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Una visita presidencial a Auschwitz

El Holocausto y la fortuna de la familia Bush

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"La historia nos recuerda lo que puede suceder". Estas fueron las palabras pronunciadas por el presidente George Bush al finalizar una visita guiada a las cámaras de gas de Auschwitz.. El antiguo campo de la muerte nazi en Polonia fue de las primeras etapas de un viaje de siete días a Europa y Oriente Medio.

El sentido exacto de este comentario banal del presidente de los Estados Unidos no está muy claro. Sin embargo, examinado a la luz del balance político de Bush—la cadena de ejecuciones en Texas, el campo Rayos X de Guantánamo, la prisión indefinida para ciudadanos estadounidenses, las dos guerras preventivas—puede estar abierto a las interpretaciones más siniestras.

Sin duda, esta visita a Auschwitz ha sido puesta en escena para servir a los objetivos de la política inmediata: invocar los horrores de los campos de concentración de Hitler para llevar más lejos su agenda de militarismo y represión en los Estados Unidos. Es posible que no exista un insulto mayor a la memoria de los millones de seres humanos, destacando seis millones de Judíos, asesinados por los Nazis.

El mismo día, en un discurso pronunciado en Cracovia, Bush afirmó que lo campos de concentración "nos recuerdan que el mal existe, que debe ser llamado por su nombre y combatido". Prosiguió, "después de haber visto la obra del mal en este continente, no debemos perder nunca el coraje de combatirlo donde quiera que esté".

Según Bush, la causa del Holocausto fue "el mal". Para el presidente de los Estados Unidos la palabra "mal" sirve para designar una multitud de pecados. Lo ha usado repetidamente para describir al grupo de fundamentalistas musulmanes que perpetraron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. En numerosas ocasiones se ha referido al líder de Al Qaeda como "el malvado". Esta particular expresión sirve a un propósito inmediato en el plano político, puesto que evita nombrar a Osama Bin Laden y de paso traer a la memoria la prolongada asociación de negocios entre los Bush y la rica familia Bin Laden de Arabia Saudí.

La existencia del "mal" constituye para el gobierno de Bush la única explicación de la aparición del terrorismo fundamentalista musulmán. Tal representación cuasi mística y religiosa (que, por descontado, asume que el gobierno de los Estados Unidos representa "las fuerzas del bien") tiene la ventaja de ignorar toda consideración política o histórica. Ignora, en particular, el papel jugado por la política exterior de los Estados Unidos—la alianza de Washington con los regímenes despóticos enriquecidos por el petróleo, como la monarquía de Arabia Saudí; el patrocinio de los Estados Unidos a los muyahidin (combatientes) afganos; la guerra indirecta de la CIA contra los grupos nacionalistas y socialistas laicos en Oriente Medio; el apoyo incondicional a la política de Israel frente a los palestinos—en el establecimiento de las condiciones políticas y sociales que han permitido el desarrollo de tendencias retrógradas como Al Qaeda.

El empleo de la palabra "mal" persigue la misma utilidad cuando se habla del Holocausto. Este intento de oscurecer las raíces sociales, políticas y económicas del ascenso del fascismo en Europa durante los años 30 y los horribles crímenes que engendró, no es un rasgo único de Bush. La adopción del anticomunismo como elemento central de la ideología de los Estados Unidos al finalizar la segunda guerra mundial desplaza como inconveniente todo análisis de las raíces anti-socialistas del fascismo. En su lugar, comunismo y fascismo fueron igualados como "totalitarios·" y representantes del "mal".

En vísperas de su asesinato en 1940, León Trotsky escribió: "El fascismo es la continuación del capitalismo, un intento de perpetuar su existencia por los medios más bestiales y monstruosos". "El capitalismo ha tenido la oportunidad de recurrir al fascismo sólo a causa de que el proletariado no ha podido realizar a tiempo la revolución socialista".

Trotsky no fue el único en mantener esta opinión. Muchos habían comprendido que los Nazis, como el partido fascista de Mussolini, habían llegado al poder con el respaldo del gran capital para aplastar al movimiento socialista de los trabajadores y erradicar toda amenaza de revolución. La "solución final" desarrollada por el régimen de Hitler contra los judíos se concibió ligada a esta misión esencial.

