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Perspectiva

El internacionalismo socialista y la lucha contra el sionismo y el imperialismo

La siguiente conferencia fue pronunciada por el presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site , en la Universidad de Míchigan en Ann Arbor, el martes, 24 de octubre.

Video de la conferencia de David North, “El internacionalismo socialista y la lucha contra el sionismo y el imperialismo”

La conferencia de esta noche lleva el título “León Trotsky y la lucha por el socialismo en el siglo veintiuno”. Es parte de una serie de eventos en Estados Unidos e internacionalmente conmemorando el centenario de la fundación de la Oposición de Izquierda en la Unión Soviética en octubre de 1923, bajo la dirección de León Trotsky. Marcó el comienzo de la lucha política más trascendental del siglo veinte: aquella encabezada por León Trotsky contra la degeneración burocrática del Partido Comunista y el régimen estalinista que controlaba el Estado soviético, así como la traición del programa internacional y los principios que dieron fruto a la Revolución de Octubre de 1917.

Permítanme explicar por qué califico esta lucha como la más trascendental. Si el desenlace hubiera sido diferente, si la facción trotskista hubiera triunfado frente al estalinismo, el siglo veinte habría sido testigo de la victoria de la revolución socialista mundial. En una conferencia a fines de los noventa, respondí a la afirmación de que no existía una alternativa al estalinismo y que la Revolución rusa estuvo condenada desde el principio. Esa era la evaluación de Eric Hobsbawm, un renombrado historiador británico que paso 60 años en el Partido Comunista Británico. Tenía un interés político e intelectual directo en negar la posibilidad de una alternativa al estalinismo. Fue la manera de justificar su propia política.

Pero no era cierto. Los temas rebatidos en las décadas de 1920 y 1930 tuvieron un impacto profundo en la evolución del último siglo y, por ende, en las condiciones actuales. La derrota de Trotsky en la Unión Soviética frente al estalinismo tuvo un efecto catastrófico en el desenlace de la lucha de clases en Alemania. La crítica de Trotsky a las políticas del partido estalinista en Alemania —a saber, sus advertencias sobre el peligro del fascismo y sus condenas de las políticas ultraizquierdistas del Partido Comunista— resultó ser correcta. Hitler pudo haber sido detenido. Trotsky abogó por un frente único del Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista, los dos partidos masivos de la clase trabajadora alemana. Escribió que nada era tan crítico como la derrota de Hitler y advirtió que la derrota de la clase trabajadora y la llegada de Hitler al poder constituirían una catástrofe global de dimensiones inimaginables. Y Trotsky advirtió también que una de esas catástrofes sería la aniquilación del pueblo judío europeo.

Sus advertencias fueron ignoradas. Hitler llegó al poder y las consecuencias fueron pasmosas. Puso en marcha una cadena de acontecimientos que sigue influenciando la situación política de hoy. Sin la victoria de Hitler, sin la victoria del fascismo, nunca hubiera habido un movimiento de masas sionista ni una migración masiva de judíos a Palestina. Y uno de los principales factores detrás de la crisis cada vez más grave que estamos presenciando simplemente no existiría.

La victoria de la clase trabajadora alemana, involucrando la llegada al poder de la clase trabajadora en el país industrializado más avanzado en Europa, sin duda hubiera sido un gran hito en el avance del socialismo en todo el mundo.

El plan inicial de esta conferencia era resumir los acontecimientos y debates históricos que condujeron a la fundación de la Oposición de Izquierda, y explicar por qué la asimilación de las lecciones de esta historia es fundamental para un entendimiento de la situación mundial actual y para el desarrollo de una estrategia socialista revolucionaria en el mundo contemporáneo.

Pero, como creo que todos lo pueden apreciar, los eventos en marcha exigen un cierto cambio en la estructura de la presentación de esta noche. Arrancaré con una discusión de la situación y procederé a demostrar su conexión con los temas fundamentales de la teoría marxista, la perspectiva política y el programa socialista, que fueron centrales en la lucha librada por la Oposición de Izquierda contra el estalinismo.

David North durante su discurso en la Universidad de Míchigan el 24 de octubre de 2023

Somos testigos de la mayor crisis internacional desde la Segunda Guerra Mundial. Hay dos guerras en desarrollo: una en Ucrania y otra en Gaza. Pero sería más correcto decir que son dos frentes de una Tercera Guerra Mundial que se intensifica rápidamente. A no ser que lo prevenga un movimiento masivo la clase obrera internacional contra la guerra, superará la ferocidad incluso de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En este momento, Estados Unidos está reuniendo una fuerza militar de ataque masiva en el Mediterráneo, encabezada por dos portaaviones. El Gobierno de Biden está amenazando con intervenir si se intensifica el combate entre Israel y Hezbolá. Esto podría conducir a una guerra entre Estados Unidos e Irán.

El presidente Biden, en el discurso que pronunció la semana pasada a su regreso de Israel, relacionó explícitamente las guerras de Ucrania y Gaza. Exigiendo un gasto militar adicional de 105 mil millones de dólares, además del billón de dólares ya asignado para 2023, insistió en que ambas guerras son críticas para la “seguridad nacional” de Estados Unidos, con lo que se refiere a los intereses geopolíticos globales del imperialismo estadounidense.

Utilizando a sus títeres ucranianos, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN instigaron y están librando una guerra imperialista contra Rusia cuyo objetivo es un cambio de régimen, el desmembramiento del país, el reparto de sus fragmentos entre las potencias de la OTAN, bajo la supervisión de Estados Unidos, y el saqueo de sus vastos recursos.

Como deja claro la inminente confrontación con Irán, la embestida israelí contra la población aprisionada de Gaza es una extensión de esta guerra global. El ataque israelí contra Gaza, que ha adquirido dimensiones genocidas, tiene como objetivo la aniquilación de la resistencia palestina al régimen sionista. Dado que el Gobierno y el ejército israelíes emplean un lenguaje y métodos de exterminio, es totalmente apropiado describir esta guerra como la “Solución Final” del régimen sionista a la cuestión palestina.

