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La OTAN y la Guerra Contra Yugoslavia

Por el control del mundo, por petroleo, por oro

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Este artículo apareció originalmente en inglés en Mayo 24, 1999. Para leer la versión original haga click en http://www.wsws.org/articles/1999/may1999/stat-m24.shtml

Comenzando el 24 de marzo, 1999, las fuerzas militares de la OTAN, bajo la dirigencia de Los Estados Unidos, castigaron a Yugoslavia con un bombardeo devastador de 79 días. Con más de 15,000 ataques, OTAN bombardeó sin tregua las ciudades y pueblos yugoslavos, destruyendo fábricas, hospitales, escuelas, puentes, estaciones de abastecimiento de combustible y edificios del gobierno. Miles murieron y fueron heridos, inclusive pasajeros viajando en trenes y autobuses de transporte público y trabajadores en estaciones de televisión y de tele transmisión. También fueron bombardeados vecindarios civiles, más en Serbia que en Kosovo.

Nada dicen los que planearon y lanzaron esta guerra de las futuras consecuencias para Yugoslavia y toda la región de los Balcanes y Europa Oriental. Gran parte de la infraestructura social e industrial que se estableciera luego de la Segunda Guerra Mundial está en ruinas. El río Danubio, vital línea de vida para una gran región de la Europa Central, está intransitable. En Serbia, los más básicos requisitos de toda civilización moderna—electricidad, agua, salubridad—fueron totalmente bombardeados. Tal como en Iraq, sólo se sabrá la gravedad del daño que causó el bombardeo estadounidense, británico y francés al fin de la guerra cuando comiencen a publicarse informes sobre tasas inusuales de mortalidad, sobretodo entre los niños.

Las acusaciones de genocidio

A manera de justificación, la OTAN y los medios de prensa dicen que la agresión contra Yugoslavia es un esfuerzo humanitario para frenar la represión de los albaneses en Kosovo. El carácter imperioso y cínico de la campaña propagandista que acompañó al bombardeo refleja, a su propia manera, las contradicciones transparentes de los argumentos de la OTAN. La burda comparación entre el presidente yugoslavo Milosevic y el demonio, los informes contradictorios sobre las masacres llevadas a cabo por los serbios y sobre el número de albanokosovares muertos, las incesantes alegaciones de genocidio y la ametralla de imágenes de televisión de refugiados sufridos tienen un propósito: cansar, acostumbrar y a intimidar al público, no convencer por medio del razonamiento lógico. Los políticos y comentaristas del status quo declaran: “¡El que se oponga a la OTAN apoya el destierro forzado y el genocidio de los albaneses!”

Al tratar de movilizar la opinión pública a su favor durante el bombardeo de Iraq, el gobierno de Clinton nunca cansó de repetir la frase, “poderosísimas armas de la destrucción”. Sólo bombardeando a Iraq día tras día, declaraba el gobierno de Clinton, se podía salvar al mundo del arsenal invisible de Saddam Hussein, que supuestamente consistía de gases mortíferos, gérmenes y substancias químicas. En la guerra contra Yugoslavia, la frase “poderosísimas armas de la destrucción” ha sido reemplazada por otro versículo védico de invocación mística mucho más poderoso y conmovedor: la “limpieza étnica”, frase cuyo mérito principal consiste en evocar al demonio de la Alemania nazi. Según la OTAN, la “limpieza étnica” en Kosovo es la versión del holocausto en los 1990.

Esta comparación es repulsiva pues es engañadora e históricamente falsa. El holocausto consistió en la detención de millones de judíos a través de toda la Europa bajo el control nazi. Estos fueron transportados a campos de concentración, verdaderas fábricas de genocidio.

Los nazis asesinaron a seis millones de judíos indefensos. Esto ofrece un contraste a las dos mil personas que fueron muertas en Kosovo el año pasado de acuerdo al propio Departamento de Estado de Los Estados Unidos. (Hemos de añadir que las denuncias recientes de que 250,000 hombres albaneses han sido asesinados son en realidad mentiras nocivas que testigos oculares de periódicos occidentales han contradicho.)

Aún si la cifra total de los muertos en Kosovo se duplicara, la pérdida de vida todavía sería menor—aún haciendo los ajustes necesarios para tomar en cuenta las diferencias de las poblaciones—que en muchos de los conflictos análogos que están ocurriendo en otras partes del globo (por ejemplo, en Sri Lanka o en Turquía). Esta comparación no significa que queremos justificar indiferencia alguna hacia el sufrimiento en Kosovo, pero sí revela la índole impúdicamente engañosa de los pretextos de la OTAN para justificar el masivo bombardeo de Yugoslavia.

Tenemos que hacerle hincapié a otro punto acerca del contexto de la violencia en Kosovo. Comenzó ésta en 1998 con el estallido de la guerra civil entre el Ejército de Liberación de Kosovo (UCK)—movimiento nacionalista y separatista albanés—por una parte y el gobierno yugoslavo, que buscaba mantener control de la provincia, por la otra.

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional se opone a todo chauvinismo nacionalista. No tenemos la menor simpatía por el nacionalismo reaccionario del régimen en Belgrado. Pero es una falsificación grosera de la realidad política alegar que el año de violencia sectaria que precedió a la ofensiva de OTAN fue obra exclusiva de los serbios. El UCK, financiado por dinero proveniente de la venta de drogas y gozando del apoyo secreto de los consejeros de la CIA, también llevó a cabo su propia campaña de terror contra los civiles serbios.

La hipocresía que la OTAN ha mostrado al pintarse de defensora de la minoría étnica albanokosovar contra la represión Serbia no tiene nombre. Tomemos en cuenta a los países miembros de la OTAN que han respaldado y puesto en práctica campañas de “limpieza étnica” mucho más extensas.

Doscientos mil serbios fueron expulsados de Croacia en 1996 con el apoyo de Los Estados Unidos. (Desde ese entonces, Croacia se ha aliado a los EE.UU. y es de los “estados de primera fila” en la guerra contra Serbia.) Durante los últimos quince años, más de un millón de curdos han sido desterrado de sus pueblos en Turquía con el apoyo y la ayuda militar de los EE.UU. Turquía, por su parte, permanece miembro de la OTAN y participa en el bombardeo de Yugoslavia.

El castigo que Serbia le ha infligido a los albaneses no puede compararse al salvajismo con que los franceses trataron a Algeria o Los Estados Unidos a Vietnam.

Si las condiciones políticas lo hubieran dictado, los medios de prensa estadounidenses habrían presentado la supresión de la intifadah entre el 1987-91 o las masacres que ocurrieron en Beirut en 1982—bajo los auspicios de Israel—en términos tan inflamatorios como los que usó referente a los eventos en Kosovo del año pasado.

