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Perspectiva

Trump cae víctima de su propia política de inmunidad colectiva

El presidente Trump fue transportado por aire al centro médico Walter Reed el viernes por la noche después de dar positivo al COVID-19. Según la información extremadamente escasa brindada por la Casa Blanca, el mandatario recibió un coctel de medicamentos experimentales durante el día pero mantuvo una fiebre leve, un factor importante en la decisión de enviarlo al hospital.

No hay señal alguna de que el contagio de Trump de COVID-19 generara simpatía en amplias capas de la población estadounidense. En la población obrera que ha perdido a seres queridos o que apenas sobrevivió a la debilitante enfermedad, sin duda hay una potente sensación de que se lo tiene merecido. Dado su papel en restarle importancia al virus y atacar a aquellos que utilizan mascarillas, es como un pirómano que involuntariamente se prendió fuego.

La prueba positiva de Trump al coronavirus ha intensificado dramáticamente la crisis política en EE.UU. Echó por tierra, al menos temporalmente, los esfuerzos de Trump de movilizar a fuerzas fascistas para que encabezaran un golpe de Estado electoral. Y ha demostrado la criminal imprudencia de la política de reapertura de escuelas y de obligar a los trabajadores a regresar a sus trabajos frente a la pandemia.

Millones de trabajadores están viendo una muestra irrefutable de los verdaderos peligros del coronavirus. Si el presidente de Estados Unidos, refugiado en la Casa Blanca, rodeado de un ejército de asistentes y agentes del servicio secreto y con acceso a la mejor tecnología médica, no puede protegerse del COVID-19, ¿cómo pueden considerarse seguros de la mortal amenaza los obreros en las plantas automotrices o frigoríficos, o los maestros y estudiantes en las aulas?

El diagnóstico de Trump coincide con la admisión de Amazon de que un total impactante de 20.000 empleados en EE.UU. han salid positivo al coronavirus. La fortuna del hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, así como toda la riqueza capitalista, está siendo acumulada por medio de la destrucción de la salud y las vidas de trabajadores superexplotados.

El trato lujoso para Trump, quien está ocupando la suite presidencial en el Walter Reed, con la atención de toda una comitiva de personal médico, mientras sigue ejerciendo las facultades de su cargo, es completamente opuesto al trato recibido por millones de pacientes de COVID-19, cuyo sufrimiento ha sido exacerbado por la negligencia, indiferencia e incompetencia de Trump.

El presidente no tuvo que languidecer por horas en una sala de emergencias antes de ser llevado a una cama. No lo atenderán enfermeros con bolsas de plástico en vez de equipos personales de protección. No habrá una escasez de respiradores, otros equipos especiales o medicamentes si su caso empeorara. No le hará falta nada, mientras millones de personas trabajadores ya han pasado dos meses sin beneficios federales por desempleo adicionales desde su eliminación.

Las consecuencias políticas de corto plazo son sumamente impredecibles. Dependen en gran medida de si Trump, con 74 años y clínicamente obeso, podrá recuperarse pronto o hacerlo del todo. Tomará varios días determinar si la infección de Trump es leve o severa. Los pacientes de la edad, peso y género de Trump tienen una tasa de mortalidad de entre 3 y 11 por ciento.

Si Trump permanece hospitalizado, se planteará la cuestión de entregarle la autoridad política diaria al vicepresidente Mike Pence. Una enfermedad severa, particularmente si Trump necesitara un respirador, presentará la cuestión de invocar la Enmienda 25 a la Constitución de EE.UU. que permitiría que el vicepresidente tome el lugar del presidente con el apoyo de una mayoría de miembros del gabinete.

Nada de la información proveniente de la Casa Blanca puede ser creída como tal. Todavía hay interrogantes sobre cuánto tiempo ha estado enfermo, desde cuándo lo sabe, y a cuántos pudo contagiar en la Casa Blanca, el Congreso, sus viajes y mítines de campaña. Es posible que ya fuera contagioso durante el debate con su oponente demócrata Joe Biden el martes por la noche en Cleveland. Biden y su compañera de fórmula Kamala Harris dieron negativo.