Esta guerra de aniquilación cuenta con el apoyo de todos los principales Gobiernos imperialistas. En medio de la continua matanza del pueblo de Gaza, los líderes imperialistas declaran su solidaridad con Israel. En lo que se ha convertido en un ritual político obligatorio, el presidente Biden, el primer ministro británico Sunak y el canciller alemán Scholz han hecho su peregrinación a Israel. El presidente francés llegó hoy.

Estos dirigentes profesan su profundo pesar por el pueblo judío e invocan el Holocausto nazi como justificación de su defensa del ataque de Israel contra Gaza. La magnitud del engaño y la hipocresía en tales declaraciones es incalculable. Todos ellos son los sucesores políticos de Gobiernos que organizaron, colaboraron o ignoraron la persecución y el asesinato masivo de judíos entre 1939 y 1945. El exterminio de los judíos por parte de la clase dominante alemana, durante los años en que entregó el poder y la defensa de sus intereses económicos a Adolf Hitler, marcó un hito espeluznante en la putrefacción de la sociedad capitalista: la utilización de la tecnología moderna y la organización industrial para el proceso de captura, transporte y asesinato de millones de seres humanos. La clase dominante francesa colaboró con el régimen nazi en este proceso. Aproximadamente el 25 por ciento de los ciudadanos judíos de Francia fueron entregados a los nazis para su exterminio.

Judíos húngaros llegan al campo de exterminio Auschwitz [Photo: Anonymous Auschwitz photographer]

Reino Unido no fue ocupado por los nazis y su población judía, relativamente pequeña, se libró de los horrores del exterminio. Pero el antisemitismo omnipresente en la clase dirigente británica se manifestó en su cruel trato a los refugiados judíos de la Europa ocupada por los nazis.

Más de 20.000 judíos alemanes que habían escapado a Reino Unido fueron clasificados como “extranjeros enemigos”, reunidos y recluidos en campos de internamiento situados en la isla de Man, en el mar de Irlanda. Uno de estos campos de internamiento, conocido como Hutchinson Camp, encarceló a 1.200 refugiados, entre ellos destacados artistas, músicos e intelectuales. Un relato detallado de la política británica de internamiento masivo de refugiados judíos del nazismo figura en un libro titulado The Island of Extraordinary Captives (La isla de los cautivos extraordinarios), del periodista Simon Parkin. El Gobierno británico nunca ha reconocido ni mucho menos se ha disculpado por los malos tratos infligidos a los refugiados judíos.

En cuanto a Estados Unidos, la indiferencia de la Administración de Roosevelt hacia la situación de los judíos es un hecho histórico irrefutable. Cientos de miles de judíos europeos que podrían haberse salvado murieron en las cámaras de gas nazis porque se les negó la entrada en Estados Unidos. En 1939, Estados Unidos se negó a permitir que 900 refugiados judíos desembarcaran del MS Saint Louis. Fueron obligados a regresar a Europa. Cientos de estos refugiados fueron posteriormente asesinados por los nazis. Incluso después de que se supiera que la Alemania nazi estaba asesinando a miles de judíos cada día en cámaras de gas, el ejército rechazo de plano las medidas que habrían interrumpido el transporte de judíos a los campos de exterminio, como el bombardeo de las líneas férreas hacia Auschwitz.

¿Fue el remordimiento tardío por no haber salvado a los judíos del genocidio hitleriano lo que llevó a Estados Unidos a defender la creación de Israel? Biden se jactó la semana pasada de que Estados Unidos, bajo la Administración del presidente Harry Truman, fue el primer país en reconocer el Estado de Israel tras su creación en 1948. Pero la decisión de Truman no estuvo motivada por ningún compadecimiento personal hacia el pueblo judío.

A pesar de su documentado fanatismo antisemita, la política de Truman estuvo determinada por lo que consideraba que beneficiaría más al imperialismo estadounidense: en primer lugar, desplazar a Reino Unido como principal potencia imperialista en Oriente Próximo y, finalmente, utilizar a Israel como principal perro de presa regional de Washington. Ese es el papel que ha desempeñado durante casi todos sus 75 años de historia. Como reiteró Biden con notable franqueza en su discurso ante el Parlamento israelí: “Llevo mucho tiempo diciéndolo: si Israel no existiera, tendríamos que inventarlo”. Los servicios de Israel como Estado clientelar del imperialismo estadounidense son más importantes que nunca para el imperialismo de EE.UU. y la OTAN, mientras se prepara para las operaciones militares contra Irán.

Cabe notar que el apoyo incuestionable a Israel se produce de la mano de la alianza abierta de las potencias imperialistas con el régimen de Ucrania, cuyo principal héroe nacional, Stepan Bandera, era un fascista y antisemita vicioso, líder de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), que colaboró con los nazis en el exterminio de los judíos en Ucrania.

Giorgia Meloni, la primera ministra fascista de Italia, quien remonta su linaje político a Benito Mussolini, también viajó a Israel para declarar su solidaridad con el régimen sionista junto a Netanyahu.

El mes pasado, todos los miembros del Parlamento canadiense, así como el primer ministro Justin Trudeau y la embajadora alemana, dieron una ovación de pie al fascista ucraniano Yaroslav Hunka, quien perteneció a las Waffen-SS como aliado de los nazis en la guerra contra la Unión Soviética.

El Parlamento canadiense aplaude a Yaroslav Hunka, exmiembro de las Waffen-SS. El jefe del Estado Mayor canadiense, el general Wayne Eyre, se encuentra al extremo izquierdo.