Al analizar las acusaciones de “limpieza étnica”, hay que recordar que los grandes poderes del mundo, durante más de una ocasión, se han referido a los conflictos étnicos como pretexto de intervención imperialista, creando situaciones desastrosas. Uno de los episodios más horripilantes del Siglo XX ocurrió en 1947 cuando Gran Bretaña, refiriéndose a los conflictos entre hindúes y musulmanes en la India, estableció el estado separatista de Pakistán. La violencia que siguió dicha partición resultó en un millón de muertos y creó 12 millones de refugiados.

En Yugoslavia, la intervención imperialista ha tenido el impacto objetivo de llevar la violencia comunal a un nivel más alto y a ampliar la posibilidad que ésta se expanda a los países vecinos.

¿Quién es responsable del éxodo de Kosovo?

La OTAN ahora nos dice que uno de los objetivos principales de su ofensiva fue lograr que los aproximadamente 800,000 refugiados albanokosovares regresen a sus hogares en Kosovo. El cinismo de esta declaración no tiene límites.

Un análisis honesto de la secuencia de eventos que condujo a la crisis de los refugiados refuta las declaraciones de la OTAN. El éxodo de las masas comenzó después del 24 de marzo. El discurso de Clinton en esa fecha, en el cual explicó la razón oficial de la guerra, trató casi totalmente con la cuestión de como prevenir del éxodo. Es más, enfatizó el peligro que sin el bombardeo de la OTAN, el tamaño de la población refugiada que existía en ese momento podía aumentar por “diez de miles”.

¿Qué fue lo que en realidad sucedió? El bombardeo, la destrucción de Kosovo—que de ninguna manera fue mínima—y el terror que sus habitantes sufrieron, ayudó a renovar el conflicto entre las fuerzas de Belgrado y el UCK. No diez, cientos de miles fueron obligados a convertirse en refugiados.

No todas las consecuencias fueron accidentales. Las grandes potencias de la OTAN esperaban que su ofensiva aérea capacitara al UCK a expulsar las fuerzas serbias de la misma manera que los bombardeos aéreos de 1995 en Bosnia le habían permitido a las fuerzas croatas y musulmanas emprender la ofensiva para expulsar a los serbios.

En cuanto a los refugiados mismos, se les ha manipulado de manera cínica. Una vez que los albanokosovares fueron obligados a expatriarse como resultado del bombardeo, la OTAN explotó su difícil situación para lograr que el público apoyara la guerra. A la misma vez, fue mínimo el auxilio en los campamentos provisionales. Allí condiciones se tornaron tan horribles que estallaron motines. Aún así fueron relativamente pocos los refugiados que los países occidentales aceptaron.

Varios dirigentes militares de la OTAN admitieron—si bien sus declaraciones casi no recibieron ninguna atención—que la desolación de Kosovo hubo sido ventajosa, dando mucho más libertad para iniciar el bombardeo total en caso de una invasión por tierra.

En cuanto al regreso de los refugiados, la pregunta lógica que debería hacerse es: ¿regresar a qué? ¿Cuantas casas, oficinas, carreteras, puentes y vías fluviales ha dejado la OTAN en pie?

La función política de la propaganda

En 1937 Aldous Huxley escribía que “el objetivo del propagandista es hacer que los pueblos se olviden que otros pueblos son humanos”. En la guerra actual, la transformación de los serbios en demonios es proporcional al nivel de violencia que la OTAN ha lanzado contra el pueblo yugoslavo.

Al concluir el bombardeo, las masacres de la OTAN serán mucho mayor que las que el gobierno serbio y el UCK habían llevado a cabo antes de la intervención aliada en Kosovo. Previo al 24 de marzo, la mayoría de los cálculos indicaban que la cantidad total de muertos en Kosovo se aproximaba a los 2 mil durante el transcurso de todo un año de guerra civil. Entre el 24 de marzo y el 24 de mayo, la cantidad de serbios y albanokosovares que la OTAN había matado bien sobrepasaba los mil.

La OTAN, claro, comete “errores”; Serbia comete “atrocidades”. Por lo regular, cada denuncia de la OTAN de los saqueos y asesinatos perpetrados por los serbios inmediatamente seguía a informes comprobados sobre las últimas muertes civiles causadas por las bombas de la OTAN. No obstante, aumentaba la histeria de los portavoces de la alianza ante cualquier sugerencia que la medicina de la OTAN es peor que la enfermedad. “¿Hemos olvidado quien es el verdadero enemigo?”

Pregunta interesantísima dado que la categoría de “enemigo” se va expandiendo rápidamente. Al principio se declaró que toda la culpa por el sufrimiento y las muertes albanesas caía sobre los hombros del régimen de Milosevic. Unas semanas después , sin embargo, una mancha aún más venenosa aparece en la guerra propagandista: que la población serbia entera es la culpable de todo.

De acuerdo a esta nueva línea, el pueblo serbio ha sido corrompido, es orgánicamente indiferente al sufrimiento de los albanokosovares, y está obsesionado por un complejo de víctima que casi no se puede comprender. Según muchos de los propagandistas de la OTAN, el remedio para esta enfermedad es una invasión por tierra, la conquista de Belgrado y la ocupación prolongada. A esto se le llama “misión civilizadora”, lo cual recuerda la terminología el colonialismo del Siglo XIX.

Una guerra imperialista

La propaganda requiere la simplificación. Exige que las complejidades de conflictos políticos inmensos se barran debajo de la alfombra. Cabe sólo una respuesta a las preguntas del público. En la guerra actual, la única pregunta permisible es: "¿no es necesario ponerle paro a la limpieza étnica?"

Esta simplificación permite que la prensa pinte de agresor a Yugoslavia, no a la OTAN. A la alianza, en una inversión total de la realidad, se la presenta como la promovedora de una guerra fundamentalmente defensiva en nombre de los albanokosovares.

Para determinar si una guerra es de carácter progresista o reaccionario, se requiere no que se hagan análisis de atrocidades selectas que se cometen, las cuales son comunes a todas las guerras, sino un análisis de las estructuras clasistas, las bases económicas y el papel internacional que las naciones participantes desempeñan. Desde este punto de vista decisivo, la guerra actual que la OTAN desató fue una guerra imperialista de agresión contra Yugoslavia.

El núcleo de la OTAN consiste de Los Estados Unidos y varias naciones europeas; es decir, de los países capitalistas más avanzados del globo. Allí la política es expresión de los intereses del capital financiero, el cual se basa en las sociedades anónimas transnacionales y en las instituciones bancarias. La existencia de las clases gobernantes en estos países depende de la expansión del capitalismo por todo el mundo.

