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Perspectiva

El Día de la Independencia de EE.UU. seis meses tras la insurrección fascistizante del 6 de enero

El 245º aniversario de la Declaración de la Independencia el 4 de julio se conmemora este año en circunstancias extraordinarias.

Declaración de la Independencia por John Trumball (Wikimedia Commons) [Photo: John Trumbull ]

Este es el primer Día de la Independencia desde que Trump incitó a una turba el 6 de enero para anular los resultados de las elecciones de 2020 y establecer una dictadura presidencial. La conspiración política contó con el apoyo del Partido Republicano, que promovió la mentira de que la elección fue “robada”. Se sumó una facción importante del aparato estatal, que agenció una paralización de las fuerzas policiales en el Capitolio cuando durante los acontecimientos.

En un año dominado por los esfuerzos de Trump para derrocar la Constitución, el Partido Demócrata y sus afiliados se han dedicado a destruir la legitimidad de la Revolución estadounidense a través de una reinvención racialista de la historia. El New York Times lanzó su “Proyecto 1619”, que denuncia la Revolución estadounidense como una “rebelión de esclavistas” cuyo objetivo principal era perpetuar la esclavitud en EE.UU.

La adopción por parte del Segundo Congreso Continental de la Declaración de la Independencia el 4 de julio de 1776 fue un gran punto de inflexión en la historia tanto de los Estados Unidos como del mundo entero. Karl Marx señaló que la Guerra de Independencia que había iniciado un año antes, en abril de 1775, “sonó las campanas para la clase media europea”, impulsando las grandes revoluciones democráticas de esa época, incluyendo la Revolución francesa que inició en 1789.

Anunciando su ruptura irrevocable con la monarquía británica, los “padres fundadores” arraigaron la revolución en las ideas universales de la Ilustración, cuyas concepciones que eran completamente progresistas en ese momento. “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas”, proclama la Declaración escrita por Thomas Jefferson, “que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Que cuando “una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla”.

Como con todas las revoluciones democráticas burguesas, existía una brecha entre los ideales universalistas de la igualdad y las condiciones objetivas que prevalecían. La Revolución estadounidense, en particular, no pudo resolver en ese momento la contradicción fundamental de la democracia estadounidense: la existencia de la propiedad de esclavos.

Sin embargo, la revolución puso en marcha procesos sociales y políticos que resultarían, 85 años después de la Declaración de la Independencia, en el estallido de la Guerra Civil estadounidense, la Segunda Revolución de EE.UU., culminando en la abolición de la esclavitud. La Guerra Civil despejó el camino para una nueva etapa en la lucha de clases, aquella entre la clase obrera y la burguesía, la cual continúa hasta el día de hoy.

¿Qué hay detrás del asombroso colapso de las formas democráticas de gobierno en la actualidad? En primer lugar, el crecimiento extremo de la desigualdad social. Las cuatro décadas de contrarrevolución han producido una concentración de la riqueza en las manos de un porcentaje insignificante de la población que avergonzaría incluso a la aristocracia británica.

El uno por ciento más rico de hogares estadounidenses controla $34,2 billones, 15 veces más que la riqueza de la mitad más pobre. Durante la pandemia, los milmillonarios estadounidenses aumentaron su riqueza en más de 60 por ciento, de $8 billones a $13,1 billones. Individuos como Jeff Bezos de Amazon o Elon Musk de Tesla conforman ecosistemas sociales y económicos por sí solos, que tienen un poder inmenso sobre las vidas de miles de millones de personas.

Esto se combina con la imparable marcha de guerras interminables del imperialismo estadounidense. Durante el último año y medio, la élite gobernante ha estado a cargo de una política asesina que se ha cobrado más de 600.000 vidas por la pandemia de coronavirus solo en EE.UU. Esta misma clase gobernante, ahora bajo Biden, está intensificando la política de militarismo y guerras que amenaza decenas de millones de vidas, si no cientos de millones.

El producto nocivo de la desigualdad social y la guerra crea las condiciones objetivas de la dictadura. Trump representa este proceso en su forma más concentrada. Los eventos del 6 de enero no solo son importantes por lo ocurrido hace seis meses, sino por lo que sigue en marcha. Trump representa a una facción de la clase gobernante que está confabulando activamente para derrocar el Gobierno y abolir las formas democráticas de gobierno que quedan.

