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Perspectiva

Las sanciones estadounidenses y la amenaza de guerra

La expulsión de 750 diplomáticos y contratistas estadounidenses de Moscú después de que el Congreso norteamericano aprobara nuevas sanciones económicas contra Rusia, Irán y Corea del Norte marca un colapso histórico. Las guerras neocoloniales de EE. UU. y sus aliados imperialistas del último cuarto de siglo han menoscabado las relaciones comerciales y diplomáticas establecidas, planteando el peligro de una guerra entre potencias nucleares.

La aprobación del proyecto de ley penalizando a Rusia, que compromete a Trump a bloquear el comercio ruso con Europa, dejó pasmado al Kremlin. Esperando una mejora en las relaciones con EE. UU. bajo Trump, Rusia no tomo represalias cuando Obama expulsó a diplomáticos rusos el año pasado a raíz de las acusaciones infundadas de “ciberataques” rusos contra las elecciones estadounidenses. Sin embargo, en este medio año desde la investidura de Trump, los grupos de poder estadounidenses que insisten en confrontar a Rusia han llegado a dominar el aparato mediático y el estatal.

La nueva legislación también marginó las protestas de Alemania y Francia, y profundiza la brecha entre Washington y sus supuestos aliados europeos de la OTAN. El lunes pasado, funcionarios de EE.UU. confirmaron que el Pentágono planea reanudar sus planes, abandonados en el 2015, de armar al régimen ultraderechista ucraniano que llegó al poder en el 2014 con un golpe de Estado dirigido por fascistas. Dicha asistencia militar incluiría misiles antitanques y otros armamentos letales.

Moscú respondió extendiendo sus planes de continuar el enfrentamiento con Washington, realzando las tensiones en Europa a un estado de alerta. “Hemos esperado mucho tiempo para que algo cambie”, comentó el presidente ruso, Vladimir Putin, este fin de semana, “pero considerando lo que ha pasado, si llega a cambiar algo, no será pronto”.

Al mismo tiempo que endurece sus amenazas contra Rusia, Washington está escalando su campaña contra China. La prueba de misil norcoreana del viernes pasado, que pone a ciudades estadounidenses como Los Ángeles, Denver y Chicago dentro del alcance, varios oficiales estadounidenses confirmaron que están considerando sanciones contra China.

El sábado, Trump tuiteó: “Estoy muy desilusionado con China. Nuestros líderes del pasado les han permitido ganar miles de millones de dólares al año en comercio, pero igual no hacen NADA por nosotros con respecto a Corea del Norte; sólo hablan. No dejaremos que esto continúe”.

Después de que el almirante estadounidense Scott Swift declarara la semana pasada en Australia que seguiría órdenes de Trump de lanzar misiles nucleares sobre China, el diario Wall Street Journal publicó un comentario titulado “La solución de un cambio de régimen en Corea del Norte”, abogando por un golpe de Estado pro-EE. UU. en Pyongyang.

Existe una lógica detrás de la incesante intensificación de tensiones comerciales, diplomáticas y militares entre las mayores potencias. No tardará mucho para que conlleven a una guerra.

La prensa busca restarle importancia a este peligro ante una mayor preocupación de la población. Por ejemplo, el New York Times explicó el 27 de julio, “Las sanciones son controversiales. Pero son un instrumento no violento —en este caso, una oportuna y apropiada— para dejar claro cuándo es que el comportamiento de un país ha cruzado una línea y para poder presionarlos para que sus líderes reconsideren el curso de sus acciones”.

¿A quién cree que está engañando el Times? Durante el último cuarto de siglo desde que la burocracia estalinista disolvió la Unión Soviética, dichas sanciones han ido dirigidas a países —usualmente aliados de Rusia o China— como Irak, Yugoslavia, Irán, Corea del Norte que han sido el blanco de la OTAN para guerras o cambios de régimen. En cambio, las sanciones actuales son a potencias nucleares y centrales en la economía mundial capitalista.