En términos científicos, llamamos imperialismo a una etapa histórica bien concreta del desarrollo del capitalismo como sistema económico mundial. Denota tendencias objetivas fundamentales en la evolución del capitalismo que aparecieron hacia los finales del Siglo XIX y principios del XX. Entre las más importantes se encuentran la supresión de la competencia libre como resultado del desarrollo de empresas monopolistas enormes; el dominio creciente de grandes instituciones bancarias (el capital financiero) sobre el mercado mundial; el ímpetu del capital financiero y monopolista en los países donde se desarrolló con mayor fuerza (Europa, Norteamérica, Japón) a quebrar las fronteras nacionales y a apoderarse de los mercados, materias primas y nuevas fuentes de mano de obra a través de todo el globo.

El imperialismo goza de una relación rapaz y parasítica con los países en desarrollo. A razón de su preeminencia económica y puesto que utiliza como vehículo a instituciones financieras enormes, tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), el imperialismo puede dictarle política a las naciones menores que dependen en esas organizaciones para obtener crédito. Debido a que dominan el mercado mundial, los poderes imperialistas hacen que los precios de las materias primas bajen. Así mantienen a estos países en la pobreza. ¡Cuánto más se vean obligados estos países obligados a pedir prestado, más pobres y dependientes se volverán!

Por último, estos países débiles viven con el miedo perpetuo de un bombardeo militar. Que se les llame “democracias en desarrollo” o se les tache de “naciones pillas” depende, a fin de cuentas, de su ubicación en los planes estratégicos que el imperialismo mundial va desarrollando. Iraq, que había recibido el apoyo de Los Estados Unidos en su guerra contra Irán en los 1980, se convirtió en objeto de odio cuando se opuso a planes que fortalecerían el control estadounidense sobre las reservas de petróleo del Medio Oriente.

Lo mismo sucede ahora con Serbia. Durante los 1980, Washington favoreció a Slobodan Milosevic, pues éste había iniciado una política procapitalista y desmantelado la industria estatal yugoslava. En los 1990, las reglas del juego cambiaron y Serbia se convirtió en un obstáculo contra los planes imperialistas. A la lista de los “Más Odiados” del imperialismo se añadió el nombre de Milosevic al de Saddam Hussein. La opinión que el imperialismo tiene acerca de cualquier país puede cambiar súbitamente debido a que, tal como dijera el Primer Ministro Palmerston sobre el Imperio británico, éste ni tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes; sólo tiene intereses.

Yugoslavia no es una potencia imperialista. Es una nación pequeña y relativamente subdesarrollada que ha perdido terreno durante los 1990 debido a la secesión de cuatro de sus seis ex repúblicas. No cabe duda que el papel de Milosevic en este proceso fue completamente reaccionario. Su explotación del nacionalismo serbio no podría contrarrestar a la política chauvinista de Tudjman en Croacia, Izetbegovic en Bosnia y Kucan en Eslovenia. Pero de ninguna manera fue Milosevic el instigador de este proceso. Lo que hizo fue adaptarse—igual que otros tantos canallas ex stalinistas de la Europa Oriental—a las tendencias sociales centrífugas que el restablecimiento de las economías capitalistas había desatado. En esto las potencias imperialistas desempeñaron un papel principal, exigiendo que las industrias nacionalizadas se desmantelaran e imponiendo una política de austeridad que fue exacerbando las tensiones étnicas que ya estaban hirviendo. La presión económica a la cual Yugoslavia fue sometida echó las bases objetivas para la desintegración de un estado balcánico unido. A partir del 1991, la intervención política de los poderes grandes garantizó la disolución de Yugoslavia. Aunque ya se había predicho que la desintegración de Yugoslavia terminaría en la violencia, Alemania le dio ánimo a que ésta ocurriera cuando reconoció de manera abrupta la independencia de Croacia y Eslovenia en 1991. Por otra parte, Los Estados Unidos, aún de manera más precipitada e imprudente, aprobó la secesión de Bosnia en 1992.

Yugoslavia ni siquiera es una nación capitalista de estatura regional. No posee conglomerados multinacionales. Su capital financiero no desempeña ningún papel importante fuera de sus fronteras. La burguesía serbia, si es posible identificarla, sólo se forma recientemente de los elementos que rodean a Milosevic. Estos elementos se enriquecen con el saqueo de la propiedad estatal cuando se desmantela ese país.

Comparar a Serbia con la Alemania Nazi y a Milosevic con Hitler es una amalgama ignorante y engañosa. El análisis político objetivo no consiste en lanzar epítetos. La transformación de ese cabo austríaco de voz estentórea y bigote estilo Carlitos Chaplin en la encarnación más monstruosa de la reacción mundial dependió de prerrequisitos objetivos—i.e., de los enormes recursos de la industria alemana. Hitler dirigió un poder imperialista agresivo que deseaba lograr la hegemonía del capitalismo alemán en toda Europa. Antes de frenar a la sangrienta ofensiva de Hitler, las conquistas alemanas se extendieron del Canal de la Mancha hasta las montañas del Cáucaso, incluyendo la región balcánica y Yugoslavia. Las ambiciones militares de Hitler reflejaban el apetito económico de Siemens, Krupp, I.G. Farben, Daimler-Benz, Deutche Bank y otros grandes conglomerados alemanes.

Si no fuera por las trágicas consecuencias relacionadas a esta distorsión de la realidad histórica, la comparación de Serbia con la Alemania nazi y de Milosevic con Hitler causaría risas. Para empezar, Serbia no busca la conquista de territorios extranjeros sino afianzarse al territorio que internacionalmente ha sido reconocido como perteneciente a sus fronteras. Y en cuanto a Milosevic, la mayor preocupación de este “Hitler” ha sido la de agarrarse como mejor pueda a una pseudo federación cuyas fronteras han ido disminuyendo año tras año.

En resumen: esta guerra consiste de una coalición compuesta de los países imperialistas grandes contra una nación pequeña en desarrollo. Es de carácter neocolonialista y pisotea la soberanía yugoslava. Su objetivo consiste en establecer algo parecido a un protectorado bajo la tutela de la OTAN, el cual lo más probable se parecerá al régimen de la OTAN-FMI que gobierna a Bosnia.

Más allá de la propaganda: ¿por qué se está llevando a cabo esta guerra?

Una vez que a esta guerra se le arrancan las alegaciones fraudulentas de los portavoces de la OTAN y las falsificaciones de los medios de prensa, ¿qué queda? Una guerra despiadada de países imperialistas poderosísimos contra una pequeña federación; guerra cuyas justificaciones oficiales de masacres son nada más que una pantalla de humo. Sin la descabellada e histérica propaganda sería mucho más difícil prevenir que el público investigara las razones verdaderas por las cuales los poderes imperialistas han tomado el camino del bombardeo militar.

Al comenzar este siglo, Rosa Luxemburgo notó que el capitalismo es el primer modo de producción que tiene el arma de la propaganda en masa a su alcance. El “humanitarianismo” era durante su época lo que todavía es hoy: una cubierta para tomar a la fuerza lo que se le codiciaba a los países más débiles. Las “misiones civilizadoras” de los EE.UU., Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda tenían como propósito verdadero asegurar las materias primas valiosas, los mercados y la ventaja geopolítica sobre los rivales principales. Así pues, hoy el ataque contra Yugoslavia tiene como objetivo asegurar los intereses materiales de los poderes imperialistas.

