La entrega del Premio Nobel de Fisiología y Medicina conjuntamente a Katalin Karikó y Drew Weissman es justa y merecida. A lo largo de años de colaboración en la Universidad de Pennsylvania a partir de 1997, Karikó y Weissman llevaron a cabo investigaciones pioneras que permitieron la rápida creación de las vacunas de ARN mensajero (ARNm) contra el COVID-19 en 2020, que salvaron millones de vidas a nivel global.
La condecoración del Nobel a estos científicos tiene aún más significado en el contexto de una vasta campaña derechista contra la ciencia, que ha atacado particularmente a las vacunas ARNm.
La gran innovación de Karikó y Weissman fue su descubrimiento sobre modificaciones de bases de nucleósidos que eran necesarias para producir una respuesta inmune segura. Sus descubrimientos, inicialmente publicados en 2005, transformaron de manera fundamental el entendimiento científico de cómo las células reconocen y responden a diferentes tipos de ARNm.
En sus décadas de investigaciones, tanto Karikó como Weissman perseveraron ante muchos desafíos y escepticismo de sus pares. Nacida en Hungría en 1955, Karikó emigró a Estados Unidos en 1985 con su esposo e hija de dos años. Pronto se apasionaría por las investigaciones sobre ARNm, trabajando en las noches y los fines de semana, pero tuvo dificultades por varias décadas para obtener fondos o una posición titular. Weissman, reconocido en su campo como un científico brillante, entendió el potencial de la tecnología de ARNm en combinación con sus conocimientos sobre inmunología y el papel de las células dendríticas.
Como ocurre con todos los logros científicos y culturales de la humanidad, el trabajo de Karikó y Weissman fue el producto de amplias labores colectivas de científicos en todo el mundo.
Entre los grandes hitos de este proceso figuran los trabajos pioneros sobre la evolución de Charles Darwin y la herencia de rasgos de Gregor Johann Mendel a mediados del siglo XIX, el aislamiento del ácido nucleico por el químico suizo Friedrich Miescher en 1869, la descripción de los compuestos orgánicos del ácido nucleico por el bioquímico alemán Albrecht Kossel en 1910, el desarrollo de la bioquímica por Oswald Avery y Erwin Chargaff en la década de 1940, los avances en la ciencia del ADN por James Watson, Francis Crick y Rosalind Franklin en la década de 1950, el descubrimiento del ARNm por múltiples grupos de científicos en 1961, y los avances cada vez más rápidos en genética y ciencias biológicas desde la década de 1970 que implican el trabajo colectivo de miles de científicos.
El artículo de Karikó y Weissman de 2005, así como otros descubrimientos críticos que publicaron en 2008 y 2010, fueron recibidos con un silencio casi total en la comunidad científica. En 2013, sin financiación de la Universidad de Pensilvania, Karikó cofundó BioNTech. La empresa empezó a perseguir una vacuna antigripal de ARNm en 2019, que se vio superada por el estallido de la pandemia de COVID-19 en China en diciembre de ese año.
Como ocurre con muchos otros ejemplos de crisis que aceleran el desarrollo médico, tecnológico y científico, la emergencia pandémica dio el impulso necesario para poner en práctica investigaciones que llevaban mucho tiempo en marcha. El viejo proverbio, “La necesidad es la madre de la invención”, se demostró una vez más.
Poco después del brote inicial de SARS-CoV-2 en un mercado húmedo de Wuhan, China, se secuenció el virus y su genoma se hizo público el 11 de enero de 2020. En cuestión de días, tanto Pfizer-BioNTech como Moderna habían desarrollado prototipos de vacunas de ARNm que pronto iniciarían en ensayos clínicos. Estas velocidades sin precedentes fueron posibles gracias a las investigaciones previas de Karikó, Weissman y otros científicos.
El 11 de diciembre de 2020, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA, por sus siglas en inglés) concedió a la vacuna de ARNm de Pfizer-BioNTech la Autorización de Uso de Emergencia, seguida de la vacuna de ARNm de Moderna una semana después. En los casi tres años transcurridos desde la aprobación de estas y otras vacunas, se han administrado de forma segura más de 13.400 millones de dosis en todo el mundo.
