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La Declaración de Great Barrington: la política global del capitalismo de inmunidad colectiva

“La inmunidad colectiva es un concepto utilizado para la vacunación, en el que una población puede protegerse de un determinado virus a medida que se alcanza un umbral de vacunación. La inmunidad colectiva se logra protegiendo a las personas de un virus, no exponiéndolas a él. Nunca en la historia de la salud pública se ha utilizado la inmunidad colectiva como estrategia para responder a un brote, y mucho menos a una pandemia. Permitir que un virus peligroso que no comprendemos completamente se propague libremente es simplemente poco ético. No es una opción”. - director general Tedros Adhanom Ghebreyesus, informe de prensa de la Organización Mundial de la Salud, 12 de octubre de 2020.

Los comentarios de apertura del director general aparecen como respuesta a un anuncio hecho la semana pasada de la Declaración de Great Barrington, una propuesta internacional escrita y firmada en el American Institute for Economic Research (AIER) en Great Barrington, Massachusetts, el 4 de octubre.

La declaración aboga por un enfoque de inmunidad colectiva llamado “protección focalizada”, donde supuestamente se proporciona refugio a los más vulnerables. Al mismo tiempo, se anima a los más jóvenes a infectarse para establecer una inmunidad amplia en la población.

El AIER, un centro de pensamiento libertario, que postula como su objetivo “una sociedad basada en los derechos de propiedad y mercados libres”, está involucrado en un emprendimiento altamente reaccionario, antiobrero y antisocialista. La declaración ha sido financiada en parte por el milmillonario de derecha Charles Koch, quien organizó una velada privada de científicos, economistas y periodistas para proporcionarle a la declaración homicida un mínimo de respetabilidad y formular la inmunidad colectiva como una política global necesaria en respuesta a la pandemia.

Los doctores Martin Kulldorf, Sunetra Gupta y Jay Bhattacharya en el American Institute for Economic Research, fotografía cortesía del AIER [Photo: American Institute for Economic Research]

La declaración fue escrita por Sunetra Gupta de la Universidad de Oxford, Jay Bhattacharya de la Universidad de Stanford, quien está estrechamente vinculado al Dr. Scott Atlas, el asesor sobre coronavirus “elegido” por Trump y autor del desacreditado estudio de Santa Clara, y Martin Kulldorff de la Universidad de Harvard. Todos son científicos bastante conocidos en sus respectivas comunidades.

Claramente, detrás de la farsa de la declaración hay un intento de que estos mercenarios usen sus credenciales e instituciones para proporcionar una apariencia de respetabilidad. Estas mismas instituciones académicas y científicas han sido influiadas financieramente durante varias décadas y están profundamente arraigadas en el aparato político. Cabe señalar que el Dr. Atlas ha sido severamente criticado por más de 100 de sus colegas de Stanford por su controvertida posición sobre la inmunidad colectiva.

El epidemiólogo de la Universidad de Yale, Gregg Gonalves, le dijo a Mother Jones: “Los autores son personas muy conocidas en la salud pública, pero no representan nada parecido a un punto de vista de consenso sobre cómo abordar el COVID. El resto de la gente en su campo los está mirando con horror”. En una dura crítica escrita para The Nation, destaca varios factores críticos en su oposición a la declaración:

• La mayoría de los estadounidenses mayores están profundamente integrados en sus comunidades, mientras que los hogares de ancianos continúan siendo vulnerables. Los estudios indican que cuando surgen las infecciones entre los jóvenes, los ancianos quedan atrapados inevitablemente en la cadena de transmisiones.

• Los CDC también ha estimado que cerca de la mitad de la población tiene una condición subyacente que pone a los estadounidenses con enfermedades crónicas en riesgo de sufrir consecuencias graves del COVID-19.

• De los adultos jóvenes, de 18 a 34 años, hospitalizados con COVID-19, el 21 por ciento requirió cuidados intensivos, el 10 por ciento requirió ventilación mecánica y el 2,7 por ciento murió.

La revista Jacobin, que está afiliada a los Socialistas Demócratas de Estados Unidos (DSA, sigla en inglés), ha desempeñado un papel importante en la promoción de la anticiencia de la inmunidad colectiva. Jacobin publicó un artículo en forma de entrevista con la Dra. Katherine Yih y el Dr. Martin Kulldorff, uno de los signatarios de la declaración.

Argumentaron: “Las escuelas y universidades deberían reabrir porque las personas jóvenes y saludables contribuyen a la inmunidad colectiva que, en última instancia, beneficiará a todos”. El editor de Jacobin Bhaskar Sunkara escribió: “Kulldorff declara que el encierro es el peor asalto contra la clase trabajadora en medio siglo”. Sunkara esencialmente ha respaldado la respuesta homicida de la Administración de Trump al COVID-19, implicando profundamente a DSA como cómplice que ha permanecido en silencio sobre estos asuntos.

Después de la firma de la declaración de Great Barrington, los doctores. Kulldorff, Gupta y Bhattacharya fueron invitados a la Casa Blanca y se reunieron con el asesor de coronavirus de Trump, el Dr. Scott Atlas, y el secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, para promover su nueva estrategia de “protección enfocada”. Al promover esta política asesina, están de acuerdo en que las ganancias privadas y no la vida humana debe ser el determinante social fundamental.

El viernes pasado, The Guardian anotó numerosos nombres falsos en la lista entre los firmantes de la declaración firmada por supuestamente muchos científicos y médicos de todo el mundo. Saldrán más para exponer los elementos detrás de esta declaración reaccionaria, pero el fraude detrás de ella ya está siendo descubierto antes de que se seque la tinta.

