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Perspectiva

El desastre criminal del imperialismo estadounidense en Afganistán

Las tropas estadounidenses abandonaron la enorme base aérea Bagram a las tres de la mañana el viernes por la noche, sin informarles a las fuerzas gubernamentales afganas que supuestamente serán su reemplazo, y cortaron la electricidad al irse, lo que propició la invasión de la base por un pequeño ejército de saqueadores.

Esta innoble retirada es un símbolo apropiado para la debacle producida por la guerra y ocupación estadounidenses de 20 años en Afganistán. Bagram, que fue construida por el ejército soviético en los años cincuenta y expandida ampliamente por los estadounidenses, ha estado en el seno de la guerra criminal de agresión de dos décadas del imperialismo estadounidense.

Cientos de miles de miembros del personal estadounidense pasaron por la base durante la guerra más larga de la historia estadounidense. Desde Bagram, los aviones de guerra estadounidenses llevaron a cabo bombardeos que se cobraron la vida de miles y miles de civiles afganos, y los equipos de asesinatos de las fuerzas especiales iniciaron incursiones en las que aniquilaron a familias enteras. Es más, la base incluía la Instalación para Detenciones Parwan, donde miles de insurgentes sospechosos fueron encarcelados y sometidos a métodos de “interrogación mejorada”, es decir, tortura. Los prisioneros fueron golpeados, atacados por perros, encadenados al techo, sometidos a humillación sexual y privación del sueño y, en algunos casos, torturados hasta la muerte.

Miembro de las fuerzas de seguridad afganas en la enorme base aérea Bagram después de la salida del ejército estadounidense, provincia de Parwan, al norte de Kabul, Afganistán, 5 de julio de 2021 (AP Photo/Rahmat Gul)

Bagram fue abandonada durante la huida absoluta de las fuerzas de seguridad afganas a manos de la insurgencia talibana. Los talibanes han tomado control de aproximadamente una cuarta parte de los distritos del país en cuestión de pocas semanas, además de los territorios que ya controlaba. Los soldados gubernamentales les han entregado varias bases y arsenales de armas provisionadas por EE.UU. y, en ciertos casos, se han unido a los combatientes islamistas. El lunes, más de mil tropas gubernamentales escaparon de los combates en Afganistán cruzando su frontera noreste hacia la república exsoviética de Tayikistán.

Esta huida, que parece confirmar el peor escenario posible pronosticado por las agencias de inteligencia de EE.UU. de que Kabul pueda caer menos de seis meses después del retiro de EE.UU., ha desencadenado una enconada disputa en Washington sobre “quién perdió Afganistán”. Los políticos republicanos de derecha han acusado al Gobierno de Biden, mientras que proclaman su profunda preocupación por los derechos de las mujeres afganas. Los partidarios de Biden a su vez han señalado que fue el Gobierno de Trump el que firmó el acuerdo con los talibanes en Qatar en febrero de 2020, que ordenaba la salida de EE.UU.

La realidad es que EE.UU. perdió Afganistán a lo largo de su ocupación de dos décadas de estilo colonial, que provocó una intensa oposición y enojo dentro de la población afgana.

Se calcula, de forma conservadora, que 175.000 civiles han muerto en la guerra. Si se añaden los muertos por las condiciones de desplazamiento masivo y la destrucción general de las condiciones sociales, el total superaría sin duda el millón.

La intervención estadounidense comenzó con un horrible crimen de guerra: la ejecución masiva de más de 2.000 prisioneros talibanes que fueron asfixiados o asesinados a tiros en contenedores de transporte tras rendirse a las fuerzas especiales estadounidenses y a las fuerzas patrocinadas de la OTAN en noviembre de 2001. La guerra estadounidense, bautizada obscenamente como “Operación Libertad Duradera”, produjo una serie interminable de crímenes de este tipo contra la población afgana. Según estimaciones conservadoras, solo en los últimos cinco años han muerto unos 4.000 civiles afganos en ataques aéreos estadounidenses y de sus aliados, incluidos casi 800 niños.

