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1968: La huelga general y la revuelta estudiantil en Francia

Parte 5—La línea centrista de la OCI (1)

Esta serie de ocho partes apareció primero en el World Socialist Web Site durante mayo-junio de 2008, en el 40 aniversario de la huelga general en Francia. La estamos presentando aquí sin cambios, pero con una nueva introducción a la luz de los acontecimientos ocurridos entre tanto. La primera parte, publicada el 7 de junio, aborda el desarrollo de la revuelta estudiantil y la huelga general hasta su punto culminante a fines de mayo. La segunda parte, publicada el 11 de junio, examina como el Partido Comunista (PCF) y el sindicato bajo su control, la CGT, le permitieron al presidente Charles de Gaulle recuperar el control. La tercera parte, publicada el 13 de junio y la cuarta parte, publicada el 18 de junio , examinan el papel desempeñado por los pablista s. La quinta parte, publicada aquí, y las últimas tres partes examinarán el papel de la Organisation Communiste Internationaliste (OCI) de Pierre Lambert.

Quinta Parte|Sexta Parte

La Organisation Communiste Internationaliste (OCI) se separó oficialmente del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) en 1971; sin embargo, el papel que asumió en 1968 ya era muy distante de la perspectiva revolucionaria que había defendido, junto con otras secciones del CICI, en oposición al revisionismo pablista a principios de los años cincuenta.

El programa avanzado por el OCI en 1968 tenía mucho más en común con las tradiciones del centrismo y el sindicalismo francés que con el programa revolucionario de la Cuarta Internacional. Junto con los simpatizantes franceses del Secretariado Unificado pablista, la Juventud Revolucionaria Comunista (Jeunesse Communiste Révolutionnaire—JCR) encabezada por Alain Krivine, y el Partido Comunista Internacionalista (Parti Communiste Internationaliste—PCI) dirigido por Pierre Frank, la OCI carga con una gran responsabilidad por el hecho de que la dirección estalinista del Partido Comunista de Francia (PCF) y la Confederación General del Trabajo (CGT) pudieran sofocar la huelga general de mayo y salvar al régimen gaullista.

El principal eje de la línea política del OCI era la demanda de un comité central de huelga. Esto fue acoplado a un llamado sumamente generalizado de “unidad” o, según la fórmula preferida por el OCI, “un frente unido de clase de los trabajadores y sus organizaciones”. En los meses cruciales de 1968, estas fueron las principales consignas en todas las declaraciones y apelaciones políticas producidas por la OCI y sus organizaciones asociadas.

La OCI resumió su orientación general de ese momento en un libro de 300 páginas publicado un año después de la huelga general. La OCI concluyó: “La estrategia y las tácticas del proletariado en la lucha por el poder… consistían en la lucha por el frente unido de clase de los trabajadores y sus organizaciones, una lucha que en mayo de 1968 tomó la forma específica de una consigna por un comité nacional de la huelga general”.

El autor de este libro, publicado como una tirada especial del periódico del OCI Information Ouvri ères , es François de Massot, un miembro prominente de la organización desde 1950. De Massot da una descripción detallada de los acontecimientos diarios y el libro ofrece un material detallado sobre la intervención de la OCI, incluyendo la reproducción sus apelaciones y panfletos políticos. El libro hace posible trazar con precisión la línea política de la OCI. [1]

El “frente unido de clase”

León Trotsky, quien fundó la Cuarta Internacional en una lucha política prolongada contra el centrismo, resumió su actitud hacia la demanda del frente unido con las siguientes palabras: “El centrista se adhiere a esta política del frente unido al vaciarle de todo su contenido revolucionario y transformándola de un método táctico en el máximo principio”. En 1932, escribió sobre el centrista Partido de los Trabajadores Socialistas de Alemania (SAP): “En cualquier caso, la política del frente unido no puede servir como un programa para un partido revolucionario. Entre tanto, la actividad entera del SAP está siendo construida con base en él”. [2]

Este reproche aplica de la misma forma a la OCI en 1968. Transformó la política del frente unido de un método táctico en su máximo principio programático. En nombre del frente unido, por lo cual entendía la unidad de todos los sindicatos, evadía cualquier iniciativa auténticamente revolucionaria.

