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Perspectiva

78 años del bombardeo atómico estadounidense en Hiroshima: socialismo o barbarie en 2023

El 6 de agosto de 1945, hace 78 años, bajo órdenes del presidente estadounidense Harry Truman, un bombardero B-29 Superfortress lanzó una bomba atómica apodada Little Boy o Chico Pequeño sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.

Una tormenta de fuego cubre Hiroshima después de la detonación inicial de la bomba atómica

El Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial escribe que la bomba “envolvió la ciudad con un fogonazo de calor y destello'.

Continúa:

La temperatura en la superficie alcanzó los 3900 ºC en menos de un segundo. La bomba vaporizó a las personas a 800 m de la zona cero. Las estatuas de bronce se derritieron; las tejas en los techos se pegaron juntas; y la piel expuesta de personas a kilómetros de distancia se quemó por la intensa energía infrarroja desatada. Al menos 80.000 personas murieron instantáneamente.

La bomba destruyó el 70 por ciento de los edificios de Hiroshima y se estima que 140.000 personas habían fallecido para finales de 1945. Los sobrevivientes sufrieron tasas elevadas de cáncer y enfermedades crónicas.

El Museo Nacional de Ciencia Nuclear e Historia explica que aquellos “cerca del epicentro de la explosión simplemente fueron vaporizados por la intensidad del calor.

Añadió:

Un hombre solo dejó una oscura sombra junto a un banco cuando se sentaba… Muchas personas más en Hiroshima lejos del epicentro de Little Boy sobrevivieron la explosión inicial pero quedaron gravemente heridos, incluyendo lesiones y quemaduras en gran parte de sus cuerpos. Entre ellos, se desató el pánico y el caos al buscar comida y agua, asistencia médica, amigos y familiares, y al intentar huir de las tormentas de fuego que absorbieron muchas zonas residenciales.

Un testigo:

La apariencia de las personas… bueno, tenían la piel ennegrecida por quemaduras… No tenían pelo porque se había quemado, y de un vistazo no sabías si los mirabas de frente o por la espalda… Muchos murieron en el camino, todavía los puedo ver en mi mente, como fantasmas marchando… No parecían personas de este mundo.

Tres días después, antes de que las autoridades japonesas pudieran evaluar la situación, Truman autorizó la detonación de una segunda bomba un poco más grande, llamada Fat Man u Hombre Gordo, en la ciudad de Nagasaki. “Se estima que entre 40.000 y 75.000 personas murieron inmediatamente [en Nagasaki] tras la explosión atómica, mientras 60.000 personas más sufrieron heridas graves. Para fines de 1945, las muertes habían alcanzado 80.000” (Museo Nacional de Ciencia Nuclear e Historia). Aproximadamente entre 200.000 y 250.000 personas murieron en ambas ciudades directamente por estas acciones de EE.UU. y fallecieron muchas más en los años siguientes.

Estos bombardeos constituyen uno de los crímenes de guerra más horrendos jamás perpetrados. Hasta la fecha, solo el Gobierno y el ejército estadounidenses, los autoproclamados líderes del “mundo libre”, han empleados armas nucleares.

El físico Leo Szilard argumentó subsecuentemente que, si la Alemania nazi hubiera arrojado bombas atómicas sobre dos ciudades estadounidenses pero aún así hubiera perdido la guerra, “¿Puede alguien dudar que habríamos definido el bombardeo atómico de ciudades como un crimen de guerra y que habríamos sentenciado a muerte a los alemanes culpables de este crimen en Núremberg y los habríamos colgado?”.

En términos burgueses contemporáneos, no existía ninguna necesidad militar para destruir Hiroshima y Nagasaki y sus poblaciones, como lo señalaron todos los observadores objetivos. Japón ya era un adversario derrotado. Incluso el general Douglas MacArthur, un fanático belicista, explicó luego al periodista y autor Norman Cousins que “no hubo una justificación militar para arrojar la bomba. La guerra quizás habría acabado algunas semanas antes, dijo [MacArthur], si Estados Unidos hubiera acordado, como lo hizo posteriormente de todas formas, a mantener la institución del emperador”.

Dwight D. Eisenhower escribió sobre sus “graves dudas” en sus memorias. “Japón ya había sido derrotado y… lanzar la bomba era completamente innecesario... Pensé que nuestro país debía evitar escandalizar la opinión mundial con el uso de un arma cuyo empleo, en mi opinión, ya no era imprescindible como medida para salvar vidas estadounidenses”.

Este último argumento, que el bombardeo había salvado “vidas estadounidenses”, que los medios de comunicación estadounidenses aún difunden, fue una ficción ex post facto fabricada para excusar la horrible y sangrienta acción.

Los motivos más profundos de los bombardeos tenían que ver con el objetivo del imperialismo estadounidense de aterrorizar a la Unión Soviética como parte de la guerra fría, que ya se estaba desarrollando. Como dejó claro la reciente película Oppenheimer, “Trinity”, el nombre en código de la primera prueba nuclear, se programó para el 16 de julio de 1945, para que Truman pudiera amenazar con la existencia de la bomba a Stalin y la delegación soviética en la Conferencia de Potsdam, que se inauguró al día siguiente. Según esta línea de pensamiento, Estados Unidos podía evitar hacer concesiones y obligar a los dirigentes soviéticos a aceptar sus exigencias.

