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El fracaso de luchar contra la pandemia de COVID-19 ha causado caída récord en esperanza de vida

Un reporte emitido el lunes por la Universidad de Oxford y publicado en su Revista Internacional de Epidemiología encuentra que el descenso de expectativa de vida de 29 países, incluidos Estados Unidos, Chile y 27 países en Europa, es el más grande en la historia moderna.

Capitana del Ejército estadounidense Corrine Brown, enfermera en cuidados críticos, administra un medicamento antiviral a paciente positivo por COVID-19 en el centro médico regional Kootenai Health durante operaciones de respuesta en Coeur d’Alene, Idaho, el 6 de septiembre de 2021. [Imagen: Michael H. Lehman/DVIDS Marina estadounidense/vía AP]

Para Europa Occidental, el descenso de esperanza de vida es el peor desde los años de la Segunda Guerra Mundial, 1939–1945, y su secuela inmediata.

Para Europa Oriental, el descenso de esperanza de vida es el peor desde el colapso del bloque soviético en 1989–1991, que llevó a la restauración del capitalismo y el desmantelamiento de sistemas de atención sanitaria públicos y otras formas de apoyo social.

Para los Estados Unidos, el descenso de esperanza de vida es el peor desde que el país empezó a registrar los datos oficialmente, en 1933, en el medio de la Gran Depresión. Es decir, el COVID-19 es la peor calamidad que la sociedad estadounidense ha sufrido en la historia reciente.

El promedio de los descensos de esperanza de vida fue más de un año entero en los 29 países estudiados. El descenso más grande, 2,2 años, fue para hombres en los Estados Unidos, dos veces más el promedio de los 29 países.

Este retroceso masivo social no ocurre a causa del virus SARS-CoV-2, pero del rechazo de las clases gobernantes en estos países a llevar a cabo una lucha seria contra él. En vez de buscar suprimir la pandemia y eliminar el virus, han conducido una política de “ganancias primero”, manteniendo la producción capitalista sin importar el costo, el de la vida humana incluido.

En unos países, el lema ha sido “inmunidad colectiva”, la política descaradamente pro virus adoptado en Suecia, Gran Bretaña y en otros lugares en Europa. En los Estados Unidos, la administración Trump siguió la misma política, bajo un lema diferente: “La cura no puede ser peor que la enfermedad”.

Esta misma política se aplica casi por todos lados, desde los Estados Unidos de Biden a la Francia de Macron a la Alemania de Merkel, bajo un estribillo distinto; hay que “vivir con el virus”. En la práctica, esto significa que personas sin número fallecerán a causa del virus.

La investigación se llevó a cabo por científicos en el Centro de Leverhulme de la Ciencia Demográfica en la Universidad de Oxford, que crearon un base de datos de cifras de la esperanza de vida de todos los 29 países que luego se analizó para determinar la tendencia desde 2019 hasta el medio de 2020, basada en la edad y el sexo. Solo en tres países escandinavos hubo un mejoramiento. En todos los demás, hubo descensos para hombres y mujeres, y para los mayores de 60 años de edad.

Según el estudio, “La magnitud de estos descensos neutraliza la mayoría de los mejoramientos de esperanza de vida en los 5 años antes de la pandemia. De 29 países, hembras de 15 y hombres de 10 países acabaron con una esperanza de vida más baja al nacer en 2020 que en 2015…”

Hay diferencias importantes entre las dos regiones principales cubiertas en el reporte, Europa y Estados Unidos. En Europa, muertes entre gente mayor de 60 fueron el factor principal reduciendo la esperanza de vida. En los Estados Unidos, por el otro lado, “Notablemente, un aumento de la tasa de mortalidad a mediana edad (0–59 años) fue el factor contribuyente más importante de pérdidas de esperanza de vida entre 2019 y 2020 en los Estados Unidos entre varones”.

Éste sólo es uno de varios hallazgos que indican que la clase obrera estadounidense, particularmente entre obreros varones, ha sufrido un impacto desproporcionado de la pandemia.

El reporte descubrió: “A pesar de tener una población de menor edad, los Estados Unidos también tiene comorbilidades más altas en estos grupos etarios comparado con las poblaciones europeas con una vulnerabilidad mayor a COVID-19. Otros factores, tales como los ligados a desigualdades de acceso a atención médica en la población de edad laboral y el racismo estructural, también quizás pueden ayudar a explicar la mortalidad mayor”.

Estas comorbilidades incluyen las tasas más altas de enfermedades del corazón, el cáncer y diabetes, en muchos casos ligados al estrés en el lugar de trabajo y la sobrecarga, el impacto del alcoholismo, la adicción a opiáceos y otras formas del abuso de drogas que resultan de causas similares.

