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Perspectiva

La imputación de Trump y la amenaza del fascismo en EE.UU.

El expresidente Donald Trump fue imputado y compareció ante un tribunal esta semana por cuatro acusaciones criminales relacionadas a su intento de anular las elecciones de 2020, culminando en el ataque de una turba al Capitolio, la sede del Congreso de Estados Unidos, el 6 de enero de 2021.

Su procesamiento, condena y encarcelamiento por intentar tumbar la Constitución y establecer una dictadura son pasos completamente justificados. Pero, incluso si Trump fuera a parar a prisión en vez de regresar a la Casa Blanca en 2024, eso no pondría fin a la amenaza cada vez mayor de la violencia fascista, una guerra mundial y el autoritarismo.

Estos peligros no se deben al ego desquiciado del empresario multimillonario de bienes raíces, sino a las contradicciones históricas irresolubles del capitalismo estadounidense y mundial.

El expresidente Donald Trump llega al aeropuerto nacional Ronald Reagan de Washington el 3 de agosto de 2023 en Arlington, Virginia. Trump se declaró “no culpable” ante los cuatro cargos criminales relacionados a sus esfuerzos por anular los resultados electorales en 2020 [AP Photo/Alex Brandon]

Los principales medios de la prensa capitalista están buscando promover la complacencia en torno a la inculpación de Trump, al ser el tercer caso penal grave presentado contra el exmandatario. Lo celebran como una prueba de que las instituciones políticas de la patronal estadounidense se han impuesto ante los ataques de Trump.

El New York Times, que usualmente marca la pauta, escribió en un editorial el miércoles que el enjuiciamiento de Trump “demuestra, nuevamente, que el Estado de derecho en Estados Unidos aplica para todos, incluso cuando el acusado ocupaba el mayor cargo en el país”.

Concluyó: “Un expresidente ha sido acusado de abusar al extremo su cargo y eventualmente será juzgado por un jurado. Trump intentó derrocar el sistema constitucional y el Estado de derecho de la nación. Ese sistema sobrevivió a sus ataques y ahora lo obligará a rendir cuentas por esos daños”.

Consiste en un intento de anestesiar la opinión pública con una sobredosis de ilusiones para niños de primaria sobre la democracia estadounidense, ocultando el carácter de clase del régimen estadounidense y la intensificación de la crisis social, económica y política del capitalismo estadounidense.

En primer lugar, el resultado del procesamiento legal de Trump de ninguna manera está garantizado, a pesar de los ilusos que ya se están relamiendo de satisfacción. MSNBC dedicó una discusión completa a especular sobre los arreglos carcelarios para Trump, para mantener la protección vitalicia ofrecida por el Servicio Secreto a todos los expresidentes.

Trump sigue siendo el nominado favorito de los republicanos, y si gana las elecciones presidenciales –algo totalmente posible gracias a las políticas ruinosas, reaccionarias y militaristas de la Administración de Biden— volvería a la Casa Blanca y una vez más tendría el control sobre el Departamento de Justicia y cualquier caso federal en su contra.

Si Trump se quedara en el camino, tiene muchos sustitutos igualmente despiadados y antidemocráticos en el Partido Republicano. Su principal contrincante, el gobernador de Florida Ron DeSantis, ya ha montado un ataque frontal contra los derechos democráticos, la educación pública y los esfuerzos para mitigar la pandemia de coronavirus en su propio estado. Se jactó el miércoles de que, si ganara la Presidencia, “empezaría a cortar gargantas el primer día”. No se trataba solo de una metáfora, sino de una espeluznante amenaza.

La reelección del presidente Joe Biden tampoco ofrece una tregua a los continuos ataques contra el empleo, el nivel de vida y los derechos democráticos. Biden representa esa facción de la élite gobernante estadounidense que pretende apoyarse en los sindicatos para sofocar la lucha de clases e imponer sus ataques a los trabajadores. Este programa corporativista es parte del esfuerzo para subordinar a la sociedad estadounidense a la campaña de guerra imperialista, que actualmente está centrada en la guerra por delegación contra Rusia en Ucrania, mientras continúa la preparación para una guerra contra China en torno a Taiwán, el mar de China Meridional o algún otro punto álgido.

La presentación del caso contra Trump, tanto en la acusación de 45 páginas del fiscal especial como en los medios corporativos, equivale a un encubrimiento de los peligros reales. El editorial del New York Times sostiene, parafraseando la acusación, que el “plan criminal” comenzó “el 14 de noviembre de 2020, cuando Trump recurrió a Rudy Giuliani (reconocido por su abogado como 'cómplice 1') para impugnar los resultados en el estado reñido de Arizona, que Trump había perdido”.

Esto supone un encubrimiento tanto de Trump como de sus “cómplices” más poderosos, quienes no fueron mencionados en la acusación, a saber, los funcionarios del aparato militar y de inteligencia en los que Trump confiaba para llevar a cabo sus planes de establecer un régimen dictatorial. Ya en octubre de 2019, Trump declaró su intención de desafiar cualquier derrota electoral, y esto se convirtió en un tamborileo constante durante el verano y el otoño durante la campaña electoral de 2020. Incluso el candidato demócrata Biden admitió en junio de 2020, como algo al margen, que su mayor temor era que Trump se negara a aceptar los resultados de las elecciones.

