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Perspectiva

Las protestas derechistas en Brasil: un peligro para la clase obrera

La prensa estima que entre un y dos millones de personas participaron en Brasil en las manifestaciones de derecha del domingo 15 de marzo, exigiendo el derrocamiento del gobierno de la presidente Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores [Partido dos Trabalhadores, PT]).

Si bien ese conteo infla la cifra por razones políticas, las manifestaciones ponen de relieve la intensa polarización de clases que existe en Brasil, al igual que los peligros políticos que encara la clase trabajadora brasileña.

Folha de S. Paulo, el diario que más circula en Brasil y que es sensible a la política derechista de la de las manifestaciones, clasificó a las manifestaciones de ese domingo como "una protesta de un rico y bien cuidado Brasil" impulsado por la preocupación por la "inflación continua de los servicios" que van desde "empleadas domésticas, a parques de estacionamientos en el barrio de clase media Vila Madelena, a las escuelas privadas y seguros de salud". Lo que resalta de las protestas es que no levantaron ninguna exigencia de previsión social.

Indagaciones sobre las organizaciones responsables de la manifestación (en particular la corriente "Movimiento Brasil Libre" [Movimento Brasil Livre]), han trazado su inspiración y financiación a grupos de derecha a cargo de los multimillonarios hermanos Koch en Estados Unidos y al megamillonario más rico de Brasil, Jorge Paulo Lemann. Estas fuerzas han aprovechado el escándalo sobre enormes sobornos y corrupción en Petrobras, en gran medida debido a que esperan que la completa privatización de la empresa petrolera estatal sirva de vehículo para su propio enriquecimiento.

La movilización de cientos de miles de personas bajo las banderas anticomunistas de la derecha política no tiene precedentes en la historia reciente de Brasil. Uno tiene que remontarse más de medio siglo a marzo de 1964, cuando las manifestaciones organizadas bajo el lema "Marchas de la Familia con Dios por la Libertad" (Marchas da Família com Deus pela Liberdade) llenaron las calles con cientos de miles de brasileños de clase, parte de una campaña coordinada para preparar el golpe militar respaldado por Estados Unidos, que tuvo lugar el mes siguiente.

Se organizaron las manifestaciones de derecha en esa época para derribar un gobierno nacionalista burgués bajo el presidente Joao Goulart, que había tratado de implementar una serie de reformas limitadas que eran totalmente rechazadas por la oligarquía dominante y sus socios imperialistas yanquis.

Las protestas del domingo pasado tienen como objeto expulsar a un gobierno del PT que obedece las medidas financieras dictadas por Wall Street y los capitales brasileños, pero que sigue manteniendo programas de mínima asistencia social, como bolsa familia, diseñado para aminorar el descontento que existe en las capas más pobres del país. La burguesía brasileña y aquellos sectores de la clase media más cercano a ella consideran que aun este pequeño desvío de recursos es un drenaje intolerable de los beneficios y la riqueza de los ricos.

Las manifestaciones del domingo contaron con la participación destacada de elementos fascistas que exigen que las fuerzas armadas derroquen a Rousseff. Llevaban pancartas en inglés claramente dirigidas que Estados Unidos apoye otro golpe de estado.

La dictadura militar brasileña fue desacreditada por su historial de represión salvaje, asesinatos y tortura durante sus más de 20 años en el poder. Que las fuerzas de derecha puedan volver a agitar abiertamente por un golpe militar, es gracias al papel reaccionario del PT y los diversos grupos de seudoizquierda que fomentan ilusiones en ese partido, que en el fondo nunca fue más que un partido capitalista de la alta burguesía. Todos juntos, durante más de tres décadas, se han esforzado en frenar y bajarle la barrera a todas las luchas independiente de la clase trabajadora brasileña.

La crisis política que actualmente se desenvuelve en Brasil deriva de un largo proceso que se inició con la fundación del PT en 1980, cuando Luiz Inácio Lula da Silva, líder del sindicato de trabajadores metalúrgicos, estaba a la cabeza.