Cuando se desarrolló la bomba como parte del Proyecto Manhattan, la Administración de Truman imaginó que su supuesto monopolio nuclear garantizaría el papel hegemónico de EE.UU. en los años venideros. Esta idea era considerada delirante por los científicos, que comprendían que era solo cuestión de tiempo que la URSS desarrollara la bomba. De hecho, Truman era tan ignorante que dijo que “esos asiáticos” (de la Unión Soviética) nunca podrían construir un arma tan complicada.

Cuando la URSS realizó con éxito su primera prueba nuclear en agosto de 1949, el acontecimiento avivó los delirios anticomunistas, como parte de un proceso que ya estaba en marcha.

Poco después, en coordinación con figuras fascistizantes como el general Curtis LeMay, la División de Planes de Guerra de la Fuerza Aérea estadounidense elaboró una propuesta, según un perfil de LeMay publicado en la revista New Yorker en 1995, que “implicaba destruir setenta ciudades soviéticas en treinta días con ciento treinta y tres bombas atómicas, causando hasta 2,7 millones de muertos y otros cuatro millones de heridos”. Los estrategas de la Fuerza Aérea estadounidense tenían un nombre para un ataque como el que proponía LeMay: matar una nación”.

En una conferencia en el National War College en abril de 1956, Le May defendió los ataques contra la Unión Soviética, previendo la posibilidad de que entre “la puesta de sol de esta noche y el amanecer de mañana la Unión Soviética probablemente dejaría de ser una potencia militar importante o incluso una nación importante... Podría amanecer una nación mucho más pobre que China, menos poblada que Estados Unidos y condenada a una existencia agraria quizá por generaciones”.

El principal factor que determinó que Estados Unidos no utilizara bombas nucleares tras los bombardeos de agosto de 1945 fue el temor a las represalias de la Unión Soviética, aunque figuras como LeMay abogaron por ataques “preventivos” antes de que la URSS pudiera desarrollar sus defensas antiaéreas. Aparte del temor a las represalias soviéticas, parece seguro que cualquier mínimo escrúpulo que poseyera la élite dirigente estadounidense habría sido descartado con la misma frialdad que en 1945.

Durante las décadas de la guerra fría, ni EE.UU. ni la URSS emplearon estas armas devastadoras, en una relación conocida como “destrucción mutua asegurada” o MAD [Loco], por sus siglas en inglés. Sin embargo, los científicos han advertido sistemáticamente que la existencia de armas nucleares conduciría inevitablemente a su proliferación.

El total oficial de 13.000 armas nucleares se reparte hoy entre Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte, y se sabe que otras seis naciones las albergan: Italia, Turquía, Bélgica, Alemania, Países Bajos y Bielorrusia.

La propia existencia de estas armas de destrucción masiva ha planteado el grave peligro de que en algún momento, en una época de crisis intensa, se utilicen contra enemigos extranjeros o incluso contra la oposición interna.

El aniversario del bombardeo de Hiroshima y el estreno de Oppenheimer, que obviamente ha tocado un nervio inquietante en el público (la película ha superado los 550 millones de dólares en taquilla mundial), tienen que verse en el contexto de los acontecimientos actuales.

La Administración de Biden y sus aliados de la OTAN han repudiado abiertamente la doctrina MAD, argumentando en repetidas ocasiones que no se dejarán “disuadir” por el peligro de una guerra nuclear. Los medios de comunicación estadounidenses y europeos no lo cuestionan e incluso lo aplauden. Tales declaraciones se produjeron en respuesta a la preocupación de que EE.UU. estuviera “tan preocupado por las armas nucleares y una Tercera Guerra Mundial que nos hemos dejado disuadir totalmente”, en palabras de Philip Breedlove, un general retirado de cuatro estrellas de la Fuerza Aérea de EE.UU. que dirigió las fuerzas estadounidenses en Europa y fue comandante supremo aliado de la OTAN de 2013 a 2016.

La noción de que Estados Unidos ya no está “preocupado por las armas nucleares y una Tercera Guerra Mundial” solo puede significar, si las palabras tienen algún significado, que la élite gobernante estadounidense tiene la intención de perseguir sus objetivos despiadados y predatorios sin importar las consecuencias. El Gobierno estadounidense, ni el de Francia, Reino Unido ni las potencias de la OTAN, se detendrán ante, más que una posibilidad, la inevitabilidad de una aniquilación nuclear.

En los círculos gobernantes prevalece una temeridad total.

Aquí es donde hemos llegado, 78 años después de la catástrofe de Hiroshima. En los términos de la sociedad burguesa, hay una vasta regresión social, política y moral. Las alternativas hoy son el socialismo o la barbarie, la toma del poder por la clase obrera o el fin de la existencia humana por el capitalismo.

(Publicado originalmente en inglés el 6 de agosto de 2023)

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