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Perspectiva

150 aniversario de la Comuna de París

Hace ciento cincuenta años, el 18 de marzo de 1871, los distritos de la clase obrera parisina se alzaron para prevenir que el ejército francés se robara los cañones de la Guardia Nacional de París. Esta insurrección, que llevaría una semana luego a la formación de la Comuna de París, tuvo una importancia histórico-mundial. Fue la primera vez en la historia en que la clase obrera tomaba el poder y establecía un Estado obrero.

Cuando los soldados fraternizaron con los trabajadores parisinos, rehusándose a seguir las ordenes de sus oficiales de disparar, el Gobierno francés de Adolphe Thiers huyó en pánico de París a Versalles. Con la población de París armada y la huida del Gobierno de Thiers de la ciudad, el poder pasó a manos de los trabajadores.

Una barricada en Chausée Ménilmontant, 18 de marzo de 1871

El 26 de marzo, se celebraron elecciones en la Comuna, la cual adoptó políticas para reducir los niveles monstruosos de desigualdad social creados por el régimen capitalista francés y para ganar el apoyo de los trabajadores de toda Francia y Europa.

La brutalidad de la respuesta del Gobierno de Thiers fue proporcional a la amenaza mortal que sintió la aristocracia financiera en cuanto a su dominio de clase. Tras dos meses de preparación, Thiers desplegó al ejército para que aplastar a la Comuna y cubriera París de sangre. En la infame Semana Sangrienta del 21 al 28 de mayo de 1871, el ejército de Versalles invadió París, utilizando artillería pesada y asesinando indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños sospechados de combatir o simpatizar con la Comuna.

Se estima que 20.000 parisinos fueron sumariamente ejecutados y 40.000 más fueron obligados a marchar a Versalles para su detención en Francia o su deportación a las colonias penales para trabajo forzado, en Guyana Francesa y Nueva Caledonia.

La calle de Rivoli tras la Semana sangrienta

A un costo enorme pagado en sangre, la Comuna le dio a la clase obrera internacional una experiencia invaluable en la lucha por el poder. Los bolcheviques, encabezados por Vladimir Lenin y León Trotsky, repasaron incansablemente estas lecciones cuando se preparaban para la Revolución de Octubre de 1917 y la toma del poder por parte de la clase obrera en Rusia. Hoy día, en medio una desigualdad social grotesca, el militarismo de Estado policial y la perversa especulación financiera del capitalismo contemporáneo, estas lecciones son más relevantes que nunca.

Las lecciones fueron extraídas, ante todo, por Karl Marx. Sus declaraciones al proletariado mundial, escritas para la Asociación Internacional de Trabajadores durante el transcurso de la Comuna, defendieron la Comuna, aclamándola por “tomar el cielo por asalto”. Publicadas por toda Europa y reunidas en La guerra civil en Francia, le ganaron a Marx un apoyo duradero entre los trabajadores de Francia e internacionalmente.

La lucha de clases en Francia y la concepción materialista de la historia

El análisis de la Comuna por parte de Marx y su gran copensador, Friedrich Engels, fue el producto de tres décadas de anticipación teórica ligada a la elaboración de la concepción materialista de la historia. En 1844, Marx señaló el papel principal de la revolución proletaria en la emancipación de la humanidad, escribiendo “La cabeza de esta emancipación es la filosofía, su corazón el proletariado”. El Manifiesto Comunista de 1847, escrito por Marx y Engels, comenzaba con la famosa afirmación

La historia de toda la sociedad existente hasta ahora es la historia de la lucha de clases. El hombre y el esclavo, el patricio y el plebeyo, el señor y el siervo, el maestro de la guilda y el jornalero, en una palabra, el opresor y el oprimido, estaban en constante oposición. ... Nuestra época, la época de la burguesía, posee, sin embargo, este rasgo distintivo: ha simplificado los antagonismos de clase. La sociedad en su conjunto se divide cada vez más en dos grandes campos hostiles, en dos grandes clases directamente enfrentadas: la burguesía y el proletariado.

El Manifiesto Comunista se publicó en vísperas del primer gran estallido social de la Europa del siglo diecinueve: la revolución de 1848, que se extendió por Alemania, Austria, Francia y más allá. La insurrección de ese año en París derrocó al último de los reyes restaurados en el poder por la derrota de Francia en las guerras napoleónicas tras la Revolución francesa. Por primera vez desde el siglo dieciocho y la Revolución francesa de 1789, se declaró de nuevo una República en Francia.

