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Las bases históricas e internacionales del Partido Socialista por la Igualdad

Parte 4

El Partido Socialista por la Igualdad (EE.UU.) sigue hoy con la publicación de la cuarta parte de Las bases históricas e internacionales del Partido Socialista por la Igualdad. El documento se debatió extensamente y fue adoptado unánimemente en el Congreso de Fundación del PSI, celebrado del 3 al 9 de agosto del 2008. Durante dos semanas el WSWS publicará en partes el texto publicado en este sitio en su inglés original del 29 de septiembre al 10 de octubre del 2008. (Oprima aquí para leer las partes 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11)

El WSWS ya ha publicado en castellano la Declaración de Principios del Partido Socialista por la Igualdad, la cual también fue adoptada por el Congreso de Fundación.

Estalla la Segunda Guerra Mundial; Trotsky lucha por última vez

72. La firma del pacto Stalin-Hitler en agosto de 1939, seguido por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, produjo una crisis política dentro del Socialist Workers Party [Partido Socialista de los Trabajadores] de los Estados Unidos. [47] Una facción política encabezada por Max Shachtman, James Burnham y Martin Abern sostuvo que a la Unión Soviética ya no se le podía designar como estado obrero. Este cambio en la definición de la índole clasista del estado soviético —que ahora Burnham definía como “colectivista burocrático”— los llevó a declarar que la Cuarta Internacional, en caso de guerra, no debería abogar por la defensa de la URSS.

73. Trotsky contestó que la caracterización del régimen estalinista como “colectivista burocrático” —lo que era una nueva forma de sociedad explotadora sin precedentes, imprevista por el marxismo— tenía consecuencias políticas e históricas de largo alcance. El verdadero tema bajo consideración, a fin de cuentas, era la viabilidad histórica del proyecto marxista mismo. La premisa que formaba la base a la tesis de Burnham (luego adoptada por Shachtman) era que la clase trabajadora había agotado el potencial de su fuerza social revolucionaria. El desarrollo de la sociedad moderna no iba en dirección al socialismo, logrado en base de una revolución internacional de la clase trabajadora. Más bien ahora surgía una forma de “colectivismo burocrático” en el que la sociedad sería controlada y dirigida por una nueva clase social de ejecutivos de gestión. De haber tenido razón Burnham, entonces por obligación se tendría que haber deducido que el marxismo había malentendido los procesos de la historia moderna, y, sobre todo, que se había equivocado en atribuirle a la clase trabajadora un papel revolucionario. Pero esta perspectiva revisionista de Burnham no era tanto el producto de un análisis materialista de las bases económicas y la dinámica social de la sociedad capitalista moderna, para no decir de la Unión Soviética; más bien era un grito de desespero. De las derrotas de los años 1920 y 1930, Burnham y Shachtman habían llegado a la conclusión que la revolución socialista era imposible. Trotsky rechazó esa postura pesimista e impresionista. La Cuarta Internacional, escribió él, defiende la perspectiva revolucionaria del marxismo. Explicó que las derrotas que la clase trabajadora sufrió fueron consecuencia de las traiciones políticas de sus organizaciones de masas. En oposición a ese análisis, Trotsky escribió:

“Los desilusionados y aterrorizados pseudo-marxistas de todo tipo responden, por el contrario, que el fracaso de la dirigencia‘refleja' simplemente la incapacidad del proletariado para cumplir su misión histórica. No todos nuestros adversarios expresan con claridad su pensamiento, pero todos ellos —ultraizquierdistas, centristas, anarquistas, por no hablar de los estalinistas y los socialdemócratas— cargan el peso de sus propios errores sobre las espaldas del proletariado. Ninguno de ellos expresan claramente bajo qué condiciones será capaz el proletariado de llevar a cabo la revolución socialista”. [48]

74. Trotsky insistió que el conflicto en el SWP sobre cuestiones del programa reflejaba dos conceptos irreconciliablemente opuestos acerca de los procesos sociales contemporáneos:

“Si aceptamos como válido que la causa de los errores es consustancial a las cualidades sociales del proletariado como tal, hemos de reconocer que el futuro de la sociedad moderna se nos presenta sin esperanza. Bajo las condiciones del capitalismo en decadencia, el proletariado no crece ni numérica ni culturalmente. No hay razones, por tanto, para creer que alcance algún día la altura de su misión revolucionaria. Hemos clarificado el profundo antagonismo entre la necesidad orgánica, insoslayable y creciente de las masas trabajadoras de escapar del caos sangriento del capitalismo y el carácter conservador, patriótico y totalmente burgués de las direcciones sindicales existentes. Debemos elegir entre una de estas dos alternativas irreconciliables.” [49]

