de una clase determinada a la supresión de los opresores por la fuerza general de la mayoría del pueblo: los obreros y los campesinos. ¡Y es en este punto particularmente llamativo, quizás el más importante en lo que respecta al problema del Estado, donde han sido ignoradas más completamente las ideas de Marx! En los comentarios populares, que son incontables, esto no se menciona. Lo que hacen es callar al respecto como si fuera una “ingenuidad” anticuada, al igual que los cristianos, después de que su religión recibiera el estatus de religión estatal, “olvidaron” la “ingenuidad” del cristianismo primitivo y su espíritu revolucionario democrático.

La reducción del sueldo de los altos funcionarios estatales parece “simplemente” una reivindicación de una democracia ingenua y primitiva. Uno de los “fundadores” del oportunismo moderno, el exsocialdemócrata Eduard Bernstein, ha repetido más de una vez las vulgares burlas burguesas a la democracia “primitiva”. Como todos los oportunistas, y como los actuales kautskistas, no comprendió en absoluto que, en primer lugar, la transición del capitalismo al socialismo es imposible sin un cierto “regreso” a la democracia “primitiva” (pues, ¿cómo puede proceder la mayoría, y luego toda la población sin excepción, a desempeñar las funciones del Estado?); y que, en segundo lugar, la “democracia primitiva” basada en el capitalismo y en la cultura capitalista no es lo mismo que la democracia primitiva en tiempos prehistóricos o precapitalistas. La cultura capitalista ha creado la producción a gran escala, las fábricas, los ferrocarriles, el servicio postal, los teléfonos, etc., y sobre esta base la gran mayoría de las funciones del antiguo “poder estatal” se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan sencillas de registro, archivo y comprobación que pueden ser realizadas fácilmente por cualquier persona alfabetizada y fácilmente por el “salario de los obreros” ordinarios, y que estas funciones pueden (y deben) ser libradas de toda sombra de privilegio, de toda apariencia de “grandeza oficial”.

Todos los funcionarios, sin excepción, elegidos y sujetos a revocación en cualquier momento, sus sueldos reducidos al nivel de “salarios obreros” ordinarios: estas medidas democráticas simples y “evidentes como tales”, unen completamente los intereses de los trabajadores y de la mayoría de los campesinos al tiempo en que sirven de puente entre el capitalismo y el socialismo. Estas medidas se refieren a la reorganización del Estado, a la reorganización puramente política de la sociedad; pero, naturalmente, solo adquieren su pleno sentido y significado en relación con la “expropiación de los expropiadores” en marcha o en preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada capitalista de los medios de producción en propiedad social.

“La Comuna”, escribió Marx, “hizo realidad ese lema de todas las revoluciones burguesas, de un Gobierno barato, al abolir las dos mayores fuentes de gasto: el ejército y la oficialidad”.

De los campesinos, como de otros sectores de la pequeña burguesía, solo una cantidad insignificante “llega a la cima”, “triunfa en el mundo” en el sentido burgués, es decir, se convierten en burgueses acomodados o en funcionarios en posiciones seguras y privilegiadas. En todos los países capitalistas con campesinos (como en la mayoría de los países capitalistas), la gran mayoría de ellos permanecen oprimidos por el Gobierno y anhelan su derrocamiento, anhelan un Gobierno “barato”. Esto solo lo puede conseguir el proletariado; y al conseguirlo, el proletariado da al mismo tiempo un paso hacia la reorganización socialista del Estado.

3. Abolición del parlamentarismo

“La Comuna”, escribió Marx, “no sería un órgano parlamentario, sino un órgano de trabajo, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo...”.

En lugar de decidir una vez cada tres o seis años cuál miembro de la clase dominante debía representar y reprimir [ver- y zertreten] al pueblo en el Parlamento, el sufragio universal estaría al servicio del pueblo organizado en comunas, así como el sufragio individual sirve a uno u otro patrono en la búsqueda de obreros, capataces y contadores para su empresa.

