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Perspectiva

La Asamblea General de la ONU y la amenaza de una agresión imperialista contra China

La Asamblea General de la ONU inició hoy en la ciudad de Nueva York bajo la sombra del repentino anuncio la semana pasada de la alianza de Australia, Reino Unido y EE.UU. (AUKUS) dirigida contra China.

Los miembros de la banda surcoreana BTS de K-pop miran un video musical en el salón de la Asamblea General de la ONU durante una reunión sobre las metas de desarrollo sostenible en la 76ª sesión de la Asamblea General en la sede de la ONU el 20 de septiembre de 2021 (John Angelillo/Pool Photo vía AP)

Hace tres cuartos de un siglo, la ONU fue fundada bajo el pretexto de que, después de dos guerras mundiales catastróficas, las potencias aliadas victoriosas debían ilegalizar las guerras de agresión. El primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas promete “tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz”. Refirmó el 11 de diciembre de 1946 el fallo de los juicios de Nuremberg contra los criminales de guerra nazis de que “la planificación, la preparación y la iniciación de guerras de agresión” son crímenes sancionables con la pena de muerte.

La fundación de la ONU y el acuerdo posterior a la Segunda Guerra Mundial, de hecho, no resolvieron ninguna de las contradicciones esenciales que habían conducido a las guerras mundiales, ante todo, aquella entre la economía global y el sistema de Estados nación dominado por un puñado de Estados imperialistas despiadados. La ONU procedería a respaldar incontables atrocidades imperialistas, desde el bombardeo de ciudades enteras norcoreanas durante la guerra de Corea de 1950-1953, a los bombardeos de la OTAN en Libia en 2011.

Cuando los regímenes capitalistas y estalinistas de la posguerra aclamaban la ONU como garante de la paz mundial, solo el movimiento trotskista advirtió que la oposición a la guerra y al asalto a los derechos democráticos era imposible fuera de una lucha contra el capitalismo y que esto constituye la tarea del movimiento revolucionario por el socialismo en la clase obrera.

La Cuarta Internacional en 1945 describió la ONU como una “nueva cocina de ladrones”, haciendo eco de la condena de Lenin contra la predecesora de la ONU, la Sociedad de Naciones formada tras la Primera Guerra Mundial y que fracaso en prevenir que Europa cayera en el fascismo ni que estallara la Segunda Guerra Mundial. Citando literalmente las advertencias de Lenin a los trabajadores sobre la Sociedad de Naciones, describió la ONU como “un grupo de bestias de presa que solo se pelean unos contra otros” y como “una farsa de principio a fin”.

Estas líneas describen acertadamente los degradados procedimientos en curso en Nueva York. El público no se ahorrará la habitual retórica humanitaria, por supuesto. En su informe, presentado el 10 de septiembre, el secretario general de la ONU, António Guterres, hace un llamamiento a la unidad mundial. A casi dos años de la pandemia de COVID-19, con al menos 4,7 millones de muertes confirmadas, lamenta la “parálisis” oficial ante la pandemia y el calentamiento global, el aumento de la “desigualdad sin control” y “los incalculables daños sociales y medioambientales que puede causar el afán de lucro”.

Sin embargo, ninguna de las principales potencias imperialistas finge que no utiliza de rutina los asesinatos y las guerras de agresión como herramientas estatales. De hecho, las divisiones entre las potencias imperialistas, incluso entre los antiguos vencedores aliados de la Segunda Guerra Mundial, nunca han sido mayores. Los presidentes de tres de las cinco potencias del Consejo de Seguridad de la ONU —Emmanuel Macron de Francia, Vladimir Putin de Rusia y Xi Jinping de China— están ausentes mientras el impulso bélico de Estados Unidos contra China provoca una de las crisis diplomáticas más profundas desde el final de la Guerra Fría.

La alianza AUKUS, preparada durante meses a espaldas de la UE, llevó a Australia a cancelar repentinamente un pedido de 56.000 millones de euros de submarinos diesel-eléctricos franceses y a comprar en su lugar submarinos nucleares estadounidenses, capaces de patrullar durante largos periodos frente a las costas chinas. Beijing denunció el acuerdo como “extremadamente irresponsable”, ya que “perjudica gravemente la paz y la estabilidad regionales, intensifica la carrera armamentística y socava el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares”.

Ayer por la tarde, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se unió oficialmente a París para exigir explicaciones formales a Washington. “Uno de nuestros Estados miembros ha sido tratado de una manera que no es aceptable”, dijo von der Leyen a la CNN. “Queremos saber qué ha pasado y por qué”.