La última vez que Washington intentó armar al régimen ultraderechista en Kiev, en el 2015, Berlín y París bloquearon la iniciativa estadounidense y mediaron un tratado de paz entre Moscú y Kiev. El entonces presidente francés, François Hollande, advirtió acerca del peligro de “una guerra total”, en otras palabras, una guerra nuclear, entre la OTAN y Rusia. Ahora que Washington está preparando otra escalada, las discusiones en las cancillerías, oficinas exteriores, y sedes militares alrededor del mundo sin duda se desarrollan en torno a la posibilidad de tal guerra, a espaldas del pueblo mundial.

La elección de Donald Trump no es la causa del desplome del sistema imperialista que atenta con sumir al mundo en una catástrofe. Es un síntoma. Ambos partidos apoyan contundentemente las sanciones contra Rusia, con el Partido Demócrata a la cabeza. Más allá, las rivalidades entre las grandes potencias, incluyendo entre EE. UU. y sus aliados imperialistas europeos, están enraizadas en conflictos objetivos que forman parte del capitalismo mundial y que detonaron dos guerras mundiales el siglo pasado.

La batalla entre las principales potencias por posiciones estratégicas y billones de dólares en transacciones comerciales demuestra tan claro como nunca que las contradicciones capitalistas identificadas por los grandes marxistas del siglo XX como las causas de la guerra y la revolución social —las contradicciones entre la economía global y el sistema de Estados nación y entre la producción social y el control privado de las ganancias— siguen vigentes el día de hoy.

La cuestión política esencial es la construcción de un movimiento de las masas obreras internacionales socialista y antibélico. El resultado será desastroso si los trabajadores se dejan enfilar detrás de uno u otro bando capitalista. Mientras que los esfuerzos del imperialismo estadounidense para reafirmar una hegemonía global que se desliza rápidamente posan inmediatamente la amenaza de una guerra, sus rivales europeos imperialistas y las reaccionarias oligarquías postsoviéticas en Rusia y China no representan una bancarrota menor.

La política de Washington hacia Rusia y China acelerará la inversión de las potencias europeas, encabezadas por Alemania, de miles de millones de euros en sus fuerzas militares para formar un aparato “independiente de”, eso significa potencialmente hostil hacia, Washington. Esta política imperialista, en pro de los intereses de las corporaciones y los bancos europeos y financiada a través de ataques contra la clase obrera, va de la mano con el auge de las fuerzas políticas nacionalistas y ultraderechistas en todo el continente.

En cuanto a las oligarquías en Rusia y China, éstas tantean entre negociar un acuerdo con las potencias imperialistas y tomar pasos de confrontación militar. Esto quedó ilustrado el domingo pasado en el discurso del presidente chino, Xi Jinping, ante un desfile militar en Zhurihe. “No está todo en paz en el mundo, y la paz debe ser protegida”, les manifestó Xi a las tropas, “Siempre obedezcan y sigan al partido. Vayan y luchen dónde sea que el partido les indique”.

Si el régimen estalinista chino o el Kremlin optan por confrontar militarmente a Washington, podría estallar una guerra nuclear rápidamente.

La tarea más urgente es movilizar la cada vez más amplia oposición a la guerra y a la desigualdad social de la clase obrera en todo el mundo. Como lo subrayó el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en su declaración “Socialismo y la lucha contra la guerra”:

  • La lucha contra la guerra debe basarse en la clase obrera, la gran fuerza revolucionaria en la sociedad, uniendo tras ella todos los elementos progresistas de la población.
  • El nuevo movimiento contra la guerra debe ser anticapitalista y socialista, ya que no puede existir una lucha seria contra la guerra excepto que en la lucha para poner fin a la dictadura del capital financiero y al sistema económico que es la causa fundamental del militarismo y la guerra.
  • Por lo tanto, el nuevo movimiento contra la guerra, por necesidad, debe ser inequívocamente y totalmente independiente de y hostil hacia todos los partidos políticos y organizaciones de la clase capitalista.
  • El nuevo movimiento contra la guerra, sobre todo, debe ser internacional, movilizando el gran poder de la clase trabajadora en una lucha global unificada contra el imperialismo.
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