Debido al predominio del socialchovinismo y del oportunismo, esta notable crítica al parlamentarismo, hecha en 1871, pertenece también ahora a las “palabras olvidadas” del marxismo. Los ministros y parlamentarios profesionales, los traidores al proletariado y los socialistas “prácticos” de nuestros días, han dejado toda la crítica al parlamentarismo a los anarquistas, y, sobre este terreno maravillosamente razonable, ¡¡denuncian toda la crítica al parlamentarismo como “anarquismo”!! No es de extrañar que el proletariado de los países parlamentarios “avanzados”, asqueado de “socialistas” como los Scheidemann, Davids, Legiens, Sembats, Renaudels, Hendersons, Vanderveldes, Staunings, Brantings, Bissolatis y compañía, haya dado con creciente frecuencia sus simpatías al anarcosindicalismo, a pesar de que éste no es más que el hermano gemelo del oportunismo.

Para Marx, sin embargo, la dialéctica revolucionaria nunca fue una frase vacía y de moda vacía, que Plejánov, Kautsky y otros han convertido en un sonajero. Marx supo cómo romper despiadadamente con el anarquismo por su incapacidad de utilizar incluso la “pocilga” del parlamentarismo burgués, sobre todo cuando la situación no era evidentemente revolucionaria; pero al mismo tiempo supo cómo someter el parlamentarismo a una crítica proletaria auténticamente revolucionaria.

Decidir cada cierto año cuál miembro de la clase dominante ha de reprimir y oprimir al pueblo a través del Parlamento: ésta es la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no solo en las monarquías parlamentarias constitucionales, sino también en las repúblicas más democráticas.

Pero si abordamos la cuestión del Estado, y si consideramos el parlamentarismo como una de las instituciones del Estado, desde el punto de vista de las tareas del proletariado en este terreno, ¿dónde está la salida del parlamentarismo? ¿Cómo se puede prescindir de él?

Una vez más, debemos decir: las lecciones de Marx, basadas en el estudio de la Comuna, han sido tan completamente olvidadas que el “socialdemócrata” contemporáneo (es decir, el actual traidor al socialismo) realmente no puede entender ninguna crítica al parlamentarismo que no sea anarquista o reaccionaria.

La manera de salir del parlamentarismo no es, por supuesto, la abolición de las instituciones representativas y de la elegibilidad, sino la transformación de las instituciones representativas de lugares de charlatanería en órganos “de trabajo”.

“La Comuna no sería un órgano parlamentario, sino un órgano de trabajo, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo”.

“Un órgano de trabajo, no uno parlamentario”: ¡este es un golpe directo al corazón de los parlamentarios modernos y “perros falderos” parlamentarios de la socialdemocracia! Fíjense en cualquier país parlamentario, desde Estados Unidos a Suiza, desde Francia a Reino Unido, Noruega, etc., en estos países las verdaderas labores del “Estado” se realizan entre bastidores y las llevan a cabo los departamentos, las cancillerías y los Estados Mayores. El Parlamento se entrega a la palabrería con el propósito especial de engañar al “pueblo”. Esto es tan cierto que incluso en la República rusa, una república democrático-burguesa, todos estos pecados del parlamentarismo salieron a la luz de inmediato, incluso antes de que lograra establecer un verdadero parlamento. Los héroes del filisteísmo podrido, como los Skóbelev y los Tseretelis, los Chernov y los Avkséntiev, han logrado contaminar incluso los soviets a la manera del más repugnante parlamentarismo burgués, convirtiéndolos en meros lugares de charlatanería. En los soviets, los ministros “socialistas” engañan a los crédulos campesinos con frases y resoluciones. En el propio Gobierno se está produciendo una especie de barajada permanente para que, por un lado, el mayor número posible de socialrevolucionarios y mencheviques se acerquen al “pastel”, a los puestos lucrativos y honrosos, y, por otro lado, para captar la “atención” del pueblo. Mientras tanto, las cancillerías y los Estados Mayores “llevan a cabo” las labores del “Estado”.

Dyelo Naroda, el órgano del Partido Socialrevolucionario en el poder, admitió recientemente en un artículo principal –con la inigualable franqueza de la gente de la “buena sociedad”, en la que “todos” se dedican a la prostitución política— que incluso en los ministerios dirigidos por los “socialistas” (¡disculpen la confusión!), ¡ha subsistido intacto todo el aparato burocrático, trabaja como antes y sabotea con bastante “libertad” las medidas revolucionarias! Incluso sin esta admisión, ¿acaso el historial real de la participación de los socialrevolucionarios y los mencheviques en el gobierno no demuestra esto? Sin embargo, cabe mencionar que en la compañía ministerial de los kadetes, los Chernov, Rusanov, Zenzinov y otros redactores de Dyelo Naroda han perdido tan completamente la vergüenza como para afirmar descaradamente, como si se tratara de una pequeñez, ¡¡¡que en “sus” ministerios no ha cambiado nada!!! Las frases democrático-revolucionarias para embaucar a los campesinos ingenuos y el laberinto burocrático para “contentar los corazones” de los capitalistas son la esencia de la coalición “honesta”.

