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Indefendible de Rohini Hensman: la ISO descubre su musa —la CIA— Tercera parte

El siguiente artículo es la tercera parte de una reseña de cuatro partes del libro Indefendible: democracia, contrarrevolución y la retórica del antiimperialismo.

Primera parte|Segunda parte|Tercera parte|Cuarta parte

Respaldando un cuarto de siglo de guerras de EE.UU.

En el resto del libro, Hensman respalda una serie de guerras de EE.UU., iniciadas por presidentes del Partido Demócrata después de la disolución de la Unión Soviética: en Yugoslavia durante la década de 1990, con Clinton, y en Libia, Ucrania y Siria, con Obama. Ella vende estas guerras, libradas por el Pentágono en alianza con terroristas islamistas o fuerzas de extrema derecha, bajo la cínica bandera de la moralidad y los derechos humanos. Ella afirma que la tarea de hoy es “llevar de nuevo la moral y la humanidad a la política. La moralidad requiere defender la verdad, pero también requiere algo más: tomar partido”.

Para Hensman, ser “moral” significa respaldar las mentiras y provocaciones usadas para vender las guerras de EE.UU. Ella no puede contener su aversión hacia los opositores de estas guerras, a quienes rechaza como peones de esos regímenes que Washington está amenazando: “Nada resume la degradación moral de los seudoantiimperialistas más que su propensión a ponerse del lado de los verdugos: Milosević, Karadzic y Mladic en Bosnia; Putin en Russia, Ucrania y Syria; Jomeini y Jamenei en Irán, Irak y Siria; y Assad en Siria”.

Estos regímenes son, sin duda, reaccionarios. Sin embargo, la tarea de hacer frente a Putin, Jamenei y Assad recae en las clases trabajadoras rusa, iraní y siria. El apoyo de Hensman a las guerras imperialistas que apuntan a estos regímenes no sólo implica su defensa del derramamiento de sangre causado por los ejércitos de la OTAN, sino también de las fuerzas reaccionarias que aquéllos apoyan en Europa del Este y Medio Oriente.

Tras la disolución de la URSS, las potencias de la OTAN se movieron rápidamente para desmembrar a Yugoslavia, reconociendo de forma provocadora la independencia de sus repúblicas constituyentes, a partir de 1992. Esto condujo a una serie de amargas guerras étnicas en Croacia, Bosnia y, por último, Kosovo, que culminó en el bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia para apoyar la independencia de Kosovo. La población fue desgarrada por facciones nacionalistas rivales, mientras Washington y las potencias de la OTAN apuntaron consistentemente a las fuerzas serbias locales aliadas al gobierno central en Belgrado, en la República serbia de Yugoslavia.

Una política socialista depende de unir a la clase trabajadora contra la guerra imperialista. Hensman, empero, ataca a Washington y a sus aliados europeos imperialistas por no bombardear a Yugoslavia y atacar a los serbios más agresivamente. Ella lamenta el “fracaso vergonzoso de las potencias occidentales para frenar a los nacionalistas serbios hasta que ellos habían despedazado a Yugoslavia”.

Hensman guarda silencio sobre la Operación Tormenta, la ofensiva croata de limpieza étnica apoyada por la OTAN en 1995, que obligó a todos los serbios a salir de Croacia, y sobre los lazos de Al Qaeda con los combatientes islamistas bosnios. Ella se basa totalmente en las infladas denuncias de genocidio serbio contra otras etnias, hechas por funcionarios de la OTAN para justificar el bombardeo del país. Sin embargo, tras la guerra de la OTAN de 1999, que fue iniciada en base a las afirmaciones de que el presidente yugoslavo Slobodan Milosevic y los serbios estaban matando a 100,000 o incluso 250,000 personas, Milosevic fue responsabilizado por 391 muertes.

Hensman también promueve al Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), vinculado a Al Qaeda, que Washington designó formalmente como una organización terrorista mientras la apoyaba en la guerra yugoslava. Ella escribe que el ELK “comenzó una guerra de guerrillas contra las fuerzas de seguridad serbias, sabiendo, como admitió el líder del ELK, Hashim Thaci, que ‘cualquier acción armada que emprendiéramos provocaría represalias contra civiles. Sabíamos que estábamos poniendo en peligro a un gran número de vidas civiles’. Él tenía razón. Las fuerzas de seguridad serbias respondieron a los ataques de la guerrilla con masacres indiscriminadas de civiles”.

