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La economía política del militarismo estadounidense durante el Siglo XXI

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Nick Beams, secretario nacional del Partido Socialista por la Igualdad de Australia y miembro de la Junta Editorial de la WSWS, presentó este discurso ante reuniones celebradas en Sydney y Melbourne durante las últimas dos semanas.

Las preparaciones de guerra del gobierno de Bush contra Irak ya van bien avanzadas. Es probable que el bombardeo intenso, que probablemente comience en las próximas semanas, será seguido por la invasión de tropas a principios del año entrante. Más y más fuerzas se están desplegando en la región. Ya se han formado centros de comando y control; aviones británicos y estadounidenses han intensificado los bombardeos con el objetivo de destruir las defensas limitadas y los sistemas de radar iraquíes.

Un afán diplomático existe en la Organización de las Naciones Unidas. Pero en cuanto a los militares, el ataque va en popa. Se calcula que tomará lugar a no más tardar de la segunda o tercera semana de febrero del año que viene.

La última etapa de las preparaciones tiene que ver con la creación del pretexto, o sea, la casus belli. EE.UU está bosquejando una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU cuyo objetivo no es adelantar las inspecciones de armas en Bagdad, sino lograr exactamente lo contrario; es decir, cancelar todo el proceso y así justificar la acción militar.

La maniobras en la ONU esclarecen la hipocresía de todas estas piruetas. La semana pasada, EE.UU presentó ante los miembros permanentes del Consejo de Seguridad lo que sostenía era su última resolución, pero no sin advertirles que el tiempo apremiaba. A Irak hay que atacarlo por no cumplir las resoluciones de la ONU. Pero EE.UU sostiene que, a menos que el Consejo de Seguridad acepte la resolución de acuerdo a sus exigencias, EE.UU de todo modo tomará acción militar. Existe un criterio para las naciones pequeñas y empobrecidas y otro—completamente diferente—para la mayor super potencia del mundo.

Cuando Irak anunció a principios de mes que permitiría el regreso de los inspectores, un vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores [Departamento de Estado] EE.UU anunció por su parte que Washington había decidido impedirlo; es decir, quería hacer todo lo posible para prevenir que se cumpliera el acuerdo. La política de EE.UU no se basa en ninguna inspección de armas, ni en el desarmamento, ni tampoco en “ponerle frenos” a nada, si no en lograr un “cambio de régimen, o sea, el derrocamiento de Saddam Hussein. Hace aproximadamente diez días que el New York Times, basándose en una indiscreción del gobierno de Bush, publicó los detalles específicos, los cuales dejaron bien claro que el objetivo de EE.UU. era conquistar el país e instalar un pro cónsul militar—más o menos en imitación del régimen del General MacCarthur , quien gobernara al Japón por seis años y medio—antes de entregárselo a un gobierno títere.

Por otra parte, EE.UU. continúa su ira contra los graves peligros que el régimen de Saddam Hussein plantea. El 5 de octubre declaró que Hussein era un “hombre de tanto odio que está dispuesto a masacrar a su propio pueblo y más dispuesto aún a matar a estadounidenses”. En un discurso pronunciado el 7 de octubre, Bush fulminó que Hussein era una “amenaza...que podría desatar el terror repentino y el sufrimiento en los Estados Unidos”. Irak, advirtió, podría decidir “cualquier día suministrarle armas químicas y biológicas a cualquier grupo terrorista o individuos terroristas”.

La CIA, sin embargo, parece haber asesorado una situación diferente. Una carta de su director, George Tenet, fechada el 8 de agosto, declaró lo siguiente: “Por ahora Bagdad parece casi haberle puesto paro a ataques terroristas con ABQ [armas biológicas y químicas] convencionales contra los Estados Unidos”. La CIA también determinó que “si Saddam concluye que un ataque dirigido por los Estados Unidos no puede evitarse, entonces se sentiría más libre en llevar a cabo acciones terroristas”. La agencia averiguó que “Saddam podría decidir irse al extremo y ayudar a grupos islámicos extremistas para atacar a los Estados Unidos con armas para la destrucción a gran escala. Eso sería su última oportunidad de vengarse: llevarse a la tumba una gran cantidad de víctimas”.

Es decir, la CIA concluyó que el mayor peligro para los ciudadanos estadounidenses tendría sus bases en las acciones del mismo gobierno de Bush. En una audiencia secreta del 2 de octubre, se le preguntó a cierto representante de la CIA si era probable que Saddam Hussein, al no sentirse amenazado, todavía podría iniciar un ataque con armas para la destrucción a gran escala. El funcionario contestó: “Mi parecer es que, dada la situación que ahora comprendemos, la probabilidad de él iniciar un ataque, digamos en un futuro predecible—y permítanme considerarlo dentro un período de tiempo limitado—es muy baja”.

Luego de la CIA asesorar la situación, el Los Angeles Times publicó un informe el 11 de octubre que reveló lo siguiente: “Funcionarios del gobierno de Bush le están poniendo presión a los analistas de la CIA para que conformen su análisis de la amenaza que Irak representa a la expansión de la causa contra Saddam Hussein”.

Un artículo en el Sydney Morning Herald, publicado bajo el titular, “Rumsfeld busca hechos que se conformen a su visión de Irak”, presenta la manera como el gobierno funciona: “Donald Rumsfeld, ministro pro bélico del Ministerio de Defensa de los Estados Unidos [Departamento de Defensa] ha juntado un equipo de peritos para investigar minuciosamente la evidencia que el espionaje ha revelado en cuanto a los vínculos entre Irak y Al Qaida, menospreciando así a la CIA, la cual se encuentra en conflicto con los conservadores de la Casa Blanca acerca de la existencia de tales pruebas. Funcionarios del espionaje dijeron que el equipo formaba parte de un esfuerzo por parte del Sr. Rumsfeld y su sub alterno, Paul Wolfowitz, para obligar a los hechos a conformarse con su versión de la realidad, de acuerdo a la cual el presidente de Irak, Saddam Hussein, colabora íntimamente con terroristas y representa una grave amenaza a los Estados Unidos”.