La Comuna sustituye al parlamentarismo corrupto y podrido de la sociedad burguesa por instituciones en las que la libertad de opinión y de discusión no caen al nivel de la decepción, ya que los propios parlamentarios tienen que trabajar, tienen que ejecutar sus propias leyes, tienen que comprobar los resultados obtenidos en la realidad y rendir cuentas directamente a sus electores. Las instituciones representativas siguen existiendo, pero aquí no hay ningún sistema especial parlamentarista, como una división del trabajo entre el poder legislativo y el ejecutivo, como una posición privilegiada para los diputados. No es posible concebir la democracia sin instituciones representativas, ni siquiera la democracia proletaria, pero sí es posible y necesario concebirla sin el parlamentarismo, si la crítica de la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacía, si derrocar el gobierno burgués es para nosotros una aspiración seria y sincera y no un lema “electoral” para obtener los votos de los obreros, como lo es para los mencheviques y socialrevolucionarios, para los Scheidemnn y Legien, los Sembat y Vandervelde.

Es sumamente aleccionador observar que, al referirse a la función de aquellos oficiales que son necesarios para la Comuna y para la democracia proletaria, Marx los compara con los trabajadores de “uno u otro patrono”, es decir, de la empresa capitalista ordinaria, con sus “obreros, capataces y contadores”.

No hay ningún rastro de utopía en Marx, en el sentido de que haya inventado una sociedad “nueva”. No, estudió el nacimiento de la nueva sociedad a partir de la vieja, y las formas de transición de una a la otra, como un proceso natural histórico. Examinó la experiencia real de un movimiento proletario de masas y trató de extraer lecciones prácticas de ella. “Aprendió” de la Comuna, al igual que todos los grandes pensadores revolucionarios aprendieron sin dudarlo de la experiencia de los grandes movimientos de las clases oprimidas, y nunca se refirió a ellos con “sermones” pedantescos (como el de “no debieron haber empuñado las armas” de Plejánov o el de “una clase debe saber moderarse” de Tsereteli).

Abolir la burocracia de una vez y por todas, en todas partes y por completo es imposible. Es una utopía. Pero aplastar de golpe la vieja máquina burocrática y comenzar inmediatamente a construir una nueva que haga posible la abolición gradual de toda la burocracia: esto no es una utopía, sino que es la experiencia de la Comuna, la tarea directa e inmediata del proletariado revolucionario.

El capitalismo simplifica las funciones de la administración “estatal”; permite prescindir de la “administración avasalladora” y confinar todo a la organización de los proletarios (como clase dominante), que contratará a “obreros, capataces y contadores” en nombre de toda la sociedad.

No somos utópicos, no “soñamos” con prescindir de una vez de toda administración, de toda subordinación. Estos sueños anarquistas, basados en la incomprensión de las tareas de la dictadura proletaria, son totalmente ajenos al marxismo y, de hecho, solo sirven para posponer la revolución socialista hasta que la gente sea diferente. De ninguna manera. Queremos la revolución socialista con la gente tal y como es en este instante, con la gente que no puede prescindir de la subordinación, el control y los “capataces y contadores”.

La subordinación, sin embargo, debe ser en relación con la vanguardia armada de todo el pueblo explotado y trabajador, es decir, ante el proletariado. Se puede y se debe empezar de una vez, de la noche a la mañana, a sustituir la “administración avasalladora” de los funcionarios estatales por las simples funciones de “capataces y contadores”, funciones que ya están plenamente al alcance del habitante promedio de la ciudad y que bien pueden ser desempeñadas por el “salario de un obrero”.

Nosotros, los trabajadores, organizaremos la producción a gran escala con base en lo que el capitalismo ha creado, apoyándonos en nuestra propia experiencia como trabajadores, estableciendo una estricta y férrea disciplina respaldada por el poder estatal de los trabajadores armados. Reduciremos el papel de los funcionarios estatales al de simplemente ejecutar nuestras instrucciones como “capataces y contadores” responsables, revocables y modestamente remunerados (por supuesto, con la ayuda de técnicos de toda área, tipo y grado). Esta es nuestra tarea proletaria, esto es con lo que podemos y debemos empezar para realizar la revolución proletaria. Tal comienzo, con base en la producción a gran escala, conducirá por sí mismo a la “extinción” gradual de toda la burocracia, a la creación gradual de un orden –un orden sin comillas, un orden sin parecido a la esclavitud asalariada— un orden bajo el cual las funciones de control y contabilidad, cada vez más simples, serán realizadas por cada persona en su turno, se convertirán en un hábito y finalmente se extinguirán como funciones especiales de un sector especial de la población.

