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Perspectiva

La Casa Blanca respalda la teoría conspirativa del “Laboratorio de Wuhan”

El miércoles, el presidente estadounidense Joe Biden apoyó públicamente la teoría conspirativa de que el COVID-19 pudo haber sido liberado del Instituto de Virología de Wuhan (IVW) de China, ordenando un reporte a las agencias de inteligencia de EE.UU. en 90 días sobre los orígenes potencialmente humanos de la enfermedad.

Las agencias de inteligencia encargadas de determinar si el COVID-19 es un arma biológica protagonizaron uno de los mayores crímenes del siglo veintiuno, la invasión estadounidense de Irak en 2003, basada en acusaciones inventadas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de que Irak poseía “armas de destrucción masiva” químicas, biológicas y nucleares. Esta mentira resultó en la muerte de más de 1 millón de personas y sumió todo Oriente Próximo en una guerra que continúa hasta el día de hoy.

El laboratorio P4 dentro del Instituto de Virología de Wuhan después de una visita del equipo de la Organización Mundial de la Salud en Wuhan, provincia china de Hubei, 3 de febrero de 2021 (AP Photo/Ng Han Guan)

En este momento, se está perpetrando una mentira mayor y más peligrosa. El Gobierno de Biden, así como el de su predecesor Trump, está intentando culpar a China por una enfermedad que resultó, según algunas estimaciones, a la muerte de al menos 1 millón de personas en Estados Unidos. Si el COVID-19, como lo alegó públicamente el Gobierno de Trump, fuera un “virus empleado como arma” y enviado por Beijing en contra de la población estadounidense, sería una justificación para una guerra contra el país más poblado del mundo.

Así como las “armas de destrucción masiva”, se está empleando una campaña mediática coordinada que presenta las filtraciones de agentes de inteligencia anónimos como si fuera evidencia. En cuestión de unos días, toda la prensa estadounidense se ha alineado detrás de esta teoría conspirativa y desacreditada, lo cual fue resumido por el principal verificador de hechos del Washington Post en una entrada intitulada “Como la teoría de una filtración del laboratorio de Wuhan de repente de volvió creíble”.

El terreno para este giro repentino fue preparado por un artículo publicado el domingo por el Wall Street Journal, afirmando que “un reporte de inteligencia estadounidense que no se había hecho público” revela que tres miembros del personal del instituto se enfermaron y buscaron atención hospitalaria en noviembre de 2019. El artículo sugirió que estos tres casos fueron el origen real de la pandemia de COVID-19. Sin embargo, el artículo del Journal no incluye nada fundamentalmente nuevo respecto a una hoja de hechos publicada por el Departamento de Estado bajo Trump el 15 de enero.

En otras palabras, lo más que pudieron encontrar la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y sus contrapartes, que cuentan con decenas de miles de millones de dólares para espiar todo el mundo, es que resulta que un puñado de personas que trabajan en el IVW tenían síntomas que el propio documento del Departamento de Estado admite que “son consistentes con… enfermedades estacionales comunes” un mes antes de que se detectara el virus por primera vez.

La historia fue reproducida casi inmediatamente por los otros principales medios noticiosos, incluyendo el Washington Post, Forbes, el New York Times, Reuters, CNN y otros. También fue repetida, quizás en el caso más bochornoso, por el Dr. Anthony Fauci, quien fue visto por millones como una voz de claridad científica en cuanto a los peligros del virus, cuando Trump alegaba que la pandemia meramente “se desvanecerá”.

Cuando le preguntaron sobre la historia del Journal, Fauci afirmó, “Dado que no conocemos al 100 por ciento cuál es el origen, es imperativo que indaguemos y hagamos una investigación”. Sus cometarios son un giro de 180 grados comparado a lo que dijo el año pasado ante una pregunta similar, cuando dijo: “Un número de biólogos evolutivos muy calificados han dicho que todo sobre la evolución paulatina a lo largo del tiempo indica que evolucionó en la naturaleza y luego saltó entre especies”.

Según los defensores originales de la teoría de la conspiración del laboratorio de Wuhan, como el milmillonario chino Miles Guo y el periódico de extrema derecha Epoch Times, el Gobierno chino creó el SARS-CoV-2 como un arma biológica utilizando los fondos para experimentos genéticos de “ganancia de función” del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos. Esta línea fue reproducida por numerosos políticos de derechas, incluyendo a Rand Paul, que tan recientemente como el 11 de mayo acusó a Fauci de autorizar dicha investigación.

En la versión diluida que ahora promueven el Washington Post y el New York Times, el COVID-19 “puede haberse” escapado del Instituto de Virología de Wuhan. Sin embargo, en ambos escenarios, la culpa de al menos 3,5 millones de muertes causadas por la pandemia se atribuye directamente a China.

Tales afirmaciones fueron rechazadas por una investigación sobre los orígenes de COVID-19 realizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en enero y febrero pasados. Basándose en los esfuerzos colectivos de un equipo internacional de los principales investigadores epidemiológicos del mundo procedentes de Australia, China, Dinamarca, Alemania, Japón, Países Bajos, Qatar, Rusia, Estados Unidos y Vietnam, el informe conjunto de la OMS y China consideró la posibilidad de una fuga de laboratorio y la descartó como extremadamente improbable. El informe declaró: “No existe ningún registro de un virus estrechamente relacionado con el SARS-CoV-2 en ningún laboratorio antes de diciembre de 2019, ni de genomas que pudieran combinarse para obtener un genoma del SARS-CoV-2”.