La flagrante colaboración de las potencias imperialistas con los fascistas ucranianos ha supuesto un persistente esfuerzo por relativizar y justificar los crímenes del régimen nazi, particularmente en Alemania. Esto no ha impedido que Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y, por supuesto, el régimen sionista, arrojen la acusación de “antisemitismo” contra todos aquellos que expongan, denuncien o incluso cuestionen la brutal violación israelí de los derechos democráticos de los palestinos.

A lo largo de su reciente gira mundial, el legendario músico Roger Waters ha sido objeto de incesantes ataques y acusado de antisemitismo por haber tenido el valor de defender al pueblo palestino. Y todos los que conocen la obra de Roger Waters saben muy bien que es uno de los artistas más significativos en la vanguardia de la lucha por los derechos humanos, y que su oposición a las políticas del régimen israelí no tiene absolutamente nada que ver con el antisemitismo.

Desde que apareció a finales del siglo diecinueve como un poderoso movimiento reaccionario, inicialmente en Viena bajo el alcalde Karl Lueger, el antisemitismo se entendió como un arma de lucha política e ideológica contra la clase obrera y el movimiento socialista que emergían. La conexión entre el odio del antisemita a los judíos y su odio al socialismo y al movimiento obrero era ampliamente reconocida.

Esta insidiosa conexión encontró su expresión más maligna en la cosmovisión y la política de Adolf Hitler. Basándose en una cuidadosa lectura del Mein Kampf de Hitler, el periodista Konrad Heide, uno de los primeros biógrafos de Hitler, explicó que las raíces del violento antisemitismo del líder nazi yacían en su identificación de los judíos con la clase trabajadora y el socialismo. Heiden escribió:

Tuvo una epifanía; de repente, la “cuestión judía” se esclareció... el movimiento obrero no le repugnaba porque estuviera dirigido por judíos; los judíos le repugnaban porque dirigían el movimiento obrero... Pero una cosa es cierta: no fue Rothschild, el capitalista, sino Karl Marx, el socialista, quien despertó el antisemitismo de Adolf Hitler.

¿Y qué tenía el movimiento obrero que despertara su odio? Hitler despreciaba por encima de todo los llamamientos a la igualdad de todas las personas. Como escribió Heiden:

Uno de los reproches más característicos de Hitler al movimiento obrero es que, en Austria, éste había luchado por la igualdad de derechos para todos, en detrimento de la raza superior elegida por Dios.

Pero ahora, a instancias del imperialismo, el antisemitismo ha adquirido un significado totalmente nuevo. Se utiliza como palabrota para denunciar y desacreditar a quienes luchan por los derechos democráticos, la igualdad humana y, por supuesto, el socialismo.

Hay otro elemento de la campaña de propaganda que está desempeñando un papel central en la legitimación de la guerra genocida de Israel contra los palestinos. El escape de Gaza el 7 de octubre, dirigido por Hamás y que provocó la muerte de aproximadamente 1.500 israelíes, se presenta como nada más que un acto de criminalidad monstruosa, la manifestación de lo que Biden ha descrito en varias ocasiones como “pura maldad”.

La muerte de tantas personas inocentes es un acontecimiento trágico. Pero la tragedia tiene sus causas en acontecimientos históricos objetivos y en condiciones políticas que lo hicieron inevitable. Como siempre, las clases dominantes se oponen a toda referencia a las causas del levantamiento. Sus propias masacres y todo el sangriento sistema de opresión que presiden tan despiadadamente no deben ser mencionados.

¿Por qué habría de sorprenderse alguien de que décadas de opresión por parte del régimen sionista condujeran a una explosiva erupción de ira? Ha ocurrido en el pasado y, mientras se siga oprimiendo y brutalizando a los seres humanos, ocurrirá en el futuro. No se puede esperar que quienes son objeto de opresión traten a sus torturadores con tierna cortesía durante una rebelión desesperada, cuando sus propias vidas penden precariamente de un hilo. Tales rebeliones a menudo están caracterizadas por actos crueles y sangrientos de venganza.

Me vienen a la mente muchos ejemplos: el motín de los cipayos en la India, el levantamiento de los dakotas contra los colonos, la rebelión de los bóxers en China, la de los hereros en el suroeste de África y, en tiempos más recientes, el levantamiento Mau Mau en Kenia. En todos estos casos, los insurgentes fueron denunciados como desalmados asesinos y demonios, y sometidos a brutales represalias. Tuvieron que pasar décadas, si no un siglo o más, para que se les honrara tardíamente como luchadores por la libertad.

Supuestos “bóxers” capturados por la 6a Caballería de Estados Unidos cerca de Tianjin en 1901. Los historiadores piensan que apenas eran transeúntes. [Photo by ralph repo / CC BY 2.0]

Al explicar las causas de la guerra civil estadounidense, que causó más de 700.000 muertos, Lincoln habló de la tragedia como la consecuencia de 250 años de esclavitud, e invocó las palabras de Mateo: “¡Ay del mundo por los tropiezos!, porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”. En el caso de los palestinos y el pueblo de Gaza, el tropiezo ha sido obra del Estado sionista y sus patrocinadores imperialistas.

La larga historia de masacres sionistas de palestinos, sin las cuales no se habría podido fundar el Estado de Israel, es ignorada en las condenas a Hamás y a los palestinos. Incluso sucesos tan recientes como el asesinato a tiros a manos de soldados israelíes de más de 200 gazatíes en 2018, cuando se manifestaban pacíficamente en su lado de la frontera, se mantiene fuera de la narrativa mediática.

Hoy mismo, John Kirby, el portavoz de la Administración de Biden, dijo específicamente que Estados Unidos se opone a un alto el fuego. Reconoció que morirán muchos civiles, pero concluyó que así son las cosas. Estas declaraciones socavaron toda su condena a Hamás. Simplemente estaba diciendo: “Sí, murieron civiles en acciones militares, pero no pasa nada si esos civiles son asesinados por israelíes. Solo es 'maldad pura' si mueren civiles en una acción militar emprendida por los palestinos”.