Un ingenioso socialdemócrata alemán de los años setenta del siglo pasado llamó al servicio postal un ejemplo del sistema económico socialista. Esto es muy cierto. En la actualidad, el servicio postal es una empresa organizada en forma de monopolio estatal-capitalista. El imperialismo está transformando gradualmente todos los trusts en organizaciones de un tipo similar, en las que vemos a la misma burocracia burguesa encumbrada sobre la gente “común”, agobiada de trabajo y hambrienta. Pero el mecanismo de gestión social ya está al alcance. Una vez que hayamos derrocado a los capitalistas, aplastado la resistencia de estos explotadores con la mano de hierro de los trabajadores armados, y aplastado la maquinaria burocrática del Estado moderno, tendremos un mecanismo espléndidamente equipado, liberado de “parásitos”, un mecanismo que puede muy bien ser puesto en marcha por los propios trabajadores unidos, que contratarán a técnicos, capataces y contadores, y les pagarán a todos ellos, como a todos los funcionarios del “Estado” en general, salarios de trabajadores. He aquí una tarea concreta, práctica, que puede cumplirse inmediatamente en relación con todas las corporaciones, una tarea cuyo cumplimiento librará al pueblo trabajador de la explotación, una tarea que toma en cuenta lo que la Comuna empezó (en particular en la construcción del Estado).

Organizar toda la economía según el modelo del servicio postal, de modo que los técnicos, los capataces y los contadores, así como todos los funcionarios, no reciban más que el “salario de un obrero”, todo ello bajo el control y la dirección del proletariado armado, ese es nuestro objetivo inmediato. Este es el Estado y la base económica que necesitamos. Esto es lo que llevará a la abolición del parlamentarismo y a la preservación de las instituciones representativas. Esto es lo que librará a las clases trabajadoras de la prostitución de estas instituciones por parte de la burguesía.

4. Organización de la unidad nacional

“En el breve esbozo sobre organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se afirma explícitamente que la Comuna debía ser la forma política hasta del pueblo más pequeño”. Las comunas elegirían una “Delegación Nacional” en París.

... Las pocas pero importantes funciones que aún correspondían a un Gobierno central no iban a ser excluidas, como se ha dicho erróneamente, sino que iban a ser transferidas a funcionarios comunales, es decir, que rindieran cuentas de forma estricta.

... La unidad nacional no debía romperse, sino, por el contrario, debía organizarse mediante la constitución comunal; debía hacerse realidad mediante la destrucción del poder estatal que se presentaba como la encarnación de esa unidad pero que quería ser independiente y superior a la nación, siendo no más que una excrecencia parasitaria sobre su cuerpo. Mientras que los elementos meramente represivos del antiguo poder gubernamental debían ser amputados, sus funciones legítimas debían ser arrancadas de las manos de una autoridad que pretendía colocarse por encima de la sociedad, y restituirlas a los servidores responsables de ésta.

La medida en que los oportunistas de la socialdemocracia actual han fracasado –o quizá sería más correcto decir que se han negado— a comprender estas observaciones de Marx se evidencia de la manera más clara en el libro de fama erostratista del renegado Bernstein, Las premisas del socialismo y las tareas de los socialdemócratas. En relación con el pasaje anterior de Marx, Bernstein escribió que, “en cuanto a su contenido político”, este programa “se asemeja más, en todos sus rasgos esenciales, al federalismo de Proudhon. A pesar de todos los demás puntos de diferencia entre Marx y el 'pequeñoburgués' Proudhon [Bernstein coloca la palabra 'pequeñoburgués' entre comillas para que suene irónico] en estos puntos, sus líneas de razonamiento son lo más parecidas posible”. Por supuesto, continúa Bernstein, la importancia de los municipios es cada vez mayor, pero “dudo que la primera labor de la democracia sea una disolución [Auflösung] como tal de los Estados modernos y una transformación [Umwandlung] tan completa de su organización como la visualizada por Marx y Proudhon (la formación de una Asamblea Nacional conformada por delegados de las asambleas provinciales de distrito, que, a su vez, estarían compuestas por delegados de las comunas), de manera que desaparecería la forma antigua de representación nacional” (Bernstein, Las premisas, edición alemana, 1899, págs. 134 y 136).