Sin embargo, Hensman defiende con entusiasmo una mayor intervención imperialista para apoyar al ELK y sus aliados, y denuncia las críticas de la izquierda a la guerra. Ella escribe:

Según James Petras, ex profesor emérito en la Universidad de Binghamton, ‘La mayoría de los progresistas europeos y estadounidenses apoyaron a los fundamentalistas bosnios respaldados por EE.UU., neofascistas croatas y terroristas albano-kosovares, conduciendo a la limpieza étnica y la conversión de sus Estados otrora soberanos en bases militares de EE.UU., regímenes cliente y desastres económicos –destruyendo totalmente el Estado de bienestar multinacional yugoslavo’ (Petras 2009, 117). La injusticia grotesca de llamar ‘fundamentalistas’ a los musulmanes bosnios que fueron blanco de exterminio y ‘terroristas’ a los albano-kosovares expulsados y asesinados, junto con su silencio ensordecedor sobre las campañas de limpieza étnica genocida por parte de los nacionalistas serbios, deja muy claro cuál es la posición de Petras.

Hensman también defiende la guerra de la OTAN en Libia de 2011. Iniciada con el pretexto de que la OTAN quería evitar el derramamiento de sangre en una represión estatal contra manifestantes en Bengasi, terminó seis meses después con el bombardeo masivo sobre el país y la tortura y asesinato del coronel Muamar el Gaddafi. Hensman respalda las posiciones del NPA y de Gilbert Achcar, que defendió las guerras libia y siria.

Ella escribe, “algunos socialistas y activistas contra la guerra, como Gilbert Achcar, decidieron no oponerse a una zona de exclusión aérea forzada por la OTAN. Justificando esta posición, Achcar dijo, ‘Al oponerse a una zona de exclusión aérea desde el primer día, se está rechazando un pedido hecho por los propios insurgentes, por lo tanto se comporta como si considerara que el destino de la población de Bengasi es totalmente secundario a su sacrosanto antiimperialismo’”.

Hensman está totalmente de acuerdo con la denuncia de Achcar sobre la oposición al imperialismo. Ella compara a los opositores de la guerra con los “perros de Pavlov”, que “reaccionaron como si estuvieran siendo alimentados cuando oyeron una campana, más allá de si realmente se estaba sirviendo comida … Nada más importaba, salvo que la OTAN eligió actuar; lo que los libios dijeron, hicieron, pensaron y organizaron simplemente no fue un factor para ellos. Estos antiimperialistas borraron a los libios de su propia revolución”.

Más de siete años después de la violación de Libia, Achcar quedó expuesto como el propagandista de un gran crimen imperialista. No había una revolución “democrática” bajo los auspicios de la OTAN en Libia y tampoco en Siria. Tras la muerte de más de 30,000 personas en el bombardeo de la OTAN sobre Trípoli, Sirte y otras ciudades, el país se desintegró en una guerra civil entre milicias islamistas rivales que continúa hasta hoy. Mientras tanto, mercados de esclavos y campos de concentración financiados por la UE, diseñados para detener el flujo de inmigrantes a Europa, operan abiertamente en las ciudades libias.

Finalmente, Hensman apoya el golpe respaldado por la OTAN que derribó al presidente prorruso Víctor Yanukóvich en Ucrania, organizado en torno a las protestas de Maidán. Orquestado por funcionarios de EE.UU., en alianza con los partidos de derecha y neofascistas ucranianos, movilizando secciones de la clase media en Kiev y Ucrania occidental que apoyaron unirse a la Unión Europea (UE), el golpe fue liderado por el Sector Derecho neonazi.

Puso en el poder a una coalición entre Arseniy Yatsenyuk, del Partido Patria, la Alianza Democrática para la Reforma (UDAR, o “golpe” en ucraniano), del boxeador profesional Vitali Klitschko, y Oleg Tiagnibok, del partido neofascista Svoboda.

Svoboda ya fue objeto de una condena formal por parte del Parlamento Europeo aprobada el 13 de diciembre de 2012. En ella, la UE reconoce el “sentimiento nacionalista en Ucrania expresado en el apoyo al partido Svoboda”, critica las “opiniones racistas, antisemitas y xenófobas” de Svoboda, y “exhorta a partidos prodemocráticos ... a no asociarse, respaldar, o formar coaliciones con este partido”.