En pocas palabras, las potencias occidentales toman posiciones con el objeto de explotar las reservas abundantes de minerales que Kosovo tiene. Estas incluyen depósitos cuantiosos de plomo cinc, cadmio, plata y oro. También se calcula que Kosovo posee aproximadamente 17 billones de toneladas de reservas de carbón. Pero en realidad esto sólo representa unas cuantas monedas para los cálculos imperialistas. Las ventajas materiales inmediatas que se le podrían sacar a Kosovo se achican en comparación con el potencial mucho mayor para el enriquecimiento que tienta desde regiones más lejanas hacia el este, donde las potencias de la OTAN han fomentado inmensos intereses durante los últimos cinco años. Es asombroso que tan poca atención se le haya prestado a los vínculos que existen entre esta guerra y las ambiciones estratégicas mundiales de EE.UU. y los otros poderes de la OTAN.

La OTAN y el colapso de la URSS

Así como a fines del Siglo XIX la evolución del imperialismo fue testigo de los esfuerzos de los grandes poderes por repartirse el mundo, el desmantelamiento de la URSS ha creado un vacío en el poderío de Europa Oriental, Rusia y el Asia Central que hace inevitable una nueva división del mundo. El significado principal de Yugoslavia en esta crítica coyuntura es que ésta queda en la periferia occidental de un territorio vasto que las principales potencias mundiales desean ocupar. Es imposible que los EE.UU., Alemania, Japón, Francia, la Gran Bretaña y otros poderes se queden con los brazos cruzados mientras esta región comienza a abrir sus puertas. Se está desarrollando una lucha por el acceso a la región y por el control de sus materias primas, de su mano de obra y de sus mercados que será mayor que la “rebatiña por Africa” del siglo pasado.

Este proceso expresa las necesidades más exigentes del sistema capitalista. Las compañías transnacionales de hoy día miden el éxito en términos internacionales. General Motors, Toyota, Lockheed Martin, Airbus y hasta la Coca Cola no pueden pasar por alto ningún mercado. Estas enormes operaciones compiten a través de los continentes para lograr su dominio. Para ellos, la penetración de una sexta parte del globo que recientemente ha abierto sus puertas a la explotación capitalista es asunto de vida o muerte.

La integración de esta región en sistema mundial capitalista de producción y comercio es el problema de mayor importancia que enfrenta la burguesía internacional actual. Es fundamental para la supervivencia del capitalismo en el Siglo XXI. Solo hay que preguntarse: si a principios del Siglo XX al capitalismo le fue necesario dividir y organizar al mundo, ¿cuánto más dispuesto estará hoy cuando todas las operaciones capitalistas son de carácter internacional?

Los Estados Unidos es el país que más agresivamente está explotando la destrucción de la URSS. Esto se explica, por lo menos parcialmente, por las restricciones históricas que la URSS le impuso a los EE.UU. El capitalismo estadounidense alcanzó su superioridad relativamente tarde, durante la Primera Guerra Mundial. El mismo año—1917—que los EE.UU. ingresó a la guerra, la victoria de la Revolución de Octubre en Rusia le abrió el paso al establecimiento de la Unión Soviética. Por siete décadas, una de las consecuencias objetivas de la existencia de la URSS fue que una enorme parte del globo estaba cerrada a la explotación directa del capitalismo estadounidense.

Las exigencias de Los Estados Unidos para otra vez obtener acceso a este territorio, a sus materias primas y a su labor humana—para recuperar lo que se había perdido—constituían el contenido de fondo de la política de la Guerra Fría en Washington. La campaña para “detener la expansión comunista”, despojada de exageraciones y falsificaciones, representaba una ambición toda poderosa para alargar los garfios de los bancos y del poder corporativo estadounidenses en la Europa Oriental y Rusia y así lograr la extracción de las ganancias. Los eventos de 1989-91 desataron las manos del capitalismo estadounidense en esta arena.

Para reintegrar al territorio de la ex URSS al capitalismo mundial, las gigantescas compañías anónimas transnacionales han absorbido billones de dólares en materias primas valiosas que son vitales para los poderes imperialistas. Las reservas de petróleo mayores del mundo se encuentran en las ex repúblicas soviéticas con fronteras en el Mar Caspio (Azerbaidján, Kazakstán, Turkmenistán). Estos recursos ahora se están dividiendo entre los países capitalistas principales. Es este el combustible que le está dando ímpetu al nuevo militarismo y que por obligación forzará a los poderes imperialistas a conducir nuevas guerras de conquista contra opositores locales y conflictos crecientes entre sí mismos.

Ahí está la clave para comprender la belicosidad de la política estadounidense durante la última década. El bombardeo de Yugoslavia es el último en una serie de guerras de agresión que se esparcen por todo el globo. Aunque hayan tenido ciertas motivaciones regionales, estas guerras han sido la respuesta estadounidense a las oportunidades y los incentivos que la desaparición de la URSS ha ocasionado. Washington considera que su poderío militar es la carta de triunfo que puede utilizar para prevalecer sobre todos sus rivales en la lucha venidera por los recursos.

Petróleo en el mar Caspio y el debate sobre nueva política exterior

“La región del mar Caspio contiene uno de los más grandes yacimientos de petróleo y gas aún no explotados en el mundo,” dijo un ejecutivo de la Exxon en 1998. Añadió que la región podría estar produciendo hasta 6 millones de barriles de petróleo diarios en el año 2020. Calculaba que para ese entonces las compañías petroleras habrían invertido entre $300 a $500 mil millones para explotar esas reservas. Según el Departamento de Energía de los EE.UU., la región contiene reservas de 163 mil millones de barriles y hasta 337 billones de pies cúbicos de gas natural. Si estos cálculos llegaran a ser correctos, la producción de petróleo en la zona sería comparable a la de Irán e Irak.

Analistas occidentales también creen que la región del Mar Caspio tiene posibilidades de ser una de las principales productoras de oro. Kazakstán, con 100,000 toneladas, cuenta con la segunda reserva más grande del planeta. En esa región ya operan compañías mineras de los EE.UU., Japón, Canadá, Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelandia e Israel.

Cada uno de los grandes países capitalistas y varios poderes regionales en desarrollo aspiran explotar estos recursos. Las grandes potencias capitalistas son muy conscientes de los imperativos objetivos de intervenir, expandir su influencia y asegurar sus propios intereses a costa de sus rivales. Esta necesidad está siendo articulada en las principales publicaciones de política, en editoriales y audiencias gubernamentales.