En su destacada biografía sobre Hitler, Ian Kershaw describe el camino tomado por el Tercer Reich hacia la "solución final" y apunta que la guerra en el Este—y finalmente el propio Holocausto—fue presentada en la propaganda nazi como una "cruzada contra el Bolchevismo".

En su libro Hitler 1936-1945 : Nemesis, (New York et Londres, 2001, p 389) [tradución española Hitler Tomo 2, Edición Círculo de Lectores, 2000, p. 386], Kershaw escribe : "Los pronazis más comprometidos ideológicamente se tragarían por entero la interpretación de la guerra como una guerra preventiva para evitar la destrucción de la cultura occidental por las hordas bolcheviques. Creían fervientemente que hasta que no se erradicase por completo el "judeobolchevismo" no llegaría a liberarse Europa. En estas concepciones, entretejido con el enfrentamiento contra el bolchevismo, estaba prefigurado el camino hacia el Holocausto. El legado ?de odio? contra el bolchevismo plenamente entrelazado con el antisemitismo, estaba a punto de manifestarse en toda su plena ferocidad."

Inmediatamente después de la guerra, las autoridades norteamericanas de ocupación se encontraron con la obligación de reconocer la culpabilidad de las grande empresas alemanas en los crímenes cometidos por el régimen nazi. El general Telford Taylor, uno de los principales acusadores en los procesos de Nuremberg contra criminales de guerra, reclamó la inculpación de algunos grandes industriales alemanes. Entre éstos se encontraba Friedrich Flick, copropietario del consorcio del acero alemán junto con Fritz Thyssen, y uno de los principales contribuyentes financieros de los Nazis y de las SS.

En su requisitoria ante el tribunal Taylor declaró: "Estamos tratando con hombres tan obcecados con la obtención de poder y riqueza que todo lo demás pasa a un segundo plano. Ignoro si Flick y sus asociados odiaban o no a los judíos; es posible que no pensaran mucho en la cuestión hasta que adquirió para ellos una importancia práctica, sobrepasando su propia opinión y sus propios sentimientos".

Taylor continuó: "Los acusados eran hombres ricos, propietarios de muchas minas y fábricas. Dirán sin duda que creían en el carácter sagrado de la propiedad privada y, tal vez, que apoyaron a Hitler porque los comunistas alemanes amenazaban ese concepto. Pero las fábricas de Rombach y Riga pertenecían a otros".

Se podría decir otro tanto de los pozos de petróleo de Irak.

La descripción del general Taylor de la clase dirigente de Alemania podría, con ligeras modificaciones, ser aplicada al círculo de multimillonarios rapaces que constituye la base principal del gobierno de Bush.

Es interesante señalar que el general Taylor se mantuvo al margen, hasta su muerte en 1998, del revisionismo anticomunista que tiñó aquel período histórico. Se encontró entre los primeros personajes públicos que se enfrentó abiertamente a la campaña de persecuciones llevada a cabo por el senador McCarthy. Y fue un destacado opositor a la guerra de Vietnam, sosteniendo que el proceso contra el teniente William Calley por la masacre de 500 mujeres y niños en My Lai debería haberse extendido hacia toda la cadena de mando del ejército estadounidense.

Prescott Bush y los Nazis

En el caso particular de Bush, el hecho de esconder los orígenes históricos del fascismo en Alemania está al servicio de un interés particular, incluso personal. Mientras que el padre del presidente tenía tratos con Bin Laden, su abuelo hizo gran de la fortuna familiar mediante sus acuerdos con la Alemania nazi. Se ha sugerido que los activos de los Bush tuvieron su origen, al menos en parte, en la explotación del trabajo esclavo en el mismo Auschwitz.

Desde los años 20 hasta avanzados los 40—después del inicio de la Segunda Guerra mundial—Prescott Bush fue socio y administrador en la sociedad de cartera, Brown Brothers Harriman, de Wall Street, y director de una de sus principales compañías financieras, la Union Banking Corporation (UBC).

