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Perspectiva

Biden en Israel y Arabia Saudita

El imperialismo estadounidense se reúne con sus clientes empapados en sangre de Oriente Próximo

Posiblemente no haya una fotografía hoy del presidente estadounidense Joe Biden sacudiendo la mano del déspota saudí Mohamed bin Salmán. La prensa fue en gran medida excluida de la parada en Arabia Saudita del viaje de cuatro días de Biden a Oriente Próximo y los asesores de Biden anunciaron un nuevo protocolo que solo permite que Biden choque puños y le prohíbe sacudir manos y dar abrazos, supuestamente por la propagación acelerada de la subvariante ómicron BA.5 del coronavirus.

Hay motivos fundados para creer que esta política no tiene nada que ver con nuevas preocupaciones sobre la salud del presidente de 79 años. La Casa Blanca desea reducir la atención recibida por el respaldo de Biden a un famoso y ensangrentado asesino. Su objetivo es congraciarse con Bin Salmán para que aumente la producción petrolera saudí como alivio para los países de la OTAN que han perdido acceso al suministro ruso debido a la guerra en Ucrania y para sosegar el malestar social dentro de EE.UU., donde los precios de la gasolina se dispararon a casi $5 por galón (y $7 en California).

Es su primer viaje como presidente a la región en la que el imperialismo estadounidense llevó a cabo sus crímenes más sangrientos de las últimas tres décadas, librando guerras en Irak, Siria y Libia, apoyando incontables golpes militares y la represión brutal a manos de reyes y dictadores por igual. Millones han perdido la vida y decenas de millones fueron enviados al exilio. Biden no busca aliviar el sufrimiento de los sobrevivientes de las agresiones imperialistas, sino sumarles víctimas. Dedicó cuatro días a reuniones intensivas con los dos aliados y Estados clientelares de EE.UU. en Oriente Próximo. Ya pasó dos días en Israel y pasará dos más en Arabia Saudita, siguiendo los objetivos estratégicos de alinear ambos países detrás de la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania y prometer el apoyo de EE.UU. para los preparativos israelíes y saudíes de una guerra contra Irán.

También hay un breve viaje paralelo a Ramala, que tiene más el carácter de una bofetada al pueblo de la Palestina ocupada que de un reconocimiento de sus derechos. En relación con los palestinos, Biden ha continuado todas las medidas adoptadas por la Administración Trump: la Embajada de EE.UU. trasladada de Tel Aviv por Trump sigue en Jerusalén; el Consulado de EE.UU. en Jerusalén Este, el principal punto de contacto para los palestinos, sigue cerrado; la misión palestina en Washington D.C. sigue cerrada; Estados Unidos sigue exigiendo a la Autoridad Palestina que corte todos los pagos de ayuda a las familias de los asesinados por las tropas y colonos israelíes, lo que Israel califica de “financiamiento del terrorismo”; y Estados Unidos no ha cambiado la política de Trump de reconocer la legitimidad de los asentamientos israelíes en la Cisjordania ocupada, en violación del derecho internacional.

Hay un elemento predominante de hipocresía imperialista en el viaje de Biden. El Gobierno de EE.UU. lleva casi cinco meses embarcado en una guerra contra Rusia en Ucrania. Ha invertido decenas de miles de millones de dólares en armamento y ha desplegado fuerzas militares encubiertas. La justificación que se aduce para este enfrentamiento, que supone el riesgo de un conflicto militar directo entre los dos países con los mayores arsenales nucleares del mundo, es que Estados Unidos está defendiendo la libertad, la democracia y el derecho de autodeterminación del pueblo ucraniano, así como previniendo una futura amenaza rusa contra los aliados de la OTAN. Sin embargo, esta misma política lleva ahora al presidente de Estados Unidos a arropar a dos regímenes que personifican los mismos crímenes que supuestamente justifican la intervención estadounidense en Ucrania.

El Estado de Israel se fundó sobre la negación de la autodeterminación del pueblo palestino, de hecho, de su propia existencia. Israel ha ocupado territorios conquistados en Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán durante más de medio siglo, y está afianzando constantemente el carácter de estas zonas mediante la construcción de asentamientos y la confiscación de tierras palestinas y sirias, en lo que solo puede llamarse limpieza étnica. Gaza ha sido descrita acertadamente como la mayor prisión al aire libre del mundo, con la salvedad de que en la mayoría de las prisiones los guardias no disparan regularmente misiles y cohetes ni lanzan bombas sobre los reclusos.