¡Confundir el punto de vista de Marx sobre la “destrucción del poder estatal, una excrecencia parasitaria”, con el federalismo de Proudhon es deliberadamente monstruoso! Pero no es una casualidad, pues al oportunista nunca se le ocurre que Marx no busca en absoluto distinguir aquí entre el federalismo y el centralismo, sino que está hablando de aplastar la vieja máquina estatal burguesa que existe en todos los países burgueses.

Lo único que se le ocurre al oportunista es lo que ve a su alrededor, en un ambiente de filisteísmo pequeñoburgués y de estancamiento “reformista”, es decir, ¡solo “municipios”! El oportunista ha perdido incluso la costumbre de pensar en la revolución proletaria.

Es ridículo. Pero lo notable es que nadie discutió con Bernstein sobre este punto. Bernstein ha sido refutado por muchos, especialmente por Plejánov en la literatura rusa y por Kautsky en la europea, pero ninguno de ellos ha dicho nada sobre esta distorsión de Marx por parte de Bernstein.

Hasta tal punto se desacostumbró el oportunista de pensar de forma revolucionaria y concentrarse en la revolución que atribuye a Marx el “federalismo”, confundiendo a este con el fundador del anarquismo, Proudhon. En cuanto a Kautsky y Plejánov, quienes se hacen pasar por marxistas ortodoxos y defensores de la teoría del marxismo revolucionario, ¡no dicen nada sobre este punto! Nos encontramos aquí con una de las raíces de la extrema vulgarización de los puntos de vista sobre la diferencia entre el marxismo y el anarquismo, que es característica tanto de los kautskistas como de los oportunistas, y que volveremos a discutir más adelante.

No hay ningún rastro de federalismo en la observación citada de Marx sobre la experiencia de la Comuna. Marx estaba de acuerdo con Proudhon en el mismo punto que el oportunista Bernstein no veía. Pero Marx discrepa de Proudhon precisamente en aquello en lo que Bernstein encontró una similitud.

Marx estaba de acuerdo con Proudhon en que ambos defendían el “aplastamiento” de la maquinaria estatal moderna. Ni los oportunistas ni los kautskistas quieren ver la afinidad entre el marxismo y el anarquismo (tanto el de Proudhon como de Bakunin) en este punto porque ahí es donde se han apartado del marxismo.

Marx estaba en desacuerdo tanto con Proudhon como con Bakunin precisamente en la cuestión del federalismo (por no hablar de la dictadura del proletariado). El federalismo como principio se desprende lógicamente de los puntos de vista pequeñoburgueses del anarquismo. Marx era un centralista. Sus observaciones recién citadas no distan de ninguna manera del centralismo. ¡Solo aquellos de la filistea “fe supersticiosa” en el Estado pueden confundir la destrucción de la máquina estatal burguesa con la destrucción del centralismo!

Ahora bien, si el proletariado y los campesinos pobres toman el poder del Estado en sus manos, se organizan libremente en comunas y unifican la acción de todas las comunas para arremeter contra el capital, para aplastar la resistencia de los capitalistas y para entregar a toda la nación, a toda la sociedad, los ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc. ¿acaso no sería eso centralismo? ¿No sería el más consecuente centralismo democrático y, además, proletario?

Bernstein simplemente no puede concebir la posibilidad del centralismo voluntario, de la unificación voluntaria de las comunas en una nación, de la fusión voluntaria de las comunas proletarias, con el único propósito de destruir el dominio burgués y la maquinaria estatal burguesa. Como todos los filisteos, Bernstein imagina el centralismo como algo que puede ser impuesto y mantenido únicamente desde arriba, y únicamente por la burocracia y la camarilla militar.

Como si previera que sus puntos de vista podrían ser distorsionados, Marx subrayó expresamente que la acusación de que la Comuna había querido destruir la unidad nacional, abolir la autoridad central, era una falsedad consciente. Marx utilizó intencionadamente las palabras: “La unidad nacional... debía organizarse”, para contraponer el centralismo consciente, democrático y proletario al centralismo burgués, militar y burocrático.

