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Perspectiva

Asia se convierte en el nuevo epicentro de la pandemia global de COVID-19

Según la humanidad se enfrenta a un nuevo avance de la pandemia impulsado por variantes más transmisibles del coronavirus, Asia se ha convertido en la región más golpeada del mundo. El 40 por ciento del más de medio millón de casos diarios reportados de COVID-19 se encuentran en Asia, donde el proceso de vacunación apenas comienza. Más allá, casi el 90 por ciento de estos casos se encuentran en un puñado de países de Oriente Próximo y el Indo-Pacífico, donde los contagios vieron una explosión prácticamente de una semana a la siguiente, superando los récords previos.

No obstante, los llamados a implementar confinamientos guiados por la medicina y apoyo social para aquellos que no puedan trabajar para detener este rebrote nuevo e incluso más letal del virus se han topado con una implacable oposición de los Gobiernos de toda Asia.

Una cola para la vacuna de COVID-19 en Mumbai, India, 8 de abril de 2021 (AP Photo/Rafiq Maqbool)

En la India, los contagios diarios se han duplicado desde finales de marzo hasta superar los 120.000, la cifra más alta del mundo, y casi la mitad de los 260.000 casos de Asia. Sin embargo, el Gobierno del primer ministro Narendra Modi se opone rotundamente a los llamamientos a un confinamiento nacional, o incluso al cierre de los negocios no esenciales en los estados más afectados. En su lugar, Modi y su partido supremacista hindú BJP se jactan de montar “la mayor campaña de vacunación del mundo”. Hasta la fecha, India ha administrado el tercer mayor número de vacunas del mundo. Pero menos del 6 por ciento de los indios ha recibido una sola dosis de una vacuna, y solo el 0,8 por ciento está totalmente vacunado.

Mientras la India cruza el umbral de los 13 millones de casos y las 167.000 muertes, su mal financiado sistema sanitario está al borde del colapso. Una variante doble, que combina mutaciones similares a las variantes sudafricana y de la costa oeste de EE.UU., se está extendiendo, junto con la variante B.1.1.7 del Reino Unido. En Mumbai, la capital financiera de la India, el doctor Lancelot Pinto declaró a la BBC que frecuentemente debe rechazar llamadas de familias desesperadas que buscan una cama de atención de urgencia para sus seres queridos: “Ya estamos desbordados. Todas las camas de COVID-19 de mi hospital están llenas”.

La élite gobernante de la India está llevando a cabo una campaña histérica para oponerse a los cierres locales, incluso parciales. El Times of India los denunció como “un remedio realmente peor que la enfermedad”, en un editorial del martes. Mientras tanto, Jai Ambani —hijo de un milmillonario y sobrino del hombre más rico de Asia, Mukesh Ambani, con una fortuna de 83.100 millones de dólares— tuiteó que los cierres “destruyen la columna vertebral de nuestra sociedad y economía” y son un intento “totalitario” de “controlar todos los aspectos de tu vida”. Esto confirma la caracterización del British Medical Journal de la política de las élites gobernantes de Estados Unidos, Reino Unido e India como “asesinato social”.

El miércoles, Turquía alcanzó la cifra récord de 54.740 casos de COVID-19 y 276 muertes por la enfermedad, y el número de casos activos se cuadruplicó hasta alcanzar los 406.004 desde marzo. Los casos de cuidados intensivos infantiles están aumentando rápidamente, y se estima que el 75 por ciento de los nuevos casos son de la variante B.1.1.7. El presidente de la Sociedad Turca de Cuidados Intensivos, el profesor Ísmail Cinel, ha advertido que las unidades de cuidados intensivos de Turquía estarán llenas en 10 días. Solo el 8,7 por ciento de la población turca y el 10 por ciento de los educadores están totalmente vacunados.

No obstante, el presidente Recep Tayyip Erdogan ha mantenido a decenas de millones de trabajadores en sus puestos de trabajo en sectores no esenciales, al tiempo que ha levantado las medidas de distanciamiento social, poniendo fin a los toques de queda de los fines de semana y reabriendo las escuelas y los cafés. La Cámara Médica de Estambul calificó esta política de “fiasco”, y la Asociación Médica Turca (TTB) tuiteó: “No hay una lucha racional y con base científica contra la pandemia. ... Insistir en políticas sanitarias equivocadas es un asesinato social”.

En Irán se registró el miércoles un récord de 20.954 nuevos casos de COVID-19 y 193 muertes, duplicándose en una semana, a medida que la variante británica se extiende. Con un récord de 4.200 camas de cuidados intensivos ocupadas en Teherán, un médico dijo a Le Monde: “Los hospitales públicos están llenos, las salas de cuidados urgentes no tienen más espacio. Los pacientes son tratados acostados en el suelo o esperan días por una cama”.

Debido a las devastadoras sanciones económicas de Estados Unidos, Irán —un país de 83 millones de habitantes— solo ha recibido unos pocos cientos de miles de dosis de las vacunas china, rusa y surcoreana. Citando el impacto de las sanciones estadounidenses y las amenazas de guerra, el presidente Hasan Rohaní se negó a ordenar un confinamiento, afirmando que su impacto económico podría desencadenar protestas masivas de los trabajadores: “Lo más fácil sería parar todo. Pero después, el pueblo, enfrentándose al hambre, la pobreza y el desempleo, saldría a la calle”.