Sin embargo, Washington, Berlín y toda la UE aclamaron el golpe de Kiev y apoyaron el régimen de Kiev mientras realizó una serie de ataques por parte de milicias de extrema derecha, como el Batallón Azov, en las zonas de habla rusa del este de Ucrania. Al mismo tiempo, el régimen recortó el gasto del gobierno en la minería de carbón y la industria pesada, centrada en el este de Ucrania.

Esto sumió al país en la depresión económica y la guerra civil. La guerra y el referéndum de Crimea para abandonar Ucrania y unirse a Rusia después del golpe de Kiev sirvieron como pretexto para que la OTAN hiciera una importante expansión militar a lo largo de las fronteras de Rusia en Europa del Este. El régimen también votó las pensiones para los miembros sobrevivientes en la Segunda Guerra Mundial de la fascista Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), que participaron en el Holocausto nazi de judíos en la Unión Soviética.

Hensman blanquea el golpe fascista en Kiev, presentándolo como una lucha contra un régimen fascista en Moscú y demoniza a Putin. Ella escribe, “Según la narrativa neoestalinista, esto fue un levantamiento fascista, pero la evidencia muestra lo contrario. Aunque los nacionalistas de extrema derecha ciertamente fueron parte de ello, y consiguieron mucha publicidad, su desempeño en las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2014 fue patética, con los partidos ultranacionalistas Svoboda y Sector Derecho obteniendo cada uno alrededor del 1% de los votos emitidos en las elecciones presidenciales de mayo de 2014”.

Nuevamente, Hensman trata de difamar a todos los oponentes del golpe de Kiev como instrumentos del Kremlin. Ella los denuncia con afirmaciones de que “apoyan a Putin, que ni siquiera pretende ser socialista o comunista, y se asocia abiertamente con la extrema derecha; su defensa se extiende al apoyo de los esfuerzos de Putin para anexar o establecer regímenes subordinados en partes del antiguo imperio ruso, como Ucrania”.

La campaña antirrusa y el respaldo de Hensman al fascismo ucraniano

En el centro del argumento de Hensman para el golpe de Kiev está su demonización de Rusia y de Vladimir Putin, basada en poco más que propaganda neofascista. Putin es el representante de la cleptocracia capitalista reaccionaria y postsoviética que gobierna Rusia, desarrollando alianzas con fuerzas de extrema derecha a través de Europa. Sin embargo, Hensman no lo ataca desde la perspectiva de la clase trabajadora que se opone a la parasitaria oligarquía capitalista de Rusia, sino desde el odio histérico a la Unión Soviética.

Hensman describe a la Unión Soviética como el infierno en la Tierra. Ella no critica al régimen estalinista por su rechazo a la revolución internacional y su genocidio político de los internacionalistas marxistas, liderados por Trotsky dentro de la Oposición de Izquierda y la Cuarta Internacional. En cambio, ella denuncia a toda la URSS, a la que presenta como un régimen fascista y genocida. Basándose en esta burda falsificación, ella hace un argumento espectacularmente reaccionario: que los fascistas y pronazi ucranianos estaban luchando por la liberación nacional contra el “imperialismo” soviético.

La imagen de Hensman de la Unión Soviética, no respaldada por ninguna evidencia objetiva, no es más que una burda caricatura anticomunista. Las condiciones de vida de los obreros soviéticos, según Hensman, no sólo “eran de miseria, como la de los obreros durante la revolución industrial en Gran Bretaña, sino que las condiciones en los campos de trabajo esclavo en Rusia —en los que se podía condenar a personas por delitos menores como el robo de pan, por no mencionar la disidencia política— eran aún peores”.

En cuanto a las repúblicas no rusas de la Unión Soviética, ellas fueron, según Hensman, sometidas a una implacable limpieza étnica y genocidio: “La relación entre el imperialismo soviético y sus colonias fue similar al imperialismo clásico ... Se combinó las deportaciones de los indígenas con el asentamiento de rusos en naciones no rusas, cambiando la composición demográfica de estas regiones. Las naciones musulmanas del Cáucaso y Crimea fueron especialmente atacadas; entre 1943 y 1944 toda la población Karachai, los kalmyks, los pueblos de Chechenia e Ingushetia, los balkarios, los tártaros de Crimea y turcos del Meshketian fueron acorralados y expulsados; se fusiló a quienes no se pudo mover, se quemaron sus aldeas”.

