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Perspectiva

La muerte de Qasem Soleimani y los asesinatos como política de Estado

Con su asesinato del general iraní Qasem Soleimani y siete otros por medio de un bombardeo de dron en el aeropuerto internacional de Bagdad en la madrugada del viernes, el Gobierno de Trump ha llevado a cabo un acto criminal de terrorismo de Estado que ha impactado el mundo.

El asesinato a sangre fría a manos de Washington de un general iraní y un hombre descrito como la segunda figura más poderosa en Teherán es sin duda un crimen de guerra y un acto directo de guerra contra Irán.

El presidente Donald Trump se pronuncia sobre Irán en su propiedad de Mar-a-Lago, viernes 3 de enero de 2020 (AP Photo/Evan Vucci)

Puede tomar tiempo antes de que Irán responda a la muerte. No cabe duda de que Teherán reaccionará ante la ira pública por el asesinato de alguien con un apoyo masivo.

Pero Irán sin duda deliberará mucho más su respuesta que Washington respecto a su acción criminal. El Consejo de Seguridad Nacional del país se reunió el viernes y lo más probable es que los oficiales iraníes discutan el asesinato de Soleimani con Moscú, Beijing y, también probable, con Europa. Los oficiales estadounidenses y la prensa corporativa prácticamente desean una represalia inmediata debido a sus propios propósitos, pero los iraníes tienen muchas opciones.

Es un hecho político que matar a Soleimani efectivamente inició una guerra de EE. UU. contra Irán, un país con cuatro veces el tamaño y casi el doble de la población que Irak. Tal guerra podría amenazar con desencadenar un conflicto armado en toda la región y, de hecho, en todo el mundo, con consecuencias incalculables.

Este crimen, impulsado por la desesperación cada vez mayor de EE. UU. ante su posición en Oriente Próximo y el recrudecimiento de la crisis interna del Gobierno de Trump, es impactante por su grado de imprudencia e ilegalidad. El recurso de EE. UU. a un acto tan atroz rinde testimonio del fracaso de todos los objetivos estratégicos detrás de las invasiones de Irak en 1991 y 2003.

El asesinato de Soleimani es la culminación de un proceso prolongado de criminalización de la política exterior estadounidense. Los “asesinatos selectivos”, un término introducido en el léxico de la política imperialista mundial por Israel, ha sido empleado por el imperialismo estadounidense contra presuntos terroristas en países que van desde el sur de Asia a Oriente Próximo y África a lo largo de casi dos décadas. No hay ningún precedente, sin embargo, para que el presidente de EE. UU. ordene y se atribuya públicamente el asesinato de un alto funcionario gubernamental cuando vista legal y abiertamente un tercer país.

Soleimani, el líder de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní, no era ni un Osama bin Laden ni un Abubaker al Bagdadi. Por el contrario, desempeñó un papel crucial en derrotar las fuerzas de Al Qaeda y el Estado Islámico de Irak y Siria (EI), que encabezaban ellos respectivamente. Ambos fueron asesinados por escuadrones de la muerte de las operaciones especiales estadounidenses.

Cientos de miles de personas tomaron las calles de Teherán y otras ciudades iraníes el viernes para lamentar y protestar la muerte de Soleimani, quien era visto como un ícono del nacionalismo iraní y la resistencia a las décadas de ataques del imperialismo estadounidense contra el país.

En Irak, el ataque del dron estadounidense ha sido condenado de forma generalizada como una violación a la soberanía del país y el derecho internacional. Sus víctimas no solo incluyen Soleimani, sino también Abu Mahdi al Muhandis, el segundo en la cúpula de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP) de Irak, la coalición de milicias chiíes con 100.000 efectivos que es considerada parte de las fuerzas armadas del país.

Esta respuesta deja en ridículo las declaraciones ignorantes y matonas de Trump y sus asesores. El presidente estadounidense, desde su resort vacacional de Mar-a-Lago en Florida, presumió que “mató al terrorista número uno de todo el mundo”. Luego afirmó que “Soleimani estaba planeando ataques inminentes y siniestros contra diplomáticos y personal militar de EE. UU. pero lo atrapamos y acabamos en el acto”.

Trump alegó que el general iraní “ha estado perpetrando actos de terrorismo para desestabilizar Oriente Próximo en los últimos 20 años”. Continuó: “Lo que hizo EE. UU. ayer debió hacerse hace mucho. Se han salvado muchas vidas”.

