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Resurge el concenso pro-bélico luego de las elecciones en Estados Unidos

Según la opinión general, las elecciones de la semana pasada fueron un plebiscito sobre la guerra en Irak en el que el pueblo de Estados Unidos expresó enfáticamente su oposición a la ocupación de ese país y sus deseos para el rápido retiro de todas las fuerzas militares estadounidenses.

Han trascurrido siete días desde entonces, dominado por un intenso debate entre telones por medio del cual la clase gobernante conspira para proteger los intereses estratégicos del imperialismo estadounidense en el Oriente Medio y así asegurar la continuación de la ocupación militar de Irak y frustrar el resentimiento popular contra la guerra.

A pesar de grandes diferencias que existen en la clase gobernante acerca de la manera en que el gobierno de Bush conduce la campaña militar en Irak—sobre o la ignorancia y forma descabellada en que analiza los complejos problemas de la política extranjera—ningún sector importante de la clase gobernante propone que las fuerzas militares estadounidenses se retiren de Irak. Toda acción de semejante índole sería considerada una derrota militar; significaría un retroceso devastadora para los intereses mundiales y regionales del imperialismo estadounidense.

Los debates internos que toman lugar en la capa gobernante—Demócrata tanto como Republicana—encargada de formular la política tienen un objetivo: forjar un nuevo consenso estratégico sobre el futuro de la trayectoria de la política estadounidense en el Oriente Medio. Aunque la intensidad del sentimiento anti bélico que las elecciones expresaron sacudió y dejó atónitos a ambos partidos, sus dirigentes no tienen la menor intención de permitirle a las masas de Estados Unidos determinar los objetivos de la política extranjera del país.

Existe cierta consciencia, por cierto muy perspicaz, que el debate oficial sobre la guerra en Irak no debe permitirle expresión a exigencias populares para el retiro inmediato de las fuerzas militares estadounidenses. Pero al mismo tiempo se teme muy ampliamente que el statu quo, representado por la política del gobierno de Bush, tampoco es viable. Hay que haber varios cambios, pero nadie está seguro de lo que son.

Como expresara el columnista Thomas Friedman del New York Times en un artículo publicado el 8 de noviembre: “Estas elecciones son las últimas que deberían llevarse a cabo acerca de Irak”. Advirtió que la guerra se ha convertido “en una herida en el mismo pecho del país que infecta su unidad interna y a su reputación en el extranjero”.

Aunque inicialmente la clase gobernante se mostró algo desorientada con las elecciones, ésta ya ha puesto en marcha varios mecanismos para crear bases sobre las cuales fundamentar los nuevos objetivos de la guerra contra Irak. De estos, el Irak Study Group [Grupo de Investigación sobre Irak] ahora surge como foco principal para reorientar la política sobre Irak.

Toda perspectiva que tenga que ver con el retiro de tropas de Iraq ha desaparecido rápidamente del debate sobre la guerra. El miércoles 15 de de noviembre, el General John Abizaid, comandante de las fuerzas en el Oriente Medio, se opuso a todo retiro de tropas cuando presentó testimonio ante el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado de Estados Unidos. Al contrario, más bien expresó que deberían aumentar.

Ese miércoles, el New York Times, periódico principal del liberalismo norteamericano que por mucho tiempo ha abogado por aumentar las tropas en Irak, publicó un artículo de primera plana titulado, “¿Salirnos ahora? No tan rápido, dicen los expertos”. El artículo tenía su propósito: darle la oportunidad a oficiales militares actuales y jubilados de expresar su oposición a la postura de varios Demócratas, inclusive del Senador Carl Levin (quien presidirá sobre el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado en el nuevo Congreso), que Estados Unidos intenta comenzar a retirar tropas de cuatro a seis meses.

Pero Levin y otros no han presentado sus ideas de retirar las tropas estadounidenses con ninguna seriedad. Su motivo es otro: ponerle presión a las diferentes facciones de la clase gobernante iraquí para que lleguen a un acuerdo en cuanto a la repartición de los ingresos petrolíferos y a la represión de la oposición a la ocupación estadounidense. Pero hasta esta perspectiva pronto se está descartando.

Por otro lado se encuentra John Murtha, quien actualmente compite para ganarse el puesto de dirigente de la mayoría Demócrata en la Cámara de Representantes [Diputados]. El público ya lo viene conociendo desde principios de año, cuando lanzó un llamado por el retiro inmediato de las tropas estadounidenses. Pero se lo ha ataca por haber participado en un escándalo de corrupción que ocurrió hace ya 26 años. De todos modos, su postura acerca de Irak casi ha pasado casi por desapercibida dentro de los partidos Demócrata y Republicano

Las presiones para que el gobierno de Bush que ponga en marcha cambios a la política sobre Irak ahora se concentra en el Grupo de Investigación sobre Irak, comisión bipartita autorizada por integrantes del Congreso. Al tratar de forjar cierto tipo de acuerdo entre los dos partidos, el Grupo tiene como objetivo despojar del debate político toda interrogante que tenga que ver con Irak, aún cuando la ocupación continúa.