Karl Marx (1818-1883)

Solo un análisis marxista podía explicar por qué la revolución de 1848 se desarrolló de forma tan diferente a su gran predecesora del siglo anterior. Los jacobinos que llegaron al poder tras la revolución de 1789 —expropiando la propiedad feudal, aboliendo la monarquía absoluta y fundando la Primera República— tenían su base de apoyo en los artesanos independientes, los sans-culottes. La burguesía liberal que tomó el poder en la Segunda República en 1848 entró en un conflicto mortal con el nuevo proletariado industrial.

Cuando la Segunda República cerró los Talleres Nacionales en junio de 1848, que habían sido construidos para dar trabajo a los desempleados, los trabajadores de París se rebelaron contra una política que significaba pobreza y hambre. El general Eugène Cavaignac dirigió al ejército y a las fuerzas de seguridad en una represión sangrienta contra las Jornadas de Junio, matando a más de 3.000 trabajadores, deteniendo a 25.000 y condenando a 11.000 a la cárcel o al exilio. La Segunda República quedó tan desprestigiada que en 1851 el sobrino de Napoleón, Luis Bonaparte, pudo tomar el poder en un golpe de Estado, fundando el Segundo Imperio y tomando el nombre de Napoleón III.

Marx, que escribió obras brillantes analizando las revoluciones de 1848-1851 a medida que se desarrollaban, sacó la conclusión clave de esta gran lucha. En una carta a Louis Kugelmann, Marx escribió

Si miras el último capítulo de mi Dieciocho Brumario [de Luis Bonaparte], encontrarás que digo que el próximo intento de la revolución francesa ya no será, como antes, transferir la máquina burocrático-militar de unas manos a otras, sino aplastarla, y esto es esencial para toda revolución popular auténtica en el continente.

La Comuna de París y la Semana sangrienta

La Comuna, el siguiente gran intento revolucionario en Francia, fue el producto de la guerra que Napoleón III emprendió en julio de 1870 contra Prusia. Esta guerra era una aventura criminal, destinada a proteger la posición mundial del imperialismo francés, bloqueando las acciones de Prusia para unificar Alemania, al tiempo que se suprimían la lucha de clases cada vez mayor en casa. De hecho, solo seis meses antes, en enero de 1870, después de que el príncipe Pierre Bonaparte matara a tiros al periodista de izquierda Louis Noir, una protesta de más de 100.000 personas en el funeral de Noir se convirtió en un intento de insurrección en París.

La guerra franco-prusiana acabó con el Segundo Imperio. Superado en números, artillería y logística y dirigido por un incompetente, el ejército francés sufrió una humillante derrota. Napoleón III fue capturado el 2 de septiembre en Sedán y el ejército prusiano ocupó el norte de Francia. El 4 de septiembre, en medio de protestas masivas en París, se proclamó la Tercera República. Se forma un Gobierno de Defensa Nacional, dirigido por liberales y burgueses bonapartistas como Thiers, Jules Favre y el general Louis-Jules Trochu. El 17 de septiembre, el ejército prusiano sitia París.

Adolphe Thiers (fotografía de Nadar)

La burguesía volvió a mostrarse hostil tanto a la democracia como a la defensa del pueblo. El 28 de octubre, el comandante de los ejércitos franceses en el este, el general François-Achille Bazaine, rindió sus tropas a fuerzas prusianas más pequeñas tras un breve asedio en Metz. Bazaine, cuyo odio al republicanismo y a los principios democráticos era bien conocido, fue ampliamente denunciado por traición. La situación en París, la capital asediada de la nueva República, era cada vez más apremiante.

La población de París, armada y formada en unidades de la Guardia Nacional, resistió en medio de una hambruna generalizada hasta que se firmó un alto el fuego el 26 de enero de 1871. Víctor Hugo, el célebre novelista y autor de Los Miserables, había regresado a París cuando la República se formó y vivió el asedio, dando voz a la ira generalizada hacia la élite gobernante cuando escribió: “París fue víctima tanto de sus defensores como de sus atacantes”.

El conflicto de clases demostró ser mucho más poderoso y fundamental que el conflicto entre la burguesía francesa y la alemana. Thiers, al negociar un armisticio con Prusia, se concentró al igual que Bazaine en evitar una revolución. En lo que respecta el ejército prusiano, más allá de una breve ocupación de tres días de la avenida Campos Elíseos, se mantuvo calculadamente fuera de los límites de la ciudad de París para evitar especialmente los distritos densamente poblados y armados de la clase obrera en el este de París. Las clases gobernantes de tanto Francia como Prusia estaban desesperadas ante todo por desarmar a los trabajadores parisinos.