75. En el curso de su historia, la Cuarta Internacional una y otra vez tendría que hacerle frente, de diversas maneras, a tendencias políticas y teóricas que partían de la premisa de que la clase trabajadora no era una fuerza revolucionaria. Adoptaron éstas la bandera del pablismo o de otras tendencia radicales desmoralizadas de la “Nueva Izquierda” que habían caído bajo la influencia de la “Corriente de Frankfort” (Marcuse, Adorno, Horkheimer y demás); el rechazo del papel revolucionario de la clase trabajadora formaba la base de su perspectiva política oportunista. En cuanto a Shachtman y a Burnham, su evolución luego vindicó el análisis de Trotsky. En abril de 1940, Burnham y Shachtman abandonaron al SWP y formaron el Workers Party [Partido Obrero]. Al mes, Burnham renunció de su propia creación y declaró que ya no se consideraba marxista o socialista. Esto marcó el principio de una rápida evolución hacia la extrema derecha. Se convirtió en partidario de declarar una guerra nuclear preventiva contra la Unión Soviética. Ya para los 1950, se había convertido en el ideólogo principal del naciente movimiento neoconservador. En 1982, varios años antes de fallecer, el Presidente Reagan lo premió con la Medalla de la Libertad. En cuanto a Shachtman, su trayectoria a la derecha fue más lenta pero no menos fundamental. Se convirtió en asesor político de la burocracia anticomunista de la AFL-CIO y del ala pro Guerra Fría más reaccionaria del Partido Demócrata. Antes de morir en 1972, apoyó el bombardeo de Vietnam del Norte por Estados Unidos.

Trotsky defiende el materialismo dialéctico

76. La dimensión filosófica y teórica es otro elemento explícito de la lucha de 1939-1940 que requiere atención. Burnham era profesor de filosofía en la Universidad de Nueva York, y se declaró en oposición al materialismo dialéctico. Como muchos otros que impugnaron el materialismo dialéctico desde el punto de vista del idealismo filosófico (sobre todo en su forma neo kantiana), Burnham desechó el materialismo que Marx y Engels habían defendido. Simplemente lo consideró como producto anticuado de la ciencia del Siglo XIX y de una reverencia excesiva hacia la teoría evolucionaria de Darwin. Y en lo que respecta a la dialéctica, Burnham ridiculizó a Hegel como “el archiembrollador, ya muerto por un siglo, del pensamiento humano”. [50]. En su respuesta a Burnham, Trotsky ofreció una sucinta descripción del materialismo dialéctico y del método teórico del profesor, explicando la relación entre la perspectiva pragmática de Burnham y sus conclusiones políticas.

“El pensamiento vulgar utiliza conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc., como abstracciones fijas, presuponiendo que capitalismo es igual a capitalismo, moral a moral, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y todos los fenómenos en su cambio continuo, determinando en las condiciones materiales de estos cambios el punto crítico tras el cual ‘A' deja de ser ‘A', un estado obrero deja de ser un estado obrero.

“El fallo fundamental del pensamiento vulgar radica en que desea conformarse con imágenes no teóricas de una realidad que consiste en movimiento perpetuo. El pensamiento dialéctico da a los conceptos, por medio de aproximaciones lo más cercanas posible, correcciones, concretizaciones, riqueza de contenido y flexibilidad: me atrevería a decir que les da una suculencia que les aproxima mucho a los fenómenos vivos. No hablamos de capitalismo en general, sino de un determinado capitalismo en un determinado nivel de desarrollo. No hablamos de estado obrero, sino de un estado obrero dado, en un país atrasado y con un entorno imperialista, etc.

“El pensamiento dialéctico es al vulgar lo que una película a una fotografía. La película no proscribe la fotografía, sino que las combina en series según las leyes del movimiento. La dialéctica no niega la validez del silogismo, pero nos enseña a combinar los silogismos de modo que nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una realidad eternamente cambiante.

“Hegel estableció en su Lógica una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para tareas más elementales.

“Hegel escribió antes que Darwin y antes que Marx. Gracias al gran impulso que la Revolución Francesa dio al pensamiento general de la ciencia. Pero como sólo era una anticipación, la obra de un genio, recibió de Hegel un carácter idealista. Hegel consideró sombras ideológicas como si fueran la realidad última, acabada. Marx demostró que el movimiento de esas sombras no era sino el reflejo del movimiento de cuerpos materiales.