Nos han preguntado por qué no hemos condenado a Hamás por la violencia del 7 de octubre. La respuesta es que no participaremos en ni daremos legitimidad alguna a la hipocresía y el cinismo reaccionarios que condenan la resistencia a la opresión, o que equiparan la violencia episódica de los oprimidos con la violencia mucho mayor, implacable y sistemática del opresor.

La hipocresía es incluso mayor tomando en cuanta que entre los fundadores del Estado de Israel había terroristas que no tenían reparos en organizar atentados y llevar a cabo asesinatos en pos de sus fines políticos.

En la película Éxodo, realizada en 1960 como glorificación del establecimiento del Estado de Israel, una de las figuras principales, y de un modo peculiar, una de las más honestas, es un líder de un grupo terrorista de sionistas. Explica y justifica, sin rodeos, el uso del terrorismo. Ese hombre es presentado en la película como una figura quizás equivocada, pero aun así heroica. Esa figura era la recreación de un líder de la famosa organización terrorista sionista conocida como Leji o la Banda de Stern, cuyo fundador, Abraham Stern, escribió:

La fuerza siempre forjó el destino de las naciones... El destino de la tierra de Israel siempre se decidió por la espada, no por la diplomacia. La única justicia en el mundo es la fuerza y el bien más preciado en el mundo es la libertad. El derecho a la vida solo se concede a los fuertes, y el poder, si no se otorga legalmente, debe tomarse ilegalmente.

El líder operativo de la Banda Stern era Isaac Shamir, quien en 1948 ordenó el asesinato del conde Folke Bernadotte, el mediador de las Naciones Unidas que había sido asignado para negociar una solución a la guerra que siguió a la declaración del Estado israelí. ¿Qué castigo recibió Shamir por el asesinato del mediador de la ONU? En los años que siguieron a la independencia de Israel, ocupó un alto cargo en la policía secreta del Estado, el Mossad. En 1983, Shamir se convirtió en primer ministro de Israel. Su primer mandato terminó en 1984. Pero recuperó el cargo en 1986 y permaneció como primer ministro hasta 1992. Murió en 2011 a los 96 años, y todos los dirigentes del Estado israelí rindieron un efusivo homenaje al despiadado terrorista.

Nuestras críticas a Hamás son de carácter político, no hipócritamente moralistas. Es un movimiento nacional burgués, y los métodos a los que recurre, incluida una operación militar como la emprendida el 7 de octubre, no pueden tener como resultado la derrota del régimen sionista y la liberación del pueblo palestino. Además, en la medida en que Hamás dependa del patrocinio de uno u otro régimen burgués de Oriente Próximo, su lucha contra el Estado sionista estará siempre subordinada a los intereses de las élites capitalistas dominantes de la región y, por tanto, a sus maniobras reaccionarias con el régimen israelí y el imperialismo mundial.

En última instancia, la liberación del pueblo palestino solo puede lograrse mediante una lucha unificada de la clase trabajadora árabe y judía contra el régimen sionista, y contra los regímenes capitalistas traidores de Irán y los países árabes, y su reemplazo con una unión de repúblicas socialistas de todo Oriente Próximo y, de hecho, de todo el mundo.

Miles protestan en Saná, Yemen, 20 de octubre de 2023 [Photo: QudsNewsNetwork]

Se trata de una tarea gigantesca. Pero es la única perspectiva que se basa en una apreciación correcta de la etapa actual de la historia mundial, las contradicciones y la crisis del capitalismo mundial, y la dinámica de la lucha de clases internacional. Las guerras en Gaza y en Ucrania son trágicas demostraciones del papel catastrófico y de las consecuencias de los programas nacionales en una época histórica cuyas características esenciales y decisivas son la primacía de la economía mundial, el carácter globalmente integrado de las fuerzas productivas del capitalismo y, por tanto, la necesidad de arraigar la lucha de la clase obrera en una estrategia internacional.

Esta perspectiva no es menos válida para la clase obrera israelí. Dada la situación actual, en la que el poder militar del Estado sionista está siendo utilizado para aplastar la resistencia palestina, la atención se centra, y con razón, en los crímenes del régimen israelí.

Pero es un error político pasar por alto el hecho de que el establecimiento del Estado sionista no fue solo una tragedia para los palestinos; fue y es también una tragedia para el pueblo judío. El sionismo nunca fue, ni es hoy, una solución a la opresión y persecución históricas del pueblo judío. Desde sus orígenes, el proyecto sionista se basó en una ideología y un programa reaccionarios. Propuso un falso análisis de la fuente del antisemitismo al que dio un carácter permanente y suprahistórico y, por lo tanto, nunca buscó y de hecho se opuso al derrocamiento de las relaciones económicas, políticas y sociales del capitalismo, que constituían y constituyen el origen del antisemitismo político moderno.

Comenzando por Theodore Herzl, el fundador del sionismo moderno, el concepto de un Estado judío se dirigía contra el programa socialista, que estaba ganando terreno constantemente entre las masas de trabajadores judíos a finales del siglo XIX y principios del XX. Oponiéndose a la solidaridad internacional de la clase obrera como vía para la liberación de los judíos, el sionismo se jugaba su futuro en una alianza con una u otra potencia reaccionaria. En una carta abierta escrita en 1944, dirigida a una conferencia del Partido Laborista británico, los trotskistas de Palestina explicaron:

Durante toda su historia, el sionismo siempre ha apoyado a las fuerzas reaccionarias del mundo. El Dr. Herzl, fundador del sionismo, hizo un trato con el ministro zarista Plehve (organizador del pogromo contra los judíos de Kishinev) en el sentido de que el movimiento sionista fuera utilizado como palanca contra los socialistas judíos, a cambio de lo cual Plehve utilizaría su influencia con el sultán [turco] para obtener un fuero para el sionismo en Palestina.