Puesto que vínculos muy íntimos existen entre Bush y miembros de su gobierno con Enron y otras empresas que han participado en saqueos y estafas que llegan a los billones, tal vez no sea sorprendente descubrir que los métodos de Enron han sido trasladados de los negocios a la política. Enron y otros saqueadores empresariales desarrollaron un método de contabilidad “retrospectivo”. En vez de reunir los datos objetivos y reportarlos en la hoja de balanzas, los contadores partieron de las cifras que deseaban reportar en la hoja y retrocedieron para conformar los “datos” de contabilidad a los resultados. El mismo método—mentir desvergonzadamente—se usa a diario para preparar la guerra contra Irak.

En el discurso del 7 de octubre, Bush sostuvo que Irak había desarrollado naves aéreas auto dirigidas capaces de bombardear a los Estados Unidos. Según la CIA, Irak estaba conduciendo “experimentos” con semejante nave, la cual podía alcanzar objetivos en la región, pero que no tenía la capacidad de cruzar el Atlántico.

Bush también sostuvo que la Agencia Internacional de la Energía Atómica había determinado que a Irak “le faltaban seis meses para desarrollar semejante arma atómica”. Pero esta declaración no se ha hecho nunca. La verdad es que la agencia, en su último informe en 1998, expresó que no había ningún índice que Irak podía producir armas nucleares.

La campaña de los Estados Unidos por las reservas petrolíferas

Si penetramos la muralla de mentiras que el régimen de Bush y sus partidarios internacionales—entre ellos los gobiernos de Blair y Howard—han eregido y examinamos la historia, nos daremos cuenta que el régimen de Irak se convirtió en peligro a la “paz mundial” sólo cuando entró en conflicto con los intereses de la política de los Estados Unidos.

Durante la guerra entre Irak e Irán en la década del 80, EE.UU abasteció, en parte, a Saddam Hussein con las armas biológicas y químicas que éste usara, con apoyo de EE.UU, contra los soldados kurdos e iraníes. La verdadera razón para la guerra inminente no es el peligro que Saddam Hussein presenta a los Estados Unidos o a la seguridad mundial; es el petróleo, que afana a los Estados Unidos a tomar control de las reservas petrolíferas de segunda importancia en el mundo, las cuales constituyen aproximadamente 11% del abastecimiento total mundial.

En abril, 2001, cinco meses antes del ataque terrorista contra el World Trade Center, un informe, titulado “Problemas estratégicos de la política de la energía durante el Siglo XXI”, advertía que el sector de la energía de EE.UU. se encontraba en una “situación grave” y que una crisis podía estallar “en cualquier momento” que “podría tener un impacto enorme sobre la economía estadounidense y mundial” y “afectar en forma dramática la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos” (“Problemas estratégicos de la política de la energía durante el Siglo XXI”, pág. 4). El informe abogaba por varias cosas: la reconsideración inmediata de la política hacia Irak, inclusive el análisis en cuanto a lo militar, enérgico, económico y político/diplomático”. (ibid., pág. 22)

El informe fue auspiciado por James A. Baker, ex ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Bush Padre y uno de los funcionarios claves que facilitó el robo de las elecciones del 2000 por parte de George W. Bush. Notó el informe que en el pasado los Estados Unidos “había forjado una relación especial con ciertos exportadores claves del Oriente Medio” que han ajustado los abstecimientos y los precios a cierto nivel “que ni desalentaría la expansión económica mundial ni le echaría fuego a la inflación”. Es decir, estos productores se habian doblegado ante las exigencias de los Estados Unidos.

El informe continúa: “Pero últimamente las cosas han cambiado. Los aliados del Golfo se están dando cuenta que los intereses de su política interior y exterior más y más difieren con las consoderaciones estratégicas de los Estados Unidos, sobretodo al reventar las tensiones entre los árabes e israelís. Están menos dispuestos a bajar el precio del petróleo para satisfacer la seguridad de los mercados, y existen pruebas que las inversiones no se están haciendo lo suficientemente a tiempo para aumentar la capacidad de producción de acuerdo a las necesidades mundiales que más y más aumentan. Cierta tendencia hacia el “anti americanismo” podría afectar la capacidad de dirigentes regionales pare cooperar con EE.UU. en la esfera de la energía. Como consecuencia de la rigidez de los mercados, los Estados Unidos y el mundo entero ahora son más vulnerables a las perturbaciones del mercado y le han dado a los adversarios la posibilidad de una indebida influencia en cuanto al precio del petróleo. Irak se ha convertido en productor clave, lo cual le plantea al gobierno de los Estados Unidos tremenda dificultad”. (ibid., pág. 8)

La dificultad es la siguiente: la solución evidente a la escacez de abstecimiento sería la anulación de las sanciones contra Irak y el aumento del petróleo a los mercados mundiales. Esto también fortalecería el régimen de Saddam Hussein. La solución al dilema, pues, sería el “cambio de régimen” en Irak. Entonces el abastecimiento de petróleo se podría aumentar sin expandir el poder económico de un régimen hostil a EE.UU.

Un artículo reciente de Michael Klare, académico estadounidense, señala que la creciente dependencia de los Estados Unidos del petróleo importado recibió énfasis en el Informe sobre el programa nacional de la energía en mayo del 2001 bajo la dirección del Vice presidente Dick Cheney. Este documento reveló que 50% del consumo petrolífero de los Estados Unidos en el 2000 tuvo que ser importado, y que esta cifra aumentaría a 66% para el 2020. Klare sostiene que Irak tiene dos atractivos. Primero, sólo Irak tiene suficiente abastecimientos para funcionar como respaldo a Arabia Saudita. Segundo, puesto que los campos sauditas ya han sido explotados y reclamados, “Irak posee enormes regiones con potencial de hidrocarburo inexploradas pero prometedoras. Puede que estos campos contengan la última y mayor reserva de petróleo que hasta ahora no ha sido ni explotada ni reclamada; reserva que excede la de los campos inexplotados de Alaska, África, y el Mar Caspio. (Michael Klare, “Lubricando las ruedas de la guerra”, The Nation, 7 octubre 2002)

Actualmente, sin embargo, muchos de estos campos prometedores han sido obsequiados a las empresas petrolíferas de Europa, Rusia y China. Y las cifras de estos trámites no son insignificantes. Según la Perspectiva Mundial de la Energía, 2001, de la Agencia Internacional de la Energía, el valor total de los contratos petrolíferos extranjeros que Saddam Hussein les ha otorgado podría alcanzar $1.1 trillones. (Ver The Observer, 6 octubre2002)

Lo que las negociaciones actuales entre EE.UU., Rusia y Francia en el Consejo de Seguridad de la ONU significan es la división de los contratos petrolíferos en un Irak post Hussein. De acuerdo a James Woolsey, ex director de la CIA y de los partidarios principales del derrocamiento de Hussein, aquellos que rehusen apoyar a los Estados Unidos en la guerra no podrán gozar del tesoro cuando las acciones bélicas terminen.