Ese mismo mes, Trump dio su primera estocada para establecer una dictadura pura y simple, proponiendo invocar la Ley de Insurrección de 1807 contra las protestas masivas contra la violencia policial que recorrieron el país tras el asesinato policial de George Floyd en Minneapolis.

Otro indicador del peligro de la violencia política se produjo en octubre de 2020, con la detención de 14 matones fascistas que planeaban secuestrar y asesinar a la gobernadora demócrata de Míchigan, Gretchen Whitmer, y que habían vigilado su casa de vacaciones, probado bombas y trazado rutas de escape. El grupo se unió por primera vez en respuesta a las protestas inspiradas por Trump a principios del año contra los cierres limitados por COVID-19. (Pidió a sus partidarios que “liberaran” Míchigan de la supuesta tiranía de Whitmer).

En las semanas previas al día de las elecciones, cuando las encuestas apuntando a una victoria de Biden, era bien sabido que Trump no aceptaría la derrota. El World Socialist Web Site publicó una advertencia tras otra sobre los preparativos para un golpe postelectoral. Un ejemplo de las muchas advertencias llegó el 24 de septiembre de 2020:

Trump no está llevando a cabo una campaña electoral. Está poniendo en marcha un complot para establecer una dictadura presidencial. Esta es una continuación de toda la conspiración iniciada con su discurso del 1 de junio amenazando con invocar la Ley de Insurrección y desplegar el ejército contra las protestas nacionales.

Hay un asombroso contraste entre la crueldad con la que Trump y sus cómplices están implementando sus planes y la dejadez y cobardía del Partido Demócrata y su candidato presidencial, Joe Biden. Incluso cuando Trump está planeando rellenar la Corte Suprema para facilitar su toma ilegal del poder, los demócratas han declarado que no hay nada que se pueda hacer para detener el nombramiento de Trump de otro juez más antes de las elecciones de noviembre”. (“Las elecciones golpistas de Trump”, por David North y Joseph Kishore)

A lo largo de todo el proceso, el Partido Demócrata hizo todo lo posible para encubrir la importancia de lo que estaba ocurriendo, incluso cuando miembros destacados de su propio partido, como Whitmer, fueron blanco de asesinatos. No se hizo ningún intento de alertar al pueblo estadounidense, ni mucho menos de movilizar a la oposición ante un golpe de Estado. El día del golpe, los demócratas no hicieron nada mientras se desarrollaba, y Biden incluso pidió al golpista en jefe, Donald Trump, que se dirigiera al país en televisión nacional.

En los últimos dos años y medio, los demócratas han evitado cualquier esfuerzo serio por sacar a la luz lo que ocurrió el 6 de enero y las fuerzas sociales y políticas responsables. La principal prioridad del Gobierno de Biden ha sido forjar un acuerdo bipartidista con sus “colegas” del Partido Republicano, quienes apoyaron el golpe, basado en la guerra.

El propio Biden ha dicho lo menos posible sobre el golpe y no se ha referido del todo a la imputación desde que se produjo. Trump planea convertir su campaña electoral en un referéndum sobre las acusaciones, pero Biden quiere que no sea un problema.

El Times escribió en un artículo publicado el jueves: “Los funcionarios de la campaña de Biden y sus aliados creen que pueden centrarse en temas con un impacto más directo en la vida de los votantes –cuestiones económicas, acceso al aborto y el clima extremo— sin abordar explícitamente los temas relacionados a Trump”.

Es decir, los demócratas planean llevar a cabo una campaña basada en sus mentiras habituales y desgastadas, mientras que “los temas relacionados a Trump”, es decir, la asombrosa crisis de la democracia estadounidense, serán ignorados en la medida de lo posible. Esto se debe a que los demócratas, parte de Wall Street y del aparato militar y de inteligencia, están mucho más preocupados por defender el Estado capitalista, proseguir la guerra y suprimir la oposición de la clase obrera que por el crecimiento del fascismo.

En 1929, León Trotsky escribió sobre la decadencia de la democracia capitalista bajo el impacto de la creciente crisis económica y las tormentosas luchas de clases:

Por analogía con la ingeniería eléctrica, la democracia podría definirse como un sistema de interruptores de seguridad y disyuntores para la protección contra las corrientes sobrecargadas por la lucha nacional o social. Ningún periodo de la historia de la humanidad ha estado –ni remotamente— tan sobrecargado de antagonismos como el nuestro... Bajo el impacto de contradicciones de clase e internacionales demasiado cargadas, los interruptores de seguridad de la democracia se queman o explotan. Eso es lo que representa el cortocircuito de la dictadura. (Writings of Leon Trotsky, 1929, “¿Es probable que la democracia parlamentaria sustituya a los sóviets?”, págs. 52-57.)

El peligro de dictadura no proviene de la personalidad degradada de Donald Trump. Proviene de las tensiones sociales y de clases que desgarran la sociedad estadounidense. Solo la intervención de la clase obrera sobre la base de un programa socialista revolucionario puede proporcionar una alternativa.

(Publicado originalmente en inglés el 4 de agosto de 2023)

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