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Perspectiva

La catástrofe de los incendios en Australia expone el desdeño de las élites gobernantes hacia los trabajadores

La duración y alcance de los incendios por toda Australia han impactado a millones tanto del país como en el resto del mundo.

Desde fines de agosto, ha ardido una extensión sin precedentes de 8,4 millones de hectáreas de matorrales y terrenos agrícolas. Aproximadamente 1.600 hogares quedaron destruidos y al menos 25 vidas han sido perdidas. Cientos de millones de animales silvestres han muerto y la destrucción ecológica es incalculable. Además, la época de incendios de enero a marzo, cuando han ocurrido históricamente los incendios más destructivos, apenas comienza.

Durante varias semanas, una proporción grande de la población se ha visto obligada a soportar a diario el fuerte olor del humo con niveles peligrosos de partículas tóxicas. Ciudades como Sídney, Melbourne, Adelaida y la capital nacional de Canberra se cuentan regularmente entre los centros urbanos más contaminados del planeta. El humo de los masivos incendios australianos ha cubierto ciudades neozelandesas y alcanzado América del Sur.

Políticamente, el aspecto más significativo y perdurable de la crisis de fuego del 2019-2020 es que ha desnudado la brecha que existe entre la mayoría de clase obrera y la minúscula oligarquía financiera y corporativa que controla las fuerzas productivas y que dicta las políticas del Gobierno.

En vísperas de la revolución de 1789, los representantes de la aristocracia francesa son recordados por sugerirle a una población hambrienta y rebelde que comiera pastel. El primer ministro australiano Scott Morrison pasará a la historia como el líder político que fue de vacaciones a Hawái, el mes pasado, mientras el país ardía.

Morrison encarna el molde político que ha aparecido para imponer los dictados de los oligarcas capitalistas. Así como sus contrapartes internacionalmente —incluidos Donald Trump, Boris Johnson, Shinzo Abe, Xi Jinping, Vladimir Putin y Narendra Modi— intenta presentarse como un hombre del pueblo mientras asegura que el puñado de ricos siga acaparando riquezas obscenas.

Morrison ha desarrollado sus credenciales políticas con la élite gobernante australiana por medio de sus demandas derechistas de reducciones a los impuestos de renta para empresas e individuos, la abolición de programas sociales y recortes a los salarios y condiciones laborales.

Por al menos tres décadas, los científicos climáticos han documentado, con cada vez más preocupación, cómo el calentamiento global causado por las emisiones de gases de efecto invernadero está alterando los patrones meteorológicos a nivel global. En cuanto a Australia, se ha emitido una advertencia tras otra de que grandes sectores del que ya era el continente más seco se están secando más y que esto aumentaría drásticamente la regularidad, alcance e intensidad de los incendios.

No obstante, Morrison es famoso por desconocer estas inquietudes y negar la necesidad de reducir el uso de combustibles fósiles para proteger los intereses empresariales invertidos en el carbón y otras industrias energéticas relacionadas. A lo largo de meses, ha seguido desestimando los incendios, describiéndolos como parte de un ciclo natural en Australia sin relación al calentamiento global.

Desde su regreso de sus vacaciones en Hawái, Morrison denunció un tuit de la adolescente Greta Thunberg. El mandatario dijo que pedir más reducciones en las emisiones era “imprudente” y contrario a los intereses económicos de Australia, es decir, los intereses de los conglomerados mineros y bancos detrás de sus vastas operaciones.

Sin embargo, el 2 de enero, Morrison se topó frente a frente con un enojo popular masivo y cada vez más amplio por la inacción e indiferencia de su Gobierno y toda la élite política hacia la catástrofe de los incendios forestales. Los residentes de clase obrera en la ciudad asolada por incendios de Cobargo se rehusaron a darle la mano, le gritaron insultos y exigieron que se fuera.

El encuentro en Cobargo refleja el estado de las relaciones de clases en Australia. La crisis de incendios está impulsando el tipo de giro en la consciencia popular que ha producido luchas y protestas de masas en un país tras otro —desde Francia al norte de África, Chile e India— exigiendo deponer Gobiernos y poner fin a los ataques intransigentes a la posición social de la clase obrera. La confianza en el aparato político oficial está colapsando.

En los días desde lo ocurrido en Cobargo, Morrison ha procedido a intentar controlar los daños para reforzar la credibilidad y autoridad del Gobierno. Ahora afirma que percibe la amenaza del cambio climático de forma seria y prometió cubrir “cualquier costo necesario” para asistir a las comunidades devastadas. De forma más amenazante, su desacreditado Gobierno ha movilizado a miles de efectivos militares para intentar tomar control de las operaciones de auxilio en las áreas más afectadas, donde hay más ira y las personas ordinarias han concluido que necesitan organizarse por sí solas.

Sin embargo, la situación política ha cambiado permanentemente. Desde la perspectiva de millones de obreros y jóvenes, Morrison y su Gobierno no son aptos para gobernar. El Partido Laborista de oposición ha gobernado por 19 de los últimos 37 años y ha probado que está tan dominado por los intereses de lucro corporativo como la propia Coalición oficialista. Es igual de culpable por la falta de cualquier atención seria al cambio climático y el desgaste de los servicios esenciales, incluyendo los bomberos. Por varias semanas, el líder de la oposición, Anthony Albanese, solo ha pronunciado críticas leves al Gobierno por su manejo de la emergencia de incendios, en nombre de la unidad nacional.

Una crisis siempre expone el carácter esencial de las relaciones de clases. El desdeño e indiferencia de la élite política australiana hacia las vidas y bienestar de los trabajadores ordinarios, cuando las llamas cubren comunidades enteras, tienen su reflejo en todo el mundo. Rememora la actitud del presidente Trump después de que Puerto Rico fuera golpeado por huracanes en 2017, inicialmente descartando que hubiera una catástrofe real, antes de volar ahí para una sesión de fotos y lanzar lo que llamó “toallas de papel hermosas y suaves” a una multitud desesperada.

La élite capitalista ha insistido en todas partes, corta de miras e indiferente como las otras clases gobernantes caducas y reaccionarias de toda la historia, que sus mezquinos intereses nacionales de luro deben ser priorizados a los intereses de toda la sociedad.

La gran tarea política en Australia y en todo el mundo es el desarrollo de un movimiento y una dirección internacionalistas y socialistas en la clase obrera. Ninguna de las grandes amenazas y desafíos que enfrenta la clase obrera —desigualdad social, la destrucción de los derechos democráticos, el calentamiento global y sus consecuencias y el inmenso peligro de guerra— no se pueden ni siquiera comenzar a abordar al menos que el sistema de ganancias capitalistas y las divisiones de Estados nación y sus rivalidades se acaben.

La clase obrera debe y puede tomar control de la situación e iniciar una lucha revolucionaria consciente para lograr la transformación de la vida económica y social global, incluyendo la expropiación de los bancos y las principales corporaciones, bajo la propiedad pública yd control democrático, así como una vasta redistribución de la riqueza.

La declaración de Año Nuevo publicada por el World Socialist Web Site del 3 de enero, “La década de la revolución socialista inicia”, hace hincapié en esta perspectiva. Es tiempo de que todos los que están de acuerdo con luchar por un futuro socialista tomen la decisión de unirse al Comité Internacional de la Cuarta Internacional y los Partidos Socialistas por la Igualdad de todo el mundo.

(Publicado originalmente en inglés el 8 de enero de 2019)

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