El canciller francés, Jean-Yves Le Drian, que representará a Francia en la Asamblea General en ausencia de Macron, advirtió: “Vemos la aparición de una estrategia Indo-Pacífica lanzada por Estados Unidos que es militarmente de confrontación. Esa no es nuestra posición... No creemos en la lógica de la confrontación militar sistemática, aunque a veces haya que utilizar medios militares”.

Participar en una “confrontación militar sistemática”, en lenguaje llano, significa prepararse para la guerra. Las disputas por ganancias e influencia que se están produciendo entre las potencias de la OTAN están impulsados por la perspectiva inminente de una guerra global de EE.UU. con China —con la ayuda de Reino Unido y Australia— librada como un intento de mantener la primacía mundial del imperialismo estadounidense en flagrante violación del derecho internacional.

Treinta años desde la disolución estalinista de la Unión Soviética en 1991, que los propagandistas burgueses aclamaron como la apertura de una era de paz mundial, las principales potencias están de nuevo deslizándose como por un tobogán con los ojos cerrados hacia la catástrofe. Sus preparativos bélicos de unos contra otros atestiguan la imposibilidad de diseñar una política internacional coherente para abordar problemas mundiales críticos como la pandemia o el calentamiento global en el marco del sistema capitalista de Estados nación.

Movilizar y coordinar los recursos de la humanidad para resolver cualquiera de los grandes problemas a los que se enfrenta la humanidad requiere construir un movimiento internacional en la clase obrera, independiente de los Gobiernos capitalistas nacionales y de las burocracias sindicales. Una tarea crítica de este movimiento es oponerse al impulso acelerado del capitalismo mundial hacia nuevas guerras imperialistas, especialmente dirigidas a China.

La alineación de los criminales que asistirán a los procedimientos de la ONU esta semana es una muestra más de la degeneración política de todo el orden capitalista.

El primer orador de hoy será el presidente fascistizante de Brasil, Jair Bolsonaro, que se jacta de su negativa a vacunarse contra el COVID-19 y hace campaña por un golpe de Estado de los militares brasileños. A él se unirá el primer ministro británico Boris Johnson, una de las principales figuras de AUKUS que se opone a una lucha científica para erradicar el COVID-19, y que declaró famosamente: “No más jodidos confinamientos, dejemos que los cadáveres se apilen por miles”.

Estará el general egipcio Abdelfatah el Sisi, amigo de Le Drian, que detuvo dos años de luchas revolucionarias de la clase obrera egipcia mediante un sangriento golpe militar en 2013, disparando a sangre fría a miles de civiles desarmados en las calles de El Cairo.

El presidente de Estados Unidos, Biden, aparece con las manos manchadas de sangre, después de que funcionarios estadounidenses admitieran que al menos 10 civiles inocentes, entre ellos siete niños, fueron asesinados en un ataque estadounidense con drones en Kabul el 29 de agosto. Está en el centro de las intrigas reaccionarias de AUKUS que tienen como objetivo a China.

La preparación de la alianza AUKUS ha ido de la mano de una viciosa campaña de prensa, también dirigida por Washington, que sugiere que la pandemia de COVID-19 no fue causada por un virus de origen natural, sino por un virus creado en un laboratorio chino. Esta calumnia, que no tiene ningún apoyo entre las autoridades científicas creíbles, equivale a una propaganda de guerra que atribuye falsamente los ya casi 2 millones de muertos en Norteamérica y Europa a China.

La responsabilidad de la espantosa cifra de muertos del COVID-19 recae sobre todo en las potencias de la OTAN, que se opusieron a las políticas científicas necesarias, considerándolas como límites intolerables para el lucro empresarial. Como resultado, la riqueza colectiva de los milmillonarios del mundo se ha disparado en un 60 por ciento, pasando de 8 a 13,1 billones de dólares, mientras que los trabajadores y los jóvenes fueron enviados a lugares de trabajo y escuelas inseguras.

El degradado espectáculo que se desarrollará en la Asamblea General de la ONU es una advertencia histórica para la clase trabajadora. La pandemia del COVID-19 ha servido como acontecimiento desencadenante, intensificando enormemente la crisis del capitalismo mundial y exponiendo la incapacidad de la clase dominante para idear cualquier solución progresista y común a las urgentes crisis internacionales de la actualidad. Esa tarea corresponde a la clase obrera, en lucha por construir un movimiento internacional contra la guerra, por una campaña científicamente guiada para erradicar el coronavirus y por el socialismo.

(Publicado originalmente en inglés el 21 de septiembre de 2021)

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