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Perspectiva

La crisis social y la estampida global del imperialismo estadounidense

El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, ha pasado la última semana coreografiando provocaciones y amenazas militares en todas partes, desde las costas caribeñas de Venezuela hasta el golfo Pérsico, el mar de China Meridional y el Círculo Árctico.

Pompeo, un matonesco excapitán de tanques del Ejército que atribuye su cada acción a inspiraciones divinas, escenificó su última provocación el martes cancelando sin anticipo su reunión con la canciller alemana, Angela Merkel, y volando en cambio a Bagdad. Viajó a la capital iraquí de manera secreta a fin de torcerle el brazo al Gobierno iraquí para que apoye la escalada de guerra estadounidense contra Irán. También exigió mayores concesiones para Exxon y los conglomerados energéticos estadounidenses en nombre de “diversificar” los clientes iraquíes.

El viaje a Irak sirvió un doble propósito de intensificar los preparativos de guerra estadounidenses en Oriente Próximo y menospreciar a Alemania, con la cual Washington está en conflicto en una amplia gama de temas, incluyendo el comercio, Irán y el oleoducto ruso, Nordstream 2.

El miércoles marcó un año desde que el presidente estadounidense, Donald Trump, se retiró unilateralmente del acuerdo nuclear con Irán de 2015, el cual Teherán firmó con EUA, Rusia, China, Reino Unido, Alemania y Francia. El acuerdo limitó severamente el programa nuclear iraní e inició inspecciones estrictas a cambio de levantar las severas sanciones económicas impuestas por Washington y sus aliados.

Desde entonces, Washington ha escalado el régimen de sanciones económicas extraterritoriales e ilegales cuya escala es equivalente a una guerra. Lo que buscan es detener todas las exportaciones de petróleo iraní, separar al país del sistema financiero mundial y devastar la economía hasta que quede en ruinas a fin de avanzar el objetivo estadounidense de instalar un régimen títere en Teherán.

Pompeo y otros oficiales estadounidenses anunciaron el envío del grupo de batalla con el portaaviones USS Eisenhower al golfo Pérsico, junto a una rama de bombarderos con capacidades nucleares B-52 como evidencia de que el imperialismo estadounidense está “completamente preparado” para responder con fuerzas abrumadoras a toda amenaza que perciba para los “intereses estadounidenses” en la región y que pueda atribuir a Teherán.

Estados Unidos nunca ha estado tan cerca de una guerra de escala total con Irán, un país cuatro veces más grande y con el doble de la población que Irak, donde ocurrió la última intervención militar directa estadounidense de gran escala en la región, dejando un millón de fallecidos y a todo Oriente Próximo en caos. Una nueva guerra arrastraría a toda la región e inevitablemente a las “grandes potencias” rivales de Washington, convirtiéndose en la antecámara de la Tercera Guerra Mundial.

Incluso mientras empuja a todo Oriente Próximo al borde de una nueva conflagración, Washington está amenazando a Venezuela con acciones militares. El domingo, Pompeo insistió en que una intervención directa estadounidense para cambiar el régimen del país suramericano —que como Irán está siendo sometido a sanciones estadounidenses brutales— sería “legal”.

Mientras tanto, en vísperas de su viaje a Irak, Pompeo estuvo en Finlandia atendiendo una conferencia de países con territorio en el Árctico en la que denunció a Beijing por perseguir “objetivos de seguridad nacional” en la región y a Moscú por “un patrón de comportamiento agresivo en el Árctico”. Incluso amenazó a Canadá por controlar el paso del Noroeste. A pesar de aplaudir el derretimiento del hielo en la región polar por abrir nuevos canales marítimos y por el potencial de explotar sus vastas riquezas minerales, Pompeo se rehusó a firmar una declaración conjunta de los países del Árctico porque incluía una referencia al cambio climático.

Además, está el peligroso recrudecimiento de la confrontación con China. Estados Unidos está decidido en aumentar sus aranceles sobre productos chinos a 25 por ciento el viernes y Beijing se comprometió a implementar contramedidas. En medio de esta marcha hacia una guerra comercial total, Estados Unidos desplegó nuevamente dos buques de guerra a las aguas vecinas de las islas Nansha de China, en otra operación dizque de “libertad de navegación” diseñada como una provocación militar que podría resultar en un conflicto armado.

Cada vez más, la política mundial se asimila a las condiciones que prevalecían previo a ambas guerras mundiales, un periodo en el que la historia “pondrá a la humanidad de cara con la erupción volcánica del imperialismo estadounidense”, como advirtió León Trotsky.

Esta marcha hacia una guerra global no solo se deriva de la perspectiva maniaca de Trump, Pompeo, Pence y Bolton, sino de las contradicciones fundamentales de un orden capitalista sumido en crisis—por un lado, entre la economía mundial y el sistema caduco de Estados nación y, por el otro lado, entre la producción socializada y el control privado de los medios de producción—.

