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Bush le declara guerra al mundo en su discurso sobre el Estado de la Nación

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El discurso de George Bush sobre el Estado de la Nación el martes pasado fue de los más amenazantes y belicosos en la historia de los Estados Unidos. El presidente estadounidense bosquejó su programa de guerra perpetua y sin restricciones en todos los continentes y contra todo régimen que se oponga a la rapaz clase gobernante de los Estados Unidos.

Bush amenazó con atacar a Irán, Iraq y Corea del Norte; los mencionó a los tres por nombre. A pesar de sus advertencias apocalípticas acerca de “miles de asesinos peligrosos capacitados en los métodos de homicidio, a menudo con el respaldo de regímenes al margen de la ley”, estos países no tuvieron nada que ver con los ataques terroristas del 11 de septiembre, hecho reconocido hasta por el gobierno estadounidense mismo.

Más bien Bush iluminó una nueva razón para emprender acciones militares: Irán, Iraq y Corea del Norte buscan desarrollar armas químicas, biológiocas y nucleares. Declaró que “Al buscar armas de destrucción genocida, estos regímenes presentan un grave peligro que crece”.

Continuó con que “Naciones de esta índole y sus aliados terroristas constituyen un eje del mal que se está armando para amenazar la paz mundial”.

A pesar de Bush tratar de resuscitar la retórica de la Segunda Guerra Mundial con la referencia al “eje del mal”, es el gobieno estadounidense y el Bush mismo que siguen los pasos de los nazis. Habría que escuchar de nuevo las expresiones vitriólicas de Adolf Hitler para encontrar una hostilidad comparable en las declaraciones públicas de uno de los mayores poderes mundiales, y un cinismo comparable en las mentiras y provocaciones que se emplean para justificar la agresión militar.

Un programa de conquista mundial

Esta comparación es apta, porque como Hitler y los nazis, el militarismo estadounidense se ha embarcado en una campaña para conquistar y dominar al mundo. El discurso sobre el Estado de la Nación fue una declaración de los apetitos desenfrenados de los militares y de los sectores más despiadados, corruptos y criminales de la clase gobernante estadounidense, quienes ven en Geoge W. Bush su representante directo.

Igual que Hitler, Bush pinta un mundo al revés en que las naciones pequeñas y débiles representan una amenaza mortífera a las naciones más poderosas y mejor armadas. En 1938-39, Hitler primero convirtió en demonio a Chekoslovakia y luego a Polonia y antes de invadirlos y dejarlos en ruina, los pintó como amenazas a la seguridad nacional de Alemania. En 2002, Bush convierte a Irán, Iraq y Corea del Norte en blancos cuando declara que “Los Estados Unidos de América no permitirá que los regímenes más peligrosos de la tierra nos amenazen con las armas más destructivas del mundo”.

En realidad, estos países sólo tienen dos cosas en común: una pobreza desesperante y todos han sido, por largo tiempo, víctimas del imperialismo estadounidense. Y en cuanto al “régimen más peligroso del mundo”, la identidad es obvia: el gobierno de los Estados Unidos, país cuyo presupuesto militar excede el de los próximos nueve poderes en conjunto; país que, durante los últimos doce años, ha invadido, ocupado o agredido a una litanía de naciones más pequeñas: Panamá, Haití, Yugoslavia, Iraq, Somalia, Sudán y ahora Afganistán.

Existen razones particulares para que el martes por la noche Bush haya elegido mencionar los tres regímenes. Elementos de la extrema derecha que forman las bases políticas de Bush por largo tiempo han enfocado una hostilidad obsesiva hacia Corea del Norte, que es uno de los últimos vestigios que ha quedado de las conflictos de la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Iraq, que es blanco de mayor atención entre los países árabes que producen petróleo, representa asuntos que nunca llegaron a su conclusión bajo el gobierno de Bush padre, cuyo fracaso en conquistar a Baghdad e imponerle un régimen títere respaldado por los Estados Unidos por largo tiempo ha sido una espina en el costado de Washington. Irán ha estado en conflicto con los Estados Unidos desde la revolución de 1978-1979 que derrocó la dictadura del Shah, quién había gozado del respaldo de los Estados Unidos.

Pero hay dos objetivos estratégicos de importancia primordial que contribuyen a que los tres países se conviertan en blancos de la acción militar estadounidense: petróleo y las preparaciones de guerra contra China, a quien Washington considera su rival principal en influir el norte y el sur de Asia.

Juntos, el Medio Oriente y el Asia Central poseen más de dos tercios de las reservas mundiales de petróleo y gas natural. El ataque de EE.UU. contra Afganistán fue la primera fase de la campaña para establecer su ocupación militar del Asia Central. Y, al tratar de seguir sus propios negocios en las regiones farsiparlantes en el oeste de Afganistán, Irán ha entrado en conflicto directo con estos planes. Irán e Iraq mismos son, respectivamente, el segundo y tercer productor de petróleo en la región. Arabia Saudita es el mayor.