Este era el significado de la extraña fórmula del “frente unido de clase de los trabajadores y sus organizaciones”, que aparecía como ritual en todos sus llamamientos y declaraciones. Pese a que el OCI acusó correctamente a los pablistas y a los líderes estudiantiles pequeñoburgueses de ignorar a las organizaciones existentes de masas, adoptó una actitud fetichizada hacia esas organizaciones, insistiendo en que representaban el único marco posible para la lucha de los trabajadores.

Ya para el verano de 1967, una resolución adoptada por una reunión grande de la OCI indicaba: “Solemnemente declaramos que no es nuestra intención, en lugar de las organizaciones obreras y sus cuarteles, realizar acciones en unidad—una tarea que le incumbe naturalmente a los sindicatos—”.

De Massot cita esta resolución en su libro y luego la justifica afirmando que, independientemente de la política de sus dirigentes, los sindicatos encarnan los intereses de la clase obrera. Escribe: “Los trabajadores se convierten en una clase por medio de las organizaciones que han desarrollado en la lucha contra la explotación y que sirven para unirlos en contra de su enemigo de clase. Debido a su posición objetiva en la lucha— i.e. , independientemente de la política de su dirección en un momento dado —, estas organizaciones encarnan las posiciones de la clase obrera en su lucha constante contra la explotación. El frente unido obrero solo se puede desarrollar por medio de las organizaciones de clase del proletariado” (énfasis añadido).

Arrancando de esta evaluación, la OCI en 1968 rechazó criticar el programa reformista-burgués de los sindicatos. Lo único que le reprocharon a las dirigencias sindicales es que estaban impidiendo unir a los trabajadores. Las iniciativas políticas propias de la OCI se limitaban a pedir la cooperación, en todos los niveles, entre los distintos sindicatos. Esta fue la sustancia esencial de su demanda de un comité central de huelga, como lo veremos adelante.

En sus panfletos y apelaciones ampliamente distribuidos, la OCI también se abstuvo de criticar abiertamente a los partidos estalinistas y socialdemócratas. Mientras que el papel contrarrevolucionario del estalinismo y la socialdemocracia era abordado en artículos teóricos y análisis dirigidos a un pequeño círculo de lectores, en sus panfletos dirigidos a las masas, la OCI simplemente apelaba a los líderes estalinistas de los sindicatos a unirse.

La interpretación de la OCI del frente unido no tenía ninguna similitud a la táctica desarrollada por el movimiento marxista. En 1922, León Trotsky explicó acerca de la “urgente necesidad de garantizarle a la clase obrera la posibilidad de un frente unido en su lucha contra el capitalismo, pese a la escisión inevitable, en un periodo dado, entre las organizaciones políticas que se recuestan sobre la clase obrera”. [3]

Un año antes, el Tercer Congreso de la Internacional Comunista había insistido en que el Partido Comunista Alemán (KPD, por sus siglas en alemán) debía adoptar esta política de frente unido. El Comintern extrajo las lecciones del denominado “Movimiento de marzo”, un levantamiento del KPD que permaneció aislado y colapsó. Concluyó, a partir de esta derrota, que el KPD tenía que “conquistar”, en primer lugar, la adhesión de las masas antes de poder conquistar el poder. Combinó la política del frente unido directamente con la demanda de un Gobierno obrero, intervención en los sindicatos reformistas y un número de demandas de transición porque, como lo argumento Trotsky, “las masas continúan viviendo su vida día a día en una época revolucionaria, si bien de un modo diferente”. [4]

Diez años después, Trotsky volvería a exigir la formación de un frente unido en Alemania. La cuestión en juego era prevenir que Hitler llegara al poder. Trotsky urgió a los comunistas y socialdemócratas a formar un frente unido contra la amenaza inminente del nacionalsocialismo (nazismo). Los líderes de ambos partidos rechazaron rotundamente tomar ese camino. La negativa de los líderes estalinistas del KPD a cooperar con el Partido Socialdemócrata (SPD, por sus siglas en alemán), a quienes denominaron fascistas sociales, dividió y paralizó a la clase obrera, haciendo posible la victoria de Hitler.