“Llamamos ‘materialista' a nuestra dialéctica porque está basada no en el cielo ni en nuestro ‘libre albedrío', sino en la realidad objetiva, en la naturaleza. La conciencia surge de la inconsciencia, la psicología de la fisiología, el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de las nebulosas. En todos los eslabones de esta cadena, los cambios cuantitativos se convirtieron en saltos cualitativos. Nuestro pensamiento, incluido el pensamiento dialéctico, no es sino una forma de expresión de este mundo cambiante. En este sistema no hay lugar para Dios, ni el destino, ni el alma inmortal, ni para normas, leyes ni morales eternas. El pensamiento dialéctico que ha surgido de la naturaleza dialéctica del mundo, posee consecuentemente un carácter totalmente materialista”. [51]

77. Shachtman afirmó que nadie había demostrado “que un acuerdo o desacuerdo sobre las doctrinas más abstractas del materialismo dialéctico necesariamente afecta las cuestiones políticas concretas de hoy y mañana; y los partidos, los programas y las luchas políticas se basan en esos temas concretaos”. Trotsky respondió:

“¿Qué partidos? ¿Qué programas? ¿Qué luchas? Se mezclan aquí todos los partidos políticos. El partido del proletariado es diferente a todos los demás. Y no se basa en absoluto en esos ‘acontecimientos concretos'. Es diametralmente opuesto, desde sus mismas bases, a los partidos de chalanes burgueses y traperos pequeñoburgueses. Su misión es preparar la revolución social y regenerar la humanidad mediante el cambio de sus bases materiales y morales. Para no desviarse bajo la presión de la opinión pública ni de la represión policial, el proletario revolucionario, en especial si se trata de un líder, necesita una visión del mundo clara, precisa, completamente racional. Sólo sobre la base de una concepción marxista unificada es posible enfocar correctamente las cuestiones ‘concretas'” [52].

La oposición pequeñoburguesa y la organización del partido

78. En una fase temprana de la lucha entre diferentes facciones del SWP, Trotsky definió la minoría Shachtman-Burnham-Abern como típica tendencia pequeñoburguesa. Esto no fue un insulto injustificado. Más bien, en base de la experiencia de más de 40 años durante los cuales había dirigido dos revoluciones (en 1905 y 1917) y fundado y asumido el mando del Ejército Rojo, Trotsky detectó en la minoría los rasgos característicos de “todo grupo pequeño burgués dentro del movimiento socialista”. La lista incluía: “una actitud desdeñosa hacia la teoría y cierta tendencia hacia el eclecticismo; una falta de respeto por las tradiciones de su propia organización; cierta inquietud por la ‘independencia' personal a expensas de la preocupación por la verdad objetiva; el nerviosismo en lugar de la coherencia; una tendencia a cambiar de opinión; una falta de comprensión del centralismo revolucionario y una hostilidad hacia él; y finalmente, una inclinación a sustituir la disciplina del partido con círculos de amistades y relaciones personales”. [53]

79. La minoría condenó implacablemente las prácticas organizacionales del SWP, casi llegando a pintar a Cannon como un Stalin naciente, jefe de una burocracia despiadada del partido dedicada a extirpar toda expresión de individualismo. Pero Cannon no tenía pelos en la lengua y respondió:

“Los intelectuales pequeñoburgueses son introspectivos por naturaleza. Confunden sus propias emociones, sus incertidumbres, sus temores y su propio interés egoísta acerca de su destino personal con los sentimientos y movimientos de las masas. Consideran que agonía del mundo es el reflejo de sus propias penas y dolores inconsecuentes”. [54]

80. Cannon señaló que las críticas acérrimas de la minoría pequeñoburguesa acerca de las prácticas de organizacionales del partido seguían un patrón familiar.

“...La historia del movimiento revolucionario obrero desde los días de la Primera Internacional es una crónica ininterrumpida de las veces que grupos y tendencias pequeñoburguesas de todo tipo han tratado de compensar sus flaquezas teóricas y políticas atacando furiosamente los ‘métodos organizacionales' de los marxistas. Y bajo la categoría de métodos organizacionales, incluyen todo, desde el concepto del centralismo revolucionario hasta los asuntos administrativos rutinarios; y más aún, incluyen el modo personal de ser y los métodos de sus adversarios principistas, los cuales califican de ‘malos', ‘severos', ‘tiránicos' y —desde luego, desde luego, desde luego— ‘burocráticos'. Hasta hoy día, cualquier grupito de anarquistas puede explicar como el ‘autoritario' Marx maltrató a Bakunin.

