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Perspectiva

La victoria de Bolsonaro y la debacle del Partido de los Trabajadores en Brasil

La elección el domingo pasado de Jair Bolsonaro, el excapitán del ejército y legislador federal de tinte fascista por siete términos en representación de Rio de Janeiro, constituye una amenaza seria para la clase obrera en Brasil y toda América Latina.

Habiendo recibido el 55 por ciento de los votos contra 44 por ciento para el candidato Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT), Bolsonaro ya ha comenzado ha reunir el que será sin lugar a dudas el Gobierno más derechista en Brasil desde las dos décadas de dictadura militar iniciadas por el golpe de Estado de 1964 que apoyó Estados Unidos.

Lo más impactante es el papel prominente siendo asumido por altos oficiales del ejército brasileño. Su vicepresidente será el general derechista, Hamilton Mourão, quien se retiró el año pasado después de declarar públicamente su apoyo a las “intervenciones militares” para garantizar “la ley y el orden”. Durante la misma jornada electoral, se anunció que el general retirado Augusto Heleno será el nuevo ministro de defensa, un nombramiento que rompe que la práctica postdictadura de colocar a civiles en dicho cargo.

Heleno fue parte del llamado “Grupo Brasilia”, una camarilla de altos oficiales militares que sirvieron como un pilar de la campaña de Bolsonaro. Se reporta que el grupo ha presentado 25 nombres para que integren el equipo de transición de Bolsonaro. De ser aceptados, formarían la mitad del equipo.

A lo largo de su carrera política, incluido en una entrevista televisiva el martes, Bolsonaro ha insistido en que el régimen militar brasileño, responsable de asesinar, torturar y encarcelar a decenas de miles de trabajadores, campesinos, estudiantes y activistas de izquierda, no era una dictadura.

En 1999, declaró a un reportero televisivo que el Congreso debería clausurarse y que el país solo podría ser cambiado por medio de una guerra civil que complete “el trabajo que el régimen militar no logró, matando a 30.000 personas”. En los últimos días de su campaña, señaló que sus oponentes políticos, a quienes ha descrito como “criminales rojos”, deberían elegir entre la cárcel y el exilio.

Un gesto emblemático de su campaña utilizado tanto por Bolsonaro como imitado por sus seguidores fue apuntar sus dedos como un arma, que ostenta simbolizar su apoyo a las ejecuciones sumarias de sospechosos criminales. Quiere quitarle toda atadura a la policía en un país en el que los policías ya mataron a más de 5.000 personas el año pasado, cinco veces más que en Estados Unidos, sin incluir los que son asesinados por escuadrones de la muerte compuestos por policías fuera del trabajo.

Las fuerzas de seguridad y las secciones reaccionarias del órgano judicial están claramente recibiendo el mensaje. En vísperas de las elecciones, la policía militar invadió 17 universidades por todo el país bajo órdenes del tribunal electoral para quitar banderas y carteles que expresaran oposición al fascismo y apoyo a la democracia, confiscando folletos e interrumpiendo una clase sobre la historia del fascismo. Todo esto ocurrió bajo el pretexto de que constituían actividades de campaña ilegales contra el candidato Bolsonaro.

¿Cómo es posible que tal figura sea electa a la Presidencia en el país más grande de América Latina con una población de casi 210 millones y la octava mayor economía del mundo?

Este es el producto de una profunda degeneración, bajo el impacto de la crisis económica y el hervor d de las tensiones sociales, del orden democrático burgués establecido hace exactamente tres décadas con la adopción de la constitución de 1988. La transición de la dictadura militar a un gobierno civil fue presentada por sus gestores como un proceso “lento, gradual y seguro”. Se le garantizó una amnistía plena a los asesinos y torturadores del ejército brasileño y defendió la propiedad y las ganancias de los capitalistas que habían apoyado la dictadura.

El rol crucial en esta transición fue desempeñado por el Partido de los Trabajadores, descarrilando las huelgas de masas y la militancia revolucionaria en la clase obrera brasileña, las cuales habían estremecido la dictadura a fines de los años setenta, de vuelta bajo el dominio del Estado burgués.

Durante la formación de dicho partido, fueron clave las actividades políticas de los grupos que se habían escindido del movimiento trotskista, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, y rechazado el papel revolucionario de la clase obrera. Algunos de ellos habían promovido previamente el castrismo y el guerrillerismo pequeñoburgués como un substituto al desarrollo del movimiento socialista de las masas obreras. Esto tuvo consecuencias desastrosas en toda América Latina. En la fundación del PT, habían adoptado la concepción de que un partido reformista burgués vinculado a los sindicatos podría abrir un camino parlamentario único en Brasil hacia el socialismo.