En esta materia, el debate dentro de la elite dirigente de los EE.UU. tiene un alto significado. Desde 1991, prominentes estrategas norteamericanos vienen discutiendo intensamente cual debe ser el nuevo lugar de los EE.UU. en asuntos mundiales. En ausencia de la Unión Soviética, muchos han concluido que Estados Unidos se encuentra en posición de ser jefe en un nuevo mundo “unipolar”, en el cual goza, por lo menos en el presente, de un dominio indiscutible. Lo que los estrategas debaten no es tanto si esta ventaja debe ser usada, sino cuando debe ser usada.

Cabe analizar un artículo escrito por Zbigniew Brzezenski, el ex jefe de Seguridad Nacional bajo el presidente Carter. Apareció en la edición de Septiembre/Octubre de 1997 de la revista Foreign Affairs. Se titula “Una Geoestrategia para Asia”.

"Hay pocas posibilidades en la generación que viene que algún otro país amenace el status americano de principal potencia," escribe Brzezinski. “Ningún estado puede igualarse a los EE.UU. en las cuatro dimensiones claves de poder—militar, económico, tecnológico y cultural—que confieren poder político global.”

Según Brzezinski, habiendo consolidado su poder en el Hemisferio Occidental, los EE.UU., debe de hacer todos los esfuerzos para penetrar los dos continentes de Europa y Asia.

“El surgimiento de Norteamérica demanda imperativamente la elaboración de una estrategia amplia e integral para Eurasia.”

“Después de los EE.UU.,” escribe Brzezinski, “en la región se encuentran las seis mayores economías y poderes militares, así como también todas las potencias nucleares con excepción de una. Eurasia cuenta con 75 porciento de la población mundial, 60 porciento del producto bruto mundial, y 75 porciento de los recursos de energía. Colectivamente, el poder potencial de Eurasia eclipsa al de los EE.UU.

“Eurasia es el supercontinente axial del mundo. La potencia que domine Eurasia ejercerá una influencia decisiva sobre dos de las tres regiones económicas más productivas, Europa Occidental y Asia Oriental. Una mirada al mapa también sugiere que un país dominante en Eurasia casi automáticamente controlaría el Medio Oriente y Africa.

“Con Eurasia al centro del tablero de ajedrez geopolítico, no es necesario elaborar políticas separadas para Europa y Asia. Lo que ocurra con la distribución del poder en el continente de Eurasia será de importancia decisiva para el legado histórico y dominio global de estadounidense.”

En verdad, Brzezinski no anticipa que EE.UU. domine pos si solo a Eurasia. Visualiza que la mejor manera de asegurar los intereses norteamericanos es jugando un papel dirigente a la vez que facilita un balance entre las principales potencias amigas de los EE.UU. Brzezinski añade una condición importante: “En una Eurasia volátil, la tarea inmediata es asegurar que ningún estado o combinación de estados gane la habilidad de expulsar a EE.UU ni de reducir su rol decisivo.” Para el ex jefe de Seguridad Nacional ésta sería una "benigna hegemonía norteamericana."

En la opinión de Brzezinski, la OTAN es el mejor vehículo para lograr tal resultado. “A diferencia de los lazos entre los EE.UU. y Japón, la OTAN representa la influencia política y el poder militar norteamericanos en el territorio eurasiático. Bajo condiciones en que sus aliados europeos aún son altamente dependientes de la protección norteamericana, cualquier expansión de la influencia política de Europa es automáticamente una expansión de la influencia norteamericana. Igualmente, la habilidad de los EE.UU. de proyectar su influencia y poder depende de sus estrechos lazos transatlánticos.

“Una Europa más amplia y una OTAN más grande servirán los intereses a corto y largo plazo de la política norteamericana. La influencia norteamericana se puede expandir con una Europa más amplia. Al mismo tiempo el ensanchamiento europeo no crea simultáneamente una Europa tan integrada políticamente como para representar una amenaza contra EE.UU. en materias de importancia geopolítica, particularmente en el Medio Oriente.”

Como estas líneas sugieren, el papel de la OTAN en Yugoslavia, donde ha intervenido militarmente por primera vez desde su creación, claramente es visto en los círculos dirigentes norteamericanos como un paso hacia el fortalecimiento de su posición mundial. A la vez, la inclusión en la OTAN de Polonia, Hungría y la República Checa es, en efecto, la expansión de la influencia norteamericana en Europa y el mundo.

La perspectiva particular de Brzezinski en esta región no es del todo nueva. Ahora resurge, en una forma útil para los EE.UU. bajo las condiciones actuales, la tradicional estrategia geopolítica del imperialismo británico, que por mucho tiempo buscó asegurar sus intereses europeos jugando un rival contra otro.

La primera “estrategia eurasiática” moderna para la dominación mundial fue elaborada en Gran Bretaña. Anticipándose a Brzezinski, el estratega imperialista Halford Mackinder, en un ensayo de 1904 titulado “El Pivote Geográfico de la Historia”, mantenía que Eurasia y Africa, que colectivamente llamaba “la isla mundial”, tenían un significado decisivo para lograr la hegemonía mundial. De acuerdo a Mackinder, las barreras que habían impedido la formación de imperios mundiales, particularmente las limitaciones de transporte, ya habían sido considerablemente superadas a comienzos del siglo 20. Las condiciones surgían para una lucha entre las grandes potencias en su afán de lograr, cada una, hegemonía mundial. La clave, pensaba Mackinder, estaba en el control del “corazón” de Eurasia—enmarcada aproximadamente por los ríos Volga y Yang Tse, el Artico y la cordillera del Himalaya. Esbozaba su estrategia de la siguiente manera: “Quien domine Europa Oriental controlará el corazón; quien domine el corazón controlara la isla mundial; quien domine la isla mundial controlará el mundo.”

A pesar de presuposiciones axiomáticas que luego fueron criticadas por comentaristas burgueses, los escritos de Mackinder, como los de Brzezinski hoy, fueron estudiados cuidadosamente por los principales políticos de la época. Ejercieron una gran influencia en los conflictos entre las grande potencias que definieron la primera mitad de este siglo.

Debido a razones de estrategia mundial y de control sobre recursos naturales, los EE.UU. está determinado a consolidar su rol dominante en la antigua esfera soviética. Si cualquiera de sus adversarios—o combinación de ellos—fuera a amenazar su supremacía en la región, haría peligrar la hegemonía de los EE.UU. en asuntos mundiales. Los círculos políticos norteamericanos están muy conscientes de este hecho.

Washington planea un dominio político en Asia Central

El Comité de Relaciones Internacionales de la Casa de Representantes ha iniciado una serie de audiencias sobre la importancia estratégica de la región caspia. En una reunión en Febrero de 1998, Doug Bereuter, el presidente del comité, abrió la sesión recalcando los conflictos entre las grandes potencias sobre Asia Central durante el Siglo 19, llamados en ese entonces el “gran juego”.