El levantamiento del 18 de marzo de 1871 fue la respuesta espontánea de la clase obrera parisina al primer intento de Thiers de desarmarla mediante la toma de los cañones de la Guardia Nacional. Los obreros confraternizaron con los soldados. Dos generales que les habían ordenado sin éxito a los soldados disparar contra los trabajadores —Clément Thomas y Claude Lecomte, quienes habían ayudado a dirigir la represión en junio de 1848— fueron detenidos y fusilados. Ese mismo día, Thiers huyó de París a Versalles.

Cañones transportados por los comuneros a la colina de Montmartre en París, después de que el ejército intentara quitárselos el 18 de marzo de 1871

Las elecciones a la Comuna y al Comité Central de la Guardia Nacional se celebraron por distritos y le dieron una mayoría abrumadora a las zonas obreras. Estos organismos se convirtieron en órganos de poder obrero. Los miembros de la Comuna y del Comité Central de la Guardia Nacional, que fueron elegidos por los distritos occidentales ricos, no se molestaron en asistir a las reuniones de ninguno de los dos órganos. En La guerra civil en Francia, Marx explicó la naturaleza del nuevo Estado obrero:

La Comuna estaba formada por los concejales municipales, elegidos por sufragio universal en los distintos barrios de la ciudad, tenían que rendir cuentas y podían ser revocados en cualquier momento. La mayoría de sus miembros eran naturalmente obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. ... La policía, que hasta entonces había sido el instrumento del Gobierno, fue despojada de inmediato de sus atributos políticos y convertida en un organismo que respondía a la Comuna y podía ser revocado en cualquier momento. Lo mismo ocurrió con los funcionarios de todas las demás ramas administrativas. Desde los miembros de la Comuna hacia abajo, el servicio público tenía que hacerse al mismo salario que los trabajadores. Los privilegios y las dietas de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron junto con los propios altos dignatarios.

Mientras estaba rodeada por los ejércitos francés y prusiano, la Comuna impulsó una política socialista y democrática. Fijó un salario mínimo, creó comedores municipales para los trabajadores y asignó los apartamentos vacíos a las familias pobres. Condonó las deudas de las pequeñas empresas y los inquilinos en quiebra por el asedio, todo esto a expensas de los bancos y los propietarios, y les permitió a los trabajadores recuperar objetos de valor de las casas de empeño. Garantizó la libertad de prensa, estableció asociaciones civiles, secularizó la educación y abogó por que hombres y mujeres recibieran igual salario por igual trabajo.

La Comuna no hizo distinciones de nacionalidad y defendió abiertamente la unidad internacional de la clase obrera. Como escribió Marx:

La Comuna les permitió a todos los extranjeros compartir el honor de morir por una causa inmortal. A pesar de la guerra extranjera que perdió por su propia traición, y de la guerra civil alimentada por su conspiración con el invasor extranjero, la burguesía encontró el tiempo para mostrar su patriotismo organizando cacerías policiales contra los alemanes en Francia. La Comuna nombró a un obrero alemán [Leo Frankel] como ministro del Trabajo. ... La Comuna honró a los heroicos hijos de Polonia [los generales J. Dabrowski y W. Wróblewski] colocándolos a la cabeza de los defensores de París.

Los comuneros se fotografían junto a una estatua tumbada de Napoleón en la Columna Vendôme

Se produjo un conflicto devastador entre la Comuna proletaria, que luchaba por la igualdad, y la Tercera República, que defendía los privilegios capitalistas. Thiers, negociando con Prusia, se esforzó por liberar a suficientes soldados franceses capturados para formar un ejército, reclutado principalmente en las zonas rurales, para aplastar a la Comuna. Esta fuerza, a la que se le concedió doble ración de alcohol y se reforzó con jóvenes de familias ricas que habían huido de París a Versalles, estuvo finalmente lista para lanzar su asalto en mayo.

Después de tomar una parte mal defendida de la muralla de la ciudad el 21 de mayo, el ejército de Versalles masacró a los comuneros en el transcurso de una semana de horribles matanzas. Bombardeando París con artillería pesada, se desplazó hacia el este, hacia los barrios obreros, destrozando las barricadas que los comuneros habían levantado en las calles de todo París. El propio Thiers no dejó ninguna duda sobre la política de la Tercera República, declarando públicamente en un discurso del 24 de mayo ante la Asamblea Nacional: “He derramado ríos de sangre”.