En ese entonces, una sarta de “izquierdistas” pequeño burgueses campaneaba por el PT, presentándolo como el vehículo "democrático" y brasileño al socialismo, con cimientos en la política del reformismo nacional y del sindicalismo. Varios grupos, incluidos los afiliados a tendencias revisionistas que habían roto con la Cuarta Internacional, incluso hicieron todo lo posible para liquidar sus grupos y disolverse en el PT, proclamándolo un sustituto viable a la construcción de un partido revolucionario internacional. El Secretariado Unificado pablista fue tan lejos como para insistir que "la existencia misma [del PT] produce una dinámica que reduce sustancialmente la posibilidad de colaboración de clases."

En las elecciones de los años siguientes mientras crecía la lista de éxitos del PT, este partido se trasladaba más hacia la derecha. Llegó a la presidencia con Lula en el 2002. Ha controlado ese puesto durante los más recientes12 años. Un proceso que confirma que el PT en verdad se ha transformado en el instrumento preferido de control para la burguesía brasileña, obedeciendo lealmente las exigencias del Fondo Monetario Internacional, del capital internacional y del capital brasileño. Durante esa evolución, el liderazgo del PT (antiguos estudiante radicales, sindicalistas, ex guerrilleros y otros) se acomodó a un nuevo estilo de vida y a nuevas (llenas) cuentas bancarias, acumulando millones a través negociados corruptos.

Ahora todo sale a la luz en su apogeo, en el escándalo de Petrobras, con acusaciones de que hubo un saqueo de cuatro mil millones de dólares de la empresa por medio de contratos inflados para las empresas privadas que, a su vez, pagan sobornos a fondos de campaña y cuentas privadas del PT y sus aliados políticos.

Entre los casi 60 políticos imputados en el asunto están Antonio Palocci, ex ministro de Hacienda y jefe de gabinete de Rousseff, que comenzó su vida política como miembro de la OSI (Organización Socialista Internacional), afiliada a la OCI francesa de Pierre Lambert (Organisation Communiste Internacionaliste). João Vaccari Neto, otro de los acusados de este lunes, es el tesorero del PT, ex presidente del sindicato de trabajadores bancarios y uno de los principales en la federación sindical CUT. Miguel Rossetto durante mucho tiempo un importante miembro del grupo pablista brasileña afiliada a al Secretariado Unificado (pablista) es el testaferro portavoz de Rousseff en lo que tiene que ver con el escándalo.

En medio de las revelaciones de la corrupción generalizada, el gobierno de Rousseff procede con drásticas medidas de austeridad que atacan el gasto social y los derechos fundamentales de la clase obrera. Los despidos van en aumento, los precios están por las nubes, y Brasil sigue siendo uno de las sociedades económicamente más polarizadas del mundo.

Si, en estas condiciones, los grupos de derecha se atreven a movilizarse y concentrarse es en las calles de Brasil, es porque la supuesta "izquierda", en órbita en torno al PT (instrumento político de derecha de la burguesía) no puede manejar la batalla social, ni siquiera la oposición. Más bien es parte del andamiaje capitalista actual. Su tarea es contener y reprimir las luchas obreras.

Todo esto acarrea peligros similares a los que existen en Francia, donde el Frente Nacional (neofascista) es capaz de apelar al descontento social como resultado del papel reaccionario que desempeña el Partido Socialista (pro grandes empresas) de François Hollande, con el apoyo de grupos seudoizquierdistas pequeño burgueses, como el Partidos Anticapitalista (NPA). En Grecia, la postración relámpago de un partido burgués campaneado por grupos de la seudoizquierda internacional, Syriza, a los bancos internacionales, ofrece una apertura para fuerzas fascistas como Amanecer Dorado

La cuestión decisiva es una de dirección revolucionaria para la clase obrera. En Brasil, esto significa un liderazgo en pie de lucha para atraer a los trabajadores a un programa socialista e internacionalista, que se entregue a una despiadada lucha política contra el Partido de los Trabajadores y todos aquellos grupos de seudoizquierda y sindicatos que giran en su órbita. Esa misión sólo es realizable con la construcción de una sección en Brasil del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

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