En ambos casos—a principios de las décadas de 1920 y 1930—, el frente unido fue avanzado como táctica y no como substituto de una estrategia revolucionaria. Se limitaba a una cooperación en cuestiones prácticas y no significaba que el KPD ocultaría su propio programa y dejaría de criticar al SPD.

Trotsky nunca tuvo ninguna ilusión de que los líderes socialdemócratas se transformarían en revolucionarios con base en un frente unido. Al contrario, el frente unido tenía como objetivo destruir la influencia de los dirigentes socialdemócratas en las masas.

Cuanto más le demostraran los comunistas a los obreros socialdemócratas que estaban dispuestos a defender incondicionalmente sus intereses cotidianos y formar un bloque con el SPD en contra de los fascistas, esto solo hubiese debilitado a la dirección socialdemócrata, que prefería colaborar con el Estado burgués. Con base en su propia experiencia, los miembros del SPD hubieran podido poner en tela de juicio a su organización y dirigentes.

El frente unido no significó, en ninguna circunstancia, la renuncia a una política revolucionaria independiente. Trotsky enfatizó en 1932: “En caso de que los reformistas comiencen a pisar el freno de la lucha, en deterioro evidente del movimiento y contrario a la situación y mentalidad de las masas, nosotros, como una organización independiente, siempre nos reservamos el derecho de encabezar la lucha hasta su conclusión sin nuestros semialiados temporales”. [5]

Sindicalismo en vez de marxismo

La OCI convirtió la política del frente unido de una táctica revolucionaria en una justificación oportunista para su propia subordinación ante los sindicatos. Insistió en que la lucha de los trabajadores y estudiantes tenía que permanecer dentro de los límites de estas organizaciones, y se abstuvo de iniciativas políticas que profundizaran el conflicto entre los trabajadores y los aparatos sindicales.

De hecho, solo una minoría de los trabajadores estaban organizados en sindicatos. En ese momento, menos del 30 por ciento de la fuerza laboral estaba sindicalizada. (Hoy día esta cifra ha caído a 7 por ciento.) Dos terceras partes de todos los trabajadores y la gran mayoría de la juventud no estaba organizada, y desconfiaban con bastante razón a los sindicatos. La OCI era incapaz de ofrecer una perspectiva para estas capas fuera de dirigirlos a los sindicatos.

Los estudiantes fueron dirigidos hacia la federación estudiantil UNEF, controlada en ese momento por el socialdemócrata Partido Socialista Unificado (Parti socialist unifié—PSU), liderado por Michel Rocard. De Massot escribe: “Para organizar la resistencia los estudiantes tenían un sindicato, la Union National des Étudiants de France…. Al iniciar la lucha real, la UNE recobró su significado completo a pesar de la indecisión y las debilidades de su dirección. Con su intervención responsable como organización sindical estudiantil, hace que la lucha contra la represión sea una problemática para las masas estudiantiles y confronta a las organizaciones obreras con su propia responsabilidad. Es el medio para la movilización de los estudiantes y hace posible simultáneamente una lucha auténtica por un frente unido” (énfasis original).

Como un ataque dirigido contra los pablistas, de Massot escribe: “Quien rechace la lucha por el frente unido de los trabajadores y sus organizaciones a favor de un ostensible frente unido desde abajo, que simplemente ignore las organizaciones establecidas por la clase obrera durante un siglo y medio de luchas y sacrificios—las organizaciones por medio de las cuales se constituyó como clase, consciente de sí misma y de su lucha contra el capital, y en cuyos rangos necesariamente se une para encabezar esta lucha—, quien confunda las organizaciones de masas con sus direcciones burocráticas, quien clame ‘traición de la CGT’ y simplemente descarte, con solo sacudir una mano, los sindicatos y los partidos políticos del mapa de la lucha de clases, se está retirando de la lucha contra las burocracias y el Estado capitalista”.