Theodor Herzi, padre del sionismo político moderno [Photo: Carl Pietzner]

En las cuatro primeras décadas del siglo XX, antes de la fundación del Estado de Israel, la estrategia de los dirigentes sionistas se centró en una alianza con el imperialismo británico. La declaración de 1917 del ministro de Asuntos Exteriores Balfour, en la que se comprometía a apoyar una patria judía en Palestina, fue presentada por los sionistas como la expresión suprema e irreversible de la legitimidad de su proyecto. Por supuesto, los palestinos no fueron consultados ni tuvieron voz ni voto en el asunto.

Esto no preocupaba a los sionistas, que comprendían muy bien que su proyecto solo era viable en la medida en que el establecimiento de un Estado judío no árabe sirviera a los intereses imperialistas. Así lo expresó con notable claridad Vladímir Jabotinsky, líder del ala fascista del movimiento sionista y mentor del futuro primer ministro israelí Menajem Beguín. Jabotinsky escribió

No necesito insistir en la conocida perogrullada de la importancia de Palestina desde el punto de vista de los intereses imperiales británicos; solo tengo que añadir que su validez depende de una condición primordial: a saber, que Palestina deje de ser un país árabe. Los defectos de todos los “bastiones” de Inglaterra en el Mediterráneo radican en el hecho de que (con la única excepción de la pequeña Malta) todos están habitados por poblaciones cuyos centros magnéticos nacionales se encuentran en otra parte y que, por lo tanto, son orgánica e incurablemente centrífugas. Inglaterra los gobierna en contra de su voluntad, y éste es un asidero precario en las condiciones modernas… Si Palestina sigue siendo árabe, Palestina se plegará a la órbita de los destinos árabes: secesión, federación de países árabes y eliminación de todo rastro de influencia europea. Pero una Palestina predominantemente judía, Palestina como Estado judío, rodeada por todos lados por países árabes, en interés de su propia preservación buscará siempre apoyarse en algún imperio poderoso, no árabe ni mahometano. Esta es una razón casi providencial para una alianza permanente entre Inglaterra y una Palestina judía (pero solo judía).

La alianza sionista con el imperialismo británico se vio socavada por la proximidad y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que obligó a Londres a ajustar sus políticas en Oriente Próximo, limitando la inmigración judía a Palestina. Algunos sectores del movimiento sionista respondieron con ataques violentos contra instalaciones británicas, incluyendo, por cierto, el ahorcamiento de dos soldados británicos y el bombardeo del Hotel King David. Pero la alianza con el imperialismo continuó. Israel, tras su creación en 1948, funcionó como un aliado esencial de la lucha del imperialismo británico y francés contra la creciente marea del nacionalismo árabe. En 1956, Israel se unió a Reino Unido y Francia en una invasión de Egipto destinada a derrocar el régimen nacionalista dirigido por Nasser y recuperar el control del canal de Suez. Sin embargo, después de que Estados Unidos obligó a Reino Unido y Francia a poner fin a la guerra y retirar sus fuerzas de Egipto, Israel dio prioridad a su relación con el imperio estadounidense.

El mantenimiento de un Estado judío con un régimen de apartheid, que reprime violentamente al pueblo palestino al tiempo que vira hacia el fascismo dentro del propio Israel, está inextricablemente relacionado con su papel como bastión del imperialismo en Oriente Próximo. Como una guarnición masivamente armada del imperialismo estadounidense, ha de ser empleada en todas las guerras instigadas por Washington, con consecuencias finalmente catastróficas.

En diciembre de 1938, Trotsky advirtió que la propagación del fascismo y el inminente estallido de una segunda guerra mundial imperialista suponían una amenaza existencial para el pueblo judío. “Es posible imaginar sin dificultad”, escribió, “lo que les espera a los judíos con el mero estallido de la futura guerra mundial. Pero incluso sin guerra, el próximo curso de la reacción mundial significa con certeza el exterminio físico de los judíos”. En julio de 1940, un año después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Trotsky declaró: “El intento de resolver la cuestión judía mediante la emigración de los judíos a Palestina puede verse ahora por lo que es, una trágica burla al pueblo judío... Nunca había sido tan claro como hoy que la salvación del pueblo judío es inseparable del derrocamiento del sistema capitalista”.

León Trotsky

La Segunda Guerra Mundial resultó en el exterminio de 6 millones de judíos. Pero tras esa catástrofe, la “trágica burla del pueblo judío” de la que advirtió Trotsky se ha materializado en la transformación de un pueblo históricamente oprimido en opresor. Por supuesto, un vasto segmento de la población judía de todo el mundo, incluso dentro del propio Israel, rechaza tal identidad. No quieren oprimir a nadie. Pero los programas políticos, el programa del nacionalismo, tienen consecuencias que no vienen determinadas por meras intenciones subjetivas.

La creación del Estado sionista fue el resultado directo de las derrotas de la clase obrera en las décadas de 1920 y 1930 a causa de las traiciones del estalinismo y la socialdemocracia. Sin la masa de desplazados y sobrevivientes de los campos de concentración nazis, y sin la desmoralización política y la pérdida de confianza en la posibilidad del socialismo, los dirigentes sionistas no habrían tenido a su disposición el número de personas necesario para llevar a cabo una guerra terrorista contra el pueblo palestino, expulsándolo de sus hogares y aldeas, y creando, mediante métodos esencialmente criminales, un Estado nacional judío.

Pero ahora, después de 75 años, se confirma la perspicaz valoración de Trotsky del sionismo como una “trágica burla”. La esencia de esta tragedia fue el abrazo al Estado nación en un momento de la historia en que esta forma de organización política ya se había convertido en el principal obstáculo para el progreso social.