Los combatientes comuneros eran fusilados cunado eran capturados o, si eran demasiados, eran enviados a otro lugar para su ejecución. Las calles se tiñeron de sangre alrededor de los espacios al aire libre utilizados para los asesinatos en masa, incluidos varios destinos turísticos como el parque Monceau y los jardínes de Luxemburgo, la plaza de Italia, la Escuela Militar y el cementerio de Père Lachaise. Los pelotones de fusilamiento o las ametralladoras operaban las veinticuatro horas del día. Algunos prisioneros fueron obligados a cavar sus propias tumbas y luego fueron fusilados. Otros, hombres y mujeres, fueron fusilados o acribillados, desnudados y arrojados a las calles para aterrorizar al público.

Ejecución de los comuneros, 1871

Un frenesí asesino se apoderó de los ricos. Le Figaro escribió: “Nunca se ha presentado una oportunidad semejante para curar a París de la gangrena moral que lo carcome desde hace 20 años. ... ¡Vamos, buena gente! Ayudadnos a acabar con las pestes democráticas y socialistas”.

Para la aristocracia financiera, era temporada de caza contra los trabajadores. Mientras circulaban en la prensa rumores descabellados de que las comuneras estaban incendiando las casas con gasolina, cualquier mujer de la clase obrera que fuera encontrada con combustible corría peligro. Las mujeres que intentaban incinerar a sus maridos muertos, o que eran sorprendidas tras comprar aceite de oliva para cocinar, eran asesinadas. Las multitudes acomodadas daban golpizas a los comuneros detenidos por el ejército antes de que fueran fuzilados o les daban dinero a los soldados, quienes se jactaban de haber matado a mujeres y niños comuneros. En su libro de 2014 sobre la Comuna de París, titulado Masacre, el historiador John Merriman escribió,

Las personas eran desvestidas y sus hombros eran revisados en busca de marcas dejadas por los culatazos de los rifles. Si se encontraba alguna, eran fusilados inmediatamente. Los hombres que tenían un aspecto “desaliñado”, estaban mal vestidos o no podían demostrar instantáneamente alguna coartada o que trabajaban en un oficio “adecuado” tenían pocas posibilidades de sobrevivir a la breve audiencia ante un tribunal militar.

Después de que 20.000 parisinos fueran fusilados a gusto del ejército francés, otros 40.000 fueron trasladados a Versalles, sin comida ni agua, para ser juzgados. A lo largo del camino, los oficiales y los guardias fusilaron a los que se iban quedando atrás o a otros prisioneros a su antojo. Unos 11.000 fueron deportados a campos de trabajo forzado.

Comuneros asesinados durante la Semana sangrienta, tomada por André-Adolphe-Eugène, Disdéri en mayo de 1871

Recordando la Semana sangrienta en su diario, el conocido crítico literario Edmond de Goncourt describió los cálculos asesinos de la élite gobernante, escribiendo el 31 de mayo de 1871,

Es bueno que no haya habido ni conciliación ni negociación. La solución fue brutal. Se obtuvo por fuerza bruta. ... La solución le devolvió la confianza al ejército, que descubrió con la sangre de los comuneros que aún podía luchar; tal purga, al matar a la parte combativa de la población, retrasa la próxima revolución por toda una generación. El viejo régimen tiene ahora 20 años de paz y tranquilidad por delante, si el Estado sigue atreviéndose a lo que se ha atrevido a hacer hasta ahora.

Esta experiencia devastadora fue analizada profundamente por los grandes marxistas desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera. Fue una lección inolvidable sobre las horribles consecuencias de la derrota en la revolución. Demostró la ferocidad de la respuesta de la burguesía ante cualquier amenaza a su dominio, estando dispuesta a destruir ciudades, países enteros o incluso el mundo. La necesidad de la clase obrera de suprimir la violencia contrarrevolucionaria de la minoría privilegiada exige acciones despiadadamente decididas para tomar y mantener el poder del Estado.

