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Perspectiva

Latinoamérica emerge como nuevo epicentro del COVID-19

El continente americano ya superó a Europa en términos del número total de casos confirmados de coronavirus, según anunció la Organización Mundial de la Salud (OMS) el miércoles. La cifra total de infecciones oficialmente reportadas en el hemisferio occidental alcanzó 1,74 millones, comparado con 1,73 millones en Europa.

A pesar de que este cambio es sin duda importante, las cifras por sí solas son vistas como enormes subregistros de la verdadera propagación del mortal virus, tanto en EE.UU. como en áreas cada vez mayores de América Latina.

Con 5 por ciento de la población mundial, EE.UU. reporta una cuarta parte de los casos a nivel global (más de 1,4 millones) y casi una tercera parte de las muertes (casi 85.000). No pudo haber una condena más irrefutable para el capitalismo estadounidense, así como la incompetencia criminal e indiferencia a la vida humana del Gobierno de Trump y toda la oligarquía estadounidense.

Pero el traslado del epicentro de la pandemia del viejo mundo al nuevo está siendo impulsado cada vez más por el aumento descontrolado de casos en América Latina, con una de las tasas más rápidas de infecciones en todo el planeta.

Trabajadores de Cementerio sobre una fosa común tras enterrar a cinco personas en el cementerio Nossa Senhora Aparecida en Manaos, Brasil, miércoles 13 de mayo de 2020. La nueva sección del cementerio fue inaugurada el mes pasado para manejar el aumento en muertes (AP Photo/Felipe Dana)

Lo que alimenta la propagación del mortal virus son varias morbilidades sociales y económicas preexistentes que han hecho de América Latina la región más socialmente desigual en la Tierra. Un siglo de opresión y explotación económica por parte del imperialismo estadounidense, junto con el dominio de burguesías nacionales rapaces decididas a colocar el peso completo de la crisis de la región sobre las espaldas de la clase obrera, han dejado a las masas obreras de América Latina entre las más vulnerables a la pandemia.

La propagación del coronavirus ha tenido impactos regionales que incluyen el incremento dramático del desempleo y la pobreza, revueltas sangrientas entre los 1,5 millones de prisioneros atrapados en cárceles sobrepobladas que han cobrado cientos de vidas y una intervención cada vez mayor de los ejércitos en la vida política y social.

Las horrendas escenas que ocurrieron primero en la ciudad costera de Guayaquil en Ecuador, con cuerpos dejados en las calles, se han repetido en las ciudades Manaos de Brasil, Iquitos de Perú, y otras partes. En un país tras otro, los sistemas sanitarios que han sufrido recortes despiadados para cumplir los programas de ajuste estructural han sido abrumados, seguidos por las morgues y los cementerios, donde se cavan fosas comunes en cada vez más ciudades grandes.

Los ejemplos más impactantes de la propagación descontrolada del virus y la negligencia e indiferencia criminales de las clases capitalistas gobernantes hacia el costo de vidas humanas se pueden hallar en los dos países más grandes de la región —en términos de población y economía— México y Brasil.

Ambos vieron su mayor número de muertes confirmadas por COVID-19 en un día el martes: 881 en Brasil y 353 en México.

En ambos países, estos nuevos máximos en fallecimientos son en gran medida simbólicos. Todos saben que el verdadero número de muertos es mucho, mucho mayor.

En Brasil, las 881 muertes no representan el número de personas que falleció en las últimas 24 horas, sino las confirmadas, algunas de ellas días antes. Al mismo tiempo, el Gobierno reconoce que aún hay 2.050 muertes presuntamente de COVID-19 que no ha confirmado. Más allá, hay miles y miles de brasileños en las capas más pobres que han muerto en sus hogares y en densos barrios obreros y favelas de Sao Paulo, Rio de Janeiro y otras ciudades sin recibir atención médica del todo.

Un estudio realizado por la Escuela de Medicina de la Universidad de Sao Paulo estima que el número de infecciones es 15 veces mayor a la cifra oficial; en otras palabras, cerca de 3 millones. El nivel de pruebas en Brasil es apenas una décima parte del de EE.UU., donde ya es completamente inadecuado.