Les presento las palabras exactas [de este señor], publicadas por el Washington Post el 16 de septiembre: “Es muy simple. Francia y Rusia tienen empresas e intereses petrolíferos en Irak. Se les debería decir que si nos ayudan a instalar un gobierno decente en Irak, haremos todo lo posible para aseguar que el nuevo gobierno y las empresas estadounidenses colaboren íntimamente con ellos. Si apoyan a Hussein, les será difícil—y casi imposible—convencer al nuevo gobierno irakí que colabore con ellos”.

Quizás le esté dando demasiado énfasis al tema, pero permítanme citarles otra publicación que analiza la situación. En 1995, el Comando Central de los Estados Unidos, responsable de las las acciones militares en la región del Oriente Medio, analizó su misión de la siguiente manera: “El objetivo de la intervención estadounidense, como lo pronunciara la ENN [Estrategia para la Seguridad Nacional] es proteger el interés primordial de los Estados Unidos en la región: el acceso ininterrumpido y seguro del petróleo del Golfo a los Estados Unidos y a sus aliados”.

Estados Unidos y los planes para dominar al mundo

Aunque el petróleo juega un papel decisivo en los planes de los Estados Unidos para conquistar y colonizar a Irak, sería erróneo sugerir que éste es el único motivo. La guerra contra Irak es solamente un elemento de lo que en realidad es un plan mayor: el afán de los Estados Unidos tiene por dominar a todo el globo terráqueo.

Esto no se originó recientemente. El plan de los Estados Unidos para dominar al mundo ha estado en desarrollo por una década, desde que el colapso de la Unión Soviética permitiera que EE.UU. se convirtiera en poder militar mundial sin rivales.

En 1992, el Pentágono lanzó un plan para el resto de la década. Abogaba para que EE.UU siguiera con sus esfuerzos para mantener su preminencia en el futuro. “Nuestro primer objetivo”, declaraba el documento, “es prevenir que un nuevo rival surja otra vez en el territorio de la ex Unión Soviética o en cualquier otro lugar y se convierta en una amenaza como solía serlo la Unión Soviética”.

La revelación de este documento causó un furor. Durante los primeros años del gobierno de Clinton fue relegado, hasta cierto punto, a un segundo plano. Pero las fuerzas que lo respaldaban—inclusive Paul Wolfowitz, quien actualmente es ministro asistente de defensa, y Dick Cheney, quien en ese entonces era Ministro de Defensa y ahora es vice presidente de la república—no se dieron por vencidas. Más bien se reorganizaron dentro de los mismos ámbitos políticos reinantes para que el plan se pusiera en acción.

En 1997, se reunieron para formar el Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense que establecería los “principios fundamentales de la política exterior de los Estados Unidos” con los cuales presentar el caso—y obtener apoyo— para “la dirigencia mundial estadounidense” basada en un programa de “fortaleza militar y claridad moral”.

Em septiembre, 2000, esta organización presentó la siguiente perspectiva: “Durante la década luego de la Guerra Fría...casi todo ha cambiado. La Guerra Fría era un mundo bi polar; el Siglo XXI—por lo menos por el momento—es decididamente unipolar, puesto que los Estados Unidos es la ‘única superpotencia' del mundo. El objetivo estratégico de los Estados Unidos consistía en ‘frenar' a la Unión Soviética; hoy el objetivo es la conservación de un ámbito internacional seguro que le de mano libre a los intereses e ideales de los Estados Unidos” (Re construyendo las defensas de los Estados Unidos, pág. 2)

El documento señala que, con el colapso de la Unión Soviética, la primera frontera de lo que se llama “el perímetro de seguridad estadounidense” se había expandido bastante. La región de los Balcanes casi se había convertido en un protectorado de la ONU, y en la región del Golfo Pérsico, la presencia de tropas estadounidenses, junto con las francesas y británicas, se había convertido en un hecho de la vida. El documento entonces hace el siguiente punto: “Aunque la misión directa de esas fuerzas es hacer cumplir los reglamentos que rigen las zonas de las regiones al norte y al sur de Irak donde donde no se permiten vuelos, ellas representan el compromiso de largo plazo que los Estados Unidos y sus aliados tienen con una región de importancia tan vital”.

La razón aparente que los Estados Unidos da para la existencia de las zonas que no permiten vuelos—que no han sido autorizadas por ninguna resolución de la ONU—es que hay que “proteger” a las poblaciones kurdas en el norte de Irak y al pueblo Shia al sur. Pero las verdaderas razones se encuentran en este documento, el cual continúa: “Más bien los Estados Unidos por muchas décadas buscó jugar un papel más permanente en la seguridad de la región del Golfo. Aunque el conflicto con Irak, que no se ha resuelto, provee la justificación directa, la necesidad de tener una presencia estadounidense importante en el Golfo transcende el asunto del régimen de Saddam Hussein (ibid., pág. 14).

Claro, es una cosa la clase dirigente de los Estados Unidos hacer planes definidos para mejorar su posición mundial, pero es otra cosa ponerlos en práctica. Desde que surgiera la política de masas a fines del Siglo XIX, y la clase obrera se consagrara como fuerza social única, las clases gobernantes de todos los países siempre han tenido que justificar sus planes de guerra. Y de acuerdo, una parte vital de las preparaciones de guerra es la propaganda cuyo fin es convencer a las masas de la población que todo conflicto será por la “democracia”, para salvar al mundo de este o aquel “tirano” o para mantener “nuestro modo de vida”.