En un ensayo titulado “Mensaje del judío no judío”, Isaac Deutscher, biógrafo de Trotsky, describió la creación de Israel como “la paradójica consumación de la tragedia judía”. Es paradójica, explicó, “porque vivimos en una época en la que el Estado nación se está convirtiendo rápidamente en un arcaísmo, no solo el Estado nación de Israel, sino los Estados nación de Rusia, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y otros. Todos ellos son anacronismos”. El periodo histórico en el que los Estados nación eran un factor progresista en el desarrollo social, económico y cultural del hombre había llegado a su fin. Así como esto es cierto para los antiguos Estados nación establecidos, es doblemente cierto para los nuevos Estados formados sobre la base de las luchas anticoloniales de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Deutscher escribió:

Incluso aquellos jóvenes Estados nación que han surgido como resultado de una lucha necesaria y progresista librada por los pueblos coloniales y semicoloniales por su emancipación --India, Birmania, Ghana y otros-- no pueden, en mi opinión, preservar su carácter progresista durante mucho tiempo. Constituyen una etapa necesaria en la historia de algunos pueblos, pero es una etapa que también esos pueblos tendrán que superar para encontrar marcos más amplios para su existencia. En nuestra época, cualquier Estado nación nuevo, poco después de su constitución, comienza a verse afectado por el declive general de esta forma de organización política; y esto ya se está manifestando en la corta experiencia de la India, Ghana e Israel. El mundo ha obligado al judío a abrazar el Estado nación y a considerarlo su orgullo y su esperanza justo en un momento en que queda poca o ninguna esperanza en él. No se puede culpar a los judíos de esto; hay que culpar al mundo. Pero los judíos deberían al menos ser conscientes de la paradoja y darse cuenta de que su intenso entusiasmo por la “soberanía nacional” es históricamente tardío. No se beneficiaron de las ventajas del Estado nación en aquellos siglos en que era un instrumento para el progreso de la humanidad y un gran factor revolucionario y unificador de la historia. Se han adueñado de él solo después de que se hubiera convertido en un factor de desunión y desintegración social.

Karl Marx (1818-1883)

Invocando los ejemplos de Spinoza, Marx, Heine, Trotsky y Luxemburgo, Deutscher concluyó su ensayo expresando su esperanza de que

junto con otras naciones, los judíos acaben tomando conciencia –o recuperando la conciencia— de lo inadecuado del Estado nación y encuentren el camino de vuelta a la herencia moral y política que nos ha legado el genio de los judíos que han ido más allá del pueblo judío: el mensaje de la emancipación humana universal.

Es en este punto donde podemos volver al significado del centenario del trotskismo en el contexto de la actual crisis mundial. Las cuestiones específicas que dieron lugar a la formación de la Oposición de Izquierda, tal y como se explicaron en la “Declaración de los 46” presentada al Politburó del Comité Central del Partido Comunista Ruso el 15 de octubre de 1923, estaban relacionadas con la crisis económica cada vez más profunda a la que se enfrentaba la Unión Soviética y el deterioro de la democracia interna del partido a causa del creciente peso de la burocracia tanto en el Estado soviético como en el Partido Comunista.

Las cuestiones planteadas en la Declaración tenían una enorme importancia. Pero, como iba a quedar cada vez más claro a medida que se desarrollaba la lucha en las semanas, meses y años siguientes, la causa subyacente del conflicto político eran dos concepciones irreconciliablemente opuestas del significado de la Revolución de Octubre de 1917 y de la naturaleza de la época histórica.

El derrocamiento del Gobierno Provisional burgués y el establecimiento del primer Estado obrero se basaron en el programa de la revolución socialista internacional. La decisión de tomar el poder no se basó en una evaluación de las condiciones meramente rusas, sino más bien, en la crisis del sistema capitalista mundial demostrada por el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. La causa esencial de la Guerra Mundial y de la revolución que estalló en Rusia tres años después fue la contradicción entre la economía mundial y el sistema de Estados nación burgueses.

La solución capitalista-imperialista a esta contradicción consistió en guerras de conquista, la toma de territorios, la redistribución de colonias, es decir, un reparto del mundo. La solución socialista a esta crisis consistía en la conquista del poder por la clase obrera, la abolición del capitalismo y la disolución del sistema de Estados nación. Esta “solución” no era una utopía. La revolución socialista mundial surgía de las mismas contradicciones globales que habían conducido a la guerra mundial. La estrategia seguida por Lenin en 1917, bajo la influencia de la teoría de la revolución permanente elaborada por León Trotsky durante la década anterior, se basaba en esta estrategia global. El factor decisivo en la formulación de la estrategia bolchevique no era si Rusia, como entidad nacional, estaba preparada para el socialismo, es decir, si su nivel de desarrollo económico nacional bastaba para una transición al socialismo. De hecho, al ser el país capitalista grande más atrasado económicamente en ese momento, Rusia no estaba “preparada” para el socialismo. Pero los problemas de desarrollo económico y político que enfrentaba Rusia, en el contexto de una crisis mundial, solo podían resolverse mediante el derrocamiento de la clase capitalista, la transferencia del poder a la clase trabajadora y el comienzo de una reorganización de la vida económica con base en las relaciones de propiedad socialistas.

V.I. Lenin

Sin embargo, la transición del Estado soviético al socialismo no podía llevarse a cabo con una estrategia puramente nacional. El futuro del Estado obrero que fue establecido en octubre de 1917 mediante una revolución proletaria encabezada por un partido marxista dependía de la expansión de la revolución más allá de las fronteras de Rusia, hacia los centros capitalistas avanzados de Europa occidental y Norteamérica.

Mientras Lenin permanecía en la dirección del Partido Comunista, esta concepción prevalecía. Su expresión más avanzada fue el establecimiento de la Internacional Comunista en 1919, cuyos primeros cuatro congresos anuales reunieron a revolucionarios de todo el mundo con el propósito de desarrollar secciones nacionales capaces de conquistar el poder y llevar a cabo la revolución mundial. Pero el deterioro de la salud de Lenin en 1922, su incapacidad total para el trabajo político tras un derrame cerebral en marzo de 1923 y su muerte en enero de 1924 coincidieron con y facilitaron el resurgimiento de tendencias nacionalistas en la dirección bolchevique.