Al cumplir su undécimo año, la historia del movimiento trotskista en los Estados Unidos es extremadamente rica en semejantes experiencias. Las luchas y peleas facciosas en que los cuadros básicos de nuestro movimiento se educaron y consolidaron siempre fueron, por lo menos en parte, luchas contra todo intento de reemplazar asuntos principistas con riñas organizacionales. Cada vez, los adversarios políticamente débiles recurrieron a estas triquiñuelas”. [55]

81. Trotsky aprobó calurosamente el análisis de Cannon en cuanto a la cuestión organizacional y su lucha por darle al SWP una “orientación proletaria”. Escribió él: “El panfleto de Jim es excelente. Es la escritura de un auténtico líder obrero. El debate estaría justificado aún cuando no hubiera producido más que este documento”. [56]

La Cuarta Internacional al estallar la Segunda Guerra Mundial

82. La Segunda Guerra Mundial estalló en septiembre de 1939, con la invasión de Polonia por la Alemania nazi. La firma del “Pacto de No Agresión” con el régimen estalinista solamente la semana anterior facilitó la sangrienta agresión de Hitler. Los objetivos estratégicos del Tercer Reich engendraron el impulso político militar inmediato para lanzar la conflagración. No obstante, a un nivel mucho más elemental, la guerra surgió de las contradicciones económicas y geopolíticas de la obsolescencia histórica del sistema de estados-naciones y el colapso económico general del capitalismo mundial. Trotsky rechazó todo intento de presentar la guerra como un conflicto entre democracia y el fascismo. Trotsky escribió: “La guerra actual, la cual comenzaron sus participantes antes de firmar el Tratado de Versalles, surgió de los antagonismos imperialistas. Fue tan inevitable como el choque de dos trenes que se ponen a correr sobre una misma vía ferroviaria y se dirigen el uno hacia el otro en dirección contraria”. [57]. En el Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista, que escribiera en mayo de 1940, Trotsky responsabilizó a la burguesía imperialista de todos los países capitalistas principales de causar la catástrofe. Las tardías críticas acérrimas del régimen totalitario de Hitler por parte de Francia, Inglaterra y Estados Unidos apestaban de cinismo. Trotsky lo puso de esta manera:

“Los gobiernos democráticos, que en su momento saludaron en Hitler a un cruzado contra el bolchevismo, ahora hacen de él una especie de Satán inesperadamente escapado de las profundidades del infierno, que viola la santidad de las fronteras, los tratados, los reglamentos y las leyes. Si no fuera por Hitler el mundo capitalista florecería como un jardín. ¡Qué mentira miserable! Este epiléptico alemán con una máquina de calcular en el cerebro y un poder ilimitado en las manos no cayó del cielo ni ascendió de los infiernos; no es más que la personificación de todas las fuerzas destructivas del imperialismo. Gengis Kan y Tamerlán se les aparecían a los pueblos pastores más débiles como los destructores azotes de Dios, mientras que en realidad no expresaban otra cosa que la necesidad de más tierras de pastoreo, que tenían todas las tribus, para lo cual saqueaban las áreas cultivadas. Del mismo modo Hitler, al conmover hasta sus fundamentos a las viejas potencias coloniales, no hace más que ofrecer la expresión más acabada de la voluntad imperialista de poder. Con Hitler, el capitalismo mundial, arrojado a la desesperación por su propio impasse, comenzó a hundir en sus entrañas una afilada daga.

Los carniceros de la segunda guerra imperialista no lograrán transformar a Hitler en el chivo emisario de sus propios pecados.

Todos los gobernantes actuales comparecerán ante el tribunal del proletariado. Hitler no hará más que ocupar el primer puesto entre todos los reos criminales”. [58]

83. El Manifiesto enfocó su atención sobre el papel de Estados Unidos, el cual, para 1940, todavía se mantenía en las afueras del conflicto. Pero, como predijo Trotsky, la burguesía estadounidense muy pronto explotaría la oportunidad que la guerra le ofrecía para asegurarle a Estados Unidos una posición hegemónica en los asuntos del capitalismo mundial. Esto no fue simplemente cuestión de ambición, sino de necesidad político económica:

“Sin embargo, la fuerza industrial, financiera y militar de Estados Unidos, la potencia capitalista más avanzada del mundo, no asegura en absoluto el florecimiento de la economía norteamericana. Por el contrario, vuelve especialmente maligna y convulsiva la crisis que afecta su sistema social. ¡No se puede hacer uso de los miles de millones en oro, ni de los millones de desocupados! En las tesis de la Cuarta Internacional, La guerra y la Cuarta Internacional, publicadas hace seis años, se pronosticaba:

‘El capitalismo de Estados Unidos se enfrenta con los mismos problemas que en 1914 empujaron a Alemania a la guerra. ¿Está dividido el mundo? Hay que redividirlo. Para Alemania se trataba de ‘organizar Europa'. Estados Unidos tiene que ‘organizar' el mundo. La historia está enfrentando a la humanidad con la erupción volcánica del imperialismo norteamericano.'” [59]

84. El Manifiesto analizó las fuerzas motrices que guiaban al imperialismo estadounidense:

“Con uno u otro pretexto y con cualquier consigna Estados Unidos intervendrá en el tremendo choque para conservar su dominio del mundo. El orden y el momento de la lucha entre el capitalismo norteamericano y sus enemigos no se conocen todavía; tal vez ni siquiera Washington lo sabe. La guerra con Japón tendría como objetivo conseguir más ‘espacio vital' en el Océano Pacífico. La guerra en el Atlántico, aunque en lo inmediato se dirija contra Alemania, sería para conseguir la herencia de Gran Bretaña.

“La posible victoria de Alemania sobre los aliados pende sobre Washington como una pesadilla. Con el continente europeo y los recursos de sus colonias como base, con todas las fábricas de municiones y astilleros europeos a su disposición, Alemania (especialmente si está aliada con Japón en Oriente) constituiría un peligro mortal para el imperialismo norteamericano. Las titánicas batallas que se libran actualmente en los campos de Europa son, en este sentido, episodios preliminares de la lucha entre Alemania y Norteamérica...” [60]

85. El Manifiesto de la Cuarta Internacional llamó a los trabajadores de los Estados Unidos a que se opusieran a la guerra, pero denunció explícitamente al pacifismo de algunas capas de la pequeña burguesía:

“Nuestra lucha contra la intervención de Estados Unidos en la guerra no tiene nada en común con el aislacionismo y el pacifismo. Les decimos abiertamente a los obreros que el gobierno imperialista no puede dejar de arrastrar este país a la guerra. Las disputas internas de la clase gobernante son solamente alrededor de cuándo entrar a la guerra y contra quién abrir fuego primero. Pretender mantener a Estados Unidos en la neutralidad por medio de artículos periodísticos y resoluciones pacifistas es como tratar de hacer retroceder la marea con una escoba. La verdadera lucha contra la guerra implica la lucha de clase contra el imperialismo y la denuncia implacable del pacifismo pequeño burgués. Sólo la revolución podrá evitar que la burguesía norteamericana inter­venga en la segunda guerra imperialista o comience la tercera. Cualquier otro método es nada más que charlatanería o estupidez, o una combinación de ambos. [61]

86. En oposición a los pequeños burgueses pacifistas que abogaban por la resistencia pasiva e individual a la guerra, la Cuarta Internacional abogó por capacitar a los trabajadores en las artes militares, pero sólo bajo el control de los sindicatos obreros y con funcionarios de la clase trabajadora. En los Estados Unidos y entre sus aliados, la clase gobernante trató de vender el conflicto como una “guerra por la democracia”, explotando así el odio que sentían amplios sectores de la clase trabajadora hacia el régimen nazi. Después de la invasión de la Unión Soviética por los alemanes en 1941, los estalinistas adoptaron ese eslogan como parte de su alianza con las potencias imperialistas Aliadas. La Cuarta Internacional rechazó eso desde el principio.

“No es menor el engaño de la consigna de la guerra por la democracia contra el fascismo. ¡Como si los obreros hubieran olvidado que el gobierno británico ayudó a subir al poder a Hitler y su horda de verdugos! Las democracias imperialistas son en realidad las mayores aristocracias de la historia. Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica se apoyan en la esclavización de los pueblos coloniales. La democracia de Estados Unidos se apoya en la apropiación de las vastas riquezas de todo un continente. Estas ‘democracias' orientan todos sus esfuerzos a preservar su posición privilegiada. Descargan buena parte del peso de la guerra sobre sus colonias. Se obliga a los esclavos a entregar su sangre y su oro para garantizar a sus amos la posibilidad de seguir siéndolo”. [62]