El Dr. Michael Head, investigador principal sobre salud global de la Universidad de Southampton, dijo que la declaración era una idea terrible y dudaba que las personas vulnerables pudieran evitar el virus si se permitiera que su propagación generalizada. “En última instancia, la declaración se basa en principios que son peligrosos para la salud pública nacional y mundial”, dijo.

La semana pasada, el principal epidemiólogo de EE. UU., el Dr. Anthony Fauci, caracterizó la ceremonia en la rosaleda de la Casa Blanca a fines de septiembre que llevó a numerosas hospitalizaciones como un “evento de superpropagación”, donde una o dos personas son responsables de infectar a muchas personas. La experiencia reciente con la pandemia ha demostrado que los eventos de superpropagación no son incidentes aislados; son el principal modo de transmisión del virus.

En un estudio observacional reciente, el mayor estudio de rastreo de contactos realizado hasta la fecha con funcionarios de salud pública en dos estados del sureste de la India que involucró a más de 85.000 personas infectadas, los autores demostraron este concepto de superpropagación de manera bastante sucinta.

Explicaron que, entre el 71 por ciento de las personas infectadas, no hubo ninguna transmisión más de la infección a otro contacto. Sin embargo, el ocho por ciento de las personas infectadas representaron el 60 por ciento de las nuevas infecciones.

Los intentos de la Administración de Trump y las autoridades estatales de subvertir la discusión y las acciones reales sobre cómo contener y suprimir el contagio han demostrado que las instituciones de salud pública no son entidades apolíticas sino que funcionan como instrumentos políticos cruciales de la élite gobernante.

Los zigzags observados con las pautas de los CDC en los últimos meses solo pueden explicarse como los intentos de la élite gobernante de distorsionar los resultados obtenidos del análisis de datos de atención médica para subvertir las decisiones políticas racionales sobre una base científica. Estas pautas cambiantes son evidencia de las disputas entre facciones dentro del aparato gubernamental impulsadas por la incapacidad de la élite gobernante para abordar de manera efectiva el impacto de la pandemia en un capitalismo asolado por la crisis.

En la actualización más reciente y esperada de los CDC el lunes pasado, la agencia finalmente reconoció que el virus puede propagarse por aerosolización. En otras palabras, las pequeñas partículas liberadas por alguien que respira, habla, canta, grita o estornuda, las cuales pueden permanecer en el aire durante minutos u horas y viajar más de dos metros.

¿Qué podría ser una evidencia más contundente que el evento de superpropagación que ocurrió en la Casa Blanca el 26 de septiembre, donde 200 invitados asistieron a una ceremonia en la rosaleda para anunciar la nominación de Amy Coney Barrett a la Corte Suprema? Un memorando de la agencia federal de gestión de emergencias publicado el 7 de octubre confirmó que “34 empleados de la Casa Blanca, amas de llaves y otros contactos han sido infectados con el coronavirus junto con el presidente, su esposa, un almirante de la Marina y varios ayudantes de campaña”.

Sin embargo, la Casa Blanca y Trump están frustrando todos los intentos de los CDC de investigar el brote. Las condiciones que impulsaron este evento de superpropagación son prevalentes en las escuelas, colegios y universidades. Cabe agregar que Trump y sus compinches reciben atención médica de clase mundial, mientras que el resto de la población enfrenta un sistema fracturado que promueve las ganancias sobre la salud de calidad.

La tercera ola de la pandemia en los EE. UU. está ganando impulso. La paradoja en los EE. UU. es que, a pesar de lograr una capacidad de pruebas masivas con tasas de positividad en su nivel más bajo, los casos continúan aumentando. En muchos países que instituyeron pruebas amplias, pudieron cambiar el rumbo de las transmisiones. La falta de una infraestructura de rastreo de contactos significa que las pruebas como un proceso independiente hacen poco para ayudar a nivel comunitario y social. Es la señal más clara de la política de inmunidad colectiva en acción.

Un médico que dirige el Centro para el Impacto de las Políticas en Salud Global de la Universidad de Duke, el Dr. Gavin Yamey, lo resumió mejor: “Esto va más allá de nuestras pesadillas más bárbaras. Ha sido una debacle, una catástrofe nacional y, en muchos sentidos, podría considerarse una tercera ola. La tercera ola es una ola de reaperturas universitarias; fue una herida nacional autoinfligida “. Debe agregarse que la apertura de kínder a doceavo año ha agravado esto significativamente.

Estos acontecimientos no solo fueron predichos y previstos, sino que también fueron estudiados y modelados, y los resultados se publicaron en revistas respetadas que recibieron una amplia cobertura mediática.

El WSWS se ha referido a la política asesina de la élite gobernante de inmunidad colectiva de manera más enfática como una política para asegurar la extracción de ganancias a cualquier costo. Independientemente de los peligros, la clase capitalista exige: “No hay tiempo que perder. Pase lo que pase, ¡déjalo pasar! ¡No más encierros!”.

La política de inmunidad colectiva, en sus múltiples facetas, es la política de negligencia maligna que enfrenta la demanda contrarrevolucionaria de “todos los recursos y poder a los mercados” contra la vida y el bienestar de la clase trabajadora internacional. Proporcionar un fundamento pseudocientífico o una justificación para una política tan cruel y horrible se vuelve fundamental para sofocar la resistencia y suprimir la conciencia política.

(Publicado originalmente en inglés el 14 de octubre de 2020)

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