Como notara Zbigniew Brzezinski, ex consejero de la seguridad nacional bajo el ex presidente Carter: “Pero la búsqueda por el poder no es un objetivo que despierta la pasión popular, excepto bajo condiciones de amenaza repentina o de dificultades que estremezcan la sensación de seguridad interna del público” (El gran tablero de ajedrez, pág. 36).

El ataque terrorista del 11 de septiembre fue, pues, como un regalo de Dios para el gobierno de Bush. Ahora los planes para avanzar las fuerzas militares de los Estados Unidos podía ponerse en práctica bajo la insignia de la “guerra contra el terror”. En menos de un año hemos presenciado la conquista de Afganistán y la imposición de un régimen títere, así como también la instalación de las fuerzas armadas estadounidenses en las repúblicas del Asia central que pertenecían a la desaparecida Unión Soviética. La próxima etapa consiste de la guerra contra Irak y la formación de un protectorado de los Estados Unidos en ese país.

Hay un refrán que se ha repetido incontables veces desde los ataques terroristas: “Todo cambió desde el 11 de septiembre”. Por supuesto, han habido muchos cambios, pero es importantísimo comprender que lo que alió del 11 de septiembre fue la continuación, la profundización y la ampliación de procesos que ya iban en camino. Lo que más cambió es que los ataques terroristas ofrecieron la oportunidad para poner en camino planes que ya se habían hecho desde hacía mucho. Cuando los dos aviones descendieron y se estrellaron contra las torres del World Trade Center aquella mañana, el plan para invadir a Afganistán ya estaba sobre el escritorio de Bush. Rumsfeld y demás comenzaron a hablar acerca de que era imperante derrocar el régimen iraquí.

Un año después, los mismos processos toman lugar luego de estallar la bomba en Bali. No se ha presentado ninguna prueba en cuanto a la identidad de los perpetradores de este crimen, pero los gobiernos de Australia y de los Estados Unidos ya abogan para que establezca una colaboración más íntima con los militares indonesios. Esta movida ya había aparecido en sus planes, pero presentaba ciertas dificultades políticas, sobretodo cuando el papel asesino que los militares indonesios habían jugado por todo el arquipiélago se conocía muy bien. Pero a pocos días de la masacre de Bali—en que es posible que sectores de las fuerzas militares indonesias hayan participado, directa o indirectamente—el Ministro de Defensa, Robert Hill, y el Sr. Downer, Ministro de Relaciones Exteriores, ambos de Australia, participaban en negociaciones con el gobierno indonés acerca de resumir el entrenamiento y la colaboración con Kopassus, infame fuerza especial de seguridad. Durante los últimos años, Washington ha sentido temores que el régimen de Megawati podría resultar demasiado débil para combatir un movimiento de las masas indonesas. La masacre de Bali presentó la oportunidad de avanzar las fuerzas militares indonesas, de nuevo bajo la insignia de la “guerra contra el terrorismo”.

El programa del gobierno de Bush se presentó en la Estrategia sobre la Seguridad Nacional (ESN) del presidente, publicada el 17 de septiembre. Este documento afirma la política fundamental de los Estados Unidos: usar las fuerzas militares en cualquier momento, en cualquier lugar, contra cualquier país que considere amenaza a los intereses estadounidenses, o que cree que en cualquier momento pueda convertirse en amenaza.

Como señalara el presidente de la WSWS, David North, durante su presentación en Ann Arbor, estado de Michigan, el 1ro. de octubre: “Ningún país de la historia moderna, ni siquiera la Alemania nazi durante el apogeo de la locura hitleriana, ha afirmado semejante derecho a la hegemonía mundial, o, para ir al grano, a la conquista mundial, como lo hace ahora los Estados Unidos”.

El documento de la ESN de Bush deja bien claro que la “guerra contra el terrorismo”—insignia bajo la cual se lleva a cabo la campaña para dominar al mundo—es una acción internacional de duración incierta. Declara que los Estados Unidos, usando el sentido común y para defenderse a sí mismo, actuará contra las amenazas potenciales antes de que se conviertan en realidad, y que en este nuevo mundo “el único camino a la seguridad es el camino de la acción”.

El documento declara que la desintegración de la ex Unión Soviética le ha brindado “a los Estados Unidos toda una época de oportunidades”. “The US national security strategy will be based on a distinctly American internationalism that reflects the union of our values and our national interests.” es un internacionalismo muy extraño que se basa en la supremacía de los intereses de los Estados Unidos sobre los de todas las otras “grandes potencias”.

No intento presentar un análisis de todo el documento. Eso ya lo hizo David North en su discurso, “La guerra contra Irak y la campaña de los Estados Unidos para dominar al mundo”.. Permítanme hacer sólo un punto: nuestra crítica de estos planes de los Estados Unidos para dominar al mundo no es consecuencia de una imaginación izquierdista febril. Toda persona de sofisticación política que lo lea tiene que llegar a esa conclusión, esté de acuerdo o no con los objetivos estadounidenses.

Consideren, por ejemplo, la postura del Financial Times (FT). Más o menos cinco días antes de publicarse la ESN, el FT condujo una entrevista bastante larga con Condoleezza Rice, asesora de la seguridad nacional, acerca de las insinuaciones de la nueva estrategia del presidente. El entrevisatdor quería saber lo que sucedería si China hacia una movida para expander su potencia militar. Rice respondió que, si China hacía el esfuerzo por fomentar acciones empresariales y el comercio, “va a encontrarse con un socio muy bueno en los Estados Unido”. ¿La insinuación de esto? Que si China no seguía ese camino, se encontraría con algo más.

Y el entrevistador del FT contestó: “Así que estamos en una nueva época imperial—no quiero ponerme muy filosófico—pero lo que usted dice es que sólo debería haber una super potencia en el mundo, Los Estados Unidos, cuyo poder es benigno, y que lo fundamental para éste es mantenerse a la cabeza?”