Junto con su suegro George Herbert Walker—bisabuelo del actual presidente—Prescott Bush controló otro de los valores de la sociedad en cartera, la compañía de navegación Hamburg-Amerika, utilizada por el régimen nazi para introducir y sacar a sus agentes en Norteamérica. En 1933, otra filial del grupo Harrimann, Harriman International Company, estableció un acuerdo con el régimen de Hitler para coordinar las exportaciones alemanas hacia el mercado estadounidense.

Durante este tiempo, UBC dirigió todas las operaciones bancarias fuera de Alemania de Fritz Thyssen, el magnate de la industria alemana y autor del libro Yo pagué a Hitler, en el que reconoce haber financiado al movimiento nazi desde 1923 hasta su ascenso al poder.

En octubre de 1942, 10 meses después de entrar en la guerra, el gobierno de los Estados Unidos se incauto de UBC y otras compañías en las que los Harriman y los Prescott Bush tenían intereses. Además de Bush y Roland Harriman, la orden de intervención del banco emitida por Washington contenía los nombres de tres ejecutivos nazis.

Una investigación realizada en 1945 reveló que el banco dirigido por Prescott Bush tenía relaciones con el consorcio del acero alemán dirigido por Thyssen y Flick, uno de los inculpados en el proceso de Nuremberg. Esta gigantesca firma industrial produjo la mitad del acero y más de un tercio de los explosivos, sin olvidar otros materiales estratégicos, usados por la máquina militar alemana durante los años de guerra.

El 28 de octubre de 1942, el gobierno de los Estados Unidos confiscó las posesiones de dos compañías que sirvieron de fachada al régimen nazi: la Holland-American Trading Corporation y la Seamless Steel Equipment Corporation, ambas controladas por UBC. Un mes más tarde fueron intervenidos los intereses nazis en la Silesian-American Corporation (SAC), dirigida por Prescott Bush y su suegro George Walker.

La orden de intervención, emitida en el marco de la Ley de Comercio con el Enemigo, describió la Silesian-American como "sociedad de cartera de los Estados Unidos con subsidiarias en Alemania y Polonia" que controlaban extensas y valiosas minas de carbón y zinc en Silesia, Polonia y Alemania. Esta orden de intervención precisaba que, desde septiembre de 1939 (cuando Hitler desencadenó la Segunda Guerra Mundial) estas propiedades estaban bajo control del régimen nazi, que las había utilizado para proseguir su esfuerzo bélico.

Entre las posesiones de la Silesian American figuraba una acería en Polonia, situada en el mismo distrito que Auschwitz. Se ha averiguado que esta fábrica utilizó a los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz como mano de obra esclava.

Entre los investigadores de los lazos entre los Bush y los nazis se encuentra John Loftus, un antiguo procurador en el Departamento de Crímenes de Guerra dependiente del Ministerio de Justicia., que en la actualidad está al frente del Museo del Holocausto de Florida en la ciudad de Saint Petersburg. Loftus ha acusado a la familia Bush de haber recibido 1,5 millones de dólares de sus participaciones en la UBC cuando fue finalmente liquidada en 1951. "Este es el origen de la fortuna de la familia Bush: el Tercer Reich", declaró Loftus en una reciente entrevista.

Loftus argumenta que este dinero—una suma muy importante en la época—incluía el beneficio directo procedente de la mano de obra esclava de aquellos que murieron en Auschwitz. En una entrevista con el periodista Toby Rogers, el antiguo procurador ha dicho: " Es suficientemente escandaloso que la familia Bush haya contribuido a recolectar el dinero con el que Thyssen financió el ascenso de Hitler en 1922, pero proporcionar sostén al enemigo en tiempo de guerra es pura traición. El banco de Bush ayudó a los Thyssen a fabricar el acero nazi con el que se mató a soldados aliados. Si financiar la máquina de guerra nazi es detestable, ayudar e instigar el Holocausto es todavía peor. Las minas de carbón de los Thyssen utilizaron a los cautivos judios como esclavos, como si fueran productos químicos desechables. Hay seis millones de esqueletos en el armario de la familia Thyssen, y permanecen sin respuesta numerosas preguntas históricas y de tipo criminal acerca de la complicidad de la familia Bush.