La supresión del derecho de autodeterminación de los palestinos sigue siendo el principio fundamental de Israel. Esto se codificó durante la Administración de Trump con la aprobación de una ley que declara a Israel como el Estado del pueblo judío, relegando así a los no judíos —cristianos, musulmanes, ateos, inmigrantes de todo tipo, así como a los palestinos— al estatus permanente de ciudadanos de segunda clase. Puede que a los sionistas no les guste el término, pero esto es apartheid.

En el Washington Post este fin de semana, Ronald Lauder, presidente del Congreso Judío Mundial, se lamentaba de que en la región que se extiende desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán (esencialmente Israel, Gaza y Cisjordania), la población palestina supera ahora a la judía. “Ninguna amenaza externa es tan peligrosa para la empresa sionista como esta amenaza interna”, escribe.

Los elementos fascistas, en particular entre los colonos israelíes, han sacado esta conclusión demográfica de que la población palestina debe ser reducida drásticamente para restablecer y mantener una mayoría judía, ya sea mediante expulsiones masivas, como las llevadas a cabo en 1947-48, o mediante matanzas masivas del tipo que sufrió la población judía de la Europa ocupada por los nazis durante el Holocausto.

No se mencionaron estos hechos incómodos en el transcurso de la visita de Biden, la cual estuvo llena de promesas acarameladas de apoyo ininterrumpido de Estados Unidos a la democracia israelí.

En cuanto a Arabia Saudí, carece de la fachada parlamentaria de Israel y está gobernada por un monarca tirano que encarna los asesinatos, la represión interna salvaje y la guerra genocida contra un pequeño país vecino.

La matanza más publicitada de Bin Salmán es el asesinato del crítico y periodista saudí Jamaal Khashoggi dentro del Consulado saudí en Estambul en 2017. Khashoggi, que para entonces era ciudadano estadounidense y columnista del Washington Post, fue engañado para que entrara en el Consulado y luego fue asesinado por un escuadrón de la muerte enviado por Bin Salmán. Su cuerpo fue descuartizado y eliminado tan minuciosamente que no se ha encontrado ningún rastro desde entonces.

Dentro de Arabia Saudita, Bin Salmán es el último de una larga lista de gobernantes absolutos que se remonta al fundador de la dinastía saudí hace casi un siglo. Mientras su anciano e inválido padre es rey, Bin Salmán gobierna realmente como príncipe heredero, dirigiendo el implacable aplastamiento de los derechos democráticos de todos los ciudadanos saudíes con especial brutalidad contra las mujeres, los trabajadores inmigrantes y los miembros de la oprimida minoría chií.

A principios de este año, 81 hombres, en su mayoría chiíes declarados “culpables” de defender los derechos de su secta religiosa, fueron decapitados en una ejecución masiva.

Si bien el despotismo puede ser medieval, el régimen lo aplica con la tecnología más avanzada, comprando armas de guerra a Estados Unidos, Reino Unido y otras potencias imperialistas, y tecnología de vigilancia desarrollada por Silicon Valley e Israel.

En cuanto a pisotear la “autodeterminación” y el derecho de los países pequeños a no sufrir agresiones transfronterizas por parte de sus vecinos más poderosos, Bin Salmán eclipsa a Vladímir Putin. Desde 2015, las fuerzas militares saudíes han protagonizado una flagrante agresión contra Yemen, el país más pobre del mundo árabe. En respuesta a una revuelta interna que derrocó al gobernante títere saudí Abdrabbuh Mansur Hadi, Arabia Saudita ha empleado tropas, aviones de combate y buques de guerra, con la asistencia técnica y el armamento de Estados Unidos y Reino Unido, para librar una guerra con una brutalidad sin paralelo, creando lo que los funcionarios de la ONU han calificado como la peor crisis humanitaria del mundo.