Durante la última semana, Trump llevó a cabo una seria de mítines como el inicio no oficial de la campaña republicana de las elecciones legislativas de 2022, fortaleciendo la posición del líder de facto del Partido Republicano. En un evento en el condado Lorain de Ohio la semana pasada, Trump arremetió contra los “demócratas radicales de izquierda” que “están haciendo todo lo posible para poner sus familias en un grave peligro” permitiendo que los inmigrantes entren en el país y socavando la policía.

Los comentarios de Trump en Ohio fueron precedidos por una declaración de la congresista Marjorie Taylor Greene, una fascista abierta y promotora de la teoría conspirativa de QAnon, llamando a que arresten a “los socialistas radicales demócratas”, incluyendo “el escuadrón de la yihad encabezado por AOC [Alexandria Ocasio-Cortez], la pequeña comunista de la ciudad de Nueva York”.

El jueves, la Corte Suprema avaló con un voto de 6 a 3 las restricciones al sufragio en el estado de Arizona. La decisión, que elimina los remanentes de la Ley de Sufragio, es una señal para todos los estados del país de que aprueben más medidas que socaven el derecho al voto. También tiene la intención de apadrinar las acusaciones fraudulentas de los republicanos de que las elecciones fueron “robadas”.

No obstante, no existe ninguna facción de la clase gobernante comprometida con defender los derechos democráticos. La respuesta del Partido Demócrata ha sido, en todo instante, encubrir y restarle importancia al golpe de Estado de Trump y los peligros continuos. Biden llegó al poder hace seis meses pidiendo “unidad” y “bipartidismo” con los facilitadores de Trump en el Partido Republicano.

Y los demócratas están encabezando el proyecto plenamente reaccionario de reescribir la historia, presentando la Revolución estadounidense y la Guerra Civil como meros episodios de un combate racial interminable y continuo, dentro del cual los estadounidenses negros han librado una lucha solos contra el racismo endémico de los blancos.

Una de las consecuencias más reaccionarias de la denigración de las tradiciones revolucionarias de EE.UU. es que le han permitido al fascistizante Trump presentarse como defensor del legado de la Revolución estadounidense, incluso mientras hace complots para anular la Constitución y los derechos democráticos consagrados en ella.

Lo que ambas facciones de la clase gobernante tienen en común es un profundo temor a la radicalización política de la clase obrera. En sus peroratas fascistizantes, Trump se presenta ante la oligarquía financiera como el mejor mecanismo para preservar el capitalismo y eliminar la amenaza del socialismo. El fomento demócrata del conflicto racial es a su vez un mecanismo para dividir la clase obrera. Como lo indicó el presidente del Consejo Editorial Internacional del WSWS, David North, en la introducción a El Proyecto del New York Times de 1619 y la falsificación racialista de la historia:

La interacción de la ideología racialista, desarrollada durante varias décadas en el mundo académico, con la agenda política del Partido Demócrata es la fuerza impulsora del Proyecto 1619. Particularmente en condiciones de extrema polarización social, en las que hay un creciente interés y apoyo al socialismo, el Partido Demócrata —como instrumento político de la clase capitalista— está ansioso por desviar el foco de la discusión política de los temas que agitan el espectro de la desigualdad social y el conflicto de clases. Esta es la función de una reinterpretación de la historia que coloca a la raza en el centro de su relato.

Es sumamente significativo que la única defensa organizada de ambas revoluciones estadounidenses fuera organizada por el World Socialist Web Site y el Partido Socialista por la Igualdad. Sin la intervención del movimiento trotskista, la única oposición al Proyecto 1619 habría sido de la derecha.

Esto pone de relieve una verdad más profunda: que la defensa de los derechos democráticos tanto en EE.UU. como internacionalmente depende de la movilización independiente de la clase obrera en lucha por el socialismo.

La Declaración de la Independencia proclama el “derecho” y el “deber” de “reformar o abolir” cualquier gobierno que se vuelva destructivo para “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Cambiando lo que haya que cambiar, estas palabras son una condena para la clase gobernante y todo el sistema social y económico que controla, algo que se ha confirmado de forma horrorosa durante el último año y medio.

La oposición al fascismo, la dictadura y el autoritarismo es imposible sin una lucha por establecer un Gobierno obrero en Estados Unidos e internacionalmente, para extender la democracia hacia la economía en sí, a través de la expropiación de los ricos, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la construcción de una sociedad socialista con base en la igualdad auténtica.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de julio de 2021)

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