Las promesas vacías de que la ocupación estadounidense traería al pueblo afgano la democracia y la prosperidad han quedado expuestas como un fraude. El régimen títere de Kabul, producto de unas elecciones amañadas y de acuerdos con caudillos criminales, carece de toda legitimidad. Tras 20 años de ayuda estadounidense, Afganistán sigue ocupando el puesto 169 (de 189 países) en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, por detrás de la mayor parte del África subsahariana.

Estados Unidos gastó $143.000 millones en la “reconstrucción” de Afganistán, una suma que es mayor, ajustada a la inflación, que lo que Washington gastó en todo el Plan Marshal para la reconstrucción de Europa Occidental tras la Segunda Guerra Mundial. Este dinero no ha producido ninguna mejora significativa en las vidas de la gran mayoría de los afganos, ni ningún desarrollo de la infraestructura básica. Se ha destinado mayoritariamente a llenar los bolsillos de una de las cleptocracias más corruptas del planeta, incluido el mando militar, que ha robado el sueldo y los suministros de los soldados, contribuyendo poderosamente al actual colapso de las fuerzas de seguridad.

Los costes de la guerra para Estados Unidos, además del billón de dólares gastados para combatirla, se miden en la muerte de 2.452 militares estadounidenses, junto con la de 455 soldados británicos y 689 de Canadá, Francia, Alemania, Italia, Polonia, Dinamarca, Australia, España y otros países. También perdieron la vida miles de contratistas militares. Entre los tres cuartos de millón de soldados estadounidenses que se desplegaron al menos una vez en Afganistán, muchos regresaron mutilados o con secuelas mentales por la sucia guerra colonial.

Con la retirada de Estados Unidos, surge la pregunta: ¿qué justificó este sacrificio? La afirmación de que la guerra se libró para proteger al pueblo estadounidense del terrorismo de Al Qaeda es una mentira patente. Continuó durante más de nueve años después de que Osama bin Laden, enfermo, aislado y bajo arresto domiciliario por la agencia de inteligencia militar ISI de Pakistán, fuera ejecutado por un escuadrón de los Navy Seal. Durante ese período, Washington financió y armó a elementos de Al Qaeda para sus guerras de cambio de régimen en Libia y Siria.

Además, el trágico encuentro entre el pueblo de Afganistán y el imperialismo estadounidense no comenzó en 2001, sino más de dos décadas antes, cuando la CIA, en colaboración con Arabia Saudí y Pakistán, movilizó a combatientes islamistas de todo el mundo musulmán para una guerra indirecta contra las fuerzas soviéticas que apoyaban un Gobierno laico en Kabul. Entre los colaboradores más cercanos de la CIA estaba Bin Laden, que fundó Al Qaeda con el respaldo de las agencias de inteligencia estadounidenses.

Los motivos de la guerra, que no tenían nada que ver con el bienestar del pueblo estadounidense, sino con los intereses de la oligarquía financiera y empresarial, se ven reflejados en algunas de las críticas a la retirada de Estados Unidos.

El Washington Post escribió en un editorial: “Los rivales de Estados Unidos, como Irán, China y Rusia, podrían sacar la conclusión de que el Sr. Biden no tiene el estómago para defender a aliados de Estados Unidos asediados como Irak, Taiwán y Ucrania”.

El Wall Street Journal señaló los “costes estratégicos” de la retirada, afirmando que “una presencia estadounidense en Afganistán, incluida la gran base aérea de Bagram, ha sido un freno tanto para Irán, al oeste, como a China, al este. Una presencia estadounidense significativa en ese punto estratégico proporcionó al menos un poco de control sobre la agresión iraní y el expansionismo chino”.

Un artículo del teniente coronel David Clukey, oficial retirado de las fuerzas especiales del ejército estadounidense, y publicado en la página web de la Navy War College, advertía de que la retirada daría a “la China comunista... una oportunidad para socavar 20 años de esfuerzos estadounidenses y, al mismo tiempo, permitir a los asesores y fuerzas militares de la República Popular China (RPC) el acceso estratégico y la influencia en el sur de Asia, una medida que reforzaría la disuasión contra la intervención militar estadounidense en la región”.