Quien crea que este grupo va a presentar recomendaciones para ponerle fin a la guerra sólo tiene que analizar sus orígenes y a los elementos que lo componen. El grupo se formó en marzo, 2006 luego de varios representantes [del Congreso], en su mayoría Republicanos muy consternados por la crisis causada por la ocupación estadounidense, pedir que se formara. El grupo también obtuvo el apoyo de varios Demócratas destacados, entre ellos los Senadores Joseph Biden y Hillary Clinton.

Los integrantes del Grupo de Investigación sobre Irak consisten, en su mayoría, de estrategas de antigüedad de ambos partidos. James Baker y Lee Hamilton son co presidentes. Como Ministro de Relaciones Exteriores bajo Bush padre, Baker fue el encargado de dirigir la Guerra del Golfo Pérsico en 1991, primera etapa de la política de intervención estadounidense que ha resultado en una catástrofe para el pueblo iraquí.

Hamilton, integrante de la Cámara de Representantes por 34 años antes de salir en 1999, jugó un rol estelar la obstrucción de la investigación del papel que jugaran Ronald Reagan y Bush padre, en ese entonces vicepresidente, en el escándalo Irán-Contra de la década de los ochenta. Como vicepresidente de la Comisión 11/9, Hamilton ayudó a encubrir el papel de las organizaciones y los funcionarios del gobierno en los ataques del 11 de septiembre, 2001.

Los currícula vitae de los otros integrantes de la comisión, que consiste de diez personas (cinco Demócratas y cinco Republicanos), son similares. Tres sirvieron bajo el Presidente Clinton, inclusive Vernon Jordan, ex asesor del presidente; Leon Panetta, ex jefe del personal de la Casa Blanca; y William Perry, ex Ministro de Defensa. Los tres participaron en un gobierno que impuso sanciones bestiales y bombardeos ocasionales a Irak, lo cual resultó en la muerte de cientos de miles de civiles. El último Demócrata es el ex senador Check Robb.

Los Republicanos incluyen Lawrence Eagleburger, ex Ministro de Relaciones Exteriores bajo Bush padre e integrante de la junta de directores de Halliburton y ConocoPhillips; Edwin Meese, Fiscal General de la Nación bajo Ronald Reagan y uno de los conspiradores más famosos del escándalo Irán-Contra; el ex senador Alan Simpson; y la ex juez de la Corte Suprema, Sandra Day O'Connor.

Eagleburger es un protegido del ex Ministro de Relaciones Exteriores, Henry Kissinger, vínculo que hay que mantener en mente puesto que Kissinger es íntimo asesor del Presidente Bush y rotundamente se opone a abandonar a Irak. Eagleburger siguió a Robert Gates, quien renunció del Grupo de Investigación sobre Irak cuando Bush lo seleccionó para reemplazar a Donald Rumsfeld como Ministro de Defensa. Gates fue Director Asistente de la CIA bajo Reagan cuando ésta financiaba a los fundamentalistas islámicos en Afganistán, incluyendo a Osama bin Laden, en una guerra indirecta en contra de la Unión Soviética.

Todos estos individuos llevan sangre en las manos. Todos defienden los intereses del imperialismo estadounidense con ardor y entusiasmo.

Los representantes de este grupo han mantenido un silencio hermético acerca de las alternativas bajo su consideración. Pero no es difícil hacerse una idea de la dirección en que se dirigen si se consideran las diferentes recomendaciones que provienen de diferentes sectores de la clase gobernante.

De acuerdo a un artículo que el Washington Post publicó el 9 de noviembre, “no se espera que el grupo de investigación Baker-Hamilton abogue por el rápido retiro de tropas. Según fuentes confidenciales, más bien la recomendación más probable será limitar los planes para democratizar a Irak y darle más énfasis a la estabilidad. El resultado puede ser que mayores recursos se consagren al entrenamiento y equipamiento de los militares iraquíes, quizás por medio de una expansión radical de los esfuerzos de entrenamiento y asesoramiento que Estados Unidos ofrece”.

“Limitar los planes para democratizar a Irak” es un eufemismo que significa lo mismo que dirigirse a sectores de la antigua clase alta de los sunitas para ayudar a aplastar toda oposición de la población chiíta. Entre telones se escuchan rumores que el Primer Ministro Nouri al-Maliki—quien tiene vínculos muy íntimos con las milicias chiítas, inclusive las de Moqtada al-Sadr—va a ser reemplazado con un “hombre fuerte”. En uno de sus pocos comentarios públicos, Baker recientemente pronunció un discurso en la Universidad de Princeton en el que advirtió que “No deberíamos pensar que vamos a ver un florecimiento de la democracia jeffersoniana a lo largo de las orillas del Río Eufrates”.