¿A quién cree que está engañando el presidente estadounidense con su retórica mafiosa? Los últimos 20 años han sido testigo de la devastación de Oriente Próximo por una serie de intervenciones imperialistas de EE UU. La invasión ilegal estadounidense de Irak en 2003, basada en mentiras sobre “armas de destrucción masiva” cobró más de un millón de vidas, mientras destruyó una de las sociedades más avanzadas del mundo árabe. Junto con la guerra de dieciocho años de Washington en Afganistán y las guerras de cambio de régimen lanzadas contra Libia y Siria, el imperialismo estadounidense ha desatado una crisis regional que ha matado a millones y obligado a decenas de millones a dejar sus hogares.

Soleimani, acusado por Trump por “convertir la muerte de personas inocentes en su pasión enfermiza” —una apta descripción para sí mismo— llegó a la cúpula del ejército iraní durante la guerra de ocho años entre Irán e Irak en la que murió aproximadamente un millón de iraníes.

El aparato militar, diplomático y de inteligencia de EE. UU. lo conoció en 2001, cuando Teherán le dio inteligencia a Washington para facilitar su invasión de Afganistán. Durante la guerra estadounidense en Irak, los oficiales estadounidenses mantuvieron negociaciones entre bastidores con Soleimani incluso cuando su Fuerza Quds le daba ayuda a las milicias chiíes que combatían la ocupación estadounidense. Desempeñó un papel central en elegir a los políticos chiíes en Irak que encabezarían los regímenes instalados bajo la ocupación estadounidense.

Soleimani luego protagonizaría la derrota de las milicias vinculadas con Al Qaeda que fueron movilizadas para luchar contra el Gobierno de Bashar al Asad en la guerra de cambio de régimen orquestada por la CIA en Siria. Subsecuentemente, participó en movilizar a las milicias chiíes para derrotar al derivado de Al Qaeda, el Estado Islámico, después de que éste tomara control de una tercera parte de Irak tras expulsar a las fuerzas de seguridad entrenadas por EE. UU.

Describir a esta persona como un “terrorista” solo puede significar que cualquier oficial estatal o comandante militar en cualquier parte del mundo que interfiera con los intereses de Washington y los bancos y corporaciones estadounidenses puede ser calificado de esta manera y convertido en un blanco de asesinato. El ataque en el aeropuerto de Bagdad pone de manifiesto que las reglas de combate cambiaron. Todas las “líneas rojas” se cruzaron. En el futuro, los blancos pueden ser generales o incluso presidentes en Rusia, China o, efectivamente, en cualquiera de las capitales de los otrora aliados de Washington.

Después de celebrar públicamente el asesinato—abiertamente reclamado por el presidente de EE. UU. sin siquiera un pretenso de denegación— ¿existe algún jefe de Estado o militar prominente en el mundo que al reunirse con oficiales estadounidenses no tenga en mente que si las cosas no van bien también podría ser asesinado?

El asesinato del general Soleimani en Bagdad fue comparado por Die Zeit, uno de los diarios de referencia alemanes, al asesinato del archiduque Franz Ferdinand de Austria en 1914. Como en el caso anterior, escriben, “todo el mundo está sosteniendo su respiración y esperando ansiosamente a ver qué sigue”.

Este acto criminal conlleva la amenaza tanto de una guerra mundial como de represión dictatorial dentro de las fronteras de EE. UU. No hay razón para pensar que el mismo Gobierno que ha adoptado los asesinatos como un instrumento de política exterior se rehúse a emplear los mismos métodos contra enemigos internos.

El asesinato de Soleimani es una expresión de la crisis extrema y desesperación de un sistema capitalista que amenaza con sumir a la humanidad en el abismo.

La respuesta a este peligro yace en el crecimiento internacional de la lucha de clases. El comienzo de la tercera década del siglo veintiuno no solo está presenciando la marcha hacia la guerra, sino también el surgimiento de millones de trabajadores en Oriente Próximo, Europa, Estados Unidos, América Latina, Asia y todo rincón del globo en lucha contra la desigualdad social y los ataques contra los derechos sociales y democráticos básicos.

Esta es la única fuerza social sobre la cual se puede basar una auténtica oposición a la campaña bélica de las élites gobernantes capitalistas. La respuesta necesaria al peligro de la guerra imperialista es unir estas crecientes luchas de al clase obrera por medio de la construcción de un movimiento unificado, internacional y socialista contra la guerra.

(Publicado originalmente en inglés el 4 de enero de 2019)

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