Los problemas del desarrollo económico en la URSS comenzaron a ser interpretados cada vez más en términos nacionales, en vez de internacionales. Esta tendencia estuvo estrechamente vinculada al peso e influencia crecientes de la burocracia partidaria y estatal. El ascenso de Iósif Stalin al poder fue una manifestación de este proceso. Las etapas iniciales de la lucha entre facciones estuvieron dominadas por el rencor de la burocracia hacia las críticas de Trotsky y la Oposición de Izquierda sobre el régimen partidario. Pero las diferencias programáticas subyacentes y fundamentales salieron a la superficie en 1924. El ataque de la burocracia a Trotsky se concentró en la teoría de la revolución permanente; es decir, en su insistencia en una conexión esencial entre el futuro de la Unión Soviética y la victoria de la revolución mundial.

A lo largo de 1924, los oponentes de Trotsky en la dirección bolchevique, encabezados por una facción sin principios de Grigori Zinóviev, Lev Kámenev y Stalin, buscaron desacreditar a Trotsky alegando que su teoría de la revolución permanente era antileninista y reflejaba una falta de confianza en el compromiso del campesinado ruso con el socialismo. El enconado conflicto llegó a un punto crítico el 17 de diciembre de 1924, cuando Stalin presentó por primera vez su teoría del “socialismo en un solo país”, explícitamente planteando —en oposición a la revolución permanente— la posibilidad de una transición al socialismo a partir de los recursos de Rusia, sin tener que expandir la revolución socialista a los centros avanzados del capitalismo mundial.

Stalin, Rykov, Kámenev y Zinoviev

El discurso de Stalin legitimó un programa nacionalista que rompía el vínculo entre la revolución socialista rusa y la mundial. Iba a tener un profundo efecto no solo en la política interna del régimen estalinista. Cambió fundamentalmente la naturaleza de la Internacional Comunista, que pasó de ser un instrumento para la extensión de la revolución socialista mundial a una agencia auxiliar de la política exterior soviética, subordinando la estrategia política revolucionaria a los intereses pragmáticamente concebidos de la Unión Soviética como Estado nacional. Inicialmente, la política nacionalista del régimen soviético provocó la desorientación de las secciones de la Internacional Comunista, lo que se tradujo en importantes derrotas de la clase obrera en Reino Unido, China y Alemania.

A mediados de la década de 1930, tras la victoria de los nazis y el completo aplastamiento de la clase obrera alemana, la política de la Internacional Comunista estalinista adquirió un carácter conscientemente contrarrevolucionario. La erradicación de los socialistas en la Unión Soviética durante el terror que comenzó con los Juicios de Moscú en 1936 fue acompañada por la traición estalinista de la revolución española, que despejó el camino para el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

La lucha de la Oposición de Izquierda fue, ante todo, una defensa del internacionalismo socialista y de la estrategia de la revolución socialista mundial. En 1930, después de haber sido expulsado del Partido Comunista Ruso y de la Internacional Comunista y exiliado de la Unión Soviética, Trotsky reafirmó los postulados de la teoría de la revolución permanente. Escribió:

El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado, nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta.

Siguiendo la lógica del conflicto en el seno del Partido Comunista Ruso, que se centraba en las cuestiones fundamentales de la estrategia revolucionaria mundial, el trabajo de la Oposición de Izquierda rebasó las fronteras de la Unión Soviética. En 1928, durante el Sexto Congreso de la Internacional Comunista estalinizada, la Crítica al Programa de Trotsky, que había escrito desde su lugar de exilio temporal en Alma Ata, en Asia central, llegó accidentalmente a manos del revolucionario estadounidense James P. Cannon y del revolucionario canadiense Maurice Spector. Sacaron el documento como contrabando de la Unión Soviética y la lucha que iniciaron por el programa internacionalista de Trotsky marcó el comienzo de la Oposición de Izquierda Internacional.

Miembros de la Oposición de Izquierda en el exilio en 1928.

Cinco años más tarde, en julio de 1933, en respuesta a la traición estalinista contra la clase obrera alemana y a la victoria de Hitler, Trotsky hizo un llamamiento a la formación de la Cuarta Internacional. En septiembre de 1938 se celebró su congreso fundacional.

Hoy celebramos el centenario del movimiento trotskista. La supervivencia de este movimiento durante un período tan largo tiene un inmenso significado objetivo. No puede explicarse como el producto de la devoción personal de unos cuantos individuos. Los que fundaron este movimiento hace tiempo que murieron. Este movimiento ha trabajado a escala internacional, normalmente en las condiciones más difíciles. Era una minoría, una pequeña minoría, en el movimiento obrero, si es que estaba presente del todo. ¿Por qué perseveró entonces?

Cuando me uní al movimiento trotskista en otoño de 1970, durante un periodo de gran radicalización estudiantil y movimientos de masas en todo el mundo, la política radical seguía dominada por los estalinistas, por los maoístas, por los castristas. Los Partidos Comunistas eran movimientos de masas. Personas como Allende eran los héroes del momento. Pero, ¿qué legado han dejado? Todos han sido barridos de la escena. Trotsky, hablando de los movimientos estalinistas y revisionistas de su época, dijo: “de estas organizaciones caducas no quedará piedra sobre piedra”. ¿Y por qué? Porque su programa no correspondía a las características objetivas de la época. Eran intentos de imponer políticas falsas, en gran medida políticas nacionalistas, políticas reformistas, que no podían responder a las demandas de la crisis objetiva.