En disputas imperialistas históricas, notó Bereuter, Rusia y Gran Bretaña se confrontaron en una larga lucha por poder e influencia. Añadió que “cien años después, el colapso de la Unión Soviética ha creado un nuevo gran juego, donde los intereses de la compañía East India Trading Company han sido reemplazados por los de Unocal, Total, y muchas otras organizaciones y compañías.”

“Los objetivos de los EE.UU. para con los recursos energéticos de la región,” continúa, “incluyen fomentar la independencia de las naciones y sus lazos con el occidente; Quebrar el monopolio de Rusia sobre las rutas de transporte de petróleo y gas; Asegurar el abastecimiento de energía para el occidente a través de la diversificación de proveedores; Favorecer la construcción de oleoductos de este a oeste que no pasen por Irán; y negarle a Irán su influencia sobre las economías de Asia Central.”

Tal como indican los comentarios de Bereuter, Washington, en defensa de sus intereses, anticipa severos conflictos con las potencias de la región. Inicialmente ocurrieron graves roces en ganar acceso al petróleo de la región caspia. Ahora surge un mayor conflicto con relación al transporte del petróleo a los mercados occidentales.

Aunque ya se han firmados contratos valorizados en decenas de miles de millones de dólares, las compañías petroleras de occidente no se han puesto de acuerdo en como transportar el petróleo. Por las razones citadas por Bereuter, Washington insiste en encontrar un camino entre oriente y occidente que evite pasar por Irán y Rusia.

Esta es una materia de preocupación en los círculos más altos del gobierno norteamericano. En el otoño de 1998, el secretario de energía Bill Richardson le dijo a Stephen Kinzer del New York Times, “Estamos tratando de empujar a los nuevos países independientes hacia el occidente. Los deseamos dependientes de los intereses comerciales y políticos occidentales en lugar de que vayan en la dirección opuesta. Hemos hecho una inversión política sustancial en la región caspia y nos es muy importante que tanto el mapa del oleoducto como la política regional resulten bien.”

Un grupo de estrategas ha argumentado a favor de una política norteamericana más agresiva en la región. Uno de ellos, Mortimer Zuckerman, el editor de US News & World Report, advierte en su columna de Mayo de 1999 que los recursos de Asia Central pueden recaer bajo el control de Rusia o de una alianza dirigida por Rusia. Para él ese resultado sería una “pesadilla”. Escribe, “Más vale que nos demos cuenta del peligro, o algún día las verdades en las cuales basamos nuestra prosperidad dejaran de ser verdades.”

“La región de influencia Rusa—el puente entre Asia y Europa al este de Turquía—es muy codiciada por el potencial enorme del petróleo y gas del Mar Caspio, valorizado en $4 billones, capaz de darle a Rusia tanto riquezas como oportunidades estratégicas." Zuckerman sugiere que el nuevo conflicto sea llamado el “ juego más grande”. Ese término superlativo es adecuado porque el conflicto de hoy tiene “consecuencias mundiales y no sólo regionales. Si Rusia, brindara apoyo nuclear a un posible nuevo consorcio petrolero que incluya Irán e Irak, muy bien podría manipular los precios, suficientemente para fortalecer a los productores. El Occidente, Turquía y Arabia Saudita se sentirían amenazados. En palabras de Paul Michael Wihbey, en un excelente análisis para el Instituto de Estudios Avanzados de Estrategia y Política, el “escenario de pesadilla de los años 70 reaparecería con fuerza vengadora.”

Sin pelos en la lengua, el director de una agencia de inteligencia norteamericana habló de las implicancias militares de los nuevos intereses norteamericanos en la región. En un documento de 1998, Frederick Starr, el jefe del Instituto del Asia y Cáucaso Central de la universidad Johns Hopkins, indicó que la mitad de las naciones de la OTAN tiene un gran interés comercial en la región caspia. Luego añadió que “ de ser necesario, el botín económico potencial de la energía del Caspio demandaría la participación de las fuerzas militares de occidente para proteger dicha inversión.”

La perspectiva de un conflicto militar entre uno o más de los miembros de la OTAN y Rusia no es simple materia de especulación. Starr escribe: “Ningún país desea tanto ser miembro de la OTAN como el país rico en recursos energético, Azerbaidjan. En ningún otro momento la posibilidad de conflicto en la Federación Rusa es tan grande que cuando se trata de la exportación de recursos de ese país.” En 1998 Azerbaidjan participó en todos los 144 ejercicios de “Alianza para la Paz” de la OTAN.

El pretexto de guerra en la presente campaña contra Yugoslavia podría ser utilizado de nuevo sin dificultad si los círculos militares dirigentes de los EE.UU. decidieran intervenir en Asia Central. Existen conflictos étnicos en casi todos los países de la región. Las tres naciones a través de las cuales Washington quisiera ver pasar el oleoducto son un buen ejemplo. En Azerbaidjan, continúan más de una década de conflictos militares con la población armenia. En la vecina Georgia se han visto esporádicos enfrentamientos entre el gobierno y el movimiento separatista de Abjasia. Finalmente, Turquía, que va a tener un términus del oleoducto, viene llevando una larga campaña de represión contra la población minoritaria curda, que predomina precisamente en aquellas regiones del sudeste del país por donde pasaría el oleoducto que los norteamericanos favorecen.

El gobierno yanqui tiene todo eso en la mente. En un discurso ante los editores de periódicos norteamericanos el mes pasado, Clinton declaró que los problemas étnicos de Yugoslavia no eran únicos. “Gran parte de la ex Unión Soviética tiene problemas similares,” dijo, “incluyendo Ucrania y Moldavia, el sur de Rusia, las naciones del Cáucaso, Georgia, Armenia y Azerbaidjan, las nuevas regiones de Asia Central.” Con la apertura de estas regiones, señaló Clinton, “el potencial de conflicto étnicos se ha convertido, tal vez, en la principal amenaza contra uno de nuestros intereses más apreciados: la transición de los ex países comunistas hacia la estabilidad, prosperidad y libertad.”

Una serie de guerras por venir

La actitud agresiva de los EE.UU. en relación con su intervención en Yugoslavia y la perspectiva de nuevas intervenciones norteamericanas en la región caspia no serán bien recibidas por el resto del mundo.

Muy bien se ve que las posibilidades de un conflicto con Rusia en realidad han crecido en el curso de los últimos 10 años. También ha crecido la posibilidad de un conflicto entre los EE.UU. y otras potencias europeas. La burguesía europea no se quedará contenta en aceptar para siempre un rol subordinado a los EE.UU. Cuanto más ventaja saca Estados Unidos más se erosiona la posición europea. Inevitablemente, surgirán conflictos sobre la manera de repartir las ganancias de Asia Central y Europa Oriental entre EE.UU., Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia.

Recientemente, políticos y comentaristas europeos protestaron contra la creciente participación de los EE.UU. en asuntos de seguridad europea y su campaña de expandir la OTAN. ¿Qué pensarán los europeos de los planes delineados por Brzezinski, para una masiva ampliación de los poderes norteamericanos en Europa y Asia?