Como ya he dicho, la cuestión de la hegemonía mundial estadounidense no surgió como reacción al 11 de septiembre; ya los ámbitos de la política exterior la habían considerado la década anterior. el 11 de noviembre, 2000, Richard Haas, actualmente a cargo de la planificación de la política del Ministerio de Relaciones Exteriores y hombre a quien, en comparación a Rumsfeld y a Wolfowitz, se le considera de política “moderada”, presentó un documento simplemente titulado, “Los Estados Unidos Imperial”.

Al hacer un resumen de la situación internacional, el Sr. Haas expresó lo siguiente: “La hegemonía estadounidense actualmente define, y probablemente definirá, al mundo. No existe ningún país o grupo de países que en un futuro predecible pueda funcionar de contrapeso al poder económico, militar y cultural de los Estados Unidos. pero esto es solamente una descripción, no un objetivo. Lo que todavía hace falta es una política exterior de “enfrenamiento” para el mundo luego de la Guerra Fría. La cuestión fundamental a la cual la política exterior estadounidense sigue enfrentándose consiste en que hacer con este poder sobrante y las muchas— y considerables—ventajas que este poder sobrante le ofrece a a los Estados Unidos” (“Los Estados Unidos Imperial”, pág. 1)

Haas continuó expresando que la política exterior imperial no debería confundirse con lo que el llamara “el imperialismo” y que el establecimiento de colonias ya no era posible. Bueno, a una rosa se le puede llamar otra cosa...pero terminó aclarando que por lo que el aboga es definitivamente una forma de imperio.

“Abogar por una política exterior imperialista significa abogar por una política exterior que trata de organizar al mundo bajo ciertos principios que afectan las relaciones entre las naciones y las situaciones que existen dentro de ellas. El papel de los Estados Unidos se parecería al de la Inglaterra del Siglo XIX...La coacción y el uso de la fuerza serían últimos recusos; lo que John Gallagher y Ronald Robinson escribieron acerca de Inglaterra hace siglo y medio—que “La política británica se basaba en un principio: expandir el control de manera informal y de manera formal si era necesario”—se podría aplicar al papel de los Estados Unidos al comenzar el nuevo siglo” (Ibid., pág. 4)

Es decir, las estructuras mundiales, tales como los mercados financieros internacionales, la Organización del Mercado Mundial y el Fondo Monetario Internacional funcionarían para asegurar el dominio de los intereses estadounidenses. Los militares funcionarían como puño dentro del guante del libre mercado para asegurar la disciplina donde sea necesario.

Los orígenes de la Primera Guerra Mundial

Esto nos trae a la cuestión más importante de todas: ¿cuáles son las insinuaciones de la campaña estadounidense para dominar al mundo? ¿Cuáles son las consecuencias que seguirán al alba de la nueva época imperialista al comenzar el Siglo XXI? Para averiguar la respusta, hay que analizar las experiencias históricas del Siglo XX. Es decir, para comprender el futuro que nos espera, hay que examinar el pasado más profundamente.

El mismo documento de la ESN nos provee el vínculo a la historia del siglo pasado. Bush—o, mejor dicho, los que escribieron el documento en su nombre—sostiene que lo que los Estados Unidos busca es “sacarle ventaja a esta oportunidad histórica para conservar la paz”. “Actualmente, la comunidad internacional tiene la mejor oportunidad desde que nacieran las naciones-estados durante el Siglo XVII para formar un mundo en el que las grandes potencias compiten en paz en vez de continuamente alistarse para la guerra. Hoy, las grandes potencias mundiales se encuentran de acuerdo, unidas por el peligro común que la violencia y el caos terrorista presentan” (op. cit., pág. 2)

El uso de las palabras “grandes potencias” nos llevan de nuevo a la época justamente antes de la Primera Guerra Mundial, cuando las grandes potencias aparecieron en las tablas mundiales. Durante la primera mitad del Siglo XIX, la economía capitalista mundial se había desarrollado bajo la hegemonía de Inglaterra. Pero durante el último cuarto de siglo se dio una enorme transformación. La transformación de Alemania en nación unificada luego de 1870 fue el preludio y la condición básica para la vasta expansión económica. El viejo equilibrio del poder en Europa era socavado. Y en el Occidente, un nuevo poder se encontraba en ascendencia: los Estados Unidos, que atravesaba por una transformación económica explosiva luego de su Guerra Civil.

A principios del Siglo XX, la cuestión política de suma importancia tenía que ver con la relación entre estas grandes potencias. ¿Era posible asegurar el desarrollo pacífico y armonioso, o significaba el desarrollo de poderes rivales que tarde o temprano la guerra estallaría entre ellos?

El movimiento marxista explicó que la llamada competencia pacífica—la lucha por los mercados, por las ganancias, por el acceso a las materias primas, por el desarrollo de mercados para el capital inversionista—conduciría inexorablemente al conflicto militar. Después de todo, como Marx había señalado, la lógica de la competencia no es seguir siendo competencia, sino desarrollar el monopolio. A medida que cada potencia capitalista buscaba avanzar sus propios intereses, ésta entraba en conflicto con las demás.

El punto de vista contrario era que los vínculos entre las grandes potencias eran de tal índole—exportaban sus productos unos a otros, invertían en las economías de cada uno, dependían unas de las otras para los mercados y recursos, etc.—que sería demasiado injurioso buscar la guerra entre sí.

El problema se resolvió, claro, en julio-agosto, 1914, cuando, luego de toda una serie de crisis internacionales durante la década anterior, la guerra por fin estalló.

El movimiento marxista explicó que el significado histórico de la guerra—y la destrucción indescriptible que causó—consistía en haber mostrado que el capitalismo, como sistema de producción y organización humana social, había llegado al fin de su época progresista. En lugar de avanzar la civilización humana como lo había hecho durante la época anterior, ahora amenazaba a la humanidad con el barbarismo más horrible. La respuesta a la importante pregunta acerca de los orígenes de la guerra no podía encontrarse en “quien había hecho el primer disparo”, o en cual nación había sido “culpable”, sino en los profundos procesos sociales y económicos que habían conducido a ella.