También hay un efecto más amplio que proviene del agotamiento de facilidades de atención médica por pacientes con COVID, mientras los que buscan cuidado a causa de enfermedad del corazón, el cáncer y otras condiciones quizá no lo puedan conseguir. El reporte nota, “Evidencia emergente además indica que la excesiva mortandad no a causa del COVID-19 se concentraba entre gente de la edad laboral”.

El reporte de Oxford no siguió adelante para examinar el impacto de la desigualdad económica en la expectativa de vida y la mortalidad a causa de COVID. Pero datos recientes de una investigación en Ontario, Canadá, encontró que esos en la categoría de ingresos más baja tenían una tasa de infecciones cinco veces más alta que la en la categoría de ingresos más alta.

Mientras al virus que causa el COVID-19 no le importa si su blanco es rico o pobre, no se puede decir lo mismo sobre el orden social basado en los ingresos que determina cuáles personas serán expuestas al virus mortal y por cuánto tiempo, y a qué nivel de salud y resistencia a la infección ellas serán. Tampoco es el sistema de salud con fines de lucro indiferente a la clase y la riqueza al decidir cuál tratamiento una persona infectada con COVID recibirá.

La gente obrera en cada país entró en la pandemia del coronavirus con una desventaja cuando uno la compara con sus explotadores capitalistas, que tenían más acceso a recursos sanitarios y menos comorbilidades antes de la llegada de la pandemia, y una habilidad mayor de aislarse y protegerse mientras millones se enfermaban y fallecían.

En particular, cuando llegó la pandemia, era más probable que obreros varones estuviesen trabajando en industrias consideradas “esenciales”, (excepto la de atención médica ella misma), tales como la frigorífica y la de producción alimentaria, de almacenamiento y la logística, la industria eléctrica y de otros servicios públicos, y la transportista.

El reporte de Oxford concluye con esta amenaza sobre las implicaciones a largo plazo de la pandemia: “Aunque quizás se pueda considerar a COVID-19 como un choque transitorio a la expectativa de vida, la evidencia de una mortalidad a largo plazo potencial a causa del COVID-19 persistente y los impactos de cuidado retrasado de otras enfermedades así como los efectos de salud y las crecientes desigualdades que resultan de la disrupción social y económica de la pandemia sugieren que las cicatrices de la pandemia de COVID-19 sobre la población pudieran durar más tiempo”.

El reporte de Oxford se basa en un análisis de datos registrados antes de la producción de vacunas y el inicio de vacunación en masa. Pero la vacunación de menos de una mitad de la población del mundo, y en ese caso desigualmente, variando entre más de 70 por ciento en China y partes del Occidente industrial, y 5 por ciento o menos en África, no ha detenido la propagación de SARS-CoV-2, y el virus sigue mutándose.

El estudio notó que 1,8 millones de personas fallecieron por todo el mundo de COVID-19 en 2020, sin dar la advertencia obvia de que el número de víctimas en 2021 es mucho más alto–2,9 millones hasta este momento, sumando a un total global de 4,7 millones–y por eso el descenso de esperanza de vida probablemente será aún más grande durante este año.

Los Estados Unidos, por ejemplo, alcanzó el punto de 342.000 muertes para el fin de 2020. Otras 365.000 muertes han ocurrido para ahora en 2021, con más de un trimestre del año restante. Con el ritmo actual, el número de víctimas en 2021 estaría a punto alcanzar 500.000. Si el ritmo acelera, como muchas creen, a causa de la reapertura de escuelas y el comienzo de tiempo frío, que lleva a la gente adentro donde está expuesta a la infección, el número de víctimas fácilmente podría alcanzar un punto mucho más alto, con un impacto correspondiente a la expectativa de vida.

Científicamente es claro que se puede eliminar COVID-19 en regiones y erradicarlo mundialmente, pero solo si la voluntad política existe para llevar a cabo un programa de lucha social máxima contra la pandemia: el cierre de las escuelas y los lugares de trabajo excepto los genuinamente necesarios para sustentar la vida–no los ingresos corporativos–y una política de sanidad pública de alta escala que incluye el uso de mascarillas, aislamiento social, el uso de pruebas y la trazabilidad de los contactos.

Ninguna parte de la clase dirigente llevará a cabo tal programa, que se pagaría a través de la expropiación de la riqueza que los capitalistas han extraído de la labor de la gente obrera durante décadas sin número. Esta política se llevará a cabo sólo a través de la movilización de la clase obrera como una potencia social independiente, que lucha por sus propios intereses y los intereses de todos que desean poner fin a esta amenaza mortal a la raza humana.

(Artículo publicado el 27 de septiembre de 2021)

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