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Perspectiva

¡Opónganse a la guerra criminal de Trump contra Irán!

El World Socialist Web Site condena categóricamente el asesinato del 3 de enero del general Qasem Soleimani en el aeropuerto internacional de Bagdad.

El ataque con drones que mató a Soleimani y nueve otros es un flagrante asesinato, enjuiciable— si se aplicaran los estatutos criminales— tanto bajo el derecho internacional como estadounidense.

El asesinato de Soleimani, titular de la Fuerza Quds dentro de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán y ampliamente visto como la segunda figura más importante del Gobierno iraní, ha desencadenado manifestaciones masivas en Irak e Irán y se considera en Oriente Próximo como una declaratoria de guerra de EE. UU. contra toda la región.

El Gobierno iraní ha prometido llevar a cabo represalias. El líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, declaró que el país emprendería una “venganza forzada”. Dado el alto nivel de ira popular, hacer menos que eso apeligraría perder el control propiamente de Irán.

Dentro de Irán, se ha estimado que las multitudes en honor a Soleimani y las otras víctimas del ataque— cinco iraníes y cinco iraquíes murieron en el ataque con drones— contaron con millones de personas. La procesión funeraria pasó por Ahvaz, Mashhad y finalmente Teherán.

En Bagdad, más de 100.000 personas marcharon para protestar el asesinato, cantando “¡Muerte a Estados Unidos!”. Se describió como la manifestación pública más grande en Irak desde el derrocamiento de la monarquía en 1958.

Bajo el peso de estas inmensas muestras de hostilidad popular, el Parlamento iraquí votó el domingo abrumadoramente a favor de una resolución exigiendo la expulsión de las fuerzas militares estadounidenses de Irak. Mientras que el secretario de Estado de EE. UU. indicó que Washington ignoraría cualquier orden iraquí de salir del país, las 5.000 tropas estadounidenses actualmente desplegadas han abandonado su supuesta misión de entrenar las fuerzas de seguridad iraquíes por temor de que los soldados iraquíes apunten sus armas a sus instructores y, en cambio, están preparando ataques.

El presidente Donald Trump respondió a las declaraciones de Jamenei con una serie de amenazas cada vez más frenéticas en Twitter. Primero afirmó que había seleccionado 52 blancos en Irán, “representando a los 52 rehenes tomados por Irán hace muchos años”. Estos incluyen, dijo, sitios importantes para la “cultura iraní”. Tal ataque sería uno más de los actos ilegales del Gobierno estadounidense.

Posteriormente, el presidente estadounidense tuiteó que golpearía Irán “con más fuerza de la que jamás han sido golpeados antes”, y declaró que sus pronunciamientos en Twitter constituían “una notificación al Congreso de EE. UU. de que, si Irán ataca a cualquier persona o blanco estadounidense, EE. UU. contraatacará de forma rápida y completa, y quizás desproporcional. ¡Tal notificación legal no es requerida, pero la hago de todos modos!”.

Las descabelladas amenazas de Trump tienen como fin azuzar la situación y dejar que el Gobierno iraní, el cual está bajo una inmensa presión popular, no tenga otra opción más que tomar represalias violentas. Esto podría parecer como una completa locura, dadas las consecuencias de una guerra con Irán. Pero sería políticamente inocente creer que el ataque contra Soleimani fue ordenado por Trump en un ataque de ira personal.

La orden fue dada por Trump con la intención deliberada de provocar una guerra. Existe un método detrás de su locura. Es un intento de hallar una salida a la crisis cada vez más desesperada del capitalismo estadounidense —tanto internacional como internamente— por medio de actos impactantes de violencia.

El asesinato de Suleimani no es un evento aislado, sino el comienzo de una nueva guerra. Marca un “antes” y un “después” y no solo en Oriente Próximo, sino internacionalmente. Los historiadores futuros trataran este crimen estatal con la misma importancia que el asesinato del archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo en 1914.

Nadie debería subestimar las consecuencias de una guerra con Irán. El desarrollo del conflicto asumirá velozmente dimensiones globales. Solo es una cuestión de tiempo para que la lógica del conflicto, el cual afecta los intereses vitales de incontables Estados en el vasto continente eurasiático, arrastre a numerosos países al vórtex de la guerra. Ni el Gobierno ruso ni el chino podrán aceptar el control estadounidense sobre Irán. El Gobierno indio tampoco podrá esperar a que Pakistán quede totalmente desestabilizado por el conflicto entre EE. UU. e Irán.

Más allá, el ejército estadounidense, a pesar de los billones de dólares derrochados en armamentos, no está preparado para la resistencia masiva que enfrentará. Al ser incapaz de imponer su voluntad en Irak y Afganistán, incluso tras décadas de guerra, EE. UU. descubrirá que el resultado de una guerra contra Irán será una catástrofe militar y política.

Entonces, ¿por qué se está embarcando el Gobierno de Trump en un curso tan desastroso?