Esta glorificación de los sindicatos como organizaciones en las que la clase obrera “se constituyó como clase, consciente de sí misma y de su lucha contra el capital” no tiene nada que ver con la tradición del marxismo, sino que proviene de la tradición del sindicalismo, el cual cuenta con una historia larga y notoria en Francia. El movimiento marxista siempre ha mantenido una postura crítica hacia los sindicatos. Ya para principios del siglo veinte, Lenin señaló que la consciencia sindicalista era consciencia burguesa, y que en periodos de extrema tensión social (como en 1914 y 1918 en Alemania), los sindicatos se abalanzaron invariablemente hacia el extremo derecho del movimiento obrero. [6]

Los sindicalistas franceses insistieron en el principio de no interferencia de los partidos políticos en el trabajo sindical. En 1906, la CGT encarnaba el principio de completa independencia de los sindicatos de todos los partidos políticos en su Carta de Amiens. Con tal de que esta independencia estuviera dirigida contra el creciente conservadurismo y el cretinismo parlamentario de la socialdemocracia, el sindicalismo francés poseía un cierto grado de vitalidad revolucionaria. A pesar de rechazar el papel de los partidos, era “esencialmente un partido antiparlamentario de la clase obrera”, como lo afirmó una vez Trotsky. [7]

Sin embargo, este dejó de ser el caso cuando el principio de la independencia política de los sindicatos iba dirigido en contra de la influencia del partido revolucionario. En 1921, Trotsky, entonces un dirigente de la Internacional Comunista, escribió: “La teoría de que hay una división completa e incondicional del trabajo entre el partido y los sindicatos y de que tienen que mantener una no intervención mutua y absoluta es precisamente un producto de la evolución política francesa. Es su expresión más extrema. Esta teoría se basa en un oportunismo puro.

“Con tal de que la burocracia laboral, organizada en los sindicatos, concluye acuerdos salariales, mientras el Partido Socialista defienda reformas en el Parlamento, la división del trabajo y la no intervención mutua permanecen posibles. Pero, apenas las masas proletarias reales entran en lucha y apenas el movimiento asume un carácter auténticamente revolucionario, este principio de no intervención se degenera en escolasticismo reaccionario.

“La clase obrera solo puede alcanzar la victoria si la encabeza una organización que represente su experiencia viva e histórica y que sea capaz de generalizar teóricamente y dirigir la lucha en su conjunto en la práctica. Debido al significado de su tarea histórica, el partido solo puede incluir a la minoría más consciente y activa de la clase obrera. Los sindicatos, por el contrario, buscan incorporar a toda la clase obrera. Aquellos que reconocen que el proletariado necesita urgentemente la dirección ideológica y política de su vanguardia, incorporada en el Partido Comunista, así reconocen que el partido también debe convertirse en la fuerza principal en los sindicatos, es decir, en las organizaciones de masas de la clase obrera”. [8]

Esta tradición del sindicalismo ha ejercido una influencia considerable dentro de la OCI por mucho tiempo. Si uno le cree a Pierre Lambert, la relación de esta organización con los sindicatos se ha basado por mucho tiempo en el sindicalismo y no en los principios del marxismo.

En su obra autobiográfica escrita cerca al final de su vida, Lambert se jactó de que su organización había restaurado la Carta de Amiens en 1947. Con base en sus experiencias sindicales e ilegales durante la guerra, y dentro de la CGT dominada por el estalinismo, propuso una enmienda durante el congreso de la organización trotskista en Francia, “la cual fue aceptada de forma unánime y reemplazó los puntos 9 y 10 de las 21 condiciones, por medio del reconocimiento de la independencia mutuo de los partidos y los sindicatos”. [9]

La mención de las “21 condiciones” se refiere a las condiciones para ser miembro que fueron establecidas durante el Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista en 1920, diseñadas para excluir a las organizaciones reformistas y centristas. El punto 9 obligaba a los partidos miembros a “desarrollar sistemática y persistentemente actividades comunistas dentro de los sindicatos” y “exponer en todas partes las traiciones de los socialpatriotas y las vacilaciones de los ‘centristas’”. El punto 10 requería romper con la ‘Internacional’ de Ámsterdam de sindicatos amarillos” y apoyar a los sindicatos que se adhirieran a la Internacional Comunista.