Al surgir electoralmente, obteniendo el control de municipios y estados, al igual que aumentar sus escaños parlamentarios, el PT giró a la derecha. Para cuando el exlíder del sindicato metalúrgico, Luiz Inácio Lula da Silva, llegó a la Presidencia en 2002, el partido se había convertido en el instrumento preferido de gobierno de la burguesía brasileña, siendo considerado el más apto para contener las luchas obreras y una organización plenamente comprometida a aplicar las políticas económicas dictadas por el Fondo Monetario Internacional y avanzadas por sus predecesores.

Más allá de emplear una pequeña fracción de las ganancias provenientes del auge de los precios de los productos básicos y de los flujos capitales a los mercados emergentes para invertir en programas mínimos de asistencia social, el PT presidió uno de los países con la mayor desigualdad social del mundo, en el que seis individuos controlan más riqueza que los 100 millones de brasileños más pobres.

Al caer la peor crisis económica en la historia del país, el Gobierno del PT persiguió políticas que colocaron el peso total de la crisis en los hombros de la clase trabajadora, mientras defendió las obscenas riquezas de la élite financiera. Al tiempo que se deslizaba el salario real promedio 30 por ciento y 14 millones de personas se unían a las filas de los desempleados, las fortunas de los multimillonarios brasileños siguieron aumentando. La riqueza del uno por ciento aumentó 12,3 por ciento.

El PT, al igual que el resto de los partidos burgueses, se vio implicado directamente en casos de corrupción que involucraron sobornos de $4 mil millones del tesoro público.

Los votos para Bolsonaro representan en gran medida una expresión de odio popular hacia todos los partidos establecidos que presidieron dicha catástrofe social y corrupción generalizada. Este es particularmente el caso del PT, que intentó maquillar sus políticas reaccionarias con colores falsos de “izquierda” e incluso “socialistas”. Este mismo odio encontró expresión en el número sin precedentes —una tercera parte del electorado— que se rehusó a votar por ningún candidato.

El crecimiento de la derecha a causa de políticas antiobreras perseguidas por la “izquierda” nominal no es un fenómeno particularmente brasileño. En Estados Unidos, la identificación de los demócratas y Hillary Clinton con los intereses de Wall Street y el aparato militar y de inteligencia le dejó las puertas de la Casa Blanca abiertas a Trump. En Italia, la llegada al poder del Gobierno derechista y antiinmigrante de Matteo Salvini fue preparado por las políticas de austeridad procapitalista impuestas por una serie de Gobiernos “izquierdistas”, arraigados en organizaciones sucesoras del Partido Comunista Italiano. La derecha ha experimentado un crecimiento similar por toda Europa, mientras que, en América Latina, la llamada “marea rosa” se ha replegado, dando paso a una serie de Gobiernos derechistas.

¿Cómo puede enfrentar la clase obrera la amenaza que representan el Gobierno de Bolsonaro y el control cada vez más fuerte del ejército sobre la vida política y social en Brasil? No es posible apoyando al Partido de los Trabajadores. Su candidato Haddad respondió a la elección del excapitán fascistizante deseándole “éxito” y “suerte” en la formación de su Gobierno. Los dirigentes del partido, incluido Lula, han llamado a la “calma” y subrayado la “legitimidad” de la Presidencia de Bolsonaro.

El PT ha planteado la consigna de un “frente democrático”, según la cual busca formar otra podrida alianza parlamentaria como la que tenía con el mismo Bolsonaro a fin de rescatar sus fortunas políticas en hundimiento. Varios grupos pseudoizquierdistas han intentado revestir esta misma política con la consigna del “frente unido contra el fascismo”. Esto no es más que un intento para justificar su apoyo al PT. Todas estas organizaciones han planteado sus llamamientos con base en la política de identidades, dirigiéndose a su base social en la clase media-alta.

En los años treinta, ante el surgimiento del fascismo en Alemania, León Trotsky declaró que “la situación política en su conjunto se caracteriza ante todo por la crisis histórica de la dirección del proletariado”. Esta evaluación mantiene toda su validez hoy en Brasil y todo el planeta.

Ante la debacle del PT y sus apologistas pseudoizquierdistas, la tarea política decisiva es dirigirse a la clase obrera y construir dentro de ella una dirección revolucionaria basada en el programa del socialismo y el internacionalismo. Esto significa construir secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en Brasil y toda América Latina.

(Publicado originalmente en inglés el 31 de octubre de 2018)

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