Desde este punto de vista, León Trotsky explicó que, a nivel más fundamental, la guerra representaba una rebelión de las fuerzas productivas que el capitalismo mismo había desarrollado contra la estructura política de la nación-estado. El mundo se había dividido en entidades nacionales que retardaban las grandes industrias del capitalismo y los procesos económicos que éstas habían engendrado. Así como el surgimiento del capitalismo siglos atrás había proclamado la caída del feudalismo, con su remiendo de reinos, ducados y principados, el desarrollo expansivo de las fuerzas productivas había convertido a la forma política de la nación-estado en un anacronismo total.

Pero el capitalismo no podía resolver este gran problema de la nación-estado a la cual le había dado origen. La misma expansión de la economía—el hecho que las fuerzas productivas se expandían más allá de las fronteras y de los propios continentes—planteaban la necesidad de todos los productores del mundo cooperar conscientemente para dirigir lo que se había convertido en una economía mundial. Pero el capitalismo, sin embargo, se basaba en la lucha por los mercados, los recursos y las ganancias y no podía cumplir esta misión. Cada una de las grandes potencias capitalistas, para mejorar su situación, tenía que hacer retroceder a sus rivales para transformarse de gran potencia a potencia mundial. Esto los condujo a todos—a Inglaterra, Alemania, Austria, Francia, Japón, sus satélites y aliados y, eventualmente a la gran potencia que se despertaba en el occidente: los Estados Unidos—al conflicto abierto entre sí.

¿A qué conclusión se podía llegar del análisis de Trotsky? Escribió: “La única manera en que el proletariado puede enfrentarse a la complejidad imperialista del capitalismo es oponiéndole, como programa práctico del día, la organización socialista de la economía mundial. Cuando la evolución del capitalismo llega a su fin, éste recurre a la guerra para resolver sus contradicciones insolubles. El proletariado tienen que oponerse a este método con su propio método: el método de la revolución social”.

Las luchas de Lenín tenían el mismo fin. Insistía que, a pesar de las consecuencias de la guerra, y aunque se estableciera cierto período de paz, esto sólo sería de índole temporaria. Las grandes potencias capitalistas se habían enredado en una lucha sin fin para dividir al mundo una y otra vez, lo cual había sido consecuencia de la transformación fundamental de las bases económicas del modo de producción capitalista. El capitalismo del Siglo XIX, en el cual la competencia por los mercados y las ganancias tomaba lugar entre empresas relativamente pequeñas, ha sido reemplazado por la formación de las empresas monopolistas.

Lenín escribió: “La propiedad privada basada en la mano de obra de los propietarios pequeños, la competencia libre, la democracia—y todas esos lemas con que los capitalistas y su prensa engañan a los obreros y a los campesinos—pertenecen al lejano pasado. Un grupito de ‘países avanzados' ha convertido al capitalismo en sistema mundial de opresión colonial y de estrangulación económica de la gran mayoría de la población mundial” (Lenín, Obras colectas, volumen 22, pág. 191).

Lenín, Trotsky y otros grandes marxistas de la época trataron de mostrar que el socialismo no era la realización de un ideal deseable, sino una necesidad. De otra manera, la humanidad sería arrojada al barbarismo indescriptible de la Primera Guerra Mundial, guerra que había surgido de las contradicciones del modo de producción capitalista mismo.

Los 14 puntos de Woodrow Wilson

Los bolcheviques organizaron la Revolución Rusa basándose en esta perspectiva histórica. El objetivo de la revolución no fue crear el socialismo en un país en desarrollo, sino ser el primer disparo de la revolución mundial. La historia había procedido de manera contradictoria: a la clase obrera se le había concedido la oportunidad de tomar el poder no en un país relativamente avanzado, sino en uno de los más atrasados. Tenía que valerse de la oportunidad para indicar el camino que la clase obrera y las masas de todo el mundo tenían que tomar.

Pero Woodrow Wilson, líder de la potencia imperialista dominante que surgió de la guerra—los Estados Unidos—presentó una perspectiva contraria. En 1919, Wilson llegó a las negociaciones de Versalles con un programa que consistía de 14 puntos; éste se basaba en la diplomacia, la libertad del comercio, la democracia, la auto determinación de las naciones y una Liga de las Naciones para reglamentar el orden internacional y rendir obsoletos los conflictos tipo Primera Guerra Mundial.

Pero a pesar de todos los principios retumbantes y el carácter universalista del programa de Wilson, el propósito verdadero era avanzar los intereses de una “gran potencia” en particular, los Estados Unidos, que ahora se había convertido en potencia mundial como consecuencia de la guerra. Ante todo, el programa de 14 puntos trató de hacerle frente a la amenaza que la existencia del primer estado obrero en la Unión Soviética le presentaba al capitalismo. Por eso fue que, durante la conferencia de paz en Versalles, los ejércitos de intervención, en la cual participaron todas las grandes potencias, trataban de derrocar el gobierno soviético. Los principios de la auto determinación, la democracia y la libertad formaban la base de los 14 puntos, pero no eran aplicables a la Unión Soviética y tampoco a la India o a las otras colonias de las victoriosas potencias imperialistas.

Lejos de proveer las condiciones para un desarrollo armonioso, el Tratado de Versalles de 1919 creó las condiciones para nuevos desastres—la Gran Depresión de 1929-1932, el levantamiento del fascismo en Alemania y el estallido de la Segunda Guerra Mundial—solamente dos décadas después que se firmara.

¿Retroceso al pasado o el enfrenamiento?

Los Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial aún más poderoso que de la Primera. Pero todavía no estaba en ninguna condición para imponer la reorganización del mundo. La existencia de la Unión Soviética era una barrera a sus ambiciones mundiales.

Sectores de la clase gobernante y los militares estadounidenses querían derrocar la Unión Soviética. Los frenaban dos factores: la oposición que hubiera provocado en la clase obrera internacional, y las fuerzas armadas de la Unión Soviética misma. EE.UU. había esperado que, al tirar dos bombas atómicas en Japón en 1945, habría estado en condición de dictarle al resto del mundo. Pero estos planes recibieron un fuerte golpe cuando la Unión Soviética desarrolló sus propias armas nucleares y en 1949 el régimen de Chiang Kai Shek fue derrocado en China.