Irak —cuya infraestructura sanitaria fue destruida en décadas de guerras, bombardeos y sanciones dirigidas por Estados Unidos desde la guerra del golfo Pérsico de 1991— registró el miércoles un récord de 8.331 nuevos casos. A medida que las infecciones se acercan al millón, con solo 119.000 dosis de vacunas administradas en un país de 39 millones de personas, Save the Children advierte que los hospitales podrían verse pronto inundados: “Hay indicios preocupantes de que el COVID-19 está cobrando un alto precio en Irak. ... Nos preocupa que la nueva variante comience a propagarse entre los niños sin ser detectada. Podría ser cuestión de tiempo que el sistema sanitario iraquí se vea desbordado”.

En Filipinas, los nuevos casos diarios aumentaron de 2.065 el 2 de marzo a 15.280 el 2 de abril. El número de casos activos, que ahora ronda los 160.000, es más del doble del anterior pico de 79.800 del pasado agosto. Manila y sus provincias circundantes concentran el 70 por ciento de los casos filipinos, y las camas de cuidados intensivos están ya ocupadas en un 79 por ciento en la región capitalina, donde 26 de los 150 hospitales están totalmente llenos. Sin embargo, el presidente Rodrigo Duterte ha decidido canalizar $19.000 millones de fondos públicos, que se necesitan desesperadamente, para pagar las deudas del Estado a los grandes inversores.

En Bangladesh, un centro textil mundial donde los trabajadores textiles ganan solo unos dólares al día, las infecciones diarias han pasado de 606 a 6.854 en un mes. El Estado ha declarado un confinamiento pero solo de una semana. Mientras tanto, está obligando a los trabajadores a permanecer en el trabajo para satisfacer a los conglomerados de la moda con sede en los países imperialistas, que dominan la economía de Bangladesh. Solo se han administrado 5,5 millones de dosis de vacunas en este país de 163 millones de habitantes, que ha registrado 666.132 casos de COVID-19.

De manera significativa, Asia también ofrece ejemplos que demuestran que una política científica de distanciamiento social puede detener el virus mientras la vacunación masiva se encarga de su erradicación. China, el epicentro inicial de la pandemia, ha reportado 3.270 casos de COVID-19 y dos muertes en todo el año 2021, principalmente como resultado de los viajeros que trajeron el virus al país. Del mismo modo, Taiwán ha reportado 246 casos, incluidas 3 muertes, este año, y Vietnam ha notificado 1.174 casos, pero ninguna muerte.

Los éxitos de los pocos países que han frenado el virus exponen la bancarrota y la criminalidad de las políticas de “inmunidad colectiva” aplicadas no solo en el resto de Asia, sino en los centros imperialistas de Norteamérica y Europa. Sus Gobiernos han priorizado sistemáticamente las ganancias sobre las vidas humanas, insistiendo en la apertura de negocios y escuelas mientras la pandemia se sale de control. Mientras que los 1.400 millones de habitantes de China han sufrido menos de 5.000 muertes por COVID-19, los 941 millones de los países de la OTAN han sufrido más de 1,4 millones de muertes.

La reimportación del coronavirus a los países en los que está controlado subraya un punto político esencial. La lucha contra este virus en constante mutación, que ignora las fronteras y no necesita pasaportes, es internacional. No se puede detener en un país, ni siquiera en un continente, sino que solo puede llevarse a cabo en todo el mundo. Detenerlo requiere una lucha internacional contra el capitalismo.

Las afirmaciones de que no hay suficiente dinero para acabar con las políticas de “inmunidad colectiva”, financiar el distanciamiento social, fabricar rápidamente las vacunas y detener la pandemia son mentiras. Este último año, los milmillonarios del mundo añadieron $5,1 billones en riqueza a los 8 billones que ya poseían, mientras los bancos centrales de los centros imperialistas desvían billones de dólares, euros, libras y yenes en fondos públicos a los mercados financieros. Los tres multimillonarios más ricos de la India añadieron $100.000 millones a su riqueza el año pasado, mientras que los 26 milmillonarios de Turquía aumentaron su riqueza colectiva a $53.200 millones.

Al mismo tiempo, los países de Asia y del resto del mundo están invirtiendo billones de dólares en preparaciones para la guerra. Los países de la OTAN van a gastar más de $1 billones en sus ejércitos este año. La India, que el año pasado solo presupuestó $8.400 millones para la salud, gastó $66.000 millones en su ejército en 2020, al tiempo que se integra cada vez más en la ofensiva militar-estratégica de Washington contra China, incluyendo la asociación estratégica cuadrilateral liderada por Estados Unidos con Australia y Japón. Turquía gastó $19.000 millones en su ejército, incluyendo la guerra continua de la OTAN en Siria.

Si estas sumas fueran expropiadas, junto con las fortunas aún mayores que posee la aristocracia financiera en los centros imperialistas, podrían proporcionar a la humanidad los recursos necesarios para detener la pandemia y evitar decenas de millones de muertes innecesarias.

Pero esto requiere la movilización de la clase obrera en una lucha revolucionaria contra el imperialismo, los reaccionarios Gobiernos capitalistas de toda Asia, los conflictos entre las grandes potencias y la guerra, y por el socialismo.

La globalización de la producción, a lo largo de varias décadas, ha llevado a más de mil millones de campesinos a las ciudades de toda Asia, produciendo una vasta y poderosa clase obrera. En el último año, cientos de millones de personas han participado en huelgas u otras protestas industriales en la India, huelgas salvajes contra las políticas de “inmunidad colectiva” en las principales plantas industriales de Turquía y Bangladesh, y protestas sociales masivas en Irán.

Para detener la pandemia es necesario unificar esta poderosa fuerza en lucha por encima de sus muchas divisiones regionales, étnicas y sectarias, y fusionarla con sus hermanos y hermanas de clase en las potencias imperialistas y más allá, con base en un programa socialista internacional para reorganizar la vida económica basándose en las necesidades sociales y no en el lucro privado.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 8 de abril de 2021)

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