El capitalismo estadounidense ha buscado contrarrestar el declive de su hegemonía global por medios militares, emprendiendo guerras interminables durante el último cuarto de siglo. En términos de su economía, la clase gobernante capitalista ha dirigido todas sus políticas para mantener el alza continua del mercado bursátil y prevenir que se repita el derrumbe financiero de 2008. La promoción de la acumulación ininterrumpida de las ganancias a través de la manipulación del mercado financiero y la especulación solo asegura que la próxima crisis financiera y económica sea aún más catastrófica.

¿Cuáles son los efectos sociales? Bajo condiciones en que la mayoría de los trabajadores estadounidenses no ha visto un aumento en sus salarios reales en más de tres décadas, el crecimiento del parasitismo financiero ha conllevado un incremento enorme de la desigualdad social y de las tensiones sociales. Esto está dando paso a un crecimiento de la lucha de clases reflejado en la ola de huelgas docentes en EUA, la radicalización de los jóvenes y, más recientemente, la huelga globalmente coordinada de los conductores de Uber.

Ninguna sección de la élite gobernante capitalista y sus representantes políticos, sean Trump y los republicanos o sus supuestos opositores del Partido Demócrata, cuentan con una solución “racional” a la intensificación de estas contradicciones económicas y sociales.

En cambio, buscan una salida en un giro hacia métodos autoritarios de gobierno y desviando las tensiones internas hacia afuera a través de la violencia militar. En pocas palabras, están en busca de una guerra. Queda por verse exactamente cuándo y dónde.

La crisis del imperialismo estadounidense, su giro hacia enfrentamientos militares globales y el contexto social y político dentro de EUA hacen eco de la forma en que las crisis internas empujaron al régimen nazi que gobernaba Alemania hacia la guerra en los años treinta.

Esto fue lo que escribió el fallecido historiador británico, Tim Mason, en Nazismo, fascismo y la clase obrera sobre el giro del Tercer Reich de Hitler hacia la guerra:

Las tensiones económicas, sociales y políticas dentro del Reich se agudizaron poco a poco después del verano de 1937; mientras puede afirmarse con certeza que el mismo Hitler entendía muy poco de su contenido técnico, se puede comprobar que había sido informado sobre su existencia y estaba al tanto de su gravedad. Si bien no se puede corroborar la existencia en el invierno de 1937-8 de una conexión consciente en la mente de Hitler entre esta crisis generalizada y la necesidad de una política exterior más dinámica, las relaciones funcionales entre ambos aspectos igual pueden sugerirse…

La única “solución” abierta para este régimen ante las tensiones y crisis estructurales producidas por la dictadura y el rearme era profundizar la dictadura y el rearme, luego expansión, luego guerra y terrorismo, luego saqueos y esclavización. La llamativa y siempre presente alternativa era el colapso y el caos, así que todas las soluciones eran temporales, desordenadas y precarias, improvisaciones cada vez más barbáricas que giraban en torno a una temática brutal.

Cambiando lo que se necesite cambiar, hoy tenemos los vuelos frenéticos del torpe Pompeo desde América del Sur, al Árctico y a Oriente Próximo, amenazando con guerra y destrucción económica en todas partes, y el mismo carácter “temporal, desordenado y precario” de las políticas del Gobierno de Trump. Ellos también viven al día con improvisaciones brutales y “barbáricas”, desde los intentos de someter con hambre a los pueblos de Venezuela e Irán, a la campaña militar cuasigenocida que respalda EUA contra Yemen o la amenaza de una guerra global de plena escala.

Por ahora, la clase gobernante estadounidense ha podido tramar sus planes de agresión global detrás de las espaldas del pueblo estadounidense, dependiendo en la ausencia de toda resistencia organizada a la guerra. Sin embargo, con el crecimiento de la lucha de clases, la oposición popular a la guerra asumirá inevitablemente formas activas y se unirá a la oposición cada vez mayor de la clase obrera a la desigualdad social y los ataques contra los derechos democráticos.

Las contradicciones que subyacen el estallido del imperialismo estadounidense no pueden superarse dentro del marco del Partido Demócrata, el cual protagoniza deliberada y activamente en esta fiebre belicosa de la clase gobernante. La lucha contra la guerra es la lucha por el socialismo y la lucha por el socialismo exige la lucha contra la guerra. Solo puede detenerse la marcha hacia otra guerra mundial por medio de un movimiento social de masas incrustado y encabezado por la clase obrera internacional y dirigido hacia el derrocamiento del sistema capitalista en su conjunto.

(Publicado originalmente en inglés el 9 de mayo de 2019)

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