87. Trotsky insistió que la alianza inicial de guerra que hizo el régimen estalinista con Alemania y su política brutal durante su ocupación de Finlandia y Polonia no alteraban el carácter social de la Unión Soviética como estado obrero degenerado. A pesar de los crímenes y las traiciones del estalinismo, la Cuarta Internacional todavía abogaba por la defensa de la Unión Soviética contra el imperialismo:

“Muchos radicales pequeñoburgueses hasta ayer estaban de acuerdo en considerar a la Unión Soviética un posible eje de agrupamiento de las fuerzas ‘democráticas' contra el fascismo. Ahora descubren súbitamente, cuando sus países están amenazados por Hitler, que Moscú, que no acudió a su ayuda, sigue una política imperialista y que no hay diferencia entre la URSS y los países fascistas.

“¡Mentiras!” responderá todo obrero con conciencia de clase; hay una diferencia. La burguesía comprende esta diferencia social mejor y más profundamente que los charlatanes radicales. Es cierto que la nacionalización de los medios de producción en un país, y más si se trata de un país atrasado, todavía no garantiza el establecimiento del socialismo. Pero puede avanzar en el requisito fundamental del socialismo; es decir, en el desarrollo planificado de las fuerzas productivas. No tomar en cuenta la nacionalización de los medios de producción en función de que por sí misma no asegura el bienestar de las masas es lo mismo que condenar a la destrucción un cimiento de granito en función de que es imposible vivir sin paredes y techo”.

88. La defensa de la Unión Soviética contra el imperialismo, sin embargo, no presupone en lo más mínimo ninguna concesión política a la burocracia estalinista:

“La Cuarta Internacional sólo puede defender a la URSS con los métodos de la lucha revolucionaria de clases. Enseñar a los obreros a comprender correctamente la índole clasista del estado —imperialista, colonial, obrero— así como también sus contradicciones internas, permitirá que los trabajadores lleguen a las conclusiones prácticas correctas en cada situación determinada. Mientras libra una lucha incansable contra la oligarquía de Moscú, la Cuarta Internacional rechaza decididamente toda política que ayude al imperialismo en contra de la URSS.

“La defensa de la URSS coincide, en principio, con la preparación de la revolución proletaria mundial. Rechazamos llanamente la teoría del socialismo en un solo país, ese engendro cerebral del estalinismo ignorante y reaccionario. Sólo la revolución mundial podrá salvar a la URSS para el socialismo. Pero la revolución mundial implicará inevitablemente la desaparición de la oligarquía del Kremlin”. [63]

89. El Manifiesto concluye reafirmando vigorosamente la estrategia de la Cuarta Internacional para la revolución mundial socialista

“A diferencia de la Segunda y la Tercera Internacional, la Cuarta Internacional no construye su política en función de los avatares militares de los estados capitalistas sino de la transformación de la guerra imperialista en una guerra de los obreros contra los capitalistas, del derrocamiento de la clase dominante en todos los países, de la revolución socialista mundial. Los cambios que se producen en el frente, la destrucción de los capitales nacionales, la ocupación de territorios, la caída de algunos estados, desde este punto de vista sólo constituyen trágicos episodios en el camino a la reconstrucción de la sociedad moderna.

Independientemente del curso de la guerra, cumplimos nuestro objetivo básico: explicamos a los obreros que sus intereses son irreconciliables con los del capitalismo sediento de sangre; movilizamos a los trabajadores contra el imperialismo; propagamos la unidad de los obreros de todos los países beligerantes y neutrales; llamamos a la fraternización entre obreros y soldados dentro de cada país y entre los soldados que están en lados opuestos en el campo de batalla; movilizamos a las mujeres y los jóvenes contra la guerra; preparamos constante, persistente e incansablemente la revolución en las fábricas, los molinos, las aldeas, los cuarteles, el frente y la flota”. [64]