En primer lugar, la decisión de lanzar una guerra contra Irán está vinculado a la aplicación de una nueva doctrina estratégica en 2018 basada en un alejamiento de la “guerra contra el terrorismo” a la preparación de guerras derivadas de la “competición entre grandes potencias”. La imposición de un régimen títere de estilo colonial en Teherán y el control de los yacimientos energéticos del golfo Pérsico son vistos por Washington como una preparación esencial para una guerra con Rusia y China. Cabe notar que, en el último presupuesto militar de un billón de dólares, un presupuesto para una guerra mundial, los demócratas y republicanos borraron los requisitos de que el presidente estadounidense busque una autorización del Congreso para lanzar un ataque militar contra Irán.

En segundo lugar, y algo no menos importante, la imprudente decisión bélica refleja la desesperación de la clase gobernante estadounidense ante el crecimiento del conflicto de clases dentro de EE. UU. Su ansiedad hacia la intensificación de la ira social y el aumento de la oposición al capitalismo se magnifica por el hecho de que toda la economía estadounidense depende de imprimir dinero de forma interminable, conocido como “expansión cuantitativa”, para prevenir un colapso generalizado de los mercados financieros.

La clase gobernante estadounidense está muy al tanto de las implicancias revolucionarias de la crisis y es precisamente esta sensibilidad hacia el peligro último que lleva al carácter imprudente de sus acciones. Ante la acumulación de crisis económicas, sociales y políticas que interactúan y son irresolubles, el Gobierno de Trump está apostando a la guerra, no solo para desorientar y distraer al público, sino también para legitimar la intensificación de la represión estatal y los ataques a los derechos democráticos básicos.

No es un accidente que pocas horas después del asesinato de Soleimani, contingentes fuertemente armados de policías militarizados patrullaron las calles de las principales ciudades estadounidenses.

La situación que prevalece en Estados Unidos—y, si vamos al caso, en todos los principales países capitalistas de Europa occidental— se asemeja a la que existía en la Alemania nazi en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Para 1938, el régimen de Hitler había acumulado deudas tan masivas e insostenibles para mantener la economía a flote y financiar la expansión militar, percibía la guerra como la única salida a un desastre inminente. Un historiador describió la situación que enfrentaba Hitler de esta manera:

La única “solución” disponible para su régimen a las tensiones y crisis estructurales generadas por la dictadura y el rearme eran más dictadura y un mayor rearme, luego expansión, luego guerra y terrorismo, luego saqueos y esclavización. La alternativa evidente y siempre presente era el colapso y el caos, y así todas las soluciones eran cuestiones temporales, desordenadas, e inmediatas, improvisaciones cada vez más barbáricas en torno a un tema brutal. [Nazism, Fascism and the Working Class, Tim Mason (Cambridge, 1995), p. 51]

La imprudencia estadounidense ha creado división y consternación en Europa. Los jefes de Estado y cancilleres todos hablan sobre “bajar las tensiones” incluso cuando sus propios Gobiernos están expandiendo frenéticamente sus propias fuerzas armadas. El matón secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, condenó a los europeos por no ser “tan útiles como me gustaría que fueran”, añadiendo: “Los británicos, franceses y alemanes, todos necesitan entender que lo que hicimos, lo que hicieron los estadounidenses, salvó vidas en Europa también”: Todos, por supuesto, saben que esta es una mentira y que el ataque solo puede generar otro baño de sangre. Sin embargo, a pesar de sus recelos, los Gobiernos europeos, los cuales están sumidos en crisis, están alineándose detrás del Gobierno de Trump.

Como siempre, la prensa estadounidense está buscando crear una guerra psicológica dentro del público estadounidense. Incluso aquellos que expresan dudas sobre las implicaciones de la acción de Trump, invariablemente adornan sus tímidas críticas con denuncias de Soleimani como un “personaje malo” o incluso como un “terrorista” supuestamente responsable de las muertes de cientos de tropas estadounidenses.

Todo esto es una sarta de mentiras. Soleimani dirigió fuerzas que derrotaron tanto a los afiliados de Al Qaeda que EE. UU. apoyaba como del Estado Islámico, el monstruo de Frankenstein estadounidense, en Irak. Él no está implicado en los crímenes que resultaron de la guerra de agresión estadounidense en Irak que cobró más de un millón de vidas y produjo tales horrores como la masacre en Faluya y las cámaras de tortura en Abu Ghraib. En cuanto a los soldados estadounidenses que murieron en Irak, su sangre está en manos del Gobierno de Bush y los demócratas que apoyaron enviarlos a una “guerra de elección” basada en mentiras.

En su declaración de Año Nuevo, el World Socialist Web Site escribió:

La marcha hacia una Tercera Guerra Mundial que amenaza con extinguir la humanidad no puede ser detenida con llamamientos humanitarios. La guerra proviene de la anarquía del capitalismo y la obsolescencia del sistema de Estado nación. Por ende, solo se puede detener por medio de la lucha global de la clase obrera por el socialismo.

La nueva década ni siquiera tiene una semana, pero esta advertencia ya está siendo confirmada.

(Publicado originalmente en inglés el 6 de enero de 2019)

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