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Perspectiva

Y así empieza de nuevo: la prensa recicla las mentiras de la guerra de Afganistán

En los días posteriores a la desesperada evacuación de tropas estadounidenses de Afganistán, la prensa corporativa ha lanzado una campaña de propaganda internacional en torno a preocupaciones sobre los “derechos humanos” de los residentes del país de Asia central.

Combatientes talibanes patrullan el barrio Wazir Akbar Khan en la ciudad de Kabul, Afganistán, 18 de agosto de 2021

Durante los últimos 20 años, los medios corporativos y las potencias imperialistas del mundo no reclamaron que EE.UU. matara a más de 100.000 personas, creara cámaras de tortura en prisiones clandestinas, llevara a cabo asesinatos con drones y saqueara los recursos del país. Las principales potencias imperialistas unieron sus fuerzas a la invasión y ocupación estadounidenses. La prensa corporativa ayudó a que se perpetraran crímenes horrendos promoviendo la guerra como una “justa causa” en respuesta al 11 de septiembre de 2001. Aquellos que expusieron el carácter verdadero de la guerra en Afganistán, incluyendo Julian Assange, Chelsea Manning y Daniel Hale, fueron encarcelados.

Pero ahora, sin importar cuan apolillados y desgastados, todos los tropos empleados por la prensa corporativa para “venderle” al público mundial la invasión y ocupación de Afganistán en 2001 están siendo revividos.

Esto tiene dos fines: encubrir los crímenes de guerra perpetrados por EE.UU. en el pasado y preparar la opinión pública para una intensificación de la presión imperialista sobre esta población tan devastada por la guerra.

Los reportes de la represión de un puñado de pequeñas protestas contra el nuevo Gobierno ofrecen pocos detalles sobre la naturaleza de esa “oposición”, incluyendo si aquellos que participaron en las protestas estaban siendo instigados por los miles de agentes de la CIA y “contratistas” que el Gobierno estadounidense mantiene en Afganistán.

No obstante, la campaña mediática sobre la represión es completamente cínica y artera. Nada de lo que ocurre esta semana en Jalalabad o Kabul siquiera se acerca a las matanzas masivas llevadas a cabo por EE.UU. cada semana a lo largo de los últimos 20 años.

La prensa no está gritando al cielo sobre el dictador militar egipcio Abdelfatah el-Sisi, cuyas tropas y policías asesinaron a más de mil manifestantes en una sola protesta antigubernamental tras su golpe militar en 2013. El-Sisi, con decenas de miles de prisioneros, miles de ellos bajo la pena capital, es hoy día uno de los pilares de la política exterior estadounidense en Oriente Próximo.

El Partido Demócrata, el Partido Republicano y toda la prensa corporativa se regodean con denuncias piadosas del trato de las mujeres afganas. Esta misma élite política no prestó atención cuando decenas de miles de mujeres afganas morían a manos de los soldados estadounidenses por medio de ataques con drones o por medio del devastador colapso social causado por la invasión y la ocupación.

El New York Times, vocero del Partido Demócrata y la política de identidades, tomó la iniciativa publicando un artículo de opinión de Malala Yousefzai, quien fue una adolescente defensora de la educación para las niñas y una sobreviviente de un intento de asesinato de los talibanes pakistaníes. Urgió a los estadounidenses a “prestar atención a las voces de las mujeres y niñas afganas. Piden la protección, la educación, la libertad y el futuro que les prometieron…”.

Pero, de nuevo, el doble rasero de los medios de comunicación está colmado de una hipocresía asombrosa. En Arabia Saudita, el principal aliado de Estados Unidos entre las naciones árabes, las mujeres no pueden conducir, votar ni aparecer en público si no es con la escolta de un familiar masculino. El adulterio es un delito que se castiga con la muerte, aunque los chiíes que se oponen políticamente a la monarquía de base suní son las principales víctimas de las decapitaciones masivas que se producen regularmente.

Ninguna de estas prácticas bárbaras ha puesto en peligro la estrecha colaboración del Pentágono que hace posible la actual guerra saudí en Yemen, que utiliza la inanición masiva como arma principal, reforzada por un bloqueo naval y ataques aéreos guiados por la inteligencia satelital estadounidense.

Los medios de comunicación y la élite política y militar también repiten la preocupación de que Afganistán se convierta en un “refugio seguro” para Al Qaeda. Esto ya lo hemos oído antes. Después de todo, este fue el principal pretexto para la invasión de Estados Unidos en octubre de 2001, un mes después de los ataques terroristas del 11 de septiembre.

Hace tiempo que se sabe que Al Qaeda se formó por primera vez bajo el liderazgo de Osama bin Laden en la década de 1980, como parte de la guerra de guerrillas de los fundamentalistas islámicos apoyados por Estados Unidos contra el Gobierno de Afganistán respaldado por los soviéticos. Pero tras un intervalo de feroz hostilidad que incluyó los ataques terroristas de 2001, Al Qaeda ha vuelto a sus raíces como instrumento del imperialismo estadounidense tanto en Libia como en Siria.

En Libia, el comandante de la campaña de bombardeos de la OTAN describió su papel como “la fuerza aérea de Al Qaeda”, ya que los islamistas estaban llevando a cabo la guerra terrestre contra el régimen de Muamar Gadafi. En Siria, tanto Al Qaeda como su filial del Estado Islámico recibieron el respaldo de aliados de Estados Unidos como Arabia Saudí y Qatar, así como el apoyo directo de la CIA.

Mientras tanto, los esfuerzos del Estado Islámico por afianzarse en Afganistán han desembocado en violentos enfrentamientos con los talibanes y sus milicias aliadas, como la red Haqqani. Quienes plantean el supuesto peligro de que vuelva a surgir un terrorismo antiestadounidense procedente de Afganistán no han podido identificar a ningún terrorista real al que el nuevo régimen de Kabul le haya dado poder.

Biden hizo una importante concesión a las presiones para que diera marcha atrás en su política cuando declaró, en el transcurso de su entrevista con ABC News emitida el jueves por la mañana, que el plazo del 31 de agosto para la finalización de las operaciones de evacuación de Estados Unidos del aeropuerto era flexible. “Si quedan ciudadanos estadounidenses, nos vamos a quedar para sacarlos a todos”, dijo.

Esta formulación es tan elástica que bien podría servir para justificar una prórroga casi indefinida de la ocupación estadounidense del aeropuerto de Kabul e incluso una nueva agresión militar estadounidense contra el país.

Sin embargo, el obstáculo más fundamental para un rebrote de la agresión estadounidense contra Afganistán no se encuentra en ese torturado país. En cambio, es la oposición dentro de los propios Estados Unidos. Una encuesta realizada por Associated Press durante la última semana tras el colapso del régimen títere afgano reveló que casi dos tercios de los entrevistados pensaban que no valía la pena combatir en la guerra de Afganistán.

El pueblo estadounidense se opone rotundamente a una nueva intervención en Afganistán. Esa es una de las razones del carácter cada vez más histérico de la campaña mediática a favor de la guerra. La élite gobernante estadounidense lo percibe y, a través de sus medios de comunicación, expresa el temor de estar perdiendo su control político sobre la mayoría de la población estadounidense. El pueblo estadounidense, y sobre todo la clase trabajadora estadounidense, está llegando a sus propias conclusiones sobre las cuestiones vitales de guerra y paz, y poniendo en tela de juicio las estructuras sociales, económicas y políticas del capitalismo estadounidense.

(Publicado originalmente en inglés el 19 de agosto de 2021)

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