El lugar de Trotsky en la historia

90. El comienzo de la guerra puso la vida de Trotsky en peor peligro que nunca. Las consecuencias revolucionarias de la Primera Guerra Mundial todavía vivían frescas en las memorias de las potencias imperialistas y de la burocracia estalinista. Trotsky era el líder del gobierno revolucionario en exilio mientras permanecía vivo. ¿No era posible y hasta probable, según temía Stalin, que las convulsiones creadas por la guerra podrían producir un movimiento revolucionario que restauraría a Trotsky al poder? Para completar la destrucción de la dirigencia de la Revolución Rusa y prevenir que la Cuarta Internacional, se desarrollara, agentes estalinistas se infiltraron en el movimiento trotskista. Su objetivo principal: el asesinato de León Trotsky. Entre aquellos que trabajaban para el GPU dentro del movimiento trotskista se encontraban Mark Zborowski (secretario del hijo de Trotsky, Lev Sedov), Silvia Callen (secretaria de James Cannon) y Joseph Hansen (secretario y guardia de Trotsky luego del 1937 y futuro líder del SWP). Zborowski, a quien se le conocía como “Etienne” en el movimiento trotskista, asistió al GPU en la preparación de los asesinatos de Erwin Wolf, uno de los secretarios de Trotsky, en julio de 1937; Ignace Reiss, tránsfuga del GPU que se había declarado trotskista, en septiembre de 1937; Lev Sedov, hijo de Trotsky, en febrero 1938; y Rudolf Klement, secretario de la Cuarta Internacional, en julio de 1938. El 24 de mayo de 1940, Trotsky escapó un atentado contra su vida, facilitado por Robert Sheldon Harte, agente del GPU asignado como guardia. El 20 de agosto de 1940, Ramón Mercader, agente del GPU, atacó violentamente a Trotsky en su casa en Coyoacán, México. Trotsky murió al otro día.

91. El asesinato de Trotsky fue un golpe devastador para la causa del socialismo internacional. Trotsky no sólo fue uno de los dos dirigentes principales de la Revolución de Octubre; también fue adversario implacable del estalinismo y el fundador de la Cuarta Internacional. Fue el último y mayor representante de las tradiciones políticas, intelectuales, culturales y morales del marxismo clásico que había inspirado el movimiento de las masas revolucionarias trabajadoras durante la última década del Siglo XIX y las primeras décadas del Siglo XX. Desarrolló un concepto de la teoría revolucionaria, arraigado filosóficamente en el materialismo y con sus miras al frente, cuyo propósito era comprender la realidad objetiva. Se orientaba en la educación y movilización política de la clase trabajadora, y su estrategia era la lucha revolucionaria contra el capitalismo. Trotsky se había comprometido totalmente con cumplir las tareas históricas de la nueva época revolucionaria, y consideraba con desprecio a los que intentaban evadir sus responsabilidades políticas con excusas de “la libertad personal”. “¡Dejad a los filisteos que busquen su propia individualidad en el vacío del espacio!” declaró él. Y tampoco ofreció la menor concesión a los que proclamaban que las derrotas de la clase trabajadora mostraban el fracaso del marxismo. Para Trotsky esos argumentos estaban basados en la desmoralización política, no en la comprensión teórica. Aquellos que más chillaban acerca de la “crisis del marxismo” eran precisamente los que habían capitulado intelectualmente ante la expansión de la reacción política. Según escribió él, transformaban sus temores personales “en el lenguaje de la crítica irrelevante y universal”. Pero la única alternativa que los incontables críticos del marxismo podían ofrecerle a la clase trabajadora era la desmoralización resignada. Los adversarios del marxismo, observó Trotsky, “se rinden ante la reacción, reniegan el razonamiento social científico, abandonan no solo sus creencias fundamentales, sino también morales. Y se privan a sí mismos de exigir la venganza revolucionaria en el futuro”. [65]

Estados Unidos entra en guerra

92. Desde el principio de la guerra, Estados Unidos se había comprometido política, económica y militarmente al conflicto mundial. El gobierno de Roosevelt explotó la situación desesperada en que se encontraba el Primer Ministro británico, Winston Churchill, para extraer concesiones políticas y económicas del imperialismo Británico. Sin embargo, a la larga, Estados Unidos no podían tolerar el dominio Alemán sobre Europa, ni tampoco la supremacía japonesa en Asia y el Pacífico. En este último caso, Estados Unidos, desde que conquistara sangrientamente a las Filipinas a principios del Siglo XX, comenzó a considerar al Pacífico como un lago suyo y a la China como su protectorado desde la apabullante derrota de la rebelión Bóxer. El ataque desesperado de Japón contra Pearl Harbor le brindó a Roosevelt la oportunidad de realizar el “encuentro con el destino” que había convocado pocos años antes. Las pretensiones a la democracia de las cuales se valió el imperialismo estadounidense para justificar su intervención las contradecía no solo el hecho de que a millones de ciudadanos afroamericanos se les negaba sus derechos democráticos básicos durante ese período, sino también por las medidas antidemocráticas puestas en vigencia durante la guerra, inclusive el internamiento de miles de japoneses y ciudadanos norteamericanos de descendencia japonesa en campamentos de concentración. Fue durante los años de guerra que gran parte del armazón de la “seguridad nacional del estado” se estableció. Una vez que la Alemania Nazi atacó a la Unión Soviética en junio de 1941, los partidos estalinistas se convirtieron en los defensores más entusiastas de las potencias imperialistas “democráticas”, apoyando descaradamente la promesa de los sindicatos obreros de no declarar ninguna huelga en los Estados Unidos.