El caso de Prescott Bush de ningún modo fue único, aunque sus conexiones financieras con el Tercer Reich fueron tal vez más íntimas que la mayoría. Henry Ford fue un declarado admirador de Hitler, y GM asociada a Ford jugaron un papel de primer orden en la producción de los camiones militares que transportaron a las tropas alemanas a través de Europa. Después de la guerra los dos fabricantes de automóviles demandaron y obtuvieron compensaciones financieras por los daños causados por los bombardeos aliados sobre sus fábricas en Alemania. Standard Oil y el Chase Bank, ambas controladas por la familia Rockefeller, invirtieron fuertemente en la alemania nazi, como lo hicieron las agencias de bolsa más importantes de Wall Street. Estas transacciones no cesaron con el inicio de la guerra, con Standard Oil fletando petróleo a los Nazis vía Suiza en fecha tan tardía como 1942, y colaborando con I.G. Farben, la compañía que fabricaba el gas Zyklon B para las cámaras de gas Nazis y operaba una fábrica de caucho sintético utilizando mano de obra esclava procedente de Auschwitz.

En su libro Trading with the Enemy: The Nazi American Money Plot, el antiguo periodista del New York Times Charles Higham apunta que el gobierno de los Estados Unidos intentó encubrir el papel de apoyo a Hitler jugado por Prescott Bush y muchos otros líderes financieros e industriales.

El autor del libro mantiene que el gobierno temió que cualquier intento de perseguir a estas figuras sólo ocasionaría un "escándalo público" y "podría afectar drásticamente a la moral pública, causaría huelgas por doquier y quizás provocaría motines en el seno del ejército". Además, Higham escribió que el gobierno consideraba que "su procesamiento y su apresamiento podría haber hecho imposible la contribución de los consejos de administración al esfuerzo de guerra de los Estados Unidos" (Trading with the Enemy—The Nazi American Money Plot 1933-1949, New York, 1983, p. xvii).

El gobierno de Roosevelt y los miembros más influyentes de ambas partes hicieron todo lo posible para zanjar los problemas de Prescott Bush derivados de sus tratos con los Nazis. Prescott Bush fue colocado a la cabeza del National War Board, encargado de recolectar fondos privados para las organizaciones de beneficiencia relacionadas con la guerra. Después de recibir los 1,5 millones de dólares de indemnización por la UB,c se presentó con éxito a un puesto de senador por Connecticut, puesto que conservó hasta 1963.

Una parte importante de los principales patronos estadounidenses simpatizaron con el nazismo y compartieron su antisemitismo, aunque no lo expresaran tan claramente como Henry Ford. Estos sentimientos continuaron impregnando la política de los Estados Unidos incluso después de empezada la guerra. El gobierno de Roosevelt rechazó alterar en lo más mínimo su política migratoria para admitir a los refugiados judíos que huían del Holocausto, mientras que los militares rechazaron las peticiones de bombardear las líneas de ferrocarril que llegaban a Auschwitz con el argumento de que constituían un "objetivo no militar".

Aunque a los escritores de los discursos de Bush les gusta presentar la política de los Estados Unidos en términos de idealismo moral— la lucha del bien contra el mal—la constatación de la complicidad de la clase dirigente estadounidense en general, y de la familia Bush en particular, con la Alemania nazi demuestra que el único elemento constante es la defensa del poder y de los privilegios de la oligarquía dirigente por todos los medios posibles.

En los años 1930 y 1940, este primordial objetivo condujo al abuelo de George W. Bush a establecer una relación comercial provechosa con los Nazis. En el transcurso de los años 80, este objetivo sirvió igualmente de base para forjar la alianza—con la decisiva intervención del anterior presidente, el padre de George W. Bush—con los fundamentalistas islámicos en guerra contra el gobierno afgano respaldado por la Unión Soviética. En la actualidad, constituye el núcleo de la política de George W. Bush: militarismo y colonialismo en el exterior, represión y ataques sociales en el interior de los Estados Unidos.