La Comuna de París en la historia

La cuestión central que presenta la Comuna a la clase obrera de todos los países es que necesita construir una dirección revolucionaria. Hace un siglo, mientras dirigía la lucha de la joven república soviética contra las intervenciones imperialistas en la Guerra Civil rusa, Trotsky señaló que uno puede “repasar toda la historia de la Comuna, página por página, y encontraremos en ella una sola lección: se necesita una fuerte dirección del partido”. Trotsky formuló lo que habría ocurrido si la clase obrera, y no la Tercera República, hubiera tomado el poder cuando cayó Napoleón III:

Si un partido centralizado de acción revolucionaria se hubiese encontrado a la cabeza del proletariado en Francia en septiembre de 1870, toda la historia de Francia y con ella toda la historia de la humanidad habría tomado otro rumbo. El poder quedó en manos del proletariado de París el 18 de marzo, pero no fue porque lo tomara deliberadamente, sino porque sus enemigos habían abandonado París. ... Pero solo comprendió este hecho al día siguiente. La revolución lo tomó por sorpresa.

León Trotsky (1879-1940)

La Comuna proporcionó la experiencia crucial para que el movimiento marxista elaborara las bases políticas y teóricas de una firme dirección revolucionaria.

Esto encontró su máxima expresión en el minucioso estudio de la experiencia de la Comuna por parte del Partido Bolchevique mientras preparaba la toma del poder en octubre de 1917. En El Estado y la Revolución, Lenin examinó magistralmente los escritos de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado y la breve experiencia del poder obrero proporcionada por la Comuna de París.

Marx y Engels, explicó Lenin, habían llegado a la conclusión de que el Estado no es un instrumento de reconciliación de clases, sino el producto de la irreconciliabilidad de los antagonismos entre las clases. Examinaron tanto los hechos antropológicos sobre las sociedades primitivas en las que no existía el Estado como el conflicto entre el Estado capitalista y la población armada de París en 1871. El Estado, escribió Engels, establece “un poder público que ya no coincide directamente con la población organizada como fuerza armada”. Continuó:

Este poder público especial es necesario porque una organización armada de la población que actúe de forma autónoma se ha vuelto imposible desde su división en distintas clases. ... Este poder público existe en todos los Estados; no solo consiste en hombres armados, sino también en complementos materiales, prisiones e instituciones de coerción de todo tipo. ... Sin embargo, se vuelve más fuerte en la medida en que se agudizan los antagonismos de clases dentro del Estado.

La experiencia de la Comuna de París y este análisis del Estado por parte de los grandes marxistas tenían implicaciones de gran envergadura. La perspectiva reformista, la cual espera utilizar el Estado capitalista para aliviar los antagonismos de clases y proporcionar una paz y prosperidad duraderas, era falsa e irremediablemente utópica. También lo era la perspectiva anarquista, que exigía la disolución inmediata de todas las formas de poder estatal, oponiéndose así a la formación de un Estado obrero en oposición a la violencia contrarrevolucionaria de la clase dominante.

Lenin subrayó la conclusión de Marx de que “la clase obrera no puede simplemente apoderarse de la maquinaria estatal ya hecha y utilizarla para sus propios fines”. En cambio, la clase obrera tiene que construir su propio Estado, como hicieron los trabajadores parisinos en 1871. Esto significa, en primer lugar, construir un partido para impregnar a la clase obrera de conciencia política e histórica y de la necesidad de una política revolucionaria.

Esta perspectiva fue la base de la Revolución de Octubre de 1917 y del traspaso del poder estatal de la autocracia zarista a los órganos de poder obrero, los sóviets, bajo la dirección del Partido Bolchevique. Escribiendo en medio de la matanza de la Primera Guerra Mundial, mientras movilizaba al Partido Bolchevique en la lucha por el poder, Lenin insistió en que la lucha por establecer un Estado obrero tenía que ser una política mundial. Refiriéndose a la observación de Marx de que la clase obrera tenía que aplastar “la máquina burocrático-militar” para llevar a cabo una auténtica revolución en el continente europeo, Lenin escribió

Hoy, en 1917, en el momento de la primera gran guerra imperialista, esta delimitación [al continente europeo] hecha por Marx ya no es válida. Tanto Reino Unido como Estados Unidos, los mayores y últimos representantes —en todo el mundo— de la “libertad” anglosajona, en el sentido de que no tenían camarillas y burocracias militaristas, se han hundido por completo en el mugriento y sangriento pantano europeo de las instituciones burocrático-militares que lo subordinan todo a sí mismas y lo reprimen todo.