La clase gobernante de los Estados Unidos entró en conflicto en cuanto a la estrategia que se debería seguir. Una facción favorecía “regresar al pasado”; es decir, derrocar, a todo precio, la Unión Soviética y el régimen maoísta en China. Otra favorecía el “enfrenamiento”. El conflicto entre estas dos tendencias había de estallar durante momentos importantes durante el próximo período. Durante la Guerra de Corea, el gobierno de Truman casi llega a usar armas atómicas. MacArthur abogaba para que se tiraran entre 30 a 50 bombas nucleares en la frontera entre Corea y Manchurria. En 1962, durante la crisis cubana de los cohetes teledirigidos, varios sectores de los militares estaban listos para irse a la guerra nuclear total contra la Unión Soviética. Y en la Guerra de Vietnam otra vez aparecieron sectores de las fuerzas armadas que abogaban por el uso de armas nucleares.

La facción a favor del “enfrenamiento” triunfaron. No obstante, como explicara David North en su presentación, un análisis de la historia de la Guerra Fría revela cual era el verdadero significado de “regresar al pasado” y el “enfrenamiento”. No era que, según la propaganda, los Estados Unidos había obligado a una Unión Soviética expansionaria a refrenar o a retroceder; más bien había sido lo contrario. La posibilidad de una represalia por parte de la Unión Soviética había frenado a los Estados Unidos de seguir una política para dominar al mundo entero.

¿Cuál era el ímpetu de los cambios que ocurrieron en la política exterior de los Estados Unidos? Por lo general se puede decir que la política de “refrenamiento” fue triunfante mientras el orden económico y político establecido al concluir la Segunda Guerra Mundial presentó las condiciones para expandir las potencias capitalistas principales.

Este período, que duró del 1945 a aproximadamente 1973, ha llegado a conocerse en la historia como la prosperidad post bélica. Presenció la mayor expansión económica del capitalismo en toda su historia. Pero a los observadores de visión limitada les parecía que las advertencias de Lenín y Trotsky acerca de la necesidad histórica de la transformación socialista, junto con los escritos de Lenín sobre el imperialismo, pertenecían a otra época del pasado muy lejano.

Pero era el destino del equilibrio establecido después de la guerra desintegrarse. Ya para mediados de la década del 70, el capitalismo mundial había entrado a un nuevo período de desequilibrio. Y todavía no ha salido de él.

El cambio en la situación económica formaba la base para el cambio que se dio en la política exterior de los Estados Unidos: de “refrenamiento” a “regreso al pasado”. El gobierno de Carter desarrolló la política de incitar el fundamentalismo islámico en las repúblicas soviéticas de Asia Central. Fue cuando Osama bin Laden y otros grupos fundamentalistas islámicos y anti comunistas tuvieron su origen. Fueron financiados por Arabia Saudita y colaboraban íntimamente en acuerdo con los fines y objetivos estadounidenses.

Durante la década del 80, el gobierno de Reagan intensificó la política de desestabilización con un aumento enorme de las fuerzas militares dirigido contra la URSS. En el mismo Estados Unidos, puso en práctica un programa económico-social paralelo cuyo objetivo era desmantelar las reformas que la clase obrera había ganado durante el Nuevo Trato [de Roosevelt] y la expansión que ocurrió después de la guerra.

Cuando la burocracia estalinista por fin decidió liquidar a la URSS en 1991, la clase gobernante de los Estados Unidos se vio ante una situación sin precedente. Ahora podía alcanzar los objetivos de su política exterior sin ningún impedimento externo. La transformación de esta situación había de tener un impacto significante en el Oriente Medio.

Ya para 1973-1974, los Estados Unidos había sufrido el aumento en los precios de petróleo que los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo [OPEP] habían establecido. En 1975 hubo un debate en los ámbitos gobernantes acerca de la posibilidad de una intervención militar. Entonces EE.UU. sufrió otro golpe en 1979: en Irán el Shah fue derrocado. Éste había ascendido al poder un cuarto de siglo antes por medio de un golpe de estado, auspiciado por la CIA, contra el régimen nacionalista de Mossadegh.

Durante la década del 80, para debilitar a Irán, EE.UU. le brindó más y más apoyo al régimen de Saddam Hussein en su guerra reaccionaria contra Irán. EE.UU le entregó al régimen iraquí fotografías, tomadas por satélites, de los movimientos de tropas y le asistió a fabricar armas químicas y biológicas “para la destrucción a gran escala”.

El régimen de Irak quedó bien débil después de la guerra. Desesperadamente necesitaba ingresos de petróleo para reactivar la economía y mantener a sus fuerzas militares. Pero las acciones del régimen de Kuwait, que forzaba la disminución de los precios del petróleo al aumentar los abastecimientos y apoderarse de los campos petrolíferos iraquíes, socavaban los ingresos de Irak. El régimen iraquí, por su parte, decidió darle una lección a Kuwait. Luego de consultar con EE.UU.—cuyo embajador, April Glaspie, había indicado que EE.UU. no tenía ninguna opinión acerca de conflictos entre árabes—el régimen iraquí lanzó su invasión. Saddam Hussein pronto aprendió que era como cualquier otra mercancía de EE. UU., quien podía cambiar su política y deshacerse de él sin más ni menos.

EE.UU había tratado de ponerle presión a Irán por medio de Irak. Pero ahora la situación mundial cambiaba y EE.UU. se encontraba más fortalecido. La invasión iraquí de Kuwait, para la cual Saddam Hussein razonablemente esperaba el apoyo de EE.UU.—puesto que durante ocho años había recibido respaldo estadounidense en la guerra contra Irán—se convirtió en pretexto para la guerra que EE.UU. organizara de 1990 a 1991.

La situación a comienzos de 1991, sin embargo, todavía era flexible. EE.UU. todavía no estaba seguro si podía actuar fuera de los límites impuestos por las resoluciones de la ONU y llevar a cabo una invasión total de Irak. Además, creía que si Saddam Hussein sufría la derrota militar, su régimen se desintegraría.