La invasión reaccionaria de Ucrania por parte de Putin, desencadenada por el cerco de la OTAN contra Rusia durante las dos décadas anteriores, ha matado a miles de ucranianos y ha convertido a millones de ellos en refugiados. La invasión de Bin Salmán en Yemen ha sido mucho más sangrienta. Un informe de la ONU publicado en noviembre de 2021 calculaba que habían muerto 377.000 personas, casi dos tercios de ellas niños menores de cinco años que murieron de hambre y enfermedades provocadas por el bloqueo saudí de los suministros de alimentos.

Veinte millones de yemeníes —dos tercios de toda la población— dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir. Cuatro millones son desplazados internos. Millones huirían del país si no lo previnieran las fuerzas saudíes, que controlan las fronteras terrestres de Yemen y mantienen una patrulla respaldada por Estados Unidos en las rutas marítimas del país. La ONU prevé que, en los próximos ocho años, el número de muertos ascenderá a 1,3 millones de personas, mientras que 22 millones, la gran mayoría, vivirán en la pobreza extrema.

El candidato Joe Biden declaró que el asesinato de Khashoggi convertía a Arabia Saudita en un “Estado paria”. Prometió aislar a Bin Salmán como castigo por este crimen. Ahora viaja a Yeda para besar el anillo del sangriento monarca.

En los medios de comunicación estadounidenses ha habido algunas críticas por las contorsiones empleadas por la Casa Blanca y el Departamento de Estado para justificar el cambio de política hacia Bin Salmán. Sobre todo en el caso del Washington Post, donde el asesinado Khashoggi era columnista.

Un comentario del editor del Post, Fred Ryan, publicado el sábado como columna de opinión y no como editorial oficial, se quejaba de que “la reunión de Biden también envía un peligroso mensaje sobre el valor que Estados Unidos otorga a la prensa libre. Una foto sonriendo y abrazando a Bin Salmán indica a los autócratas de todo el mundo que se puede asesinar a un periodista, literalmente, siempre que se posea un recurso natural que Estados Unidos desee lo suficiente”.

La columna no puso en tela de juicio la necesidad en materia de política exterior de un acercamiento con Bin Salmán, solo instaba a Biden a entregar una lista de presos políticos que debían ser liberados y a escenificar un encuentro cara a cara con los disidentes saudíes. “Es una forma de mostrar que Biden se humilla a fin de garantizar una mayor defensa de los derechos humanos, no se trata solo de obtener precios más bajos en las gasolineras estadounidenses”, concluye Ryan.

Sin embargo, hablar de “humillación” no viene al caso. Biden no se está rebajando al nivel de Bin Salmán con su acuerdo de petróleo por sangre. Está demostrando la verdadera barbarie y depravación del imperialismo estadounidense y de él mismo como su actual líder político.

En la reunión de Biden y Bin Salmán, es Biden quien tiene la lista más larga de crímenes contra la humanidad, incluyendo asesinatos en masa que eclipsan los del déspota saudí. Biden ha sido una figura destacada de la seguridad nacional de Estados Unidos durante medio siglo. Ayudó a formular la política de las guerras de agresión de Estados Unidos desde la primera guerra del golfo Pérsico de 1990-91, que apoyó plenamente en el Senado.

Biden votó a favor de las resoluciones que autorizaron las guerras de Estados Unidos en Afganistán e Irak, y apoyó la financiación masiva de la maquinaria bélica del Pentágono en cada uno de los 36 años que sirvió en el Senado. Al convertirse en el vicepresidente de Obama, asumió la dirección directa de las guerras o intervenciones estadounidenses en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen y Somalia, y de los asesinatos con misiles no tripulados en una región enorme. Obama lo designó como encargado de los asuntos sobre Ucrania durante el período en que Estados Unidos gastó 5.000 millones de dólares para derrocar al presidente prorruso elegido e instalar un régimen respaldado por los fascistas en Kiev.

En la reunión entre Biden y Bin Salmán, Biden es el Padrino —alguien culpable de tantos crímenes que apenas puede recordarlos todos—. Dirige un aparato de inteligencia militar que ya estaba llevando a cabo asesinatos tan bestiales como los de Bin Salmán antes de que el despiadado príncipe heredero naciera.

(Publicado originalmente en inglés el 15 de julio de 2022)

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