En los 150 años transcurridos desde la Comuna de París, no han faltado oportunidades para que la clase obrera tome el poder como lo hizo en octubre de 1917. En mayo de 1968, una huelga general de más de 10 millones de trabajadores en Francia derrotó a la policía antidisturbios y puso de rodillas al Gobierno de De Gaulle, demostrando que la clase obrera no había perdido nada de su capacidad revolucionaria. Más recientemente, en 2011, una movilización y huelga general revolucionarias de la clase obrera egipcia derribaron al dictador militar y títere del imperialismo, el presidente Hosni Mubarak.

Sin embargo, las cuestiones críticas de perspectiva y dirección políticas suscitadas por la Comuna de París siguen vigentes. En 1968, el Partido Comunista Francés impidió la revolución. Como partido estalinista, rechazó la perspectiva internacionalista de la Revolución de Octubre, aceptando un acomodo con el imperialismo, justificándolo por medio de la perspectiva nacionalista de Stalin del “socialismo en un solo país” en la Unión Soviética. A partir de esto, durante mayo de 1968, ató a la clase obrera, a través de los Acuerdos de Grenelle, al Estado capitalista francés.

Las cuestiones de la dirección revolucionaria y del poder obrero se presentan con especial agudeza ante las interminables guerras imperialistas, la austeridad social y el enriquecimiento de la aristocracia financiera en las décadas transcurridas desde la disolución estalinista de la Unión Soviética en 1991.

La respuesta a la pandemia del COVID-19 ha puesto en evidencia al sistema capitalista. Se ha dejado morir a cientos de miles de personas, incluso en los países más ricos del mundo, basándose en la afirmación de que no hay dinero para el distanciamiento social y otras medidas de contención del virus, mientras se han repartido billones de dólares y euros en rescates bancarios a los ricos. Los parásitos burgueses de hoy han demostrado no ser menos despiadados que los del Segundo Imperio francés, solo que más decrépitos.

Por otro lado, los últimos años han visto una explosión de la lucha de clases en todos los continentes. En un reciente informe que analiza el estallido global de protestas sociales en curso, el centro de pensamiento imperialista estadounidense Center for Strategic and International Studies escribió,

Estamos viviendo una época de protestas masivas globales que no tiene precedentes históricos en cuanto a su frecuencia, alcance y tamaño. ... [Son] de hecho parte de una tendencia de una década que afecta a todas las principales regiones pobladas del mundo, cuya frecuencia ha aumentado 11,5 por ciento en promedio cada año entre 2009 y 2019. El tamaño y la frecuencia de las protestas recientes eclipsan los ejemplos históricos de épocas de protestas masivas, como las de finales de la década de 1960, finales de la década de 1980 y principios de la década de 1990.

Agricultores en India bloquean una importante carretera para marcar los 100 días de protestas continuas cerca de Nueva Delhi, 6 de marzo de 2021 (AP Photo/Altaf Qadri)

Los problemas sociales que impulsan el resurgimiento internacional de la lucha de clases no pueden ser resueltos sin una lucha socialista de la clase obrera por el poder, replanteando todas las cuestiones que emergieron en la experiencia de la Comuna de París. La pandemia del COVID-19 no es más que un recordatorio especialmente devastador de que el capitalismo está dominado por una aristocracia financiera totalmente impermeable a las demandas de reformas. La alternativa hoy, como lo fue para los trabajadores franceses en 1871, no es entre la reforma o la revolución, sino entre la revolución socialista o la contrarrevolución capitalista.

El nivel de vida, la salud y las propias vidas de la humanidad dependen de la lucha por transferir el poder del Estado a la clase obrera en todos los países. En contra de la dictadura de los bancos, los trabajadores, que producen la riqueza de la humanidad, deben tomar el control de su propio destino, y para ello necesitan una dirección revolucionaria internacional.

Sin duda habrá quienes se opongan y rechacen la lucha de los trabajadores por el poder como un intento de instaurar la “dictadura del proletariado”. Se ha vuelto común asociar falsamente este término con los crímenes del régimen estalinista, que, de hecho, disolvió la Unión Soviética y restauró el dominio capitalista hace 30 años, en 1991. A estos opositores a la lucha por el poder obrero, se les puede responder con las palabras de Engels:

Últimamente, el filisteo socialdemócrata se ha atormentado una vez más por las palabras: dictadura del proletariado. Bien, señores, ¿quieren saber cómo es esta dictadura? Miren la Comuna de París. Eso fue la dictadura del proletariado.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 17 de marzo de 2021)

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