Desde el punto de vista militar, la red de bases y derechos de acceso que EE.UU. ha establecido desde el 11 de septiembre se parece más y más a una soga con la cual ahorcar a China: Uzbekistán, Tadzhikistán, Kirguizistán, Pakistán, India, las Filipinas y ahora los alardes bélicos contra la penísula coreana.

El miércoles el periódico británico, el Guardian, señaló que “Parece que cada viraje de la guerra contra el terrorismo deja a su paso una nueva presencia del Pentágono en la región del Asia y el Oceáno Pacífico, desde la ex URSS hasta las Filipinas. Una de las consecuencias duraderas de la guerra puede que sea la circunvalación militar de China”. El periódico citó la Revista Cuadrenial sobre la Defensa, publicada por el Pentágono y la cual, sin nombrar a China, advirtió acerca del peligro que “cierto rival con recursos formidables saldrá en la región”. También abogó por una política que “que le da importancia primordial a los acuerdos que aseguran el acceso e infraestructuras adicionales”.

La grandeza de las ambiciones de EE.UU. se muestra en el enorme aumento del presupuesto para el Pentágono que Bush ha propuesto, que es asombrosamente de $48 billones; es decir, un aumento mayor que el presupuesto militar total de todos los otros países del mundo. Y su llamado a que todos los estadounidenses se sacrifiquen con dos años de participación en los servicios públicos claramente sugiere la lógica de este militarismo frenético: la restauración del servicio militar obligatorio para toda una nueva generación de la juventud.

La crisis de la nación y la campaña pro guerra

La política de bandolerismo internacional que EE.UU. ha desatado a fin de cuentas expresa los conflictos sociales insolubles dentro de sus propias fronteras. ¿De qué otra manera se puede comprender la afanada campaña por la guerra? Como Bush le dijera al Congreso el martes por la noche, “El tiempo no nos favorece. Yo no esperaré que los eventos ocurran mientras el peligro crece. No me quedaré con los brazo cruzados mientras el peligro se acerca más y más”.

Existen peligros muy reales a los que el imperialismo estadounidense se enfrenta, pero éstos no sugen de pandillitas de terroristas o de países pobres al otro lado del mundo. Los peligros son consecuencia de la crisis profundizante del sistema capitalista y de las contradicciones que perpetuamente se intensifican en el interior del país entre los super ricos y la gran mayoría del pueblo trabajador.

Bush admitió que la economía de los Estados Unidos había entrado en recesión pero que no tenía ningún remedio para el aumento del desempleo, la pobreza, la privación social. Sólo propuso extender su programa para reducir las rentas internas a los ricos y a las grandes empresas. Apenas mencionó en su discurso a necesidades sociales, tales como la salud y la educación [académica]. Su presupuesto, que será divulgado la próxima semana desviará casi todos los gastos nuevos a los militares y a la “seguridad de la patria”.

El discurso sobre el Estado de la Nación se pronunció a la sombra del colapso de Enron,—la séptima empresa estadounidense mayor y de las que tiene los vínculos políticos más íntimos con Bush y el Partido Republicano—y de otras corporaciones: K-Mart, Global Crossing, Sunbeam, y toda la industria del acero. Pero Bush no fue capaz de ofrecer nada en cuanto al empleo y las normas de vida excepto más ayuda federal a las corporaciones.

La represión, que se basa en el fortalecimiento de la policía y los militares, es el foco principal de la política interna de Bush. La “guerra contra el terrorismo” es un pretexto; su verdadero objetivo es la preparación a través de la fuerza contra grandes levantamientos sociales. El gobierno de Bush, tomó las riendas del gobierno no como consecuencia del voto popular, sino por medio del voto de 5-4 en la Corte Suprema del país, más y más se basa en el ejército y la policía y quiere deshacerse de sus obligaciones democráticas.

A pesar de una prensa cínica y cobarde que ha glorificado a Bush y la postración del Partido Demócrata, este gobierno se encuentra aislado y con un terror profundo hacia toda oposición. En cuanto a las encuestas y las afirmaciones de los comentaristas que Bush es enormemente popular con el pueblo estadounidense, éstos son meramente los instrumentos de intimidación política. En las fábricas y las oficinas, o en los vecindarios de la clase obrera, los sentimientos generales hacia Bush son la indiferencia, la sospecha o el desprecio. Amplios sectores del pueblo estadounidense apenas sienten—o apenas se refieren a—la guerra en Afganistán.

No hay razones para caer en la satisfacción. Eventualmente surgirá una oposición al gobierno de Bush y al capitalismo estadounidense, pero para que ésta sea eficaz, tiene que basarse en el desarrollo de la conciencia política de las masas trabajadoras.