Volviendo a Ucrania, escribe Hensman, es por tanto “totalmente comprensible que tuviera un movimiento de liberación nacional. Este movimiento logró establecer brevemente a Ucrania como una república socialista soviética independiente desde 1920 a 1922, antes de ser recolonizada por Stalin. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), un grupo etnonacionalista de derecha anteriormente marginal, creció en importancia”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, escribe Hensman, citando al historiador Timothy Snyder, la OUN llevó a cabo “una limpieza étnica de polacos en 1943, matando al mismo tiempo a varios judíos que se habían escondido con los polacos”, que ella llama “la historia fascista de Ucrania a la que recurre la propaganda putinista”. Ella continúa argumentando que esta historia, empero, es esencialmente irrelevante. Escribe que “la gran mayoría de los ucranianos pelearon contra los nazis, mientras que una minoría colaboró con ellos —al igual que Stalin y muchos rusos—”.

Esta presentación casi diluye la distinción entre el anticomunismo de ISO y la propaganda fascista. Sobre todo, niega el inmenso impacto progresista de la Revolución de Octubre sobre la historia mundial, la toma del poder por la clase trabajadora y el surgimiento de la Unión Soviética.

La toma del poder por la clase trabajadora bajo el liderazgo de los bolcheviques y la abolición de la propiedad capitalista en Rusia posibilitaron un salto cualitativo en el nivel de vida de las masas, no sólo en Rusia sino en todo el mundo. En poco más de una generación, el antiguo imperio ruso progresó desde una colección de países abrumadoramente rurales y analfabetos a una sociedad moderna, alfabetizada y urbana. Gracias al vasto desarrollo de la ciencia y la industria, en 1957, 40 años después de la caída de la atrasada monarquía zarista, Rusia lanzó el Sputnik, primer satélite artificial de la Tierra.

A pesar de las fantasías infernales de Hensman sobre la Unión Soviética como una tierra de constante pobreza dickensiana y genocidio, la Unión Soviética aumentó los niveles de vida y la esperanza de vida en el país, donde los trabajadores de diferentes etnias, en su gran mayoría, vivieron y trabajaron juntos y en paz.

Además, los efectos de la Revolución Rusa fueron mucho más allá de las fronteras de la Unión Soviética. La insinuación de Hensman de que la Unión Soviética colaboró con la Alemania nazi es una mentira histórica reaccionaria. La derrota de la Alemania nazi, la liquidación del fascismo europeo y la derrota de las fuerzas de ocupación japonesas en China, en los años anteriores a la Revolución China de 1949, fueron productos del extraordinario esfuerzo militar e industrial de la URSS en la Segunda Guerra Mundial —sobre todo, su victoria sobre la guerra de aniquilación emprendida por la Alemania nazi contra el pueblo soviético—. Esto transformó las relaciones de clase en todo el mundo.

Confrontadas por una alternativa tangible al gobierno capitalista, las burguesías en América, Europa y más allá se vieron obligadas a hacer grandes concesiones a la clase trabajadora y sus derechos sociales y democráticos. Este fue el caso particularmente en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y el desprestigio del capitalismo europeo y japonés debido a los crímenes del fascismo. Enfrentando el peligro real de la revolución social, ellos construyeron Estados de bienestar y regímenes parlamentarios, e intentaron abordar el antisemitismo europeo y la segregación racial estadounidense a través de legislación y reformas.

Sólo el CICI, basándose en el trabajo de Trotsky, afirmó que el peligro de la guerra mundial y el fascismo seguía en pie. Ninguno de los avances logrados por la clase obrera eran seguros mientras se mantenía el capitalismo mundial. La burocracia soviética —una capa privilegiada que asesinó a los líderes bolcheviques de la Revolución de Octubre en las décadas de 1930 y 1940, e intentó coexistir con el imperialismo, basándose en el rechazo a la revolución socialista mundial— podía aún restaurar el capitalismo, como había advertido Trotsky. En 1991, luego de que las advertencias de Trotsky se hicieron realidad y el Kremlin restauró el capitalismo en Rusia, se planteó, aún más directamente, la tarea de construir el CICI como el liderazgo revolucionario de la clase trabajadora.