Las tensiones ya son visibles. La intervención militar en Yugoslavia ocurre después de un año de crecientes tensiones comerciales transatlánticas. Más aún, las potencias europeas vienen buscando, desde hace mucho tiempo, una manera de minar el rol hegemónico de los EE.UU. en el comercio mundial. Con ese propósito establecieron una unión económica y crearon el Euro para competir con el dólar como reserva monetaria mundial. Es más, la principal potencia detrás de la unión monetaria, Alemania, tiene un enorme interés comercial en Europa Oriental y Rusia. La perspectiva de un conflicto rusonorteamericano e inestabilidad en Moscú pone en peligro la posición de Alemania.

También pueden agravarse los conflictos entre los EE.UU. y Japón. Esta nación, que es uno de los principales importadores de petróleo, tiene sus propios intereses en la región caspia, además de muchas disputas comerciales con Estados Unidos. En cuanto este último considere que para triunfar en Asia debe aumentar su presencia militar, los círculos gobernantes japoneses presionarán por poner fin las restricciones de postguerra sobre el tamaño y alcance de sus propias fuerzas armadas.

Un conflicto entre los EE.UU. y China es inevitable. China, país históricamente oprimido, no es una potencia imperialista. Sin embargo, ha avanzado mucho en su camino hacia la restauración del capitalismo. Aspira convertirse en una gran potencia económica regional.

La actual histeria antichina en la prensa yanqui revela la vehemente oposición de grandes sectores de la elite dirigente norteamericana a tal eventualidad. La expansión de la influencia norteamericana en Asia Central es una amenaza directa e inmediata contra China. Entre otros factores, la expansión de la economía china depende directamente de su acceso al petróleo. Se espera que sus necesidades por petróleo se dupliquen para el año 2010, lo cual obligaría a China a importar el 40 porciento de lo que necesita. En 1995 China importaba el 20 porciento del petróleo que consumía.

Por esta razón, China ya ha expresado interés en un oleoducto para transportar hacia el oriente el petróleo de la región del Caspio. En 1997 firmó un acuerdo por $4.3 billones para asegurarse el 60 porciento del petróleo de Kazakstán. Sin duda, Estados Unidos tratará de sabotear la actividad de China en la región.

Alrededor de todo el mundo, los gobiernos temen que puedan convertirse en nuevos blancos de una intervención militar, si se oponen a las demandas de los EE.UU. La lista de enemigos de Estados Unidos no está limitada a países menos desarrollados. Tanto París como Berlín deben estar altamente preocupados sobre la intervención norteamericana en Europa y que el Pentágono tenga planes de guerra contra Francia y Alemania que pueda implementar con rapidez.

La división de la región de Asia Central, de importancia estratégica y rica en recursos naturales, entre las grandes potencias imperialistas no será pacífica. Tampoco lo será el proceso de su incorporada a la estructura del capitalismo mundial. Como escribió Lenín en 1915, hablando de la división de los países coloniales: “Para el capitalismo la repartición de esferas de influencia, intereses, colonias, etc., es sólo concebible basándose en cálculos de la fuerza de los participantes, su fortaleza económica, financiera, militar, etc. Y la fortaleza de los participantes en la división no cambia hacia un grado igual, porque el desarrollo parejo de diferentes proyectos y ramas de industrias, o países es imposible bajo el capitalismo. Hace medio siglo, Alemania era un país miserable e insignificante comparado a la Gran Bretaña de la época; lo mismo era cierto para Japón al compararlo con Rusia. ¿Es concebible que en los próximos 10 o 20 años no cambien las relaciones de fuerza de las potencias imperialistas? Eso está fuera de la cuestión."

Si actualizamos evaluación de Lenín sustituyendo las potencias de hoy con las de 1915, se plantea la pregunta: ¿Podrán los EE.UU., Europa y Japón ponerse de acuerdo pacíficamente cuando llegue el momento de repartirse los multibillonarios contratos petroleros y de construcción, la elaboración de acuerdos comerciales y el establecimiento de pactos militares? Es imposible responder afirmativamente a esta pregunta.

Las principales potencias también tratarán de sacar ventaja de conflictos locales. En vez de amenguar, se acelerará la tasa de crecimiento de antagonismos locales, durante el proceso de integración de Asia Central al sistema global de producción y comercio. Con el aumento del financiamiento occidental de grandes proyectos petrolíferos, aumentará lo que está en juego en los conflictos étnicos regionales. La pelea se intensificará aún más cuando el control territorial vaya acompañado de miles de millones en exportación de petróleo.

Los conflictos en la región de Abjasia en Georgia paralizaron más de una vez la construcción del oleoducto. Más importante aún, la penetración del capital occidental ha sido acompañada por medidas de austeridad demandadas por el FMI. Estos cambios han contribuido al empobrecimiento de la gran mayoría de los pueblos de Asia Central, a la vez que han enriquecido a unos pocos. Como Rusia, las repúblicas en la región caspia y del Cáucaso han visto el surgimiento de una pequeña capa de ricos “nuevos kazaks” y “nuevos azeris”, la vez que viene cayendo la riqueza y producción general desde 1991.

Estos desarrollos presagian una nueva división del mundo, que será decidida entre los grandes países imperialistas con sus ejércitos. Los próximos conflictos militares ocurrirán en lugares aún más explosivos que los Balcanes. Todos los principales protagonistas tienen armas nucleares, creando la posibilidad de un tercer gran conflicto imperialistas en menos de cien años. La destrucción y la pérdida de vidas humanas potenciales serían aun a escala mucho mayor a la de los dos primeros conflictos combinados.

Las consecuencias del bombardeo de Yugoslavia

Este es el significado de la actual acción militar contra Yugoslavia y del crecimiento del militarismo en general. Kosovo es un campo de prueba para las guerras que surgirán en la región de la ex Unión Soviética.

A la vez, la guerra es una expresión de las inmensas contradicciones en los países imperialistas. Las tensiones sociales se han incrementado con la guerra. La historia del siglo 20 demuestra que los períodos de rapacidad imperialista son acompañados por el incremento de conflictos sociales en los centros metropolitanos del imperialismo.

La estructura social norteamericana y de Europa Occidental está expuestas a intensas contradicciones de clase. En las últimas dos décadas ha ocurrido una profunda polarización material en estos países. Una pequeña capa goza de una riqueza nunca sin par en la historia. El resto de la población vive expuesto a varios grados de tensión y ansiedad económica. Una capa considerable vive en condiciones de extrema pobreza. Todos los signos indican que esta tendencia continuará, aún más, que se acelerará.

