Español
Perspectiva

El imperialismo estadounidense pone sus miras en China

Detrás de las espaldas de la población estadounidense y el mundo, EE.UU. está preparando una escalada de las tensiones militares con China, cuyas consecuencias potenciales son incalculables.

Más temprano este mes, el servicio de noticias japonés Nikkei publicó extractos de la Iniciativa de Disuasión en el Pacífico del Pentágono, donde se exige la colocación de misiles ofensivos previamente prohibidos por el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés), a lo largo de un cordón de islas densamente pobladas que incluyen Japón, Taiwán y Filipinas.

Para financiar esta iniciativa, el Pentágono solicitó un presupuesto anual para la región del Pacífico, en palabras de Nikkei, de “$4,7 mil millones, que es más del doble de los $2,2 mil millones asignados para la región en el año fiscal 2021”.

Con estos planes como telón de fondo, el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, y el secretario de Defensa, Lloyd Austin, visitaron Japón esta semana, amenazando con “responder” a la “agresión” de China. Aunque Blinken y otros funcionarios estadounidenses hablan habitualmente de la agresión china, ha sido Estados Unidos, bajo Obama, Trump y ahora Biden, el que se ha enfrentado agresivamente a China en el Indo-Pacífico para evitar cualquier desafío a la hegemonía global estadounidense.

En una breve y ajustada conferencia de prensa, los dos funcionarios estadounidenses y sus homólogos japoneses, junto con la prensa escrutada con permiso para estar presente, ignoraron la cuestión más importante: 75 años después de que los bombarderos estadounidenses destruyeran Hiroshima y Nagasaki, ¿estaban sus políticas exponiendo a los pueblos de Japón y China a un destino similar?

Aunque la pregunta no se abordó directamente, la respuesta fue clara. “Reconfirmamos el firme compromiso de Estados Unidos con respecto a la defensa de Japón, utilizando todo tipo de fuerzas estadounidenses, incluidas las nucleares”, dijo el ministro de Asuntos Exteriores japonés, Toshimitsu Motegi.

Mientras más de 1.000 personas mueren cada día en Estados Unidos a causa del COVID-19, y la enfermedad avanza en todo el mundo, EE.UU. se prepara para un conflicto que conlleva un sufrimiento humano incalculable. A esta ofensiva se une el Reino Unido, con la mayor tasa de mortalidad por COVID-19 de los principales países europeos, que anunció el martes una expansión masiva de su programa de armas nucleares, calificando a China como una “gran amenaza”.

No es el COVID-19, sino China, lo que Estados Unidos ha puesto firmemente en sus miras. Como dejó claro Blinken, “varios países nos plantean serios desafíos, como Rusia, Irán, Corea del Norte... pero el desafío que supone China es diferente. China es el único país con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico” para “desafiar” a Estados Unidos.

El 10 de marzo, el almirante Philip Davidson, comandante del Comando Indo-Pacífico de Estados Unidos, dijo en una audiencia ante el Comité de Servicios Armados del Senado que cree que es probable que China invada Taiwán en los próximos seis años. “Creo que la amenaza se manifiesta dentro de esta década, de hecho, en los próximos seis años”, dijo Davidson.

Dado que Estados Unidos tiene, en palabras del secretario de Defensa, Austin, “el compromiso de apoyar a la capacidad de Taiwán para defenderse”, predecir que China invadirá Taiwán en los próximos seis años es predecir una gran guerra sino-estadounidense en ese mismo periodo de tiempo.

Para ello, Davidson subrayó: “Debemos estar absolutamente preparados para luchar y ganar si la competencia se convierte en conflicto”.

¿Cómo sería el mundo si “la competencia se convirtiera en conflicto”? El almirante James Stavridis, antiguo comandante supremo aliado de la OTAN, ofrece un vistazo a esta realidad. Publicó un libro titulado 2034: A Novel of the Next World War [2034: una novela de la próxima guerra mundial], justo un día antes de los comentarios de Davidson. La novela describe un conflicto nuclear entre Estados Unidos y China, que implica la aniquilación total de las principales ciudades de ambos bandos.

Stavridis escribe que, tras un ataque nuclear estadounidense a Shanghái, una de las mayores ciudades del mundo, “Por muchos meses después, la ciudad seguía convertida en un desierto carbonizado y radiactivo. El número de muertos había superado los treinta millones. Después de cada uno de los ataques nucleares, los mercados internacionales se desplomaron. Los cultivos se perdieron. Las enfermedades infecciosas se extendieron. El envenenamiento por radiación amenazaba con contaminar a varias generaciones. La devastación superaba la capacidad de comprensión”.

Los supervivientes estadounidenses de un ataque nuclear chino en San Diego tuvieron que vivir en “campamentos miserables”, donde “los brotes cíclicos de tifus, sarampión e incluso viruela brotaban a menudo en las letrinas no habilitadas y las hileras de carpas de plástico”.

Lo que más llama la atención es el contraste entre estas representaciones gráficas de muerte masiva y el peligro inminente de lo que Stavridis llama una “guerra mundial”, y el grado en que el público no es consciente de que estos preparativos están en marcha.

¿Cuántas personas en Estados Unidos saben que este país se está preparando para desplegar misiles ofensivos en zonas muy pobladas de la costa china? ¿Y cuántas personas en Japón? Los noticieros de la noche y los principales periódicos guardan silencio sobre estos preparativos de guerra, incluso mientras demonizan implacable y falsamente a China.

El Washington Post, propiedad del oligarca de Amazon Jeff Bezos, ha encabezado la carga. En un editorial del 14 de marzo, el Post acusó a China de “genocidio” contra su población musulmana, haciéndose eco de las declaraciones de las Administraciones de Trump y Biden. El Post exigió que Estados Unidos se retirara de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022 en Beijing, declarando que asistir “cuando el régimen de Xi está buscando activamente la destrucción de un grupo de más de 12 millones de personas sería inconcebible”.

Al mismo tiempo, el Post ha continuado su campaña para afirmar falsamente que el COVID-19 podría haber sido creado en un laboratorio chino. Condena las conclusiones de la Organización Mundial de la Salud, de que, en palabras del Post, la “hipótesis del laboratorio era “extremadamente improbable” y no se estudiaría más”.

En respuesta, el Po st declara que la “OMS necesita empezar de nuevo” y considerar “tanto la hipótesis zoonótica como la del laboratorio”.

Estos esfuerzos por demonizar a China son pura propaganda. Uno de los principales objetivos es desviar las crecientes tensiones sociales hacia un enemigo “externo”. Las horribles guerras del siglo XX se prepararon con este tipo de propaganda, diseñada para ocultar los verdaderos objetivos bélicos de los Gobiernos capitalistas.

En el siglo veintiuno, los costos de una gran guerra son mayores que nunca. En los 20 años de este siglo, a pesar de las guerras perpetuas y los conflictos entre potencias, nunca se ha producido un enfrentamiento a gran escala entre Estados con armas nucleares. Pero exactamente una guerra de este tipo peligra por la masiva acumulación militar de Estados Unidos contra China

Los trabajadores de Estados Unidos y China no tienen nada que ganar con un conflicto tan horrible. Son ellos, y no los generales ni los políticos, los que asumirían el coste.

Para evitar las sangrientas guerras como las del siglo veinte, la clase obrera es la que debe impedirlo. La lucha contra el imperialismo y el peligro de una nueva guerra mundial debe desarrollarse como un movimiento revolucionario de trabajadores en todo el mundo, en oposición a las políticas homicidas de las élites gobernantes y de todo el sistema capitalista.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 16 de marzo de 2021)

Loading