El reemplazo de estos dos puntos por “el reconocimiento de la independencia mutua de los partidos y los sindicatos” significaba abandonar la lucha política contra la burocracia sindical reformista y estalinista.

El juego de escondite político

Mientras que la OCI glorificaba acríticamente a los sindicatos, jugaba a las escondidas respecto a su propia identidad política, manteniéndola principalmente en secreto. Se pronunciaba muy infrecuentemente en su propio nombre, prefiriendo esconderse detrás de organizaciones tapaderas como los Comit ès d ’alliance ouvri ère (Comités de alianza obrera), cuya identidad política precisa permanecía oculta. Incluso de Massot casi nunca se refería a la OCI por nombre. Usualmente, escribe sobre la “vanguardia revolucionaria”, sin especificar si se refería a la OCI, una de sus organizaciones de fachada o simplemente a un grupo de sindicalistas activos.

En el momento en que el conflicto con el régimen gaullista se acercaba a la cúspide el 29 de mayo, y el papel reaccionario de los sindicatos era sumamente visible, un panfleto ampliamente distribuido de los Comités d’alliance ouvrière no hizo ningún llamado para la construcción de la OCI ni la Cuarta Internacional, sino la creación de una “Liga Revolucionaria de los Trabajadores” puramente ficticia.

Esta “Liga Revolucionaria de los Trabajadores” no era más que una quimera. Nadie nunca la había escuchado mencionar. No tenía miembros, programa, ni una constitución. Tampoco existía como una entidad física. La única mención de esta organización aparece al final de un manifiesto de 40 páginas escrito por la OCI en diciembre de 1967.

Ahí, la “Liga Revolucionaria de los Trabajadores” es descrita como “una etapa en la construcción del partido revolucionario”. Según este manifiesto, la perspectiva de la “Liga Revolucionaria de los Trabajadores” surge de la perspectiva que solo el programa de la OCI “puede ofrecer una respuesta a la crisis histórica de la humanidad, pero los cuadros organizaciones de la clase obrera francesa no están listos para unirse inmediatamente”. [10]

Durante toda la historia de la OCI y sus organizaciones sucesoras se recurre con regularidad a este tipo de camuflaje político. Es parecido a una muñeca matrioska. Al igual que una muñeca se esconde dentro de otra, la OCI busca ocultar su identidad detrás de toda una sucesión de organizaciones de fachada o camuflaje. El observador político nunca se da cuenta con quien está tratando.

Este juego de las escondidas es una forma específica de oportunismo. La OCI se alejó del principio político básico de “¡Decir la verdad!” y se rehusó a mostrarles a los trabajadores su verdadera cara. En reuniones pequeñas se referían a la Cuarta Internacional, pero les presentaban a las masas un programa diluido, asumiendo que solo estaban listas para aceptar eso.

Por supuesto, existen circunstancias en las que un partido revolucionario se abstiene de presentar abiertamente todo su programa —por ejemplo, bajo un régimen dictatorial o dentro de un sindicato reaccionario—. Pero, para la OCI, la tarea no era engañar al aparato estatal o a la burocracia sindical, ambos de los cuales estaban muy al tanto de su identidad partidaria. La OCI engañó a los trabajadores y jóvenes que habían entrado en la vida política ansiosos por encontrar una nueva orientación.

En particular, la OCI buscaba evitar ridiculizar de cualquier forma a los rangos bajos de la burocracia sindical, cuyo apoyo buscaba intensamente. Al esconder su propia identidad, creó las condiciones propicias para que estos funcionarios pudieran relacionarse con la OCI sin arriesgar un conflicto con las capas altas y antitrotskistas de la burocracia.

La OCI describió a estos funcionarios de los rangos inferiores de los sindicatos como “cuadros organizacionales de la clase obrera”, y “organizadores naturales de la clase”—dos términos que aparecían una y otra vez en sus escritos. La OCI tenía bien claro que esta capa acarreaba la crucial tarea dentro del aparato sindical de mantener a los miembros bajo su control. Sin embargo, afirmaba que el conflicto entre los niveles bajos y altos de la burocracia —entre “aparatos” y “cuadros”— instarían a estos últimos a orientarse en una dirección revolucionaria.