Dada su desarticulación política los conflictos sociales han tomado una forma maligna. La sociedad norteamericana da la impresión de estar al borde de un colapso nervioso. La vida pública es interrumpida por violentas explosiones de escolares que han dejado al país en un estado de semishock. Con excepción de declaraciones banales, los funcionarios y expertos no han podido explicar el porqué de estas violentas explosiones de comportamiento antisocial. A su manera, sin embargo, estos hechos delatan la brutalidad de la vida contemporánea norteamericana y la supresión de los antagonismos que yacen debajo de la superficie.

Este punto sugiere una motivación adicional al bombardeo de Yugoslavia. El padre de la política imperialista de fin del siglo pasado, Cecil Rhodes, notó el beneficio sociopsicológico de una agresión imperialista. Esta sirve de válvula de escape para las presiones sociales acumuladas en los propios países imperialistas. Al margen de los intereses económicos directos e indirectos en el conflicto actual, la burguesía norteamericana ve la oportunidad de dirigir frustraciones reprimidas y desesperación hacia un blanco externo.

A la vez, reconoce las limitaciones de esta táctica y ya está planeando cambios a su política interna que correspondan a sus ambiciones imperialistas. El país continuará desarrollándose como una ciudadela tecnológica. El grueso del gasto público será dedicado a objetivos militares externos. Los programas sociales serán reemplazados, en una medida cada vez mayor, por represión doméstica. Esta política ocurrirá en todos los grandes países imperialistas.

También peligran los derechos democráticos. La actitud actual de la elite dirigente con relación a este punto ha salido a la luz durante la presente guerra. El bombardeo de Serbia y su amenaza de cerrar red del Internet contradicen las garantías legales y declaraciones públicas de la OTAN.

Es una frustración para los funcionarios gubernamentales, los círculos militares y los medios de comunicación, que la mayoría de la gente en los países de la OTAN no se contagie con la fiebre de guerra. El sentimiento general del público es uno de perplejidad y desconcierto. Esto se debe a que las masas han sido abandonadas políticamente por sus viejas organizaciones. El descontento popular no se ha coagulado en una oposición contra la guerra.

La guerra ha revelado la total bancarrota de partidos que en épocas anteriores se presentaban como los defensores de la clase obrera y del socialismo. Tanto la socialdemocracia como los partidos laboristas y stalinistas han salido no sólo a apoyar, sino a dirigir esta guerra. Eso no sorprende a los observadores más experimentados.

Desde hace mucho tiempo estas organizaciones vienen demostrando su sumisión política a los mercados y grandes empresas. Ya están integradas en el aparato imperialista. La guerra sólo revela que el proceso de decadencia política ha sido completado. Partidos que, sin ser alternativas socialistas al imperialismo, en una época representaban un obstáculo para las demandas económicas capitalistas, ahora adquieren el aspecto de los partidos burgueses de ultraderecha.

La guerra ha iluminado otro aspecto del paisaje político: la ausencia de una intelligentsia crítica y dispuesta al sacrificio. Ninguno de los expertos académicos critica a los argumentos y pretextos que han servido para justificar la guerra. Al punto que se han escuchado voces en contra de la guerra, han venido como regla de la derecha, la cual demandaba una política aún más agresiva. Han desaparecido, hasta de la memoria, los días de protestas y actividades en los campus estudiantiles.

¿Cómo surgió esta situación? Se puede aprender mucho de una transformación política análoga que ocurrió a principios del siglo 20. Una capa importante de la burocracia laboral y de la socialdemocracia dio su apoyo político a la burguesía de su propio país a inicios de la guerra en 1914. Líderes políticos y partidos que oficialmente habían adoptado posiciones oponiéndose a la guerra, abandonaron sus principios, votaron a favor de presupuestos de guerra, e insistieron que la clase obrera defendiera al estado burgués. Las consecuencias catastróficas de esta decisión, que recayó con más fuerza sobre el proletariado europeo, son bien conocidas.

Para Lenín, la explicación material de este fenómeno era el proceso de corrupción en manos del imperialismo de un segmento de los líderes sindicales y de la socialdemocracia. La brutal explotación de las colonias y el robo de sus recursos le permitía a la burguesía europea compartir parte de su botín con esos líderes de la clase obrera si estos se subyugaban al imperialismo.

Una situación análoga ocurre hoy en día. Un sector de aquellos que fueron radicalizados por las experiencias de Vietnam, por los acontecimientos de Mayo Junio de 1968 en Francia y por la militancia obrera de fines de los 1960 e inicios de los 1970, abandona durante las últimas dos décadas su oposición al imperialismo y se incorpora a la vida de la clase media. Algunos de estos exradicales se enriquecen jugando a la bolsa de valores en la década actual. Este fenómeno causa un dramático realineamiento de sus políticas. De estas filas salen algunos de los más fervientes promotores de la presente guerra.

Este proceso de enriquecimiento, por supuesto, no se ha limitado a quienes participaron de políticas radicales. Como notamos anteriormente sólo se ha enriquecido un pequeño grupo, en términos porcentuales, pero éste representa un significativo número de individuos. El un porciento más rico de la población de EE.UU. es dueña del cuarenta porciento de la riqueza. Esta cifra describe de un extraordinario nivel de vida para dos y medio millones de personas. Junto con ellos otro diez a veinte porciento de la población que visto crecer sus fortunas en los últimos veinte años. Se pueden citar cifras similares para los otros grandes países capitalistas.

De esta capa de ricos salen los líderes políticos de todos los partidos oficiales, de los medios de comunicación y no pocos académicos. La acumulación de riqueza proporciona tanto el cemento político para la guerra como las demandas para expandir la guerra.

El auge de Wall Street, sin embargo, ha sido un proceso con dos caras. El astronómico aumento de valores demanda la adopción de un nuevo régimen de austeridad, “flexibilidad laboral”, (i.e. inseguridad laboral) y aumento de la explotación de las masas trabajadoras en los centros imperialistas y alrededor del mundo.

Así como la cosecha de nuevos ricos en los 1980 y 1990 crea una nueva base para el imperialismo, también produce una gran audiencia para un movimiento anticapitalista y antiimperialista dentro de la clase obrera internacional. El crecimiento del proletariado mundial, la caída de niveles de vida en la mayoría de países avanzados, el empobrecimiento de Asia, Africa y América Latina y la falta de perspectivas para la juventud están creando, objetivamente, un movimiento de cambio revolucionario.

Se han creado las condiciones para la transformación de este potencial objetivo en una fuerza política conscientizada. Lo que se necesita hoy, sobre todo, es la lucha por el socialismo dentro de la masa obrera y entre los intelectuales y la juventud para formar el núcleo de luchas revolucionarias por venir. Se debe aclarar la confusión del marxismo con su antítesis reaccionaria, el stalinismo, a través de la educación política. Se debe luchar contra todas las ideologías que directa o indirectamente trabajan para mantener el sistema actual.

La más alta expresión de todos esos consiste en la construcción de un partido socialista unido de toda la clase obrera internacional. Este es el objetivo del World Socialist Web Site, la voz del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.