Los efectos de las vacunas para salvar vidas son innegables, lo que subraya este logro histórico de la ciencia moderna. Según un estudio publicado en junio de 2022, entre el 8 de diciembre de 2020 y el 8 de diciembre de 2021, las vacunas COVID-19 evitaron entre 14,4 y 19,8 millones de muertes adicionales en todo el mundo. En los dos años siguientes, se han salvado millones de vidas más, mientras que decenas de millones de personas en todo el mundo han evitado ser hospitalizadas por COVID-19.
Sin embargo, el despliegue de las vacunas anti-COVID se vio inmediatamente limitado por el carácter anárquico del mercado capitalista impulsado por las ganancias. En lugar de construir rápidamente redes de producción y distribución en cada continente, las naciones se enfrentaron entre sí en guerras de ofertas por el acceso a suministros limitados de vacunas, mientras los monopolios farmacéuticos se dedicaban a las operaciones más atroces para lucrar de la pandemia. El precio de las acciones de Moderna en el NASDAQ pasó de 20 dólares en enero de 2020 a un máximo de 484 dólares en agosto de 2021, un aumento de 24 veces, y los principales accionistas amasaron miles de millones.
A día de hoy, la desigualdad en el acceso a las vacunas persiste. A miles de millones de personas en los países menos desarrollados, e incluso en países más ricos como Australia, se les niega el acceso a las últimas vacunas de refuerzo actualizadas. Aproximadamente 2.400 millones de personas siguen sin vacunarse del todo, principalmente en los países más pobres del mundo. Mientras que el 66,4% de la población de los países de renta alta ha recibido al menos una dosis de refuerzo, solo el 4 por ciento de la población de los países de renta baja ha recibido al menos una dosis de refuerzo.
Además, el despliegue de las vacunas fue acompañado de falsas afirmaciones de que las vacunas eran una “bala mágica” que acabaría con la pandemia por sí sola. Estas afirmaciones fueron rápidamente desmentidas, primero por la variante delta y luego por sucesivas oleadas de subvariantes de ómicron. Sin una estrategia más amplia con todas las medidas de salud pública disponibles para eliminar rápidamente el SRAS-CoV-2 en todo el mundo, las vacunas pronto se volvieron menos eficaces ante la desenfrenada transmisión y evolución del virus.
La estrategia de “solo vacunas”, la política oficial en todo el mundo desde 2021, ha fracasado rotundamente. Ahora se estima que hay un exceso de mortalidad de 28 millones atribuibles a la pandemia, mientras que cientos de millones de personas padecen COVID persistente en todo el mundo.
Las principales ventajas de las vacunas de ARNm es que son escalables, rápidas de producir y flexibles, pero este potencial de adaptación a nuevas variantes del SARS-CoV-2 no se ha materializado en absoluto. Casi tres años después de que se diseñaran las vacunas iniciales, durante los cuales la mayoría de los países han experimentado infecciones masivas con ocho o más variantes diferentes que se han convertido en dominantes, las vacunas de ARNm solo se han actualizado dos veces y se han puesto a disposición mucho después de que las variantes para las que se diseñaron ya habían desaparecido del panorama vírico.
La lentitud con la que se actualizan las vacunas de refuerzo es únicamente producto del mercado capitalista, ya que los fabricantes han estimado que no pueden obtener ganancias adicionales.
Al mismo tiempo, importantes sectores de la burguesía han utilizado la crisis social y económica causada por la pandemia para difundir campañas salvajes de desinformación antivacunas que buscan cultivar a fuerzas de extrema derecha y fascistas. Las han propagado en masa a través de las redes sociales y con el apoyo de milmillonarios como Elon Musk.
Gran parte de esta propaganda se ha centrado en las vacunas de ARNm, que se han convertido en la fijación del alarmismo populista y anticientífico de la derecha. Se ha engañado a millones de personas haciéndoles creer que existe una vasta conspiración para matarlos a ellos y a sus hijos con vacunas de ARNm, que supuestamente implican una “terapia de genes”, y que solo necesitan remedios de curandero como la hidroxicloroquina y la ivermectina.