En un artículo del Sydney Morning Herald, publicado el 14 de octubre, Gerard Henderson opinó que se había anotado varios puntos contra aquellos que sostienen que la guerra contra Irak se debe al petróleo. Afirmó que “si el petróleo es la razón principal del gobierno, ¿por qué no invadió EE.UU. a Bagdad durante la Guerra del Golfo Pérsico? A Irak se le habría impuesto un cambio de régimen en ese entonces, lo cual habría dejado a EE.UU en control de los abastecimientos iraquíes”.

A la pregunta retórica del Sr. Henderson se le puede contestar fácilmente: EE.UU., en esa etapa, considerada que era muy arriesgado irse más allá del mandato de la ONU. Pero la decisión de aguantarse provocó una reacción furiosa en varios sectores de la clase gobernante, determinados a aprovecharse de la próxima oportunidad.

Se puede ver bien claro, durante la década siguiente, como el unilateralismo de la política exterior de los Estados Unidos y sus intervenciones militares aumentaban. De 1990 a 1991, la Guerra del Golfo Pérsico se condujo dentro de los límites establecidos por la ONU. En 1999, la guerra contra Yugoslavia, auspiciada por la OTAN, se llevó a cabo sin la ONU. De 2001 a 2002, EE.UU. desató la guerra contra Afganistán unilateralmente sin la ONU o la OTAN. Ahora planifica la invasión de Irak y la instalación de un régimen títere en contra de la oposición abierta de varios aliados de la OTAN.

Hemos indicado que el carácter más y más agresivo de la política exterior de EE.UU—del “enfrenamiento” al “regreso al pasado” y ahora el establecimiento de nuevas formas de colonialismo—está vinculado a los cambios en el capitalismo mundial; cambios que tienen su fuente tres décadas atrás, cuando comenzaba la década del 70 y la prosperidad de la época post Segunda Guerra Mundial comenzaba a desmoronarse.

El aumento de la desigualdad social

Las consecuencias sociales de estos cambios se pueden resumir en la expansión de la desigualdad no sólo entre los países, sino también en sus sociedades internas. La Estrategia para la Seguridad Nacional auspiciada por Bush viene llena de frases, tales como “el respeto a la propiedad privada”, “la libertad de los mercados” y “los incentivos para el mercado”. Pero estos son los mismos programas que han tenido un impacto devastador en las vidas de billones de personas por todos los rincones del mundo.

Más de media raza humana está a ganarse la vida—apenas—con menos de $2 al día. Los otros días leí en algún lugar que las vacas europeas reciben mucho más bajo la política agrícola de la Unión Europea.

En todos los países capitalistas principales, durante las últimas dos décadas, la desigualdad social ha aumentado y la redistribución de la riqueza ha favorecido a los ricos. En ningún lugar es esto más aparente que en los Estados Unidos.

El domingo pasado, un artículo del economista Paul Krugman, publicado en el New York Times, hizo referencia al “terremoto de cambios” que había tomado lugar en la distribución de la riqueza y el ingreso. Insistía que no era posible comprender lo que sucedía en los Estados Unidos “sin comprender las causas, consecuencias y hasta que punto había llegado el gran aumento de la desigualdad que había ocurrido durante las tres últimas décadas, y sobretodo la concentración asombrosa de los ingresos y la riqueza en tan pocas manos”. Según un estudio reciente que Krugman citó, en 1998, 0.01% de la población recibía más del 3% de todo el ingreso. Es decir, las 13,000 familias más adineradas recibían casi tanto ingreso como las 20 millones familias más pobres. Y esos 13,000 tenían un ingreso 300 veces mayor que las familias ordinarias.

Este proceso de enriquecimiento va muy vinculado a la enorme expansión del parasitismo económico durante los últimos 20 años y al robo de los recursos financieros y económicos. Los detalles de los escándalos empresariales—préstamos a funcionarios, opciones para compra de acciones—pueden confundirnos fácilmente, pero en realidad la cosa es muy simple. Todos estos complejos pactos y acuerdos sólo sirven para ocultar el robo y la acción criminal y hacerlos parecer estrategias empresariales de sofisticación.

A este surgimiento del gangsterismo no se le puede considerar como si fuera un caso de varias manzanas podridas. A fin de cuentas expresa la profunda crisis continua de la economía capitalista misma. Desde el punto de vista político, esta crisis encuentra su suma expresión en el gobierno de Bush, quien es de la misma carne y hueso de estas capas.

Y si la política exterior es la continuación de la política interior, ¿es sorprendente que el saqueo del petróleo iraquí sea la base de los objetivos de la política exterior de los Estados Unidos? O como expresó el comentarista William Seidman, asesor en economía a cuatro presidentes de EE.UU., en el canal de televisión, CNBC (que favorece a las empresas: la guerra contra Irak es “probablemente la idea más abusadora que me viene a la mente”.

Sería un error grave creer que estos procesos se limitan solamente a EE.UU. y que es posible contraponerle al capitalismo estadounidense rapaz un capitalismo europeo, asiático o australiano más dulce y gentil. Los procesos económicos y sociales en EE.UU. expresan de manera bien aguda las tendencias de desarrollo internas al orden capitalista mundial.

Para fomentar la lucha contra el imperialismo y la guerra, es esencial que esto se entienda. Tal lucha, si ha de sostenerse y no reducirse a una simple protesta—permitiéndole a las clases gobernantes que sigan su camino porque saben que la tormenta ha de llegar sa su fin—tiene que dirigirse contra el mismo orden socioeconómico que le da origen al imperialismo y a la guerra: el sistema capitalista mundial.

Además, la lucha contra el imperialismo y la guerra tiene que basarse en la única fuerza social que puede oponerse a este sistema social anticuado y reaccionario que encarna, en lo más profundo de su ser, la posibilidad material de crear un sistema social nuevo y mejor, capaz de resumir el progreso de la civilización humana. Por eso lo esencial de esta lucha es que se siga formando el partido mundial de la revolución socialista, cuyo objetivo es la unificación de la clase obrera internacional. Esta es la perspectiva del Comité Internacional de la Cuarta Internacional, del cual el Partido Socialista por la Igualdad es la sección australiana. Les insto que consideren, de la manera más urgente, integrarse a este partido internacional.