Una declaración producida por el partido a principios de 1968 en La Vérité, explica que los “cuadros” son “tanto mediadores, a través de los cuales el aparato–y ante todo el aparato estalinista—asegura su control sobre la clase, como una capa militante que le permite al proletariado desarrollarse y organizarse como clase”. En esta misma declaración, describe a estos “cuadros” como entre “10.000 y 15.000 activistas” que “son controlados y organizados en gran medida por el Partido Comunista”. [11]

La OCI percibía su propia tarea como “impulsar la maduración y ruptura de la contradicción objetiva que enfrenta la orientación proburguesa del aparato con estos activistas y cuadros organizacionales, quienes se ven obligados por necesidad a ofrecer una resistencia y luchar junto a su clase”.

Las citas anteriores están conectadas con ataques feroces contra el pablismo. Pero la actitud realmente adoptada por el OCI hacia los sindicatos y estalinistas en 1968 era virtualmente idéntica que la de los pablistas en 1953.

Pablo concluyó en ese momento que la nueva ofensiva revolucionaria no se desarrollaría en forma de un movimiento independiente de la clase obrera bajo la bandera de la Cuarta Internacional, sino que tomaría la forma de un giro hacia la izquierda de secciones del aparato estalinista, bajo la presión de los eventos objetivos. De esta misma forma, la OCI anticipaba un impulso revolucionario proveniente de la “diferenciación dentro de las organizaciones y la maduración de la contradicción actual entre el aparato y los cuadros organizacionales de la clase”. [12]

Más allá de que existieran profundas divisiones y tensiones dentro de los sindicatos y el Partido Comunista en 1968, un movimiento revolucionario solo se podía desarrollar en una lucha abierta y en un rompimiento político con el estalinismo. Pero la OCI esquivó esta tarea elevando la táctica del frente unido al estatus de estrategia y ocultando su identidad.

Hay muchas partes en el libro de de Massot donde indica que era posible que los estalinistas tomaran un giro revolucionario. Por ejemplo, el autor aplaude un llamado hecho por la organización juvenil estalinista el 13 de mayo, porque no atacó a la “izquierda radical”, demandó la unidad de los estudiantes universitarios y colegiales y los trabajadores jóvenes, y abogó por un Gobierno obrero. De Massot comenta: “El aparato no solo se ve obligado a seguir este movimiento. Para mantener control y recobrar la iniciativa en la clase obrera, también, de cierto modo y dentro de ciertos límites, tiene que anteponerse: asumir el liderazgo… Al proceder de esta manera, el aparato reúne a lo activistas a su alrededor, y estos a su vez radicalizan a la clase obrera en su conjunto”. [13]

Continuará

Quinta Parte|Sexta Parte

Notas:

1. François de Massot, La grève générale (Mai-Juin 1968), Supplément au numéro 437 de Informations Ouvrières. Todas las citas, al menos que se indique lo contrario, son de este libro.

2. León Trotsky, “Two Articles On Centrism” (febrero-marzo, 1934), León Trotsky, “What Next? Vital Questions for the German Proletariat” (enero, 1932)

3. León Trotsky, “What Next? Vital Questions for the German Proletariat” (enero, 1932)

4. León Trotsky, “The Third International After Lenin

5. León Trotsky, “What Next? Vital Questions for the German Proletariat” (enero, 1932)

6. Sobre la actitud del movimiento marxista hacia los sindicatos ver: David North, “Marxism and the Trade Unions

7. León Trotsky, “A School of Revolutionary Strategy

8. León Trotsky, “A School of Revolutionary Strategy

9. Daniel Gluckstein, Pierre Lambert, Itinéraires, Éditions du Rocher 2002, p. 51

10. La Vérité, no. 541, avril-mai 1968

11. “Le bonapartisme gaulliste et les tâches de l’avant-garde,” La Vérité No. 540, février-mars 1968, pp. 13–14

12. “Le bonapartisme gaulliste et les tâches de l’avant-garde,” La Vérité No. 540, février-mars 1968, p. 15

13. François de Massot, La grève générale (Mai-Juin 1968), p. 58

(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de junio de 2018)

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