Pero no hay más sordos que los que no quieren oír. Y los oportunistas socialdemócratas modernos no quieren oír nada precisamente sobre la destrucción del poder estatal, la amputación de la excrecencia parasitaria.

5. La abolición del Estado parásito

Ya hemos citado las palabras de Marx sobre el tema, y ahora debemos completarlas.

“Las nuevas creaciones históricas -escribió- están destinadas, por lo general, a ser confundidas con versiones de formas de vida social más antiguas e incluso extintas, a las que pueden tener cierta semejanza. De este modo, esta nueva Comuna, que destruye [bricht, aplasta] el poder estatal moderno, ha sido considerada como un renacimiento de las comunas medievales ... como una federación de pequeños Estados (como la visualizaron Montesquieu y los girondinos) ... como una forma exagerada de la vieja lucha contra el centralismo excesivo...'.

... La Constitución Comunal habría restituido el organismo social todas las fuerzas hasta ahora absorbidas por esa excrecencia parasitaria del “Estado” que se ha alimentado de y obstaculizado la libre circulación de la sociedad. Con este único acto se habría iniciado la regeneración de Francia. ...

... La Constitución Comunal habría puesto a los productores rurales bajo la dirección intelectual de las capitales provinciales, y les habría garantizado, en los trabajadores de la ciudad, los depositarios naturales de sus intereses. La existencia misma de la Comuna implicaba, por supuesto, el autogobierno local, pero ya no como contrapeso al poder del Estado, que se había vuelto superfluo.

“Destruir el poder del Estado”, su “amputación”, su “aplastamiento” como “excrecencia parasitaria”; “el poder del Estado, que se había vuelto superfluo”: estas son las expresiones que Marx utilizó con respecto al Estado para valorar y analizar la experiencia de la Comuna.

Todo esto fue escrito hace poco menos de medio siglo; y ahora hay que hacer excavaciones, por así decirlo, para llevar a la consciencia de las masas populares un marxismo no distorsionado. Las conclusiones extraídas por Marx al analizar la última gran revolución que vivió fueron olvidadas justo cuando ha llegado el momento de la próxima gran revolución proletaria.

... Las variedades de interpretaciones a las que ha sido sometida la Comuna y la variedad de intereses que se reflejaron en ella demuestran que fue una forma política completamente flexible, mientras que todas las formas de gobierno anteriores habían sido esencialmente represivas. Su verdadero secreto fue este: fue esencialmente un Gobierno obrero, el resultado de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política, descubierta al fin, bajo la cual podría realizarse la emancipación económica del trabajo...

Si no fuera por esta última condición, la Constitución Comunal habría sido una imposibilidad y un engaño...

Los utopistas se dedicaron a “descubrir” las formas políticas bajo las cuales debía suceder la transformación socialista de la sociedad. Los anarquistas descartaron por completo la cuestión de las formas políticas. Los oportunistas de la socialdemocracia actual aceptaron las formas políticas burguesas del Estado democrático parlamentario como el límite que no debía sobrepasarse; se rompieron la frente de tanto rezar ante este “modelo” y denunciaron como anarquismo cualquier deseo de romper estas formas.

Marx dedujo de toda la historia del socialismo y de la lucha política que el Estado estaba destinado a desaparecer, y que la forma transitoria de su desaparición (la transición del Estado al no Estado) sería el “proletariado organizado como clase dominante”. Marx, sin embargo, no se propuso descubrir las formas políticas de esta etapa futura. Se limitó a observar detenidamente la historia francesa, a analizarla y a sacar la conclusión a la que llevó el año 1851, a saber, que las cosas avanzaban hacia la destrucción de la máquina estatal burguesa.

Y cuando estalló el movimiento revolucionario de las masas proletarias, a pesar de su fracaso, a pesar de su corta vida y de su patente debilidad, Marx se puso a estudiar las formas que había revelado.

La Comuna es la forma “descubierta al fin” por la revolución proletaria, bajo la cual puede ocurrir la emancipación económica del trabajo.

La Comuna es el primer intento de una revolución proletaria de aplastar la máquina estatal burguesa; y es la forma política “descubierta al fin” que puede y debe reemplazar la máquina estatal aplastada.

Más adelante veremos que las revoluciones rusas de 1905 y 1917, en circunstancias y condiciones diferentes, continúan la obra de la Comuna y confirman el brillante análisis histórico de Marx.