La persistencia del movimiento trotskista solo puede explicarse por el hecho de que su análisis correspondía a la naturaleza de la época, una época que no ha sido superada. Vivimos en la misma época histórica, aunque en una fase muy avanzada y terminal de su existencia, la época por la que pasó Trotsky de crisis y decadencia imperialistas. La Revolución rusa, la Guerra Mundial que la precedió, fueron el producto de la llegada de la época imperialista. No la hemos superado. Es sorprendente la correspondencia entre nuestra época y nuestra situación actual y las que dieron lugar a la Primera Guerra Mundial y a la Segunda Guerra Mundial. La terminología que utilizamos es la misma, y eso adquiere una enorme importancia a la hora de comprender el enfoque que hay que dar a los problemas actuales.

Las crisis económicas que derivan de la contradicción entre el proceso social de producción y la propiedad privada capitalista de las fuerzas productivas, los conflictos geopolíticos producidos por la incompatibilidad de una economía mundial altamente integrada y el arcaico sistema de Estados nacionales, las consecuencias destructivas de la subordinación de todos los problemas a los que se enfrenta una sociedad de masas avanzada a la acumulación de riqueza personal, y las tensiones sociales cada vez mayores producidas por la explotación de los trabajadores por parte de la clase capitalista y la concentración sin sentido de una riqueza asombrosa mientras masas de personas pasan hambre: éstas son las condiciones que han colocado la revolución socialista mundial en la agenda política.

De hecho, somos testigos en todo el mundo de una creciente marea de luchas de la clase obrera. Adquirirá dimensiones sin precedentes en la historia mundial. Los acontecimientos de las últimas semanas han demostrado lo rápido que cambia la conciencia social, lo rápido que la gente se radicaliza ante acontecimientos que no había previsto.

Uno de los fenómenos de los últimos 40 años, sobre todo tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, ha sido una cierta apatía, un hastío, una sensación de desesperanza, un retraimiento hacia lo individual, lo personal, la obsesión y el énfasis en cuestiones de identidad personal y estilo de vida, el tiempo desmesurado dedicado a ir al gimnasio, a mejorar el físico, a vigilar el peso, a controlar cada aspecto de la actividad personal, ignorando los grandes acontecimientos que se desarrollan a nuestro alrededor. De repente, y podemos verlo en las manifestaciones masivas que tienen lugar en todo el mundo, comienza a haber un cambio.

Trotsky escribió que, en los periodos de reacción, la ignorancia muestra sus garras. Pero entonces la vida cambia, los acontecimientos se abren paso y, durante un largo periodo de tiempo y tras muchas experiencias, irrumpe el reconocimiento de que el mundo ha cambiado. Nadie les cree a los medios de comunicación ni su propaganda. La bancarrota política de todos los partidos se hace evidente. El presidente parece un tembloroso y senil ignorante. El Partido Republicano, un puñado de gánsteres. Ninguna de estas fuerzas tiene nada que decir, y los radicales pequeñoburgueses, los posmodernistas, encandilados por una u otra cuestión de identidad personal, neciamente resentidos y quejumbrosos ante cualquier salida de tono a nivel personal, se vuelven insignificantes a la luz de los acontecimientos.

Lo que hoy preocupa al mundo es el peligro de una guerra global, el empleo un genocidio contra personas inocentes, la pobreza, la destrucción del medio ambiente, una pandemia masiva que mata a millones y para la que ningún Gobierno tiene respuesta, ni siquiera una tan simple como solicitar el uso de mascarillas para no enfermarse, porque hacerlo de un modo u otro obstaculiza la acumulación de riqueza y ganancias personales. Pero lo que realmente está estimulando y cambiando las condiciones mundiales es el repentino resurgimiento de la fuerza social más fundamental y poderosa de todas, la clase obrera como fuerza internacional.

Durante gran parte de sus vidas jóvenes, no oyeron hablar mucho de huelgas, de la actividad de la clase obrera. De hecho, una de las concepciones básicas de la teoría posmodernista era que las antiguas narrativas históricas enfocadas en la lucha de clases y el socialismo ya no eran relevantes. Pero actualmente, hay huelgas en todas partes, que abarcan a amplios sectores de la clase obrera, y ciertamente está quedando claro que la lucha de clases es la fuerza motriz del desarrollo social. Eso no significa que los problemas a los que se enfrentan los trabajadores se resolverán fácilmente. Emprenden sus luchas inicialmente con una dirección podrida, con organizaciones que los traicionan y con poca comprensión de la historia de la lucha de clases, no solo en su propio país sino a escala internacional.

Miembros de la audiencia en la mesa de literatura tras el evento

Y aquí reside la inmensa importancia de la Cuarta Internacional. Nuestro partido es la expresión concentrada de toda la experiencia histórica de la clase obrera a lo largo de toda una época. A menudo nos preguntan cómo es posible que el World Socialist Web Site, que se ha publicado todos los días sin falta durante 25 años, puede evaluar los acontecimientos con una precisión y presciencia tan extraordinarias. Tenemos la ventaja de poder trabajar a partir de una enorme experiencia histórica, de relacionar el presente con las experiencias del pasado, de no ver el presente simplemente como una repetición de lo que tuvo lugar, sino de tener una orientación que nos permite concentrarnos en las fuerzas motrices básicas y esenciales de la evolución política.

Como dije, somos testigos de una gran radicalización política. Nuestra tarea es aportar a este movimiento una perspectiva y un programa para que pueda comprender sus tareas esenciales. Los trabajadores y jóvenes que están entrando en lucha deben asimilar las experiencias del siglo pasado, estudiar la historia del movimiento trotskista, y deben hacerlo mientras luchan. Y, por lo tanto, los insto a todos a que saquen las conclusiones de lo que está ocurriendo ahora, a que asuman la lucha por el socialismo. Prepárense uniéndose al Partido Socialista por la Igualdad.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 25 de octubre de 2023)

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