Las fuerzas de clase media del “Estado capitalista” y los movimientos pablistas, empero, reaccionaron de manera muy diferente a la restauración capitalista en la Unión Soviética. Con la desaparición del patrocinio de la burocracia soviética en el extranjero y la desintegración de la base social de los sindicatos entre los trabajadores, todos ellos se reorientaron rápidamente hacia el imperialismo, la austeridad y la guerra.

Que se hayan reunido en torno al golpe de Kiev de 2014 e Indefendible, un libro que respalda a la OUN como un movimiento de liberación nacional, es una advertencia. A pesar de su falsa retórica “democrática”, estas fuerzas se mueven en una dirección fascista. De hecho, es imposible entender el significado de los argumentos de Hensman sobre Ucrania hoy sin refutar las mentiras que ella dice sobre la historia de la Unión Soviética y la Segunda Guerra Mundial.

Al respaldar a la OUN para justificar el apoyo al golpe de Kiev, Hensman defiende un movimiento directamente involucrado en los crímenes más sangrientos de los nazis. Afirmando abiertamente que la OUN llevó a cabo una “limpieza étnica” de polacos y mató a “un número de judíos” es blanquear los crímenes del fascismo. De hecho, los fascistas ucranianos se unieron al Holocausto nazi de judíos dentro de la Unión Soviética, y luego llevaron a cabo su propio asesinato en masa de polacos y judíos, que se elevó a cientos de miles, mientras los derrotados ejércitos nazi se retiraban hacia el oeste.

La referencia de Hensman a los crímenes estalinistas contra las minorías musulmanas en la Unión Soviética es el clásico regateo político de los antepasados shachtmanitas de la ISO. Basándose en los crímenes de la burocracia soviética, Hensman equipara los fundamentos socioeconómicos y orígenes políticos esencialmente diferentes de la Unión Soviética y la Alemania nazi. Mientras que ésta era la potencia imperialista dominante de Europa, la Unión Soviética era un Estado obrero creado por la Revolución de Octubre, aunque se había degenerado bajo la burocracia estalinista y nacionalista.

Como millones de trabajadores reconocieron mundialmente, la guerra de aniquilación de los nazis contra la Unión Soviética fue una guerra lanzada por el imperialismo contra un Estado obrero. La burocracia estalinista, antimarxista y nacionalista rusa llevó a cabo crímenes terribles durante la guerra, como la deportación de los tártaros y el asesinato en masa de oficiales polacos en Katyn. Sin embargo, la defensa de la Unión Soviética contra el ataque genocida del ejército nazi y sus aliados europeos fue una tarea crítica.

Basándose en su visión shachtmanista de la Unión Soviética como “Estado capitalista”, Hensman difumina la responsabilidad de los nazis por iniciar la guerra y por una gran mayoría de las víctimas, y presenta a los colaboracionistas fascistas de los nazis como combatientes de liberación nacional. El propósito de esta mentira histórica es dar una apariencia falsa y progresista al alineamiento de Hensman con las operaciones actuales de la CIA y los fascistas ucranianos.

Hensman usa esta mentira para tratar de desacreditar a la crítica izquierdista del golpe en Kiev respaldado por la CIA, enfocando su ataque contra el periodista John Pilger, denunciándolo como un instrumento de Putin:

‘Habiendo ideado el golpe en febrero contra el gobierno elegido democráticamente en Kiev, la toma planeada de Washington de la histórica y legítima base naval de aguas cálidas de Rusia en Crimea fracasó’, nos dice John Pilger. Según él, los ‘rusos se defendieron’ contra ‘la amenaza e invasión del oeste’, así como de ‘fuerzas fascistas’ lanzando ‘ataques sobre rusos étnicos en Ucrania’ –una regurgitación curiosamente acrítica de la propaganda rusa para justificar su invasión de Ucrania desde el este.

De hecho, Pilger no está regurgitando propaganda rusa. Él está informando el resultado del golpe liderado por fascistas en Kiev, la guerra civil subsiguiente y el enfrentamiento militar de Rusia y la OTAN en Ucrania. Es Hensman quien está regurgitando propaganda colaboracionista de los nazis, proporcionada a ella por el régimen respaldado por la CIA en Ucrania y por sus aliados en los gobiernos y medios de comunicación de la OTAN.

Continuará

(Publicado originalmente en inglés el 17 de diciembre de 2018)

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