93. Después del asesinato de Trotsky, el Socialist Workers Party defendió la perspectiva del internacionalismo proletario y se opuso a la subordinación de la clase trabajadora a los fines imperialistas de la guerra bajo el gobierno de Roosevelt. Por esa razón, el SWP fue la única tendencia en el movimiento obrero de los Estados Unidos cuyos dirigentes recibieron sentencias de cárcel durante la guerra y quienes también fueron los primeros en ser enjuiciados bajo el Acta Smith de 1940 (que luego fue declarado inconstitucional). En 1941, 18 dirigentes y militantes del SWP fueron falsamente incriminados y encontrados culpables de sedición. Siguiendo la lógica de su alianza con el imperialismo estadounidense en tiempos de guerra y su despiadada oposición al movimiento trotskista, el Partido Comunista apoyó los juicios. Cuando los militantes del Partido Comunista fueron perseguidos después de la guerra bajo el Acta Smith, el SWP adoptó una postura principista y los defendió contra los ataques del estado capitalista.

94. Los horribles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial demostraron la precisión de las advertencias de Luxemburgo que la clase trabajadora solo tenía dos alternativas: el socialismo o el barbarismo. Los crímenes perpetrados durante el transcurso de la guerra revelaron ante toda una generación la verdadera faz del capitalismo. Seis millones de judíos fueron exterminados en el holocausto Nazi, junto con aproximadamente cinco millones de gitanos, prisioneros de guerra soviéticos, polacos y otros seleccionados por el régimen fascista. El gobierno de Estados Unidos, que tan indiferente se había mostrado al programa de los nazi para exterminar a las masas (rehusó bombardear los rieles ferroviarios que se usaban para transportar a los prisioneros a sus muertes), mostró su propio potencial barbárico al lanzar dos bombas atómicas sobre dos ciudades de civiles en Japón, exterminando entre 200.000 y 350.000 personas de un golpe. El propósito principal de ese crimen fue demostrarle al mundo, y sobre todo a la Unión Soviética, el potencial devastador de las nuevas armas estadounidenses para la destrucción en masa. En total, aproximadamente 100 millones de personas perecieron en seis años de conflicto. La guerra fue el amargo precio que pagó la clase trabajadora por la traición calculada de sus dirigencias y del fracaso de la revolución socialista. La prosperidad que siguió a la guerra se erigió sobre una montaña de cadáveres humanos.

Notas:

47. El SWP se fundó en enero de 1938, casi una década después de Cannon haber iniciado la lucha por el trotskismo en Estados Unidos. Durante esa década, los trotskistas estadounidenses establecieron una presencia significante en las luchas de la clase trabajadora. Su liderazgo en la Huelga General de Minneapolis en 1934 atrajo fama nacional e internacional.
48. Leon Trotsky, In Defense of Marxism (London: New Park, 1971), p. 15.
49. Ibid.
50. Ibid., p. 236.
51. Ibid., pp. 65-66.
52. Ibid., pp. 143-44.
53. Ibid., p. 56.
54. James P. Cannon, The Struggle for a Proletarian Party (New York: Pathfinder Press, 1977), p. 6.
55. Ibid., pp. 10-11.
56. In Defense of Marxism, p. 206.
57. "Who is Guilty of Starting the Second World War?" in: Writings of Leon Trotsky 1939-40 (New York: Pathfinder, 2001), p. 99.
58. "Manifesto of the Fourth International on the Imperialist War and the Proletarian World Revolution," in: Writings of Leon Trotsky 1939-40 (New York: Pathfinder, 2001), p. 233.
59. Ibid., p. 227.
60. Ibid.
61. Ibid., p. 229.
62. Ibid., p. 231.
63. Ibid., p. 239-40.
64. Ibid., p. 265.
65. "Once Again on the ‘Crisis of Marxism,'" in: Writings of Leon Trotsky 1938-39 (New York: Pathfinder, 2002) pp. 238-39.