En México, las 38.324 infecciones confirmadas y 3.926 muertes confirmadas son una fracción del verdadero costo de la pandemia. Solo en la Ciudad de México, las autoridades médicas han registrado miles de muertes que no son reportadas por el Gobierno. Los hospitales están saturados de víctimas de COVID-19 sin poder aceptar nuevos pacientes. Los ataúdes se están apilando en los crematorios de la ciudad. México es el que menos pruebas ha realizado de los 36 países miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos.

A pesar de esta realidad, los Gobiernos en Brasil y México han unido fuerzas con los patrones capitalistas para obligar a los trabajadores a regresar a las fábricas y centros de trabajo, exponiéndolos así al riesgo de enfermarse y morir a fin de avanzar los intereses de lucro.

El presidente fascista de Brasil, Jair Bolsonaro, ha expresado los intereses de la clase capitalista brasileña y el capital financiero global de la forma más brutal posible, proclamando todas las actividades industriales y de construcción como “servicios esenciales”. Acompañó a varios líderes empresariales capitalistas en una “marcha” a la Corte Suprema de Brasil para exigir que cancele las limitadas medidas de cuarentena siendo impuestas por los estados.

Mientras que lo ridiculizaban previamente como un lunático por desestimar el coronavirus llamándolo una “gripecilla”, Bolsonaro ha emergido como el portavoz más consistente de los intereses capitalistas. En un discurso frente a sus simpatizantes ultraderechistas el miércoles, resumió crudamente su ultimátum hacia la clase obrera brasileña: “El pueblo tiene que volver al trabajo. Cualquiera que no quiera trabajar, que se quede en casa, ¡coño! Punto final”.

Mientras tanto, 6.500 km al norte en la Ciudad de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador realizó una rueda de prensa el miércoles en que proclamó “la luz al final del túnel” y el comienzo de la “nueva normalidad” en México. Lo que quiso decir es que los trabajadores mexicanos serán arreados de vuelta a las plantas explotadoras de las maquiladoras y las plantas automotrices en la frontera, así como las minas, construcciones y otras industrias, después de que cientos de trabajadores ya perdieron sus vidas por el COVID-19.

López Obrador no solo está actuando en interés de los capitalistas mexicanos, sino bajo las órdenes del Gobierno de Trump, las empresas automotrices, de armas y otras industrias estadounidenses, cuyas cadenas de suministro dependen de la producción en México.

Los trabajadores tanto en México como Brasil han realizado huelgas y protestas contra los intentos de obligarlos a seguir trabajando cuando sus compañeros se enferman en el trabajo y mueren, desde los trabajadores en las maquilas de Ciudad Juárez, Tijuana, Mexicali y Reynosa hasta los trabajadores de centros de llamada y entregas en Brasil. La intensificada campaña de regreso al trabajo en ambos países solo puede desencadenar un estallido de la lucha de clases.

En cara a la mortal pandemia de coronavirus, el excapitán del Ejército sociópata y fascistizante Bolsonaro y López Obrador —quien ha sido promovido por la pseudoizquierda internacional como el representante “progresista”, “izquierdista” e incluso “socialista” del pueblo mexicano— han llegado a la misma política defendiendo los intereses de las oligarquías nacionales y el capital financiero internacional, a expensas de las vidas de trabajadores.

Nada podría demostrar con mayor claridad la indispensable necesidad de la movilización política independiente de la clase obrera en toda América Latina contra todos los partidos políticos existentes y las estructuras institucionales que representan los intereses de las clases capitalistas gobernantes y el imperialismo. Esto no solo incluye a los Gobiernos ultraderechistas de Bolsonaro, Piñera en Chile y Duque en Colombia, sino también los supuestos burgueses nacionalistas “de izquierda” como López Obrador, los “socialistas bolivarianos” de Venezuela y el corrupto aparato burgués del Partido de los Trabajadores en Brasil.

La tarea decisiva presentada por la pandemia de coronavirus y la intensificación de la lucha de clases es la construcción de una nueva dirección revolucionaria en la clase obrera con base en la lucha por unir a los trabajadores de toda América Latina con los trabajadores de EE.UU. e internacionalmente, en una lucha común por acabar con el capitalismo. Esto significa construir secciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en Brasil, México y todo el hemisferio.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 14 de mayo de 2020)

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