Las operaciones cotidianas de la rama tanto ejecutiva como legislativa se verán significativamente obstaculizadas por el diagnóstico de Trump. Un número no reportado de asistentes de la Casa Blanca ha dado positivo, incluyendo a Hope Hicks y Kellyanne Conway, así como la esposa de Trump, Melania. Los senadores republicanos Mike Lee y Thom Tillis, quienes visitaron la Casa Blanca el sábado pasado para el anuncio del nombramiento de Amy Coney Barrett a la Corte Suprema, ambos salieron positivo.

La campaña de reelección de Trump anunció que todos los eventos que involucraban al presidente o a alguno de sus familiares fueron pospuestos o convertidos en eventos virtuales. La habilidad de Trump para participar en debates futuros está en duda; el próximo estaba programado para el 15 de octubre en Miami, Florida. Si la enfermedad de Trump empeora, puede haber intentos para reemplazarlo como candidato republicano en la papeleta de noviembre o en Colegio Electoral, cuyos electores se reúnen el 14 de diciembre en las capitales estatales de todo el país.

En esta crisis, el principal papel del Partido Demócrata ha sido minimizar el peligro de un golpe político por parte de Trump en torno a los comicios del 3 de noviembre. Intentan suprimir cualquier oposición a Trump que pueda dar expresión al profundo enojo social en la clase obrera. Su mayor temor es que la enfermedad de Trump pueda dar paso a un colapso más generalizado de los republicanos, entregándoles una victoria abrumadora en la elección del 3 de noviembre que ponga a Biden en la Casa Blanca e instale una mayoría demócrata en el Senado y la Cámara de Representantes. Lo último que quieren es toparse con expectativas populares de que una Administración de Biden actuará inmediatamente para deshacer las horrendas consecuencias de las políticas derechistas de Trump de los últimos cuatro años.

Incluso si llegara al poder en Washington debido a este giro inesperado de eventos, el Partido Demócrata sigue siendo un partido de Wall Street y la CIA. El primer comentario de Nancy Pelosi a la prensa ante las noticias fue que estaban en vigor las políticas necesarias para preservar la “continuidad de gobierno”. Biden habla incesantemente sobre su deseo de restaurar la “normalidad” del capitalismo estadounidense. En otras palabras, los demócratas buscan asegurarse de que la élite gobernante estadounidense permanezca en su posición acostumbrada de enriquecimiento imperturbado mientras la gran masa de obreros es privada de cualquier voz y voto en las operaciones de la sociedad estadounidense.

El diagnóstico de Trump no altera la trayectoria fundamental de la crisis social y política del capitalismo estadounidense. Incluso si Trump falleciera por la pandemia, él no es la causa del peligro fascista que enfrenta la clase obrera, sino meramente su instrumento. Afectaría los esfuerzos para construir un movimiento personalista y autoritario si el Mussolini en potencia fuera eliminado de la ecuación política. Pero la élite gobernante estadounidense encontrará otros instrumentos, a menos que la clase obrera emprenda la lucha política contra el sistema capitalista que se necesita tan urgentemente.

Como advirtió la perspectiva del 1 de octubre del WSWS:

La clase gobernante sabe que se enfrenta a una ira social masiva que asumirá una forma explosiva y potencialmente revolucionaria. A esto se debe el carácter frenético y temerario de las acciones de Trump. Aterrado ante el desarrollo de la oposición social, percibe en cada protesta y muestra de oposición el peligro de la “izquierda radical” y el “socialismo”. El crecimiento de la militancia de la clase obrera, que ya era aparente en la ola de huelgas, ha convencido a una sección importante de la clase gobernante que no tienen otra salida más que la violencia.

Con o sin Trump, las cuestiones fundamentales de clase seguirán vigentes y la vida política estadounidense sigue al filo de la navaja. La reacción fascista, tras intentar utilizar a Trump para irrumpir por la puerta delantera e imponer una dictadura, podría verse obligada a utilizar la puerta trasera. Sin la intervención de la clase obrera, encontrará un Plan B político. La necesidad más urgente es que la clase obrera y los jóvenes asuman una lucha política contra el sistema capitalista y los dos partidos que lo defienden.

(Publicado originalmente en inglés el 3 de octubre de 2020)

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