Lo que estas declaraciones dejan muy claro es que las disputas sobre la retirada de Afganistán no tienen su origen en el temor al terrorismo, y mucho menos en la preocupación por los derechos de las mujeres, sino en los intereses geoestratégicos del imperialismo estadounidense, especialmente en relación con su creciente confrontación con China.

El 9 de octubre de 2001, dos días después de que Washington lanzara su invasión de Afganistán y en medio de una feroz campaña propagandística del Gobierno estadounidense y de los medios de comunicación corporativos para vender la guerra al pueblo estadounidense como una venganza por el 11 de septiembre, el World Socialist Web Site publicó una declaración titulada “Por qué nos oponemos a la guerra de Afganistán”. Exponía la mentira de que se trataba de una “guerra por la justicia y la seguridad del pueblo estadounidense contra el terrorismo” e insistía en que “la presente acción de Estados Unidos es una guerra imperialista” por medio de la cual Washington pretendía “establecer un nuevo marco político para ejercer un control hegemónico” no solo sobre Afganistán, sino sobre la más amplia región de Asia Central, “que alberga el segundo mayor depósito de reservas probadas de petróleo y gas natural del mundo”.

El WSWS declaró en su momento:

Estados Unidos se encuentra en un punto de inflexión. El Gobierno admite que se ha embarcado en una guerra de escala y duración indefinidas. Lo que está ocurriendo es la militarización de la sociedad estadounidense en condiciones de una crisis social cada vez más profunda.

La guerra afectará profundamente a las condiciones de la clase obrera estadounidense e internacional. El imperialismo amenaza a la humanidad a principios del siglo veintiuno, repitiendo a una escala más horrenda las tragedias del siglo veinte. Más que nunca, el imperialismo y sus depredaciones plantean la necesidad de la unidad internacional de la clase obrera y la lucha por el socialismo.

Estas advertencias se han confirmado plenamente en el transcurso de los últimos 20 años, ya que el imperialismo estadounidense ha emprendido nuevas guerras y ataques militares igualmente criminales en Irak, Libia, Siria, Somalia y Yemen, al tiempo que ha erigido el andamiaje para un Estado policial dentro de los propios Estados Unidos.

Aunque existe una profunda hostilidad a estas guerras dentro de la población estadounidense, estos sentimientos antibélicos han sido reprimidos repetidamente y desviados detrás del Partido Demócrata. Éste recuperó el control de ambas cámaras del Congreso en 2006 y ganó la Presidencia de Barack Obama en 2008 sacando partido de estos sentimientos, solo para continuar y ampliar las guerras estadounidenses, incluso con una “escalada” de Obama en Afganistán.

Está por verse si la retirada de las tropas de Biden señala el fin de las cuatro décadas de muerte y destrucción del imperialismo estadounidense en Afganistán. El aparato militar y de inteligencia de EE.UU. está desarrollando una capacidad “sobre el horizonte” para continuar con los bombardeos, los ataques con aviones no tripulados y las intervenciones de las fuerzas especiales, mientras que el Departamento de Estado está buscando nuevas bases en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central.

El intento de Biden y Trump de poner fin a la ocupación militar estadounidense de Afganistán está vinculado a los preparativos para un estallido mucho más peligroso del militarismo estadounidense, según Washington cambia su estrategia global de la “guerra contra el terrorismo” a los preparativos para la guerra contra sus “grandes potencias” rivales, en primer lugar, China y Rusia, ambas con armas nucleares.

Garantizar el fin de la guerra de 20 años en Afganistán y detener el estallido de nuevas y aún más catastróficas guerras requiere la movilización política independiente de la clase obrera en los EE.UU. y unir sus crecientes luchas con las de los trabajadores en Asia, Oriente Próximo, Europa e internacionalmente en un movimiento socialista contra la guerra. Sin la intervención revolucionaria de la clase obrera, el peligro de una tercera guerra mundial nuclear no hará más que crecer.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 6 de julio de 2021)

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