Esta pseudociencia antivacunas ha pasado del margen al centro de la política. Robert F. Kennedy, Jr., quien durante mucho tiempo había sido ridiculizado como un teórico marginal de conspiraciones como la mentira de que las vacunas causan autismo, es ahora un aspirante presidente de EE.UU. en las elecciones de 2024. La financiación de su organización antivacunas, Children's Health Defense, se disparó de 1,1 millones de dólares en 2018 a 15,7 millones de dólares en 2021, mientras que otros grupos antivacunas similares han recibido inyecciones masivas de dinero en efectivo.
En Estados Unidos, Alemania y países de todo el mundo, esto ha estado estrechamente relacionado con un resurgimiento del antisemitismo y otros fenómenos políticos reaccionarios. Estas fuerzas fascistas han sido azuzadas hasta un frenesí mediante ataques a científicos con principios como los doctores Peter Hotez, Peter Daszak y muchos otros, siempre con un vil subtexto antisemita y antisocialista.
De hecho, el movimiento negacionista y antivacunas en relación con el COVID-19 desempeña un papel tan importante en la política fascista contemporánea como lo hizo el antisemitismo en las décadas de 1920 y 1930, con sorprendentes similitudes con la campaña nazi contra la “física judía.”
En junio de 1933, pocos meses después del ascenso de Hitler al poder en Alemania, León Trotsky, el gran colíder de la Revolución Rusa, llamó la atención sobre el hecho de que incluso en una época de rápido desarrollo tecnológico pueden florecer las concepciones más retrógradas. Comentando esta contradicción entre el avance científico y el atraso social en medio de la agonía del capitalismo, Trotsky escribió
Hoy, no solo en los hogares campesinos sino también en los rascacielos de las ciudades, convive el siglo XX con el X o el XIII. Cien millones de personas utilizan la electricidad y siguen creyendo en el poder mágico de los signos y los exorcismos. El Papa de Roma transmite por radio la milagrosa transformación del agua en vino. Estrellas de cine acuden a médiums. Los aviadores que pilotan mecanismos milagrosos creados por el genio del hombre llevan amuletos en el jersey. ¡Qué inagotables reservas de oscurantismo, ignorancia y salvajismo poseen!
Uno de los elementos peculiares de la época actual es que los vastos avances tecnológicos de la humanidad no son comprendidos por una parte significativa de la población, a la que se ha privado de una comprensión elemental del método científico. Las élites capitalistas dominantes se aprovechan y fomentan el miedo y la ignorancia.
Sin embargo, la fuerza del progreso humano crece enormemente en la medida en que la ciencia echa raíces en la clase trabajadora. Los logros científicos de la humanidad son inagotables y todos los problemas a los que nos enfrentamos pueden superarse. La gran barrera son las relaciones sociales existentes, basadas en el control privado de los medios de producción y la división del mundo en Estados nación rivales.
El conflicto con los elementos antivacunas no es un debate dentro de la comunidad científica. Es una lucha de los auténticos científicos y de todos los representantes del pensamiento progresista contra la ignorancia, el miedo, el atraso cultural y las formas más peligrosas de reacción política contemporánea.
La actitud marxista ante los avances científicos y la innovación está impregnada de confianza en el progreso humano. El vasto potencial de la propia tecnología del ARNm apenas está empezando a emerger. Un informe publicado en Nature en mayo de 2022 señalaba: “Se espera que las terapias basadas en el ARNm se conviertan en una poderosa terapia para una variedad de enfermedades refractarias, incluyendo enfermedades infecciosas, enfermedades genéticas metabólicas, cáncer, enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares, y otras enfermedades”.
El pleno florecimiento de este potencial, junto con el de todas las disciplinas científicas, requiere la reorganización socialista de la economía mundial y de la sociedad en su conjunto. Pfizer, Moderna y todos los demás gigantes farmacéuticos deben internacionalizarse y reconvertirse para proporcionar tratamientos gratuitos para todos. Los billones despilfarrados en guerras y en la oligarquía financiera deben ser incautados y reasignados para cubrir las necesidades sociales: sobre todo, la salud pública, revertir el cambio climático y garantizar una educación y un nivel de vida de alta calidad a toda la humanidad.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 2 de octubre de 2023)