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El huracán María desnudó las condiciones de vida de la clase obrera en Caguas, Puerto Rico:

“Los árboles ya no esconden la pobreza”

Adelaida Montañez tiene 69 años y en este momento cocina arroz con habichuelas en una estufa a leña afuera de su hogar en Caguas, Puerto Rico, a veinte millas (33 Kilómetros) de San Juan, la capital de la isla; cuenta que el pueblo no ha tenido ni luz ni agua desde que huracán María, hace casi tres meses. La merienda que preparara es para vender.

Moviéndose por su cocina de afuera, la señora Montañez explica que desde la tormenta la vida se ha vuelto muy difícil. Dice en español al lado de un calendario: “He marcado cada vez que voy a la tienda a comprar más gasolina, casi cada tres días. La necesitamos para operar el generador que usamos para mantener frío el refrigerador, pero sólo unas horas cada día, nos cuesta cuarenta y cinco dólares cada vez”.

La señora Montañez cocina en su estufa de afuera

Cerca del calendario, Montañez tiene una tabla de lavar de madera, su familia lava la ropa a mano, ya que no hay ni agua corriente ni electricidad para su máquina de lavar. Muchos de los habitantes en esa parte del pueblo lavan su ropa juntos en un riachuelo cerca de la carretera.

La gente usa este caño de plástico para recoger agua

Casi toda su vida Adelaida trabajó en una fábrica de zapatos en el cercano pueblo de San Lorenzo. En 1990 la empresa, Zapatos Cenicienta, muda su fábrica a la República Dominicana, donde la mano de obra es más barata. Montañez y muchos otros se quedan sin empleo. Después trabajó produciendo ropa militar en otra compañía, Gibraltar, que cerró en 1999. Nos cuenta que Felinio Castro Luge, su marido, durante muchos años, había tenido un buen empleo, de plomero.

Vertiendo lágrimas, Adelaida nos explica que su marido falleció poco después del huracán, por falta de cuidado médico adecuado. Necesitaba diálisis con regularidad. Con la ausencia de electricidad, le fue imposible atender sus necesidades médicas.

Su hija cuenta que muchos de los pacientes que iban a la clínica de diálisis con su padre fallecieron también, innecesariamente, luego de la tormenta. Las estadísticas del gobierno no considera que esos muertos son victimas del huracán María.

A la señora le preocupa mucho el efecto del huracán sobre la juventud y la educación de ellos. El gobierno y los medios de difusión alardean que el noventa y cinco de las escuelas están en funcionamiento; Adelaida es escéptica sobre esos números: “No creo que hayan abierto todas esas escuelas. Pasó demasiado tiempo antes de abrir las escuelas de por aquí, que no habían sido tan dañadas. Sigue habiendo muchos problemas. La mayoría de las escuelas de Caguas sólo operan medio día, por ejemplo. No tienen ni luz ni agua corriente. Es una pena que los alumnos hayan perdido tanto este semestre”.

En la misma cuadra, los periodistas el WSWS conocieron a dos vecinos, Osvaldo y Virgen, que estaban trabajando duro arreglando su hogar. Osvaldo trabaja para el gobierno en el departamento de reciclaje de basura. La pareja no puede vivir en su casa por los daños causados por la tormenta.

Mientras nos enseñan su casa destruida, hablan de la noche de María: “Nos quedamos a la casita detrás de esta, que es más segura. Vimos desde el sótano como María hacia volar nuestro techo. El diluvio que entró nos destrozó todo”. Señalando el lado de la casa donde ya no hay pared, Osvaldo explica que el viento se la había llevado.

Vírgen y Osvaldo

Osvaldo cuenta que FEMA les dio un toldo, algo muy apreciado en la isla. Nos muestra los paquetes de alimentos militares tipo MRE (listos para comer), que han recibido.

Por su cuenta arregla su casa con escombros y otros elementos que encuentra en el pueblo. Nos describe como ha cambiado su vida desde la pérdida de luz y agua. “Ahora siempre llevo muchos baldes en mi camioneta, cada vez que bajo al riachuelo; los lleno de agua para la semana, para que mi esposa tenga agua a mano cuando yo trabajo”.

Agua corriente se ha convertido en un privilegio para una pequeña minoría. Se pueden utilizar generadores de electricidad para operar bombas de agua; pero no hay suficientes para todos. Por lo tanto, pasan de una comunidad a la otra, para que cada zona tenga agua por una semana. Se estima que en toda la isla cada tarde se transportan setecientos generadores de un lugar a otro.

Viajando por el centro del vecino pueblo de San Lorenzo; uno nota que ya tiene luz el barrio más adinerado, Paseo del Río. Cruzando la calle, un barrio más pobre, Tomás de Castro, todavía está oscuro. Un obrero de Caguas explica que en San Lorenzo algunos se han beneficiado de vivir cerca de grandes fábricas, cuya reparación tiene prioridad.

La señora Vázquez

La señora Guillermina Castro Vázquez, de 81 años de edad, vive en Caguas con su familia. Nos dice que la situación actual le trae a la memoria su niñez: “Nací en 1936. En ese entonces no teníamos ni luces ni máquinas de lavar, ni ninguna de estas cosas. Han pasado casi cien días desde el huracán y seguimos viviendo sin luz y agua corriente. Siento como si hubiésemos regresado a la época de mi juventud”.

Le preguntamos que piensa sobre la cifra oficial de muertos, sesenta y cuatro. Alterada, nos dice que esa cifra es un engaño. “Mienten porque le preocupa a los políticos. Bien saben que afecta lo que el pueblo piensa del gobierno”.

Muchos otros habitantes de la ciudad tienen la misma opinión de las estadísticas oficiales del número de muertos. Un habitante que vivía en frente del riachuelo que se usa para lavar ropa apareció muerto en su casa hace sólo tres días. Anthony Castro, 23, su vecino, habló con el WSWS y contó que aunque el señor ya estaba enfermo un mes antes de la tormenta, María le destruyó su hogar y le produjo muchísima tensión.

Anthony

Anthony nos explica que la tormenta desnudó la pobreza extrema de la isla. “Las medidas de recuperación hacen transparente la desigualdad de la isla”. Ya hace casi tres meses desde la tormenta. En mi comunidad se puede ver los mismos cables eléctricos caídos al lado de los caminos, igual que en el 21 de septiembre”.

Cables caídos en una calle del centro de Caguas

Anthony añade que “María develó la pobreza en una forma más literal. Destruyó la vegetación de la isla”

Nos muestra la vista desde su balcón. “Cuando nos despertamos al día siguiente, my familia y yo vimos el panorama. Notamos todas estas pequeñas casas en el cerro de enfrente que nunca habíamos notado. Así es en todo Puerto Rico. Los árboles ya no esconden la pobreza”.

Los árboles habían ocultado las casitas del cerro
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