En cambio, el informe de la OMS reafirmó lo que todo científico creíble ve como cierto, que el virus provino de una fuente natural, muy probablemente de una población de murciélagos, y saltó a través de una serie de otros animales antes de mutar finalmente para volverse contagioso y mortal entre los humanos.

A falta de pruebas positivas para su versión de que el “virus fue creado por el hombre”, tanto la Administración de Biden como los medios de comunicación estadounidenses comenzaron a denunciar el informe de la OMS como algo poco fiable porque se involucraron funcionarios de salud pública chinos. Para ello, Biden reclutó a 13 de sus aliados más cercanos y publicó una declaración conjunta el 30 de marzo en la que pedía una investigación “independiente” que no contara con la “interferencia e influencia indebida” de China.

Esencialmente, están insistiendo en que China haga lo imposible: probar al 100 por ciento que el virus no se originó en uno de sus laboratorios. Al mismo tiempo, sabiendo que puede llevar años localizar el origen natural de una nueva enfermedad —se tardó 13 años en confirmar los orígenes del primer virus del SARS, y los orígenes del Ébola todavía se están investigando— están adoptando el enfoque anticientífico de proponer una teoría y afirmar que cualquier laguna en el conocimiento de los orígenes de la pandemia apoya su afirmación.

Cabe señalar que estas hipótesis sobre los orígenes del COVID-19 guardan una notable similitud con las antiguas ideas de la derecha sobre los orígenes del VIH, según las cuales éste fue desarrollado por el gobierno de Estados Unidos para reprimir a diversas poblaciones, en particular las de ascendencia africana e hispana y los homosexuales. Fauci, que ayudó a liderar la lucha inicial contra la pandemia del VIH/SIDA en la década de 1980, sin duda está consciente de estos paralelos, y del efecto inmensamente perjudicial que han tenido en la educación de los trabajadores y los jóvenes sobre los peligros de la enfermedad y las precauciones que se pueden tomar para prevenirla.

Promover la falsa idea de que la pandemia de coronavirus es obra del hombre es aún más peligroso. En el transcurso de tan solo 15 meses, se ha informado de la muerte de más de 600.000 personas en Estados Unidos a causa del COVID-19, y es probable que la cifra real se acerque al millón. La cifra oficial de muertos en todo el mundo supera los tres millones y medio. Hay una inmensa cantidad de ira social por la muerte de tantas personas que está buscando una salida. Al promover la mentira del laboratorio de Wuhan, el Gobierno de Biden busca desviar la responsabilidad de las políticas de la élite financiera y culpar a su adversario geopolítico en una forma de “sentimiento de culpabilidad belicista”.

Tales acciones son parte de la campaña de guerra de la Administración de Biden contra China. Desde que asumió el cargo, Biden ha intentado crear un marco político para librar una guerra, respaldado por los medios de comunicación. Entre ellas se encuentran las afirmaciones de genocidio chino contra su minoría musulmana uigur, la posible agresión china contra Taiwán y, sobre todo, la insinuación de que el sufrimiento masivo del último año y medio se debe en última instancia —en el mejor de los casos— a la negligencia de China, o —en el peor— a la más letal arma biológica jamás desencadenada.

Al promover estas ideas, el Gobierno de Biden también está tratando de liberarse de las presiones contra su propia política interna, que es esencialmente la misma que la de Trump. La clase trabajadora estadounidense es muy consciente de que la gran mayoría de las muertes causadas por la pandemia pudieron haberse evitado si se hubieran puesto en marcha medidas básicas de salud pública desde el principio, medidas contra las que Trump luchó a cada paso y que Biden está abandonando ahora por completo.

Ahora que Biden, el Wall Street Journal y el Washington Post han dado vida a la mentira del laboratorio de Wuhan, ésta pasará a formar parte del torrente político del país. Tras haberla legitimado, perderán el control de la misma a medida que la extrema derecha se vea reforzada por la propagación de tales concepciones reaccionarias. Servirá de motivo para ataques violentos contra los estadounidenses de origen asiático, que han aumentado en el último año.

El Washington Post ha promovido explícitamente al senador fascistizante Tom Cotton (republicano de Arkansas) como alguien que “desde el principio” promovió esta teoría de la conspiración y a quien “los libros de historia” pueden acabar “premiando”. Cotton sostiene que las elecciones de 2020 fueron robadas y que Trump sigue siendo el jefe legítimo del ejecutivo, y darle esa credibilidad solo apoya a las fuerzas políticas que están detrás de la insurrección del 6 de enero.

Son estas fuerzas las que, en última instancia, se benefician de la atmósfera anticientífica y de xenofobia que están fomentando la Administración de Biden y los medios oficiales estadounidenses. No tienen ningún interés en proteger las vidas de la población estadounidense, y mucho menos en buscar la “verdad” de los orígenes de la pandemia, sino que intentan proteger los intereses corporativos y financieros del país mientras se preparan para nuevas campañas imperialistas en el extranjero.

Hay que oponerse a los cínicos intentos de la Administración de Biden de culpar a China de los crímenes del capitalismo estadounidense. Los trabajadores estadounidenses deben rechazar la xenofobia y el nacionalismo y decir junto a sus hermanos y hermanas chinos: ¡Nuestro enemigo es la clase capitalista!

(Publicado originalmente en inglés el 26 de mayo de 2021)

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