Una de las situaciones hipotéticas más probables es la introducción de más tropas para lanzar una ofensiva mayor contra la población chiíta en la Ciudad Sadr dentro de Bagdad. El senador Republicano John McCain y otros tantos han apoyado abiertamente esta política.

Otros temas de significado más amplio bajo consideración tienen que ver con la política de Estados Unidos hacia otras naciones en el Oriente Medio, sobretodo Irán, Siria e Israel.

Una de las opciones principales que el Grupo de Investigación sobre Irak ha estado considerando es un cambio de política hacia Irán y Siria para ayudar a estabilizar la ocupación de país. Semejante movida requiere concesiones por parte de Israel así como también por parte de Estados Unidos debido a la influencia europea y rusa en el Oriente Medio. Estas potencias tienen vínculos muy íntimos con Irán, pero Estados Unidos no tiene ninguna presencia en ese país.

Es muy notable que entre los diez integrantes principales del Grupo de Investigación sobre Irak no haya un solo representante de la facción neo conservadora de la clase gobernante; facción del vicepresidente Dick Cheney y el Ministro de Defensa, Donald Rumsfeld, que está a punto de partir [su puesto como Ministro de Defensa]. Esta facción cree que la mejor manera de defender los intereses de Estados Unidos en el Oriente Medio es por medio de la expansión de la acción militar, sobretodo contra Irán; política que coincide con los objetivos de Israel de cambio de régimen en Teherán.

El Primer Ministro de Israel, Ehud Olmert, visitó a Washington a principios de esta semana y logró que Bush se comprometiera a continuar los esfuerzos para aislar a Irán.

El martes, el gobierno de Bush anunció que iba a establecer un comité, distinto al Grupo de Investigación sobre Irak y bajo sus propios auspicios, que haría sus propias recomendaciones a mediados de diciembre; es decir, aproximadamente al mismo tiempo que el Grupo de Investigación. Este panel, que probablemente será organizado bajo la dirección de Cheney, servirá de contrapeso al Grupo de Investigación. Servirá de voz para aquellos sectores de los ámbitos gobernantes que consideran que la mejor manera de reaccionar al debacle en Irak es con la expansión de la acción militar contra Irán.

Concluídas las elecciones, el pueblo de Estados Unidos no debe darle ninguna credibilidad a los debates que ahora ocurren en Washington. No importa cual sea la decisión que se tome o la estrategia que se elija, los políticos la basarán en la defensa de los intereses del imperialismo estadounidense. El debate oficial no es acerca de si la ocupación de Irak debería continuar o si la violencia se debería usar para aplastar la resistencia popular de los iraquíes. Todas las facciones están de acuerdo en cuanto a estas cuestiones se refiere. Las diferencias tienen que ver con que hasta que punto la diplomacia debería usarse como suplemento a la fuerza militar y la relación de Estados Unidos a las diferentes naciones de la región.

Los Demócratas bien aclararon su actitud hacia la guerra cuando descartaron de plano la idea de ponerle paro a los fondos destinados al financiamiento de la ocupación de Irak; algo que fácilmente pudieron haber hecho en el nuevo Congreso Demócrata usando uno de sus poderes principales: la distribución del dinero. También han dado a conocer que están muy dispuestos a seguir las recomendaciones del Grupo de Investigación sobre Irak como parte de sus planes para llegar a un acuerdo con el gobierno de Bush acerca de la política sobre Irak.

La invasión de Irak se llevó a cabo para asegurar los intereses fundamentales de la clase gobernante de Estados Unidos. Aunque siempre han existido diferencias acerca de cómo el gobierno de Bush lanzó la invasión—muy pocas tropas, insuficiente apoyo internacional, etc.—el objetivo fundamental de asegurar el dominio del Oriente Medio por Estados Unidos fue y continúa siendo apoyado por todos los sectores importantes de los ámbitos políticos del país.

Es imposible parar el derramamiento de sangre en Irak siempre que las tropas estadounidenses permanezcan en el país. La catástrofe iraquí es resultado de su trágico encuentro con Estados Unidos durante el último cuarto de siglo: la manera en que Estados Unidos le dio ánimo a Irak para que invadiera desastrosamente a Irán durante los 1980; la invasión estadounidense de Irak por en 1991; doce años de sanciones económicas punitivas; y por fin la invasión del 2003 y la ocupación que hoy día sigue. Estos son los acontecimientos que han conducido a la destrucción casi total de la sociedad iraquí.

Esta historia dicta que el retiro inmediato y total de Estados Unidos es la precondición absoluta y necesaria para ponerle fin a la violencia que hoy consume a ese pobre país.